domingo, 26 de febrero de 2012

Fonollosa

Di con Fonollosa como quien topa con una pared. Quiero decir que me paseaba con aburrimiento por la llanura castellana de principios del siglo XXI, mirando por la ventanilla los endecasílabos de mis contemporáneos españoles —tan parecidos entre sí que recordaban “las monótonas hileras de chopos invernales, en donde nada brilla” con que Machado se refirió a los versos de Berceo—, cuando entró en mi campo visual un grupo de especímenes en apariencia similares a los otros, a cuya orilla me detuve siquiera por estirar las piernas. 
No llevaba mucho tiempo en España y el viaje por su poesía de aquellos días me resultaba ya tedioso. Es cierto que los primeros dos o tres poemas que leí de Fonollosa, con sus porciones de cinismo y hasta mal gusto engastadas en una sencillez formal que es casi simpleza, me desagradaron un poco, pero algo en ellos me impidió abandonarlos, gracias quizás a una diferencia que primero me pareció sutil respecto a todo lo que había leído durante esos meses, una especie de anomalía o disonancia que me hizo seguir leyendo. Si más de diez años después aquellos primeros textos siguen sin gustarme, acabaron ganando mi consideración porque son el resultado menos afortunado de una fórmula que en otros poemas está trabajada con maestría.  

La semana pasada encontré el cuaderno en el que transcribí el puñado de los que sí me gustaron, una tarde de finales de 2001 cuando alguien me prestó Ciudad del hombre: New York, prologado por Pere Gimferrer y editado por Sirmio, y ahora que vuelvo a leerlos se me hace irresistible compartirlos con quienes siguen este blog. Bien sé que no es éste el lugar para profundizar en la obra de Fonollosa pero quiero decir algo sobre mi primera impresión sobre todo porque este post va dirigido a los muchos lectores mexicanos que nunca han oído mencionar su nombre. En el contexto biensonante de la poesía española de los últimos años, destaca el uso que hace Fonollosa de las formas de la tradición porque las pone al servicio de materiales, digamos, polémicos, a los que sirve como sustento y contraste: a la caída acentual previsible de los versos de once sílabas le da por oponer, si se me permite expresarlo así, una mezcla de clavos oxidados, de vidrio molido y venenos de potencias diversas, y el resultado, por lo menos en sus mejores ejemplos, convence y estimula. 
Esto puede decirse de algunos de los que reproduzco a continuación, con la salvedad evidente del primero de ellos, un pequeño diamante en cuya síntesis de eufonía, equilibrio y claridad brillan las mejores enseñanzas de la poesía moderna —lo que en España quiere decir que es agraciado deudor de la Generación del 27—. Entre ese poema y el último, en el que unos hombres violan y matan a una mujer, puede apreciarse el recorrido de quien partió de algunos elementos comunes de la tradición hispánica, y que, a través de la precisión formal y la imagen perturbadora, acabó separándose del coro de las ranas que cantan a la luna.
Y en medio, sus poemas sobre la mujer. Pongo un pequeño ejemplo de su manera de trabajar, aunque sea en un detalle: hacia el final del cuarto poema de la muestra, en el que enuncia la realidad material del cuerpo femenino conforme lo recorre con los labios y la lengua, escribe:
Y dejas, por fin, libres e incitantes
las sendas que conducen a tus sales
vaginales o llevan a tus heces.
Y me deleito en tus ofrendas máximas.

