viernes, 8 de abril de 2016

La rima según Antonio Machado

Durante las últimas semanas he desempolvado casi todos los libros que tengo de (o sobre) Machado. La última vez que anduve en este rincón de mi biblioteca (2007) leí Ligero de equipaje, la biografía de Gibson… No, miento: Cuatro poetas en guerra, del mismo autor (2011): los espantosos años de la guerra en las experiencias de Machado, Lorca, Juan Ramón y Miguel Hernández.
Esta vez la incursión, que desde el principio se planteó como más ambiciosa, ha comenzado con la lectura del Juan de Mairena, que me gustó infinitamente más que la primera vez que lo leí, en 1984; y es que, ahora me doy cuenta, en el primer año en la carrera de Letras, cuando Sebastián Lamoyi incluyó las “Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo” en la bibliografía de su curso de Introducción a la filosofía, no estaba yo preparado para un libro de esa naturaleza. Lo que menos me ha atraído esta vez, por cierto, es justamente lo que tiene que ver con las enseñanzas más "filosóficas" del profesor Mairena (Kant, Schopenhauer, Nietzsche…) que tanto interesaron al Machado adulto; en cambio, nada he dejado sin aprovechar de cuanto afirma o ilustra o pone en duda sobre poesía, retórica, tradición o sabiduría popular. Menos aun, nada de lo que tiene que ver con la persona misma de Mairena, o la de su maestro Abel Martín, incluido lo aparentemente menos profundo y más anecdótico. Es interesante darse cuenta de que, en ciertos momentos, ya no sabemos quién es el que habla en las páginas del libro: si Machado, o su maestro, o el maestro de éste… lo cual, en sí mismo, es un buen ejemplo de qué es, de cómo funciona y para qué sirve la tradición. Ya prepararé un post con algunos de mis pasajes preferidos.
En cuanto acabé de leer los dos tomitos de Losada que están en mi poder desde hace treinta y dos años, me seguí de manera natural con la edición de Los complementarios –que, aunque no tiene fecha escrita de mi mano, sospecho que aguardaba en mi librero más o menos desde la misma época­–. 
No lo leí completo: salté de aquí para allá y me detuve en lo que llamó mi atención; por ejemplo, en las antologías con las que cierra aquel cuaderno que Machado fue escribiendo sin intenciones de que se publicara (y del que leo que hay una edición facsimilar), y en las que el gran poeta incluyó algunos poemas ajenos que le interesaba tener a mano. Sin duda lo que más me gustó de Los complementarios es la bella y utilísima página que motiva este post. Pero todavía antes de llegar a ella, terminaré mi pequeña crónica del relato de mis nuevas andanzas por los andurriales machadianos, ya que sigo en la deliciosa incursión; y es que estos días leo, por cierto también por vez primera, el famoso libro de Bernard Sesé (también desde hace un siglo en mis estantes), editado por Gredos, en dos tomos… 
Si bien echo de menos la crítica filológica a que me ha acostumbrado otro género de estudios (lo que primero que viene a mi cabeza es, por supuesto, la Martha Canfield de La provincia inmutable), el estudio de Sesé ofrece una estupenda revisión general de la vida y la obra del poeta sevillano: de los trazos generales de su biografía, de cada uno de sus títulos de poesía, del teatro que escribió con su hermano Manuel, de su largo romance “Las tierras de Alvargonzález”, de su relación con los otros miembros de la generación del 98, del mismo Mairena… (y seguiré contando).
Pero vayamos a esta entrega de Siglo en la brisa. El recurso de la rima, uno de los que más me importan como lector de poesía –y uno de los elementos esenciales de mi manera de entenderla–, sufre de cuando en cuando el desprecio de los que nada saben (esos “ignorantes soberbios”, como los llamó Lope, que mucho debió de sufrirlos); aunque de pronto vengan a mi mente, no me dirijo a ellos al reproducir los comentarios de Machado sobre la rima. La reflexión del poeta sevillano forma parte de una reseña de un libro de Moreno Villa y aparece cuando don Antonio destaca las virtudes como poeta de aquel maestro de casi todos nuestros maestros, que terminó sus días en México. 
(Ya en otra ocasión dediqué una entrada de Siglo en la brisa al artista malagueño y reproduje algunos pasajes de sus preciosas memorias; entre ellos, por cierto, precisamente, uno que evoca a Machado: la liga, al calce). No sólo me gusta lo que dice el poeta de Campos de Castilla acerca de la rima, la cual, en sus bellísimas palabras, está hecha de recuerdo y sensación, y sirve para darnos “la emoción del tiempo”; no menos que eso, lo que dice de la asonancia: las razones por las que es más hermosa (y más hispánica, por cierto) que la rima de vocales y de consonantes. Al final de este texto, Machado pide perdón por haberse alargado una página para analizar esa “forma”. Nosotros se lo agradecemos. Yo, de paso, aprovecho para adherirme fervientemente a lo que dice en ella.

