viernes, 29 de mayo de 2015

En el CCH Vallejo


Hace un par de meses pasé una mañana en el CCH Vallejo, conversando con un grupo de alumnos sobre López Velarde. En esa institución trabaja el periodista Noé Agudo, quien unos días más tarde me pasó por correo el siguiente cuestionario. Sus preguntas y mis respuestas aparecieron en el número 198, del 13 de abril pasado, de la gaceta de ese plantel, llamada Comunidad Vallejo. Con el permiso de mi amigo periodista, las copio a continuación con el propósito de recoger el intercambio en este blog.


Poeta, ensayista, periodista, profesor y animador cultural, ¿con cuál de estas camisas te sientes más cómodo?
Yo te diría, siguiendo con la analogía que me propones, que todas y cada una de esas camisas, las cuales efectivamente están en mi guardarropa, me resultan gratas y cómodas. Afortunadamente puedo cambiármelas según el trabajo que tenga que hacer. Disfruto mucho las clases semanales que doy en la Escuela Mexicana de Escritores y lo mismo me pasa con el programa de radio, que también hago cada ocho días. 
Lo de animador cultural, expresión que te confieso que me parece un poco pretenciosa, supongo que se extrae de mi trabajo como entrevistador de autores de libros o incluso de mi oficio de editor, labores que también me gusta desempeñar. 
Ahora, también es cierto que a lo mejor algunas chambas ayudan a las otras: supongo que puedo decir que soy un profesor menos aburrido porque tengo entrenada la soltura del radio, y quizás no tan mal conductor porque me veo permanentemente en la necesidad de estudiar para estar al tanto de lo que tienen en la mente mis alumnos más jóvenes.

Has escrito hasta la fecha tres libros de poesía, ¿cuál ha sido la respuesta de los lectores, la poesía es sólo para élites?
Ha sido una respuesta modesta, en general. Ya se sabe que la poesía no suele encender numerosos entusiasmos. Pero la de algunos lectores escogidos, ha sido siempre satisfactoria. Es verdad que escribo muy pocos poemas, y últimamente quizás menos que nunca, pero mi libro más reciente, Palinodia del rojo, que es de 2010 y se mantiene bastante desconocido, todavía me depara de cuando en cuando alguna sorpresa.

Sobresaliente tu trabajo como editor y periodista, ¿qué periodismo requiere actualmente nuestro país?
Gracias por tus generosas palabras. No te sé decir si algún periodismo diferente al que siempre se ha necesitado. En este país, por lo que sabemos desde hace mucho, debe ser tenaz y valiente, y capaz de resistir lo que venga.
Una pregunta indispensable a un gran lector y animador de la lectura, ¿qué hacer para que los jóvenes regresen a la lectura?
Sin duda, acercarles la literatura que pueda interesarles. Es cosa bien sabida que cuando algo te interesa de verdad, lo que sea, haces todo lo posible por leer sobre ello, en el formato y en el género de edición y en los tiempos y las formas en que haya que hacerlo.

¿Por qué ese título (Contra la fotografía de paisaje) de tu más reciente libro de ensayos?
El título se explica leyéndolo, empezando por el prólogo, en que se relata que el autor es muy dado a fijarse en los detalles de las cosas, antes que en las generalidades. Cuando era joven desarrollé la discutible teoría de que la fotografía es un arte para retratar seres humanos, en particular sus rostros, y dar cuenta, así, del paso del tiempo, lo que es mucho más arduo si se trata de fotografiar paisajes. En Contra la fotografía de paisaje se encontrará, antes que teorías sobre los libros que leo, las razones por las que me entusiasma cierto poema de un determinado autor, y dentro de ese poema un verso en específico, y dentro ese verso, digamos, un adjetivo en particular. También asuntos como los pequeños giros, inesperados y sutiles, que toman algunos acontecimientos, o las mínimas desviaciones que sufre mi memoria aun en las cosas que más me entusiasman, lo que al final trae consigo importantes consecuencias.