El verso “las sendas que conducen a tu sales” me gusta: tiene todo para sonarme bien y me complace repetirlo. Por la coincidencia de sus eses (“sendas”, “sales”), su sonido me recuerda a uno de mis versos preferidos de Góngora: “soñolienta beldad con dulce saña”. Sin embargo, el verso me resulta algo estetizante; quiero decir que me parece artificioso y me deja frío. ¿Qué sucede a continuación? Fonollosa encabalga un adjetivo difícil, “vaginales”, que resulta muy expresivo: la frase “las sendas que conducen a tu sales / vaginales” me comunica y sobresalta. El remate del segundo verso, “o llevan a tus heces”, lleva la tensión al máximo: amplía la claridad, echando mano de otra palabra difícil (“heces”), la única con ese significado que puede aparecer en el contexto específico sin que el buen gusto se vaya de cabeza por un precipicio.
El último poema de la muestra se me antoja una suerte de Lorca brutal. Aunque los versos son invariablemente de once sílabas, algo en su atmósfera me hace emparentarlos a los octosílabos del Romancero gitano. Un Romancero gitano, claro, en el que la transgresión no está sugerida sino expresada de manera explícita y con todas sus palabras. Los personajes que aparecen en el texto, de los que forma parte la primera persona del singular encargada de contar el asunto, desnudan, violan y matan a una mujer. Si hace una década el verso “y la ropa encontró el sabor del campo” no me gustó, porque no fui capaz de adivinar la relación oculta entre sus elementos, lo que me hizo calificarlo de caprichoso, ahora me parece lleno de misterioso encanto. El caballo que aparece en el último verso, al que en cierta medida se desplaza la responsabilidad del asesinato, extrañamente trae a mi cabeza la bella imagen del jinete y el caballo lorquiano del “Romance del emplazado”, aquella sugerente figura de cuatro ojos: “¡Mi soledad sin descanso! / Ojos chicos de mi cuerpo / y grandes de mi caballo”.
En aquel cuaderno de fines de 2001, al que volveré porque está lleno de apuntes que me interesan, copié también un fragmento esclarecedor del prólogo de Gimferrer. Lo vuelvo a copiar ahora: “… en Sade, además de un primer atisbo del espacio urbano como espacio mítico de violencia y terror que explorará luego Baudelaire, halla la sistemática cala en el ámbito de la transgresión y en el sexo como experiencia de conocimiento. En esta óptica, como es sabido, también el delito pertenece a la zona de la relación entre el yo y el mundo visible; la agresión es aquí metáfora de la sed de conocimiento, y diríase que, ante la imposibilidad de romper el cerco o armazón del yo, de rebasar el coso o coto de la individuación, se recurre a la violencia —imprecatoria, mas postulada como real— a modo de exorcismo o simulacro vano: ya que no nos es dado ser otro que quien somos no conocer de verdad al ser ajeno, la vulneración hace las veces de espejismo de la fusión con otro ser, y con el ser universal; con el no-yo, si se quiere. Así, la disgregación coral de esta empresa, única en las letras hispánicas de hoy, que es Ciudad del hombre: New York halla su razón de ser, no sólo en la expansión de la lengua coloquial hacia el territorio del arquetipo y de lo visionario, sino también en el asedio al núcleo último de la propia identidad que es razón y clave de la más reveladora escritura contemporánea”.

Pell Street
No ha valido la pena ser un niño
tanteando en la penumbra hacia la luz.

No ha valido la pena ser un joven
desnudando de sombras a la luz.

No ha valido la pena ser adulto
buscando, hasta en mí mismo, algo de luz.

No ha valido la pena haber vivido
si nunca alcanzaría a ver la luz.


Gracely Square
Es un hermoso cuerpo ese que viene
hacia mí. Se detiene. Y me sonríe.

Qué bella esa sonrisa roja y húmeda
que se abre, como un sexo a mí ofrecido,
para preguntar algo que no entiendo.

Miro sus ojos claros. Pienso, mientras,
que su maravilloso cuerpo late junto a mí.
Están sus senos cercanísimos
a mi pecho y el vello en su entrepierna.

Se apretará, oprimido por las bragas,
que adivino adorables y minúsculas.
Y como un ruiseñor sonidos dulces
gorjea su garganta a mis oídos.

Ese increíble cuerpo habla conmigo.
Le respondo: “No sé”. Se aparta el cuerpo
y veo que se alejan las caderas
más perfectas de todo el universo.

He de aprender inglés. Ahorita mismo.


Times Square I
Me encanta transcurrir por las calles
pobladas de muchachas que, a mi paso,
“Rubio”, “Cielo”, “Tesoro”, “Ven aquí”,
susurran. Es magnífico el paisaje.

Ni me hablen de los valles ecológicos.

Es como disponer de un gran serrallo
y elegir la que uno halla apetecible
para un rato. Y después escoger otras
si uno quiere y si tiene nuevas ganas.

Y todo por un precio razonable.

Qué acierto es ese oficio inestimable
de la prostitución. Todas las partes
involucradas sienten, satisfechas,
que han dado menos de lo recibido.

Debiera promoverse más su práctica.


Broad Street
Devoro la belleza de tu rostro:
el compacto de polvos, colorete,
algo de negro rímel de pestañas,
el sombreado de párpados y crema
facial. En ti saben a pan angélico.

