viernes, 29 de abril de 2016

Malena

Ni una sola de las muchas veces que colaboré durante los últimos años en la revista Este País dejé de recibir los ejemplares con mis colaboraciones impresas acompañados de una nota manuscrita de su directora, Malena Mijares. Un día, hace poco, percibí lo evidente: esas notas son una pequeña muestra de la educación perfecta, el espíritu refinado y la generosa personalidad de mi amiga editora. En los meses recientes, procuré conservar esas notas; nada más llegar a mi casa el sobre con los ejemplares de la revista, hice por desprenderlas con cuidado y las fui fijando con imanes a la puerta de mi refrigerador. Así, las tuve visibles todo el tiempo –entre otros objetos queridos a los que en alguna ocasión ya dediqué alguna entrega de Siglo en la brisa (la liga, al calce).

Ahora que Este País celebra un cuarto de siglo, Malena se ha despedido de la dirección de la revista para aceptar un nuevo cargo en la UNAM, esta vez como Directora de Divulgación y Publicaciones de la Coordinación de Humanidades. 
Malena ha pasado en la Universidad más de la mitad de la vida: en ella se formó como estudiante (y en buena medida, como persona) y en ella ha ocupado diversos cargos, frecuentemente de importancia, ya sea como directora de Radio UNAM o responsable de su Dirección de Literatura, por poner un par de ejemplos. Yo mismo la conocí en la Universidad, específicamente en la Facultad de Filosofía y Letras, donde estudiamos ambos, y en donde ella fue mi maestra de literatura del Virreinato, primero, y luego formó parte del jurado de mi examen profesional.
En su lugar al frente de Este País queda otro querido y viejo amigo, Pablo Boullosa, quien estoy seguro que no solamente mantendrá el nivel de la publicación fundada hace veinticinco años por Federico Reyes Heroles sino que la conducirá a otros ámbitos propicios, según lo garantizan su cultura, su infinito amor al conocimiento y su enorme experiencia en los medios de comunicación.
Con este modesto post me permito, mientras tanto, despedir a Malena. Lamentablemente no puedo ofrecer más que las últimas cuatro notas que recibí escritas de su mano; aunque sean sólo un puñado, no puedo pensar en un mejor homenaje que mostrarlas, con mi cariño y mi agradecimiento, a quienes leen este blog.








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La foto en la que aparezco con Malena es del día de mi examen profesional, el 6 de abril de 1990, en un aula de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; con nosotros, mi amigo Fernando Rodríguez Guerra. El retrato de Malena procede de su página en Facebook.

Más historias de objetos en Siglo en la brisa:
Refrigerador, http://bit.ly/1VCtlzl
Cosas que se van, http://bit.ly/hh6mG9
Viaje alrededor de mi escritorio, http://bit.ly/dWllU5



viernes, 22 de abril de 2016

El rostro de las letras

Acaba de abrir nuevamente la extraordinaria exposición El rostro de las letras, esta vez en la ciudad de Alcalá de Henares, ahora con el propósito de acompañar la entrega del Premio Cervantes correspondiente a 2015. Aunque no pude verla con mis propios ojos cuando se expuso la primera vez, en el otoño de 2014, en Madrid, atesoro el maravilloso libro que apareció entonces y a él he vuelto con frecuencia desde que está en mi biblioteca.

Como no podré ver tampoco ahora la exposición, a tantos kilómetros de distancia de la ciudad cervantina, deberé de conformarme con repasar sus páginas por enésima ocasión. Con un añadido sabroso: darme el gusto de elegir algunos de mis retratos preferidos, de las varias decenas que conforman la exposición, para compartirlos con los amigos que se asoman a este cuaderno en línea. 
Galdós, retratado por Salazar en 1917.
Tratándose de un generoso recorrido por la fotografía de escritores desde los albores del Romanticismo en España –o desde la invención del daguerrotipo, que al parecer es lo mismo– hasta lo que se llamó la Generación de 1914, la exposición da para hilar largamente. 
Unos cuantos detalles, a vuelapluma: para empezar, la frase con que abre el primer capítulo: el que todavía humeara la pistola con que se mató Larra cuando se divulgaron los primeros resultados del invento, lo que quiere decir que no tenemos ni una sola foto de él. O el que solamente exista un puñado de retratos de Bécquer (en el libro no se aclara cuántos), aunque la mejor imagen que conservemos de él quizás no sea una foto sino el retrato al óleo que le hizo su hermano Valeriano (arriba de estas líneas).
Por el encuadre, por el lugar desde el que ha sido tomada, por el valor que el personaje tiene para mí, una de las fotos que más me gustan del libro es la de Menéndez Pelayo en el momento en que llega a su casa de Santander, en 1905 (es una lástima no encontrarla en línea, para incluirla como se debe en esta entrega de Siglo en la brisa… La reproduzco con mi celular:).
En El rostro de las letras aparece, cómo no, uno de los más hermosos retratos de toda la literatura española, aquel celebérrimo que Alfonso le hizo a Antonio Machado en 1934 en el café de las Salesas (esa imagen debería de merecer una entrada en este blog). Aquí, a continuación, una brevísima serie de (apenas) seis de las imágenes que conforman la exposición y que aparecen en el libro, entresacadas de las que encuentro en la red. Los pies de foto son los mismos que aparecen en el libro.