____________________
Tomo la foto que abre este post de www.vallejotallerdelectura.blogspot.mx 

Gracias a Adriana Cortés Koloffon, de la Dirección de Literatura de la UNAM, por la imagen del auditorio José Vasconcelos del CCH Vallejo, donde se llevó a cabo la plática. La foto de grupo, en el Escuela Mexicana de Escritores, es de Mario González Suárez; la de la cabina del IMER, en la que acompaño al editor y narrador José de la Colina, es de Jonathan López Romo. El retrato en blanco y negro de mi querida amiga Dzazil Espinosa, es mío.

Otro cuestionario en este blog:
Una entrevista en Oviedo, http://bit.ly/1b5Vjyj

viernes, 22 de mayo de 2015

Deniz: su vida con el Fondo


En julio del año pasado entrevisté a Juan Almela sobre los años que trabajó para el Fondo de Cultura Económica. La entrevista apareció al mes siguiente, en el número que la Gaceta publicó para celebrar a los autores ligados a la institución que cumplieron 80 años en 2014, precisamente las ocho décadas que ese año hizo la editorial, fundada en 1934. Quien quiera leer completo aquel trabajo, puede asomarse al texto en línea (el link, al calce). 
Esta vez me limito a entresacar mis tres momentos preferidos de la entrevista: en el primero, Deniz se refiere a la peor etapa de la historia del Fondo y recuerda lo que opinaba un funcionario sobre los libros que no eran de tema económico; en el segundo, el poeta relata la relación de amistad que mantuvo con un pequeño ratón que asomaba de cuando a cuando a su cubículo; en el último, brevísimo, recuerda una frase que solía decir Alí Chumacero, uno de los amigos que hizo durante aquella época, cuando las mañanas de trabajo resultaban especialmente tediosas.

La etapa más ridícula de la historia del Fondo
—¿Por qué te fuiste del Fondo la primera vez?
—Salí a mediados del año sesenta porque ya no soportaba un libro muy complicado de sicología, pero que yo quería hacer bien. Estaba traducido con los pies, cosa muy normal en los libros del Fondo en su primera versión, y le dije a Díez Canedo que si me daba presupuesto para comprar una docena de libros y me dejaba un mes que dedicase yo el tiempo de trabajo a estudiar esos libros, que podría revisarlo con decoro. Pero como ése no es el plan de un negocio, pues entonces [ahí] se quedó la cosa. No aguantaba yo aquel libro ininteligible, aunque no era de economía, ya era pedagogía y complicadísimo, un libraco muy grande.
—¿Cómo se llamaba?
Teorías del aprendizaje.
—¿De quién era?
—No me acuerdo ya.
—Al final ¿se publicó?
—Sí, claro, con todas las barbaridades.
—¿En qué año regresaste a trabajar al Fondo?
—Regresé en 65 o algo así.
—¿Por qué regresaste?
—Porque desapareció mi trabajo previo del Centro de Documentación. Logró su director que lo aniquilaran y desapareció aquello, lo cual fue para mí un golpe terrible del lado intelectual porque dejé de tener la revista científica a mi alcance, que era mi alimento principal desde hacía ya años, y me quedé flotando un tanto hasta que me llamó Alí Chumacero diciendo que cuándo volvía y tal. 
Volví cuando el Fondo entraba a la etapa más grotesca de su historia, que fue la que cubrió el sexenio de Díaz Ordaz y en la cual tuvimos como director a don Salvador Azuela, que convirtió a la editorial en una cosa verdaderamente de risa, que daría para un libro entero, pero un libro cómico.
—¿Por qué fue tan negativa esa etapa?
—No, no fue negativa, fue ridícula. Porque nadie, empezando por el director Azuela, hasta el último… bueno, el último no porque seguían ahí los mismos, los que sobrevivieron a las expulsiones en busca de comunistas, porque la idea que le metieron en la cabeza a Azuela es que en el Fondo de Cultura no podías abrir un cajón sin encontrar un lingote de oro de Moscú, lo cual era mentira porque muchos defectos tenía Orfila, y soy el primero y aun el único a veces en reconocerlos, pero en las cuentas el funcionamiento del Fondo era perfectamente limpio. Azuela metió una cantidad ilimitada de achichincles, gente absurda, ex burócratas, en fin, hasta que todo fue irse Díaz Ordaz del poder y rápidamente se fue Azuela con todo su circo y nos pusieron a Carrillo Flores, Antonio, que había sido Ministro de Hacienda y era una persona muy agradable de trato pero tenía tantos compromisos, tantas obligaciones, desde la ONU hasta no sé qué, que el Fondo entró en una etapa de semi-desintegración, con directores múltiples… Aquí fue especialmente pernicioso un señor que metió creo que Carrillo Flores, si no pues que la historia me corrija, pero era un señor Hegewisch que dividía los libros en “de administración de empresa” y libros “para exquisitos”. Los “libros para exquisitos” eran todo lo que fuese historia, ciencia, lo que fuera, y no merecían mayor atención.