Arribo a la pintura de tus labios
que consumo anhelante y te arrebato
decenas de microbios deliciosos
que tu lengua transporta hasta la mía.

Y desde tus arroyos de saliva
mi beso se desliza por tu cuerpo
sorbiendo las bacterias que pululan
sobre tu body cream y el tembloroso
rocío de tus gotas de sudor.

Y dejas, por fin, libres e incitantes
las sendas que conducen a tus sales
vaginales o llevan a tus heces.
Y me deleito en tus ofrendas máximas.

Me pregunto, no obstante, quién tú seas,
pues no eres esa máscara que pones
a mi disposición. Mas no investigo.
A esa que tú muestras yo la adoro
y es la que deseo al ir contigo.


Channel Gardens
Fueron cuatro, sí, cuatro y un cuchillo.
La luna había muerto ya un día antes.

Sujetaron sus brazos en la espalda
y la ropa encontró el sabor del campo.
Eran suaves sus piernas. Como vino.

Ocho ojos se turnaron muchas veces.
Se defendió muy poco. Eran cuatro hombres.
Se la pudo soltar después de un rato.
Conmigo pasó el brazo por mi cuello.

Fuimos cuatro, sí, cuatro y un cuchillo
que yo encontré en mi cinto aquella noche.
Murió sin despegarse de mi abrazo.

No sé dónde ocurrió. No lo recuerdo.
Me llevaba el caballo a muchos sitios.

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Ciudad del hombre: New York fue reeditado por Acantilado en el año 2000, aunque por lo visto ya no se consigue sino de segunda mano.


Los libros Ciudad del hombre: New York (1990), Ciudad del hombre: Barcelona (1996), Poetas en la noche (1997) y Destrucción de la mañana, (2001), de José María Fonollosa, pueden descargarse íntegros en http://bit.ly/yVrxb9  

Este texto es la séptima entrega de una serie que ha ido apareciendo en este blog, llamada "Mis poemas preferidos". Aquí el resto:
1. “¿Serás amor un largo adiós…” de Pedro Salinas. http://bit.ly/waOQiL  
2. “Boscán tarde llegamos. ¿Hay posada?” de Lope de Vega. http://bit.ly/9ZpQ2U  
3. “El viaje definitivo”. Juan Ramón Jiménez. http://bit.ly/aoVJM3
4. “El terceto más vertiginoso de la poesía en español”. Andrés Fernández de Andrada. http://bit.ly/9xgKZQ
5. “No a todo alcanza amor”. Macedonio Fernández. http://bit.ly/wZS9zU
6. “Trilce, XXXIV”, César Vallejo. http://bit.ly/yNbYFH