Azorín
Pío Baroja y Azorín fueron los últimos supervivientes de la Generación del 98.  Baroja llevó una existencia catacumbal en sus últimos años. Azorín se convirtió en un anciano enjuto y pusilánime, que sólo salía de su casa de la calle Zorrilla para ir al cine. En [uno de] sus paseos [lo] sorprendió el gran fotógrafo Nicolás Muller en 1950. (Archivo Muller)


Baroja
Retrato realizado [de Pío Baroja, hecho] por el fotógrafo Vicente Moreno, en el estudio del pintor Echeverría, hacia 1930. [Ese mismo fotógrafo, en ese mismo lugar, retrató a Unamuno y a Valle-Inclán].


Galdós
Don Benito en el patio de su casa madrileña de la calle Hilarión Eslava. 1915 (Colección López Salvá).



Machado
Antonio Machado en el café de las Salesas, el 8 de mayo de 1934 [fotografiado por Alfonso]. La toma completa se publicó en el diario madrileño La Libertad en su edición del 14 de mayo, ilustrando al entrevista que la había hecho al poeta la periodista Rosario del Olmo. (Colección Pedro Fernández Melero.)


Unamuno
En sus últimos años, a Unamuno le asaltaban ansias de reposo. Después de la firma preceptiva en la Universidad, se echaba en la cama con un libro y, antes de comer, aún le quedaba tiempo para dar un paseo. Esta fotografía, tomada por Ansede, se publicó en la revista Estampa el 29 de septiembre de 1934. (Foto de Ansede. Filmoteca de Castilla y León.)


Valle Inclán
[Mismo pie que la imagen de Baroja] Retrato [de Valle-Inclán] realizado por el fotógrafo Vicente Moreno, en el estudio del pintor Echeverría, hacia 1930. [Ese mismo fotógrafo, en ese mismo lugar, retrató a Unamuno y a Baroja].

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El libro se llama El rostro de las letras. Escritores y fotografía desde el Romanticismo hasta la Generación de 1914 y está firmado por el académico de Bellas Artes Publio López Mondéjar (Ediciones Del Azar, 2014). Antes de llegar a Alcalá de Henares, la exposición estuvo en Madrid, Salamanca, Cuenca y Málaga.

La exposición española y el libro que la acompaña llevan el mismo nombre que la serie de retratos de escritores de mi amigo el fotógrafo mexicano Rogelio Cuéllar. A la derecha de esta nota, el retrato de Álvaro Mutis que forma parte de su libro El rostro de las letras, editado en 2015 por María Luisa Passarge (La Cabra Ediciones).

