jueves, 17 de abril de 2014

Tres piezas del Prado


Aprovecho el Jueves Santo para hacerme la ilusión de que visito el Museo del Prado y contemplo de nuevo tres de las obras de tema cristiano más intensas y exquisitas que exhibe la riquísima pinacoteca madrileña. Para ello, sólo debo tomar de mi librero la guía oficial que adquirí cuando viví unos meses en la capital española, y pasar unas cuantas páginas hasta encontrarme delante de ellas. Copio los comentarios que se reproducen al lado de sus respectivas reproducciones, para compartirlas con los lectores de Siglo en la brisa. Felices días de descanso y lectura les deseo desde el grandioso mirador de mi pequeña biblioteca personal.

Tres piezas del Prado
Fichas tomadas de la guía oficial del Museo

El Descendimiento de la Cruz de Roger van der Weyden
El Descendimiento de la Cruz, ca. 1435. Tabla, 220 × 262 cm.

De Roger van der Weyden (1399c-1464), el más dramático e intenso de los maestros flamencos y por ello el más próximo a la sensibilidad española, se conserva aquí su indudable obra capital, El Descendimiento de la Cruz, al parecer tabla central de un tríptico cuyos laterales se han perdido. Pintado hacia 1435 para la capilla de los Ballesteros de Lovaina, hasta tal punto interesó a Felipe II que ordenó hacer una copia a Michel Coxcie; más tarde la adquirió a través de la herencia de su tía, María de Hungría, remitiéndola a El Escorial, donde estuvo hasta la última Guerra Civil. En 1939, por decisión del Jefe del Estado, pasó al Museo del Prado, junto con algunas de las piezas más significativas que hasta entonces conservaba el Monasterio. Aquí revela Van der Weyden su excepcional calidad compositiva, no por sencilla menos grandiosa, concebida la obra sobre un fondo neutro de oro que no indica arcaísmo sino el propósito de destacar las figuras como piezas de un retablo, aunque con un audaz juego de intensos colores que revelan una expresividad absolutamente pictórica. Está estructurado mediante unas grandes líneas compositivas que ordenan lo que de otro modo sería un confuso agrupamiento: los dos personajes en ambos extremos sugieren sendos cierres curvos, en tanto que el cadáver de Jesús, paralelo a la figura exánime y pálida de su madre, dinamizan [sic], con brillantes drapeados, la parte central. Recientemente se ha propuesto para esta tabla la mano de Robert Campin.

La caída en el camino del Calvario de Rafael 
La caída en el camino del Calvario, ca. 1516 Tabla pasada a lienzo, 318 × 229 cm.

La obra más importante de Rafael que custodia el Museo y también la más valorada en las colecciones reales desde que la adquirió Felipe IV, es La caída en el camino del Calvario, conocida históricamente como El Pasmo de Sicilia, corrupción del nombre del convento siciliano de donde procede, Santa Maria dello Spasimo. Pintada hacia 1516, año en que fue grabada, con la lógica consecuencia de su universal conocimiento y de múltiples copias, completas o fragmentarias, es obra de perfección clásica que expresa la madurez absoluta del período romano de Rafael. De enormes dimensiones, constituye uno de sus últimos grandes cuadros de altar. Aunque ejecutada personalmente por él, quizás requirió la colaboración de Giulio Romano. Firmada en una piedra en el medio de la composición, muestra una densa complejidad estructural, con amplia variedad de actitudes y gestos, conforme a la preocupación del último Rafael por los estados extremos de tensión tanto física como sicológica. El monumental equilibrio articulatorio queda dinamizado por el entrecruzamiento de líneas diagonales. Según algunos, la pauta iconográfica está en Durero; otros la ven en una estampa de Shongauger. Pasada de tabla a lienzo en París tras la invasión napoleónica, último percance en una increíble concatenación de riesgos que hacen casi milagrosa su supervivencia, la reciente restauración [la guía es del año 2000] evidencia sus altísimas calidades a pesar de las inevitables pérdidas fruto del referido trasvase.