domingo, 19 de febrero de 2012

Esqueleto de Gonfoterio

El  lunes 10 de noviembre de 2008, la sección cultural del periódico unomásuno de Tabasco publicó una nota sobre el inicio del homenaje que diversas instituciones gubernamentales rindieron a Carlos Fuentes con motivo de sus ochenta años. Salvo por un detalle alarmante, la nota no tiene nada de particular. 
El reportero Guillermo García Estrada hace un recuento de las actividades programadas y entrevista a los funcionarios encargados de coordinarlas: Jorge Volpi, director general de Canal 22 y secretario técnico de la comisión organizadora, y el doctor Enrique Márquez, secretario técnico adjunto y representante del gobierno de la Ciudad de México. Entre otras muchas actividades, están previstas la transmisión de algunos programas de televisión sobre la vida y obra de Fuentes, el estreno de una ópera con texto suyo sobre Antonio López de Santa Anna y la imposición de una medalla honorífica otorgada por el gobierno capitalino. 
Además de ofrecer una conferencia en el Auditorio Nacional sobre el proceso de su escritura, Fuentes mismo ha escogido “con su colega” Monsiváis “nueve películas clásicas que se exhibirán en la Cineteca Nacional y que darán pie para una charla sobre el séptimo arte”. Como es de esperarse, se contempla también la presentación de algunos de sus libros, entre ellos las reediciones “de la novela [sic] El espejo enterrado” y el cuento “Chac Mool”, y una edición especial conmemorativa de La región más transparente patrocinada por la Asociación de Academias de la Lengua Española.
Según se nos dice expresamente, Fuentes ha cuidado en persona todos los detalles de su homenaje, incluido el cuerpo central de las actividades, un coloquio interdisciplinario al que han sido invitados algunos especialistas de distintos países. Sin embargo, una de las principales preocupaciones del famoso escritor mexicano, según afirma Volpi, es que “no se hable de él sino de los temas que lo apasionan: la política, las artes visuales, la literatura, la filosofía, la historia, el cine y el periodismo”. En palabras del director del Canal 22, Fuentes “sólo desea ser el pivote a partir del cual muchos personajes del arte o la política pudiesen venir a México a discutir temas centrales, pero con la idea de hacerlo plural”. El reportero aclara que Volpi fue “el elegido del autor de La región más transparente para ser su interlocutor”, asunto sobre el que se pronuncia el propio funcionario de esta manera: “Yo me sigo preguntando por qué Carlos Fuentes decidió que yo me encargara de la coordinación del homenaje nacional”.
Por su parte, el doctor Márquez “precisa que el jefe de gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard Casaubón, hizo el primer planteamiento para hacer un homenaje al escritor mexicano vivo de mayor trascendencia internacional” y aclara que eso se debe “no sólo [a] la relación cercana que tiene el jefe de gobierno con él, sino porque es autor de una de las novelas más importantes y significativas para la historia contemporánea de la ciudad de México”. Y remata: “Para la vida cultural y política de la ciudad de México, Fuentes es fundamental para el desarrollo de la democracia en el país”.
Por último, Volpi revela que Fuentes “está emocionado y contento por la idea de reunirse con muchos de sus amigos y con otras personas que ni conoce pero que igual lo emocionan, por lo que asegura que no se perderá ninguna de las mesas de discusión”. El reportero García Estrada, después de decir que ambos coordinadores “han trabajado intensamente desde el pasado mes de abril para sacar adelante un homenaje que involucra cerca de 20 instituciones federales, locales y privadas”, concluye su texto explicando el género de relación de cada uno de ellos tiene con Fuentes: “Volpi, a pesar de la diferencia generacional, es uno de los mejores amigos del autor de Aura; en tanto que Márquez lo ha tratado poco pero lo admira y considera uno de los autores más importantes de la lengua española”.

La mañana en que la nota cayó en mis manos me limité a verla por encima, sin mayor interés. Sin embargo, cuando me disponía a pasar la página me fijé en el pie de foto y descubrí un detalle alarmante… 
O hilarante, según se vean las cosas. Tres años y medio después sigo sin decidir cuál es la mejor hipótesis para explicarlo. ¿Se debió todo a un desafortunado error? ¿O fue hecho, como bien podría pensarse, de manera intencional? De haber estado en conocimiento del homenajeado y los organizadores, quiero creer que debió de hacerles pegar una sonora carcajada, como la pegué yo. Y es que debajo del retrato de Fuentes, en vez de decir algo como “El imprescindible autor de la innecesariamente polémica Aura, en una imagen reciente” o “El más conocido de los escritores del país, de quien por estos días se celebra un homenaje francamente nacional”, se reproduce esta leyenda: “Esqueleto de un Gonfoterio, especie parecida a un elefante, parte de la muestra que se exhibe en el Templo Mayor”. 
¿Qué pensar de algo así? No es muy amable colocar debajo del retrato de un autor que alcanza los ochenta años un pie de foto que se refiere a los restos óseos de un mamífero extinguido hace miles de años. Me temo que la comparación nos llevaría muy lejos. Con un costo millonario, el homenaje nacional a Carlos Fuentes empezó oficialmente con una comida en el Alcázar de Chapultepec honrada con la presencia del Presidente de México y se llevó a cabo a lo largo un mes, entre noviembre y diciembre de 2008. Para mí, más allá de coloquios y reediciones y grandes palabras, lo más memorable fue este sublime recorte, que comparto ahora con los lectores de Siglo en la brisa.

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Menos de tres años después del homenaje a Fuentes, en un sitio arqueológico de Sonora significativamente llamado Fin del Mundo, se encontraron restos de un gonfoterio en un contexto que al parecer permite presumir su convivencia con seres humanos, lo que constituyó un hallazgo de genuino interés internacional. Más información en http://bit.ly/xIVJwG. Por cierto, quien ha estudiado esos restos, un investigador del Laboratorio de Arqueozoolgía del Instituto Nacional de Antropología experto en mamíferos del Cuaternario, se llama Joaquín Arroyo Cabrales.

