Entre 1967 y 1968, Borges dictó seis conferencias
sobre poesía en la Universidad de Harvard. El poeta argentino, que se acercaba
a los 70 años de edad, dedicó la última de ellas a hablar de su experiencia
personal con el género, en el que escribió sus primeros libros y al que volvió
en la edad madura, sólo después de explorar el cuento con extraordinario éxito.
En los momentos iniciales de esa charla, debidamente transcrita, traducida y
publicada bajo el nombre de “Credo de poeta”, Borges se refirió al momento
exacto en que sintió por vez primera la revelación de la poesía: fue de niño, oyendo a su padre leer la celebérrima “Oda a un ruiseñor” de John Keats. Aquí el
pequeño fragmento, que transcribo para los lectores de Siglo en la brisa. El texto forma parte del precioso y estimulante librito Arte poética, reunión de las seis conferencias
de Harvard, que la barcelonesa Editorial Crítica publicó en
español en 2001 (traducción de Justo Navarro; prólogo de Pere Gimferrer;
edición, notas y epílogo de Calin-Andrei Mihailescu).
Credo de poeta (fragmento inicial)
por Jorge Luis Borges
Mi propósito era hablar del credo del poeta, pero, al examinarme, me
he dado cuenta de yo sólo tengo un credo vacilante. Este credo quizá me sea
útil a mí, pero difícilmente servirá a otros. De hecho, considero todas las
teorías poéticas meras herramientas para escribir un poema. Supongo que deben
de existir muchos credos, tantos como religiones o poetas. Aunque al final diré
algo sobre mis gustos y mis aversiones a la hora de escribir poesía, creo que
empezaré con algunos recuerdos personales, los recuerdos no sólo de un escritor
sino también de un lector. Me considero esencialmente un lector. Como saben
ustedes, me he atrevido a escribir; pero creo que lo que he leído es mucho más
importante que lo que he escrito. Pues uno lee lo que quiere, pero no escribe lo
que quisiera, sino lo que puede. Mi memoria me devuelve a una tarde de hace
sesenta años, a la biblioteca de mi padre en Buenos Aires.
Estoy viendo a mi
padre; veo la luz de gas; podría tocar los anaqueles. Sé exactamente dónde
encontrar Las mil y una noches de Burton y La
conquista del Perú de Prescott, aunque la biblioteca ya no exista.
Vuelvo a aquella vieja tarde suramericana y veo a mi padre. Lo estoy viendo
ahora mismo y oigo su voz, que pronuncia palabras que yo no entendía, pero que
sentía. Esas palabras procedían de Keats, de su Oda a un ruiseñor. Las
he vuelto a leer muchas veces, como ustedes, pero me gustaría repasarlas de
nuevo. Creo que le gustará al fantasma de mi padre, si está cerca. Los versos
que recuerdo son los que en este momento les vienen a ustedes a la memoria:
Thou wast not born for death, immortal Bird!
No
hungry generations tread thee down;
The
voice I hear this passing night was heard
In
ancient days by emperor and clown:
Perhaps
the self-same song that found a path
Through
the sad heart of Ruth, when, sick for home,
She
stood in tears amid the alien corn.
(Tú no has nacido para la muerte, ¡inmortal pájaro!
No han de pisotearte otras gentes hambrientas;
la voz que oigo esta noche fugaz es la que oyeron
en los días antiguos el labriego y el rey;
quizá este mismo canto se abrió camino al triste
corazón de Ruth, cuando, con nostalgia de hogar,
llorando se detuvo en el trigal ajeno.)
Yo creía saberlo todo sobre las palabras, sobre el lenguaje (cuando
uno es niño, tiene la sensación de que sabe muchas cosas), pero aquellas
palabras fueron para mí una especie de revelación. Evidentemente, no las
entendía. ¿Cómo podía entender aquellos versos que consideraban a los pájaros
–a los animales– como algo eterno, atemporal, porque vivían en el presente?
Somos mortales porque vivimos en el pasado y el futuro: porque recordamos un
tiempo en el que no existíamos y prevemos un tiempo en el que estaremos
muertos. Esos versos me llegaban gracias a su música. Yo había considerado el
lenguaje como una manera de decir cosas, de quejarse, o de decir que uno estaba
alegre, o triste. Pero cuando oí aquellos versos (y, en cierto sentido, llevo
oyéndolos desde entonces) supe que el lenguaje también podía ser una música y
una pasión. Y así me fue revelada la poesía.
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La conferencia titulada “Credo de poeta” puede leerse íntegramente en
este lugar: http://bit.ly/1NG6KZx
El retrato de Borges es de Humberto Rivas, y fue hecho en 1972: lo
tomo prestado de http://bit.ly/1PD3moh. La foto de familia muestra a los Borges, padre (Jorge Guillermo), madre y hermanos, al llegar a Ginebra en 1914. La tomo también de la red.
Más sobre Borges en este blog:
Lee poema en la Sala Ollin Yoliztli, http://bit.ly/1n26rgE
Visita los baños de San Ildefonso, http://bit.ly/9aenhb
Se pronuncia sobre el prestigio del sistema decimal, http://bit.ly/17bOcNo
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