Apenas ahora puedo darme tiempo para contestarle a mi querido
amigo Juaco López Álvarez, director del Museo del Pueblo de Asturias, quien
hace unos días me escribió esta pequeña carta: “El próximo viernes doy una conferencia en Covadonga
sobre Covadonga y la emigración. Voy a referirme a tu abuela y al arroz
Covadonga, y por supuesto a ti, y es muy probable que lea casi íntegro el texto
que publicaste en tu blog. Acabo de
releerlo y resume muchas cosas de las que quiero contar. ¿Cómo se llamaba tu
abuela? ¿Era de Asiegu?”.
Aquí mi
respuesta: “Querido Juaco: Me encanta que vayas a hablar de mi abuela, nada
menos que en Covadonga. Curiosamente hoy que te escribo, 5 de junio de 2014,
se cumplen 100 años exactos de su nacimiento. Fernanda, como
se llamaba, nació en México, hija de dos primos hermanos de Cabrales: él,
Fernando Bueno, de Asiego, y ella Florentina Bueno, de Carreña. Al poco de morir
su madre, la enviaron a Asturias (tenía sólo cinco años), donde se crió con una
tía solterona y un abuelo, entre Asiego y Llanes. A los 19 años volvió a
su añorado México, casada con su primo Santos Fernández Bueno, de Asiego. No
volvió a irse de aquí, donde murió en 2007, de camino a los 93 años. ¡Lo que le prestaría
saber que vas a contar su historia en Covadonga! No dejes de contar cómo te
va. Muchos abrazos siempre bien afectuosos, FF”.
A
continuación, el texto al que alude Juaco. Aunque durante los últimos años lo
he tenido bien visible en esta página, lo reproduzco nuevamente por si alguno
de mis lectores quiere volver a echarle un ojo.
El arroz
Covadonga
por FF
Mi abuela siempre contó que al volver a México, casada
con su primo Santos, no sabía hacer nada y que fue una mexicana llamada
Genoveva Medina quien le enseñó a preparar el arroz. Los otros días hacía papas
con col, como ella las llamaba, macarrones con atún o cocido, y hasta una
receta de pixín según lo ofrecía un restaurante de Gijón, aunque era
necesario hacerlo con merluza que en México sí se consigue, pero todo mundo
sabía que su especialidad era aquel sencillo arroz que nadie consideraba
exagerado describir como una maravilla.
Hacía algunos años había descubierto en un supermercado
mexicano un arroz llamado Covadonga,
en cuya caja aparecía la imagen de la Santina. Imagínese su alborozo. De
inmediato, sin ninguna duda, se cambió a esa marca. ¿Cómo si no? Siempre, sin
ninguna excepción, en una y otra casa, desde aquel segundo piso arriba de la
tienda en la colonia Obrera donde vivieron nada más llegar a México, hasta el
departamento de la calle de Hegel, la imagen de la Virgen había ocupado un
lugar de privilegio en su casa, testificando todos y cada uno de los actos de
siete décadas de la familia fuera de Asturias.
Su presencia era más notoria en las paredes de una casa
que nunca tuvo grandes adornos: un par de grabados de la vieja ciudad de México
y unos cuantos óleos sin mayor arte. La excepción más importante era una
reproducción de un óleo de Tejerina, un pintor asturiano que en 1973 estuvo en
Asiego y a lo largo de una tarde pintó por lo menos tres vistas del pueblo. Una
de esas vistas, gracias a un par de calendarios que la reprodujeron, es la
imagen más conocida de la aldea natal de Santos, y junto al grupo de hachas de
la Edad de Bronce que custodia el Museo Arqueológico de Asturias, es el objeto
más conocido originado nunca en Asiego. Casi no hay casa de vecino del pueblo
ni de emigrante al otro lado del mundo que no tenga colgada de la pared una
reproducción del óleo de Tejerina.
En el marco de la imagen de la Virgen de Covadonga,
Fernanda fue colocando las fotos de sus nietos y sus bisnietos desde 1960,
cuando nació el mayor de ellos. Con el tiempo, puso la del Papa, y luego
todavía la de Pepe Luis, cuando se fue a vivir a Australia. Cambiarse al arroz
que llevaba el nombre de la Santina era no sólo lo correcto: era una
oportunidad de manifestar una fidelidad, por pequeña que pareciera. Era una
forma de responder a una señal del cielo.
Un día, sin embargo, por los tiempos inmediatamente
anteriores a irme a vivir a España, llegué a visitarla y le oí decir con
verdadera pena que no iba a volver a comprar el arroz Covadonga. “¿Por qué
dices eso?”, le pregunté. “Ya no vuelvo a comprarlo”, insistió. Y yo: “¿Ya no
te gusta?”. Me tomó de la mano, me llevó a la cocina y me dijo, mientras
señalaba hacia un cajón de la alacena, que abría en ese momento y que estaba
lleno de unos montones de cartones redondos, mal recortados, agrupados quizás
en veintenas, en ligas de plástico: “¿O qué quieres que haga?”. Y añadió, con
su sonrisa más caritativa: “¿Cómo voy a tirar a la Virgen a la basura?”.
Entonces comprendí: a lo largo de los últimos años, con unas tijeras
prácticamente inservibles, se había empeñado en recortar las imágenes de la
Santina para tirar a la basura los paquetes vacíos del arroz sin ellas.
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El retrato de Fernanda Bueno que abre este post es mío. La foto en la que acompaño a Juaco López fue tomada por su esposa Sofía en el cementerio de Salas, Asturias, a donde fuimos en septiembre de 2006 a conocer el bellísimo texu que puede verse a nuestras espaldas. La imagen de Asiego es uno de los tres óleos que Tejerina pintó en el pueblo en 1973. La foto en la que salgo con mi abuela corresponde al día de 1993 en que celebramos los 60 años de su boda en Covadonga, y la que acompaña estas líneas es la de la matrimonio de sus padres, Fernando y Florentina.
Más crónica
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