Amistad con el ratón
—¿Cómo es eso que contabas alguna vez, que tenías un pequeño ratón en tu oficina del Fondo?
—En el Fondo de Cultura de Avenida Universidad había enfrente, casi hasta el último momento, una insondable extensión de basureros que llegaban casi hasta la Calzada de Tlalpan, y ahí se criaban infinitas moscas. Entonces el deporte del Fondo era matar moscas; todos teníamos matamoscas y era un placer, claro, el estar leyendo unas aburridas pruebas de economía y decirse: “Cuando acabe esta galera voy a matar moscas”. Hacíamos pilas luego, así como las hacía Tamerlán con calaveras. Cuando se te calentaba la mano matando tus moscas te asomabas al cubículo anexo y les decías: “¿No quieren que les mate…?”, y decían: “¡No!, ¡fuera!, ¡son nuestras moscas!”, y así. Y pues, bueno, entre los beneficiarios de los cadáveres de moscas resultó estar un ratoncito que salía de una grieta inverosímil, en el marco de la ventana que daba a Avenida Universidad, a un piso de altura. Lo descubrí de repente. Vi que algo se movía y miré, sin espantar a nadie, total era yo solo, era mi cuartito, y vi que salía un ratoncito, se agarraba una mosca muerta, corría y se metía en la rendija. Pero ya cultivándolo, poniéndole moscas apetitosas y todo, pues ya llegó el momento en que podía yo invitar a algunos amigos estrechos a que vieran conmigo, sin moverse, bien quietecitos y callados, cómo salía el ratoncito. Luego ya él también extendió su interés al mundo exterior, y se apoyaba en el cristal, y allá abajo, a cinco metros de las orejas del ratoncito, pasaban camiones, trolebuses, gente, coches, de todo, y el ratoncito miraba, miraba, o si no agarraba su mosca y se escondía.

Una anécdota de Alí
—¿Y cómo es la anécdota de Alí Chumacero, cuando gritó la frase aquella a otros empleados del Fondo?
—Ah, no, ésa era una de sus muletillas. Cuando cualquier mañana resultaba especialmente fastidiosa, de trabajo pesado y aburrido, se iba asomando de puerta en puerta diciendo: “Maestro, ¡mejor hubiéramos sido putas!”.

______________________
El número de la Gaceta del FCE de agosto de 2014 (“Cosecha 1934”) puede leerse en: http://bit.ly/11UxxRU

El espléndido retrato de Alí Chumacero es de Laura Cohen; lo tomo prestado de su página en la red, http://photolauracohen.com/el de Deniz que abre el post, es de Amaranta Chávez. El que lo muestra bebiendo una coca cola fue hecho en su cubículo del Fondo de Cultura Económica y forma parte de su archivo personal.