Noli me tangere de Correggio

Noli me tangere, ca. 1525. Tabla pasada lienzo, 130 × 103 cm. 

Característica y destacadísima obra de Antonio Allegri, Correggio (h. 1493-1534), es la tabla pasada a lienzo Noli me tangere, de hacia 1525, ya elocuentemente elogiada por Vasari en el siglo XVI. Describe con una sensibilidad morbosa más próxima al futuro rococó que al renacimiento un ambiguo diálogo entre Cristo y la Magdalena sobre un densísimo fondo de paisaje cuya intensidad expresiva va más allá del naturalismo. Perteneció a la colección de Carlos I de Inglaterra, pasando de su almoneda a Felipe IV.

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Las imágenes que ilustran este post proceden de la Wikipedia, salvo la primera de ellas, pormenor de la pintura de Van der Weyden que tomo prestado de http://bit.ly/1nsMmQq, donde pueden verse otros detalles de esa magnífica obra.

Más sobre artes plásticas en este blog:
El azul pintado más hermoso del mundo, http://bit.ly/V3HU0F
El museo imaginario de Marcel Proust, http://bit.ly/V3ICep
Siete imágenes del Códice Laud, http://bit.ly/13dmUao
Último encuentro con Vlady, http://bit.ly/1fKoWm7
José Guadalupe Posada, ilustrador infantil, http://bit.ly/OTvwyW

viernes, 11 de abril de 2014

Cervantes en Lepanto


He olvidado en dónde leí hace apenas unos días que Cervantes perdió una mano y que por esa razón era conocido como El Manco de Lepanto. Lo que recuerdo con detalle es el pasaje en el que Jean Canavaggio, el autor de una extraordinaria biografía del autor del Quijote, cuenta lo que sucedió en realidad. No he dado con la biografía en la red pero sí en cambio con otra, más esquemática y puesta al día, en la que el mismo hispanista francés cuenta una vez más la vida del grandísimo escritor español. 
La idea de este post es reproducir ese pasaje de la vida de Cervantes (por cierto, tomado de la Biblioteca Virtual que lleva su nombre) para conocimiento de quienes siguen Siglo en la brisa. Como se verá más abajo, el célebre episodio de Lepanto está suspendido entre dos momentos cruciales de su vida: su primera publicación y el inicio del cautiverio que lo retuvo durante cinco años y un mes en Argel. Si el propio don Miguel hablaba de su manquedad, se refería a algo ligeramente distinto a lo que entendemos por esa palabra.

Lepanto
Por Jean Canavaggio
El mismo año en que esta relación sale de las prensas (1), Cervantes se va a Roma: partida repentina, ocasionada tal vez, si hemos de dar fe a una provisión real encontrada en el siglo XIX en el Archivo de Simancas, por un duelo en el que resultó herido Antonio de Sigura, un maestro de obras que pasaría más tarde a ocupar el cargo de intendente de las construcciones reales. A juzgar por el contenido del documento, el culpable –un tal Miguel de Cervantes, estudiante– había huido a Sevilla y era condenado en rebeldía a que le cortaran públicamente la mano derecha y a ser desterrado del reino por diez años. Fuese o no autor de dicha herida, Miguel, quizá recomendado por uno de sus parientes lejanos, el cardenal Gaspar de Cervantes y Gaete, pasa unos meses en Roma, al servicio del joven cardenal Acquaviva, como se infiere de sus posteriores confidencias a Ascanio Colonna, en la dedicatoria a La Galatea.

Juntando a esto el efecto de reverencia que hacían en mi ánimo las cosas que, como en profecía, oí muchas veces decir de V. S. Ilustrísima al cardenal de Aquaviva, siendo yo su camarero en Roma […]  