La rima: emoción del tiempo
por Antonio Machado
[…]
Repararemos en que esta composición está rimada, y en asonante, rima trivialmente llamada imperfecta. La rima –ce bijou d’un sou, de que hablaba Verlaine [en la foto de abajo]– no es, ya lo sabemos, un elemento esencial de la lírica. No lo es, porque puede prescindir de ella. Pero siempre a condición de sustituirla por algún otro elemento rítmico que haga sus veces. 
Esto quiere decir que comparte con otros medios el ejercicio de una función esencial: poner la palabra en el tiempo, y no en el tiempo matemático, que es un mero concepto abstracto, sino en el tiempo vital; darnos la emoción del tiempo. No es la rima –exactamente hablando– una repetición de sonidos. Lo que da la rima en cada momento de la rima es el encuentro de un sonido y el recuerdo de otro, elementos distintos y, acaso, heterogéneos, porque el uno pertenece al mundo de la sensación y el otro al del recuerdo. Con la rima estamos dentro y fuera de nosotros mismos. El artificio de la rima es una creación tardía, pero admirable, que sólo una grosera ignorancia puede desdeñar. Se dirá que la rima, por su carácter iterativo, constituye, en la música del verso, el esquema fónico permanente. Y esto es verdad, a medias.
En efecto, uno de los oficios de la rima es hacernos sentir, por contraste, el fluir de los sonidos que pasan para no repetirse. Pero la rima que, con relación a los elementos irreversibles del verso, acentúa su carácter de permanencia, no es por sí misma ni rígida, ni uniforme, ni permanente… Es un cauce, más que una corriente; pero un cauce que, a su vez, fluye. Complicando sensación y memoria contribuye a crear la emoción temporal sine qua non del poema. Moreno Villa acostumbra a rimar y muestra cierta predilección por el asonante. El asonante –tan propio de nuestra métrica– tiene ciertas ventajas sobre la llamada rima perfecta. El culto a la dificultad de todo negro catedrático ha contribuido al mayor prestigio del consonante. Pero la dificultad no tiene, por sí misma, ningún valor estético. Difícil es ciertamente, dar a una estrofa la estructura del soneto; no tanto, sin embargo, como romper un adoquín con los dientes. Entre las excelencias de la rima aconsonantada sólo los papanatas pueden incluir su dificultad. Tampoco he de señalar como excelencia de la asonante su escaso artificio. (Terminar asonante.) La rima asonantada es una atenuación de la rima que permite la repetición indefinida, de las mismas vocales, acompañadas de diversas articulaciones. Cuando se la emplea tal como cristaliza en nuestros romances: sin la bárbara y caótica mezcla de asonancias distintas y con la doble serie de versos libres y rimados alcanza, por sí misma, un cierto encanto. Esa asonancia continuada –cuya monotonía es sólo aparente– contribuye en nuestro Romancero –épica rememorativa–, a acentuar el sentimiento del tiempo, lo que en el epos castellano es, realmente, lírica. 
Como toda rima, no contiene el romance sino el repetido encuentro de un sonido con su imagen fónica, pero la iteración periódica de las mismas vocales va reforzando en la memoria la serie de fonemas pasados y nos da en cada momento de la rima una sensación nueva que se destaca sobre recuerdos de tonalidad y tensión distintas. Si la poesía es, como yo creo, palabra en el tiempo, su metro más adecuado es el romance, que canta y cuenta, que ahonda constantemente la perspectiva del pasado, poniendo en serie temporal hechos, ideas, imágenes, al parque avanza, con su periódico martilleo, en el presente. Es una creación más o menos consciente de nuestra musa que aparece como molde adecuado el sentimiento de la historia y que, más tarde, será el mejor molde de lírica, de la historia emotiva de cada poeta. 
No es extraño que nuestra lírica llegase con Gustavo Adolfo Bécquer –único lírico del ochocientos [en la imagen de la derecha]–, a una marcada predilección por el asonante y que, después, el archimélico Juan Ramón Jiménez, nos diese tantos inolvidables romances sentimentales.
También en la lírica de Moreno Villa, este fino cantor malagueño, es la rima asonante un signo de honda significación. Por eso me detenido –acaso más de la cuenta– en el examen de esta forma. En las composiciones más bellas de Moreno Villa, más claras de ambiente, más directas de forma y más emotivas, suele aparecer la forma romanceada. Pero dejemos esto, para adentrarnos algo más en la obra de Moreno Villa.
[…]
(Tomado de Los complementarios. Edición de Manuel Álvarez. Ediciones Cátedra, pp. 103-105.)
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Tomo de internet las imágenes que ilustran este post. El celebérrimo retrato de Machado, que sirve de portada a la biografía de Ian Gibson, y que muestra al poeta en el Café de las Salesas de Madrid el 8 de diciembre de 1933, es de Alfonso; el de Verlaine es de Otto Wegener; la imagen de Moreno Villa es un Autorretrato, de 1938; la foto de Bécquer, que fue tomada en el estudio de Ángel Alonso Martínez (y Hermano) en 1864, es una de las escasas que hay del romántico sevillano.

Más sobre Antonio Machado en este blog:
Machado recuerda a Pablo Iglesias, http://bit.ly/1RRIecM

Más sobre José Moreno Villa en Siglo en la brisa (incluye un retrato escrito de Machado): http://bit.ly/232fwLo


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