La semana
pasada conté en este espacio que los antepasados más antiguos de los que conozco por lo menos
el nombre se llamaban Aparicio y Ventura. Además de que vivieron y murieron en
Cabrales en el siglo XVIII, y de que uno de ellos era vasco, no sé nada más.
Hace unos días, revisando las actas de nacimiento de algunos de sus
descendientes, di con las firmas de los antepasados más viejos de los que conozco por lo menos la letra. Si los tres nacieron
en Asiego, sus nombres autógrafos aparecen en las actas de
nacimiento de sus respectivos hijos, conservados en el Registro Civil de
Carreña desde primeros años del siglo pasado. Del primero, Vicente Fernández,
me viene el apellido paterno.
Santos y Ángel Bueno, los otros dos, eran
hermanos y aunque parezca increíble todavía emparentaron un grado más: el hijo de uno se casó con la hija
del otro. A continuación reproduzco las firmas de aquellos tatarabuelos
rescatadas de los documentos centenarios que localizó y fotocopió Pepe Luis, el
hermano de mi padre que vive en Australia, seguidas de todo lo que he conseguido
averiguar de cada uno de ellos.
Vicente Fernández Niembro
Según un
poema satírico escrito probablemente en Argentina en 1920, conocido como la
Trova de Asiego, sé que fue el hombre de mayor hacienda en el pueblo y uno de
los más influyentes de la comarca durante el primer cuarto del siglo XX. El mismo
documento confirma lo que oí en algunas ocasiones: era irascible y los enojos podían
durarle toda la vida. Tuvo siete hijos: tres hombres y cuatro mujeres.
La
relación con los hombres fue pésima: por motivos que desconozco pero que
parecen contradecir las costumbres locales, el primogénito se fue de Cabrales y acabó estableciéndose en un pueblo andaluz. A los dos que seguían, que
padecían una cojera congénita, los despreció por faltarles la fuerza para los
trabajos del campo. Para dar una idea de su carácter y su físico, se contaba que antes de
acostarse bebía el aceite en el que habían freído los chorizos de la cena.
También, que una noche, cuando volvía de la ería de Rijabar, donde fabricaba la
mejor sidra de la región, se enfrentó con unos lobos que prefirieron dar media vuelta y huir.
Santos Bueno Prieto
Fue uno de
los hombres más longevos de su tiempo, al menos de la zona de los pueblos bajos
de Cabrales, lo que se deduce de una anécdota referida por uno de sus nietos:
una vez fue solicitado su testimonio para zanjar una discusión que enfrentaba a
los pueblos de Carreña y Arenas de Cabrales sobre el lugar donde se había
celebrado el mercado en los tiempos más remotos.
Sin embargo, la muerte lo asedió
durante toda su larga vida: dos de sus hijos murieron jóvenes, uno al volver de
México, donde había enfermado, y el otro resbalándose por un precipicio la
víspera de un día de San Roque. Poco después enviudó. La muerte de una hija y
una nuera dejó huérfanos a la mayoría de sus nietos. Es el único de mis
tatarabuelos de Cabrales del que conozco un retrato, que copio al lado de estas
líneas. Falleció a los 88 años, un día de 1938 en que se peleaba crudamente en
Teruel. Fumó la noche anterior.
Ángel Bueno Prieto
De joven se
relacionó con una mujer llamada Lela, a la que dejó embarazada. Su primera
reacción fue rehuir el compromiso y abandonar Asiego con el pretexto de hacer el
servicio militar. Cuando volvió y fue a ofrecer su nombre a la niña nacida de
aquel noviazgo, le dijeron que podía irse por donde había venido. Poco después
se casó con una mujer de una familia acomodada de Carreña con la que tuvo una
sola hija.
Ésta, llamada Florentina, viajó para casarse con su primo Fernando
Bueno a México, donde murió de fiebre puerperal después de dar a luz a su
tercer hijo. Un día, afeitándose, se hizo un corte en la cara que no atendió;
poco después le herida se infectó y la carne fue descomponiéndose al grado de
desfigurarle el rostro. Pasó los últimos años de su vida llevando un saco en la
cabeza, al que hizo un par de hoyos para asomar los ojos, y una vara de
avellano para espantar a las moscas que lo perseguían día y noche enloquecidas
por la fea materia, como queriéndoselo comer.
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