Pero pronto abraza la carrera de las armas, en una fecha incierta, aunque parece situarse en el verano de 1571, alistándose en la compañía de Diego de Urbina, en la que ya militaba su hermano Rodrigo. Esta determinación, tomada en el momento en que la Armada de la Santa Liga, a las órdenes de don Juan de Austria, va a hacer frente a la amenaza turca, acrecentada por la conquista de Chipre, le lleva a embarcarse en la galera Marquesa, llegando a combatir –“muy valientemente”, al decir de sus compañeros– en la batalla de Lepanto. En esta circunstancia, a pesar de padecer calentura, se niega a “meterse so cubierta”, ya que “más quería morir peleando por Dios e por su rey”; y, en el puesto de combate que se le asigna –el lugar del esquife–, situado en la popa del navío y particularmente peligroso, recibe dos disparos de arcabuz en el pecho, en tanto que un tercero le hace perder el uso de la mano izquierda; de ahí el sobrenombre que le daría la posteridad: “El manco de Lepanto”. Él mismo evocaría, orgulloso contra Avellaneda, el suceso en el prólogo al Quijote de 1615:

Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas, a lo menos, en la estimación de los que saben dónde se cobraron; que el soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga; y es esto en mí de manera que si ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella.

Una vez recuperado de sus heridas en Mesina, Cervantes toma parte en las acciones militares llevadas con desigual fortuna, en 1572 y 1573, por don Juan de Austria en Navarino, Corfú y Túnez. Profundamente marcado por sus años de Italia, donde transcurre parte de la acción de varias de sus novelas (Curioso impertinenteLicenciado VidrieraPersiles y Sigismunda, etc.), parece haber conservado especial recuerdo de los meses pasados en Nápoles: allí se le supone introducido en varios círculos literarios, llegando tal vez a conocer al pensador antiescólastico Bernardino Telesio, metamorfoseado, en La Galatea, en la noble y ambigua figura del sacerdote Telesio:

Y, estando en esto, oyeron el claro son de una bocina que a su diestra mano sonaba, y, volviendo los ojos a aquella parte, vieron encima de un recuesto algo levantado dos ancianos pastores, que en medio tenían un antiguo sacerdote, que luego conoscieron ser el anciano Telesio; […] solía él convocar todos los pastores de aquella ribera cuando quería hacerles algún provechoso razonamiento, o decirles la muerte de algún conoscido pastor de aquellos contornos, o para traerles a la memoria el día de alguna solemne fiesta o el de algunas tristes obsequias.

Finalmente, decide regresar a España para conseguir el premio de sus servicios, con cartas de recomendación de don Juan y del duque de Sessa. El 26 de septiembre de 1575, la galera El Sol, en la que había embarcado tres semanas antes, cae en manos del corsario Arnaut Mamí, no en las inmediaciones de las Tres Marías, como se pensó hasta hace poco, sino, como ha demostrado Juan Bautista Avalle Arce, a la altura de las costas catalanas, no lejos de Cadaqués.

(1) Canavaggio se refiere a la Relación de que habla en el último párrafo del capítulo anterior, y que reproduzco por ser de enorme interés literario:
“Tres años después, Cervantes inicia su carrera de escritor con cuatro composiciones poéticas incluidas por su maestro, el humanista Juan de López de Hoyos, rector del Estudio de la Villa, en la Relación oficial que se publica con motivo de la muerte de la reina Isabel de Valois. En ella el editor le llama ‘caro y amado discípulo’, sin que esta breve mención nos permita apreciar el grado de estudios alcanzado por un muchacho que no llegó a matricularse en ninguna Universidad, recibiendo, en el siglo XVIII, el calificativo, a todas luces inexacto, de ‘ingenio lego’”. 

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Texto tomado de Cervantes en su vivir de Jean Canavaggio: http://bit.ly/1kaLL5M

El retrato de Canavaggio, autor de la biografía Cervantes (Espasa Calpe, colección Austral, 2003) es de Agustín Cacho y lo tomo prestado de El País, http://bit.ly/1n0b8tL

El conocidísimo grabado reproducido arriba de estas líneas es de Gustave Doré.

Más sobre literatura clásica en este blog:
Catulo y la palabra “beso”, http://bit.ly/1epZHZS
Epístola de Horacio, http://bit.ly/1kaOU5D
Versos marinos del Capitán Aldana, http://bit.ly/1qB7oMH
Menéndez Pelayo habla de Stendhal, http://bit.ly/1gdr9VG