viernes, 15 de abril de 2016

Mis poemas preferidos: La vida prenatal

Descubrí a Enrique Molina en un cassette de la colección Voz Viva de la UNAM en que el poeta argentino leía una decena de sus poemas más celebrados (la liga, al calce). 
Aunque hace mucho perdí de vista aquel objeto, que para estas fechas debe de resultar bastante impracticable (y eso que sólo han pasado veinte años…), la pequeña cajita con la cinta en su interior debe de seguir por allí, entre las decenas de cassettes que conservo –y a los que alguna vez debería de dedicarles una entrega en este blog.
Me recuerdo la mañana de todos los sábados de 1996 o 1997, caminando por las banquetas de la Plaza de Uruguay, a dos calles del metro Polanco, con el walk-man conectado a los oídos, escuchando la voz viril, un tanto impostada y recitativa, de Molina. En cualquier otro caso, esa voz y esa manera de impostarla me hubieran impedido asomarme siquiera a sus poemas, y así habría sido también en esta ocasión si no fuera porque algunos de ellos me atraparon de inmediato: sus palabras y sus ritmos poderosos y singulares, desde luego, pero también la batería incansable de sus imágenes, de una belleza un tanto tosca, si puedo decirlo así, salpicadas de no pocos ribetes encantadores y hasta fascinantes.
Es lo que me ocurrió con el poema que motiva este post. Lo recuerdo de cuando en cuando como recordamos los mejores poemas, para acompañar algunos momentos de nuestras vidas. En el caso de éste, cada vez que sé que algún amigo va a ser padre (o madre alguna amiga, por supuesto). Estos días he vuelto a sus versos porque mi amigo el pintor Carlos Clausell, estricto contemporáneo mío, va a serlo, por cierto por primera vez.
¿Qué me gusta de este poema? Más allá de su factura perfecta, sus eneasílabos rimados de manera un tanto irregular, más allá de todo eso, lo que dice el poeta es muy conmovedor. La mañana que escribo este post lo comparto por correo con una amiga que me responde de inmediato diciéndome que sus versos le arrancaron unas lágrimas. Molina nos lleva al tiempo mismo de la vida prenatal ¿Y cómo es la experiencia del no nacido? Al fondo se escucha un extraño tambor, consolador tanto como terrible: mientras avanza en la lenta piragua maternal, suena el tam tam del corazón materno, día y noche (aunque, aclara el poeta, no había día ni había noche…). Pero no digo más: además de hermoso, el poema es muy elocuente.

La vida prenatal
Por Enrique Molina

Era el corazón de mi madre
Aquel tam tam de las tinieblas
Aquel temblor sobre mi cráneo

En las membranas de la tierra

(La lenta piragua materna
Un ritmo de espumas en viaje
Una seda de grandes aguas
Donde un suave trópico late)

Día y noche su ceremonia
–No había día ni había noche–
Sólo un hondo país de esponjas
Toda una tribu de tambores

El corazón de un sol orgánico
Un ronco sueño de tejidos
Yo era la magia y era el ídolo
En el fondo de las montañas

Aquel tambor donde golpeaban
Las galaxias y las mareas
Aquella sangre germinada
Por el vino de la Odisea

Vivir en un huevo de llamas
Mezclando la tierra y el cielo
Vivir en el centro del mundo
Sin rostro ni odio ni tiempo

Crecía antiguo en la dulzura

Con astrales ojos de musgo
Yo era un germen lleno de estrellas
Un poder oscuro y terrible

Tu corazón –¡oh madre mía!–
Resonaba como el océano
Batía sus alas salvajes
Su insaciable tambor de fuego

Yo te besaba en las entrañas
Yo me dormía entre tus sueños
En un país de rojas plumas
Era tu carne y tu destierro

El paraíso de tu sangre
La gran promesa de tus brazos
Oía al sol en su corriente:

Tu corazón lleno de pájaros

Aquel tambor de la aventura
Aquel tambor de luna viva
La tierra ardiendo con su grito
Una vida desconocida

Afuera todo era enemigo:
Las uñas las voces el frío
Los días las rosas las uvas
El viento la luz el olvido

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La grabación entera de Enrique Molina (Voz Viva de México, UNAM, 1993) puede escucharse aquí: www.cecilia.com.mx/molina.htm

El retrato de Molina que acompaña esta entrega lo tomo prestado de la red, http://bit.ly/1o4kkQy, donde se ofrece sin crédito de autoría. El primer retrato de Carlos Clausell es de Sebastián Hoffman; el segundo, el que acompaña esta nota, es de mi primo Jose Álvarez. Los dos fueron hechos en octubre de 2014 nada menos que en Siberia, a donde acudieron los tres a hacer una película.

Más poemas preferidos en este blog:
De Lope de Vega, http://bit.ly/9ZpQ2U 
De Macedonio Fernández, http://bit.ly/wZS9zU
De César Vallejo, http://bit.ly/yNbYFH
De Fonollosa, http://bit.ly/SNtIEE
De Wendell Berry, http://bit.ly/Qmlyjl
De Ángel González, http://bit.ly/1INUvry
Del Capitán Aldana: http://bit.ly/1yS7C7B