En los 80 años de Deniz, http://bit.ly/1sDZm8f

Más sobre Almela / Deniz en este blog:
Sobre Red de agujeritos, http://bit.ly/12RrW9H
Noticias recientes, http://bit.ly/V95VkF
Cuadernos y dibujos infantiles, http://bit.ly/9dkSDa
Una entrevista de 1993, http://bit.ly/1oyaGVn
De visita en la Escuela Mexicana de Escritores, http://bit.ly/1nIVmm1





viernes, 15 de mayo de 2015

Una fotografía de Alberto Kalach


Para nada recordaba la imagen; vaya, estoy seguro de que ni siquiera la conocía: no recuerdo que Alberto me hubiera hecho ningún retrato nunca, al revés de como me ocurre a mí con él, que lo he fotografiado en diversas ocasiones a lo largo de los años, la más memorable de ellas en la pequeña terraza de su viejo despacho de la colonia Nochebuena. 
Y de pronto, el pasado sábado 7 de febrero, cuando acudo a un cumpleaños en la azotea de la última obra terminada de mi amigo arquitecto, edificio esbelto y hermoso cuyo perfil se distingue sobre la avenida Constituyentes delante del bosque de Chapultepec –y en donde, por cierto, tiene actualmente su despacho–, Alberto Kalach me recibe con una fotografía de cuya existencia yo no tenía ni la más remota idea. Según me explica, me la tomó él mismo, lo que no puede haber ocurrido sino allá por los años en que más lo frecuenté, entre 1986 y 1988, por los días exactos en que aprendí las bases del oficio editorial.
Varias veces he contado que fue echando mano de su papelería y sus lápices, en las oficinas que él compartía con uno de mis primos, en donde elaboré por primera vez una publicación en condiciones más o menos profesionales, quiero decir que yo mismo, sin que mediara siquiera un tipógrafo o un diseñador, y siempre atento a los oportunos consejos del entonces joven arquitecto. (La historia de la revista Alejandría la he contado ya en este blog; la liga, al calce).
Y a pesar de que no recuerdo el momento en que fue tomada la foto y de que ni siquiera tengo, por confusa que pudiera parecerme, la imagen de Alberto con una cámara en las manos, el retrato tiene todo el sello de la visión de mi talentoso amigo: su buen gusto, su equilibrio compositivo, la escala perfecta de los valores y los matices. Además, no me cabe ninguna duda de que el lugar que aparece en ella es uno de los rincones del último piso de su despacho de la calle de Atlanta, a un costado de la plaza de toros de la ciudad de México. (Curioso cómo se va trazando la cartografía personal de las ciudades: el pequeño departamento de Juan Almela, a quien estaba a punto de conocer por esos exactos días, estaba a menos de diez minutos caminando de ahí.)
No es imposible que alguno de los papeles que se ven sobre el escritorio, debajo de las plantillas de círculos o los plumones, sea la copia de la carta de Proust que puso en mis manos la señora Rosenblueth a la que me referí en Contra la fotografía de paisaje y que acabó en la basura con el resto de los materiales de uno de los números de Alejandría. Como sea, la regla T, la escuadra y las plantillas, el estuche del leroy, el dibujo de la fachada fijada con tachuelas, el fólder con el escudo de la UNAM, y todavía atrás de mí, fuera de foco, el banco clásico del restirador arquitectónico, todo eso forma parte del escenario y la utilería del lugar en el que me convertí en editor. La pura nostalgia y dos o tres recuerdos relacionados con la creatividad y la camaradería dictan que aquellos años, los de mis ventipocos, hayan sido de gran felicidad. Por una vez no tengo la intención de contradecirlos.

____________________
Más sobre Alberto Kalach (a la derecha de esta nota, en el último retrato que le he hecho, y en el que aparece con su hijo Marco) en este blog:
Recados memorables, http://bit.ly/1zOOkzz
La obra maestra de Carlos Mijares, http://bit.ly/1pVjqTH