La foto de Fuentes, García Márquez y Calderón es de Marco Peláez, y la he tomado prestada de la página web del periódico La Jornada.

Más sobre el unomásuno en este blog:
“Foto política”, http://bit.ly/AeZwmp

domingo, 12 de febrero de 2012

Segundo aniversario

Siglo en la brisa cumple hoy dos años de aparición semanal ininterrumpida. Para celebrarlo con mis lectores, he escogido diez entregas representativas publicadas a lo largo de los últimos doce meses. Las enlisto con su fecha y enlace correspondientes, en el orden en el que fueron apareciendo. Quiero dar las gracias a quienes siguen esta bitácora que se ocupa, además de la crónica familiar y la autobiografía, de temas como la literatura o la botánica, la arquitectura o la fotografía. De todas las actividades a las que dedico mi tiempo, ésta es quizás la que más disfruto, y me complace saber que —al menos en la opinión de algunos amigos— eso se nota.

Recados memorables (13 de marzo de 2011)
La cinta de una contestadora telefónica que estuvo en funcionamiento en los años ochenta, y que se conservó a pesar de tres o cuatro mudanzas, recupera las voces de amigos y parientes —algunos de los cuales ya han muerto— tal como las grabaron ellos mismos en la forma de recados memorables.


Brevísima ornitología de El barón rampante (3 de abril de 2011)
Este post hace el recuento de la gran cantidad de especies de aves que aparecen en las páginas de la bellísima novela de Italo Calvino, más allá de las intermitencias de mi caprichosa memoria.


Nikon Coolpix 4200 (15 de mayo de 2011)
Bajo el nombre del modelo de una pequeña cámara digital que tuve en uso durante siete años, este post reúne la colección de fotos que más me gustan de las muchas que tomé en lugares tan apartados como la Ciudad de México o el pueblo asturiano de Asiego de Cabrales, La Coruña o El Escorial, Roma o Pátzcuaro y Yautepec.


Presentación de Palinodia del rojo (26 de junio de 2011)
A mediados de junio presenté Palinodia del rojo, mi primer libro de poemas en once años. Este texto da cuenta de lo que pasó aquella tarde y reproduce tres videos con la lectura de algunos poemas.


A la puerta de Salvador Elizondo (31 de julio de 2011)
El primer día de clases de la EME, la escuela de escritores que fundé hace poco menos de un año con un grupo de maestros y alumnos, me estacioné delante de la casa de Salvador Elizondo, en la calle de Tata Vasco, en Coyoacán. Ese hecho fortuito me dio la idea de escribir este artículo que rememora las principales lecciones del inolvidable antologador del Museo poético.


Informe sobre la estupidez (28 de agosto de 2011)
Un día se presentaron en la calle en la que vivo unos empleados del gobierno quienes sin ninguna razón, y con la anuencia explícita de algunos vecinos, echaron abajo la mitad de la copa de tres ejemplares de truenos que no hacían daño a nadie. El texto da cuenta de un género de agresión ambiental debida a la ignorancia que es muy común en la ciudad de México.


Milagro en la playa (18 de septiembre de 2011)
Uno de los poemas de Palinodia del rojo hace el relato de una milagrosa aparición de la imagen de la Virgen de Guadalupe que yo presencié. El post revela los detalles a los que se alude en el poema, y lo reproduce tal como apareció en mi libro.


Primera tumba de Borges (16 de octubre de 2011)
Entre el entierro de Borges, en junio de 1986, y la colocación de su famosa lápida definitiva casi un año más tarde, la tumba del gran escritor argentino ofreció un primer aspecto que poca gente conoce. Mi amigo Sergio Vela, de paso por Ginebra a finales de aquel año, la retrató (y fue retratado delante de ella) con su Kodak Retinette.


Carlos Mijares en Michoacán (4 de diciembre de 2011)
Como parte del trabajo de investigación para un artículo que me pidió una revista especializada, a mediados de noviembre del año pasado estuve en Michoacán con el propósito de conocer algunos de los mejores trabajos del gran arquitecto mexicano Carlos Mijares Bracho.


El maestro (22 de enero de 2012)
Publicado hace tres semanas, el texto retrata a los gatos que viven bajo el mismo techo que Gerardo Deniz, entre ellos un curioso individuo de espíritu ponderado y aficiones científicas al que el poeta apoda con el nombre de este post.

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La foto de Salvador Elizondo es de Paulina Lavista.

Más aniversarios en este blog:
Primer aniversario de Siglo en la brisa: http://bit.ly/wvnnI4
Aniversarios de Viceversa, http://bit.ly/Avkje5 

domingo, 5 de febrero de 2012

Mi carta de Proust, a subasta

He visto con divertida sorpresa que la carta de Marcel Proust que alguna vez tuve en las manos, que copié, traduje y publiqué en el verano de 1987 en la revista Alejandría, ha salido a subasta hace unos días. En cuanto posé la mirada en el titular de la noticia, “Rematan cartas de Proust en el DF”, me pareció que bien podía ser una de ellas. 
¿O cuántos documentos de puño y letra del gran escritor francés puede haber sueltos en la ciudad de México? El relato de mi historia con el documento me lleva a principios de aquel año, 1987, o a finales del anterior, cuando un amigo me pidió sustituirlo unas semanas en el curso que daba en una escuela privada del Pedregal a la que asistían mayormente mujeres. Como durante el tiempo que duró mi suplencia fui incapaz de no hablar a quien quisiera oírme del entusiasmo que me había provocado la lectura, llevada a buen término recientemente, de las siete partes de En busca del tiempo perdido, la dueña de la escuela me pidió que diera un pequeño curso introductorio a la “difícil” obra. 
Entre mis alumnas había una señora Rosenblueth, quizás esposa o viuda de un hombre de ese apellido, una persona fina y agradable que participó activamente en el curso. Sin olvidar el aspecto gozoso que debe de acompañar el primer acercamiento a un autor complejo, hice todo lo que pude por poner a mis alumnas al tanto de los recursos literarios, las atmósferas, la trama general y los personajes de la portentosa novela. También fui desgranando para ellas, de manera gráfica y sencilla, una lista de las principales obras de literatura, música y artes plásticas que conforman el gran mundo referencial de Proust. La señora Rosenblueth estaba bastante al tanto de muchos detalles y no se perdió ni una sola de nuestras sesiones. 
En una ocasión echamos a una bandeja de agua uno de esos pequeños objetos japoneses de papel que se mencionan en el primer capítulo de Unos amores de Swann, que en el contacto con el líquido se despliegan para hacer inusitadas formas sobre la superficie del agua, tal como ocurre en la mente del famoso “narrador” en cuanto alguno de los sentidos (el gusto pero también el olfato, el tacto o el oído) lo devuelve de manera tan instantánea como estremecedora al pasado. Al final del curso, otra alumna —¿o fue ella misma?— me regaló un reloj de bolsillo como un agradecimiento simbólico, según dijo, por haberles ayudado a apreciar algunos de los secretos del tiempo recobrado.
Un día, la señora Rosenblueth contó en clase que tenía nada menos que una carta de Proust que, si no recuerdo mal, ella y su marido habían adquirido en un viaje a París. La misiva, afirmaba con la autoridad de quien había revisado una edición de la correspondencia proustiana, era inédita. No sólo eso: generosamente, esa misma mañana me la ofreció para publicarla en la revista literaria que yo hacía con unos amigos de la Facultad de Filosofía y Letras. 
Por supuesto que a ellos y a mí, todos aprendices del oficio de la escritura, nos hizo mucha gracia que nuestra publicación universitaria —que por más que fuera diseñada bajo la asesoría de Alberto Kalach se elaboraba a máquina de escribir con imágenes pegadas con métodos domésticos sobre referencias espaciales trazadas poco menos que con regla T—, una revista que no circulaba más allá de los pasillos de la Facultad, estuviera a punto de sacar a la luz un pequeño manuscrito de uno de los grandes escritores del siglo XX.
Firmada un martes del otoño de 1894, la carta no es mucho más que una nota de las que debían de mandarse por centenas, de París a París, o de París a Versalles (como por lo visto es el caso), probablemente en la mañana para ser recibidas antes de la hora de comer y que hoy quizás equivaldrían a correos electrónicos. Está dirigida a Robert de Montesquiou, al que Proust ha conocido apenas el año anterior y en quien luego se basará para armar a uno de los personajes de su novela, el Barón de Charlus. 