Alejandría en Siglo en la brisa:
La revista, http://bit.ly/1cPgFw9

viernes, 8 de mayo de 2015

Moreno Villa, memorista


Estaba el libro desde hace tanto tiempo en mi biblioteca que ya me parecía que su autor, José Moreno Villa, era una especie de pariente más o menos lejano del que mucho había oído aunque jamás hubiera tenido la experiencia directa de tratarme con él. 
Exactamente el mismo efecto produce en mí su lugar en la historia de la literatura: como fue tutor de Lorca, de Alberti, de Prados, acaso de Cernuda, mis sentimientos hacia él son los mismos, o casi los mismos, de quienes conformaron aquel grupo de grandes poetas que tanto lo quisieron: un cariño que sólo puede describirse correctamente como entrañable –en mi caso, claro, dado por interpósita persona, pero de la manera más legítima y natural.
Por fin, la penúltima semana de diciembre lo leí; no fue cualquier semana: fue la del internamiento y la muerte de mi querido amigo Juan Almela, lo que quiere decir que durante esos días anduve particularmente sensible y emotivo, en especial a todo lo que perteneciera al ámbito de la familia, mucho más si estuviera relacionado de cualquier forma con lo ibérico y sobre todo con lo que tuviera que ver, de la manera que fuera, con el exilio español. Y eso, precisamente eso, es Moreno Villa.
Por supuesto, el libro, llamado Vida en claro, me encantó, para empezar porque pertenece a ese género literario que tanto me gusta, el momorialístico. Sirva este post para reproducir algunos pocos, breves, fragmentos: uno sobre el sentimiento gótico, como mi amigo Almela definía al amor; los otros son un puñado de retratos: de Alfonso Reyes, de Machado, de Alberti. Por último, una página sobre el miedo. Tomo los textos de mi vieja edición de Vida en claro, la autobiografía de Moreno Villa publicada por el Fondo de Cultura Económica por vez primera en 1944. El ejemplar que está en mi biblioteca pertenece a la primera reimpresión, de 1976.

[Sentimiento gótico]
Para un andaluz joven y recién salido de su ambiente, un monumento gótico es algo inexplicable. Las torres como lápices afilados, los arbotantes como muletas de tullido, las puertas abarrotadas de imágenes alfeñicadas, la piedra toda ahora horadada, perforada, convertida en flores y hojas. Sospechaba que aquello quería decir algo, que no era un delirio del hombre. Lo que no sospechaba era que, con el tiempo, yo mismo iba a sentir en gótico, es decir, que aquella fuga ascendente de la piedra respondía al anhelo de un san Juan de la Cruz y a todo auténtico lirismo. (Páginas 65-66)

[Antonio Machado]
Recuerdo bien dónde lo vi por primera vez. Estaba parado en la puerta del Ateneo. Yo venía con Juan Ramón, que me dijo: –Mire, aquél es Antonio Machado. –¿Aquél tan sucio?, le pregunté. –Sí.
Además de sucio era distraído. Una tarde, me senté a su mesa en el café Kutz. Estaban con él su hermano Manuel y un tal Fernández que sabía de teatro. Éste y Manuel estaban fumando, yo saqué mi petaquilla, tomé un cigarro; y como los que yo fumaba no solía gustar los españoles, no le ofrecí a Antonio. Éste, sin embargo, distraído, y creyendo que yo le había dado uno, encendió una cerilla y se la aplicó a los dedos llevados a la boca.
Andando por la calle parecía uno de esos eternos cesantes que nadie sabe de qué viven. Daba también la impresión de que venía de muy lejos, con muchas leguas de carretera atrás y que iba hacia otros parajes que los demás mortales. ¡Qué suyos aquellos versos: “Yo voy soñando caminos…”!
Alguna vez subió hasta mi cuarto de la Residencia de Estudiantes a escuchar mis últimas poesías. Éste gesto de llaneza, de humildad, me conmueve todavía. Porque hay que pensar en que él era una gran figura yo no pasaba de principiante.
La última vez que le vi fue en Valencia. Salimos de Madrid en el mismo camión. Llevaba ocho o nueve personas de la familia. Hicimos noche en el entonces terrorífico pueblo de Tarancón, y su pobre madre tuvo que dormir en el suelo.