En la misiva de la señora Rosenblueth, Proust le cuenta a su amigo aristócrata (en la imagen de arriba, retratado por Boldini) que ha colocado su nombre en una novela que está en poder de un editor, y añade que si esa obra tiene algún valor es porque lleva su nombre, el de Montesquieu, de la misma manera en que “en las calles oscuras, donde las casas no tienen estilo ni perspectiva las esquinas, el paseante sueña con el nombre leído a la entrada” (copio de mi propia traducción). Luego añade: “El apoyo que espero de usted es el mismo de las calles Théophile Gautier, etc…, del escritor por quien ellas son nombradas”. El interés del documento, por lo menos hasta donde alcanzan mis conocimientos sobre el tema, radica en su escritura misma, quiero decir en el complejo estilo emocional característico de nuestro autor.
En cuanto la señora Rosenblueth me entregó la carta, le hice unas buenas reproducciones y la traduje apoyado en mi flamante certificado de la Alianza Francesa, el cual —dicho sea de paso— no me sirvió luego para nada más. También escribí una nota de presentación. Modestos y todo, no nos andábamos con pequeñeces y en la portada de aquella entrega de Alejandría, la de su primer aniversario, anunciábamos unos sonetos de Lorca que dábamos también como inéditos (y que en algún sentido lo eran), que pescamos quizás de una revista española por los días en que acababan de darse a conocer cerca de mil páginas desconocidas del poeta andaluz. Además de algunos jóvenes escritores, en el número colaboraban el narrador puertorriqueño José Luis González, Marco Antonio Campos y José Pascual Buxó. La entrega se completaba con unos poemas de Ramón Xirau y Rubén Bonifaz Nuño, y como siempre con traducciones y “aproximaciones” (en el sentido del término inventado por Juan José Arreola) de Eliot, Rítsos, Safo, Ungaretti y Cardarelli. Las ilustraciones para nada desmerecían el elenco: nos las había prestado Juan Coronel y eran de su abuelo, Diego Rivera.
Hace unos días, en cuanto leí en internet la noticia de que iban a “rematarse” unas cartas de Proust, salté a la página de la casa Morton y de ahí a la ficha del lote número 100 de la subasta 608, que se llevó a cabo la mañana del sábado primero de octubre. En la ficha, leyendo las primeras líneas en su francés original, confirmé mi suposición: era mi carta. Si hace un cuarto de siglo tuve alguna duda sobre su autenticidad, el segundo de los dos documentos que ahora la acompañan parece dejar resuelta la cuestión: una “transcripción mecanografiada y [un] certificado de [la librería, quiero creer] Auguste Blaizot, fechado en ‘Paris le 25 Novembre 1976’”.
Como se comprenderá fácilmente, he vivido el hallazgo con divertida sorpresa pero debo de confesar que también con un pequeño dolor. Y es que el episodio tiene un sesgo que comparte con las historias de los amores contrariados. Me explico: cuando nuestra revista estaba ya en imprenta, con una portada que anunciaba en primerísimo lugar la carta proustiana, me llamó la señora Rosenblueth para decirme que lo había pensado mejor y que prefería ofrecerla a una publicación de mayor importancia. Su inesperado cambio de opinión me puso en un brete: los negativos de la revista estaban haciéndose en el momento en el que hablábamos por teléfono. Entonces me vi forzado a tomar una decisión editorial arriesgada: publicar mi traducción y mi nota pero ni una sola de las imágenes del documento original, y mucho menos su texto en francés. 
Así podríamos salir a la calle en tiempo y forma sin atentar contra el contenido del número, y al mismo tiempo nos cuidábamos de garantizar que la carta quedara, en rigor, inédita. Jamás pensé, vaya, ni de chiste, que fuera una lástima no tener los 100 o 120 veinte mil pesos que Morton estimaba como precio anterior a la salida en venta. Pero qué quieren, sentí que algo que de alguna manera era mío se ofrecía al mejor postor sin que pudiera hacer nada por remediarlo.

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Este artículo apareció originalmente en el suplemento Laberinto del periódico Milenio el sábado 8 de octubre de 2011.

La imagen de la carta a la que se refiere el texto la he tomado de la página de la casa de subastas Morton. 

La ilustración de la bandeja y el mundo surgiendo de ella forma parte de la Galería de Fellowsisters que puede verse en Flickr.

Más sobre Proust en este blog:
“El museo imaginario de Marcel Proust”, http://bit.ly/y59zUe

La revista Alejandría en Siglo en la brisa:
Alejandría (1986-1989)”, http://bit.ly/yKSkrx