[Alfonso Reyes]
Reyes […] era cortés y agudo, con infinitas alusiones literarias perfectamente encajadas. En sus ojos vivaces reía siempre un pensamiento que volaba o se detenía para enseñarnos el colorido tropical de su plumaje. Parece mentira que entonces le quedasen ganas de bromear; atravesaba la peor época de su vida; tenía que ganarse el pan familiar a punta de estilográfica. Él inició en Madrid, en El Sol, la crítica de cine. Luis Bello, el periodista, decía que Reyes era un prócer de las letras hispanas. (Página 99)

[Rafael Alberti]
Un muchacho nuevo se acercó a este grupo de la Residencia. Era andaluz y alegre. Decía que pintaba, pero lo único que yo vi suyo en poder de Federico no valía nada. Pronto habría de sorprendernos con un libro de poemas frescos y luminosos, que yo defendería acaloradamente en el Jurado para el premio de literatura del año 24. Era Rafael Alberti. Quiero contar esta escena del Jurado sin omitir mi metedura de pata. Lo constituíamos Menéndez Pidal y el Conde de la Mortera (Gabriel Maura y Gamazo) para lo histórico, Arniches para el teatro, Antonio Machado yo para la poesía. Tal vez me olvide de alguien. Como secretario, Gabriel Miró. La cosa marchó perfectamente hasta que tocamos a la poesía. Maura propuso en primer lugar al llamado “Pastor poeta”. Yo me opuse inmediatamente. Mauro argumentó con una frase poco feliz: –Su poesía huele a lana y a chorizo. –Basta eso –repliqué– para que una poesía dé asco. Y aquí fue mi metedura. Continué diciendo: –Eso es tan repulsivo como la pintura de don Luis Menéndez Pidal, ahumada y renegrida como las morcillas. Con el acaloramiento, no pensé que estaba delante su hermano Ramón. Intervino Miró hábilmente y todos me dijeron que diera yo un nombre para primer premio. –Pocas veces estoy tan seguro de votar con acierto como ahora; el poeta que se anuncia en este concurso como valor de trascendencia es Alberti con su libro Marinero en tierra. Entonces Antonio Machado, que había permanecido mudo, convino en que sí, que era lo mejor. Maura y todos aceptaron, pero aquel Conde llevaba otro candidato, además del “Poeta pastor”, y era Gerardo Diego. Propuso entonces que se dieron un segundo premio, trasladando el de teatro la poesía. Y así se hizo. (Página 118)

[Miedo]
Cuando se agudizó el cerco a Madrid y la metralla penetraba por las ventanas del Archivo, deje de ir. Hablé con Navarro Tomás, por ser viejo funcionario del Cuerpo de Archivos, y me dijo que debía inscribirme en las milicias de la FETE. Aquella misma tarde lo hice. Por cierto que al ir en busca de Navarro, en la calle de Medinaceli, me encontré de pronto solo en la plaza de las Cortes al tiempo que pasó un auto, volado, lleno de forajidos que asomaban sus escopetas por las ventanillas y me miraron con sospecha. Si hubieran podido contener la velocidad excesiva que llevaban o la prisa que tenían y me hubieran reclamado papeles de identificación, a estas horas sería polvo en cualquier derrumbadero madrileño. Porque yo andaba sin papeles de filiación alguna. Madrid estaba verdaderamente medroso, en esta época de los incontrolables. Y es curioso el fenómeno del miedo: no lo sentía cuando bombardeaban, ni ante la posibilidad de que cayera en manos militares enemigas, pero sí cuando se acercaba el hombre fiera, que sin saber leer ni entender las explicaciones exigía papeles de identificación. (Páginas 212-213)

___________________________
Más memorias en ese blog:
Federico Álvarez reconstruye su infancia, http://bit.ly/1DqTNgl
Pasajes inolvidables de Buñuel, http://bit.ly/1FpmNv3

Claudio Isaac recuerda al cineasta Alberto Isaac, http://bit.ly/1OtTehO

Sobre la foto de grupo que abre este post: se trata de [cito] “la ‘Orden de Toledo’, en plena inacción. De izquierda a derecha, Pepín Bello, José Moreno Villa, María Luisa González, Luis Buñuel, Salvador Dalí y Federico García Lorca”. Tomados, la foto y el pie, de http://willygchristmas.wordpress.com/2014/01/

La foto que ilustra el último texto pertenece al archivo de la agencia EFE. La tomo prestada de http://bit.ly/1OtVDsQ, donde es descrita con estas palabras: “En la calle de San Luis de Madrid yacen las víctimas del bombardeo de las fuerzas nacionalistas durante la Guerra Civil Española.”