La semana pasada se presentó la nueva
edición de mi plaquette de 1990. Como
he contado aquí, las más de dos décadas que han pasado y los apenas
350 ejemplares de los que constó el tiro me hicieron pensar que valía la pena
dar un segunda oportunidad a mis primeros poemas. Como en su momento muy
poca gente los vio, me pareció buena idea invitar a hablar de ellos a dos de las personas
que sí lo hicieron, dos de mis mejores amigos, quienes mejor que nadie podrían comentarlos
y de paso evocar las circunstancias en las que fueron escritos.
Uno es el conocido director de escena Sergio Vela; el otro, el lingüista y maestro universitario Fernando Rodríguez Guerra, a quien voy a referirme. Aunque
coincidimos en la preparatoria, y en el último año incluso estuvimos en el mismo
salón, no fue sino hasta la Universidad que nos hicimos amigos, gracias indirectamente a unos versos de Borges. Como casi nunca había conversado con él, cuando me
abordó un mediodía a la salida de la Facultad para preguntarme si tenía bien
copiada una cuarteta del poeta argentino, del que para entonces yo era un
seguidor entusiasta, ésa que dice
¿Y el incesante Ródano y el lago,
todo ese ayer sobre el cual hoy me
inclino?
Tan perdido estará como Cartago,
que con fuego y con sal borró el latino [,]
no me di cuenta, por la simple razón de que
no estaba al tanto del gran lector que era Fernando —y menos de su notable memoria—, de que aquélla no era sino una manera extraordinariamente fina y
sensible de iniciar una relación de amistad (amistad, por cierto, que por estos días cumple nada menos que treinta años).
Además de todo lo que hemos compartido (amigos, inacabables sobremesas, viajes, publicaciones), no exagero si digo que a Fernando le debo infinidad de
lecturas cruciales. Le debo, por
ejemplo, la poesía de Lope de Vega y en cierto sentido toda la del Siglo de Oro español. Recuerdo que al poco de empezar a tratarlo conseguí la antología de poetas de la edad dorada hecha por Blecua para Castalia en dos tomos (el primero dedicado al Renacimiento y el
segundo al Barroco), a la que mi flamante amigo volvía una y otra vez. Y le
debo otras cosas que sería prolijo y quizás inadecuado contar aquí.
La noche del pasado 17 de enero, Fernando leyó una concisa nota sobre mis viejos trabajos que me recordó otra todavía más concisa que también sobre ellos leyó
hace más de dos décadas, en una mesa redonda en el Claustro de Sor Juana, por los días en que El ciclismo y los clásicos estaba por publicarse o acababa de
aparecer.
Por azar, buscando otra cosa (unas fotocopias de la epístola de Aldana a Arias Montano con notas, uno de mis poemas preferidos de toda la
poesía en español, que es bien posible que también le deba a Fernando), esta
misma semana me di de bruces con ella.
Con ambas notas delante, no se me ha ocurrido nada mejor que publicarlas
juntas. En los dos textos separados en el tiempo por más de veinte años que copio a continuación Fernando
menciona sólo cuatro de los muchos gustos del refinado lector y cinéfilo que ha
sido siempre: Tarkovski, la Generación del 27, Cavafis (al lado de estas líneas), Gimferrer. Y sobre todo
habla con la empatía y el cariño profundo que nos ha unido toda la vida.
Partir
no es poca cosa [ca. 1990]
En una de sus últimas entrevistas,
Andrei Tarkovski se defendía de quienes criticaban la belleza formal de sus películas
diciendo que “si en algún lugar el medio es el mensaje, ese sitio es el arte”.
Escribo por delante estas ideas porque creo que de alguna manera resumen el
quehacer poético de FF. Para Tarkovski, como para Fernando, la capacidad comunicativa
de los medios —el cine, la poesía— está en relación directa con la perfección formal
que alcancen ellos. No es pues casual la preferencia de Fernando por un grupo
de poetas cuyo trabajo del lenguaje —desde y para el hombre— renovó la lírica
española durante el siglo XX: la Generación del 27. Como ellos, su optimismo
esencial, su confianza en el trabajo poético y el vivir profundo que él
engendra, provienen de la íntima certeza de la inseparabilidad del hombre y la
poesía. Por encima de los lugares comunes, el sentimentalismo y la chabacanería
en que navega gran parte de nuestra mal llamada poesía joven, los poemas de
Fernando intentan remontar el amorosamente arduo camino de la verdadera poesía,
la poesía sin adjetivos, y en esta empresa —como dijo Cavafis sabiamente—
partir no es poca cosa.
Texto leído en el Claustro de Sor Juana alrededor de 1990.
La
lección de todos los poetas [2013]
Conozco la práctica totalidad de los
poemas que integran El ciclismo y los
clásicos desde que se escribieron, hace más de 20 años; conozco también,
con más o menos detalle, las circunstancias y situaciones que dieron lugar a
cada uno de ellos, y creo también haberlos discutido con su autor, en una época
en la que práctica poética ocupaba un lugar central en la vida no sólo de
Fernando, sino también de algunos otros.
De modo que soy, en algún sentido, una
especie tío de estos poemas. Por ello me pareció natural aceptar la invitación
de su autor para acompañarlo en esta mesa.
Pero al releerlos, como ocurre a veces
con las personas a las que hemos dejado de ver durante largo tiempo, me
parecieron distintos, diferentes; más luminosos y precisos. Por encima de la
anécdota o del motivo, que en aquél entonces ocupaba mucho espacio en mi
apreciación de los poemas, lo que ahora más me sorprendió en ellos es la
precisión de su artificio poético.
Se
trata en su mayor parte de breves piezas de orfebrería verbal que muestran la
bien aprendida “lección de todos los poetas”, para usar un verso de Novo, y la
alusión a los clásicos del título no es gratuita: de los poetas del Siglo de
Oro y su empleo de la eufonía y la exploración
sonora, hasta los autores de la Generación del 27 y el verso libre tan querido
por la ellos, los poemas de El ciclismo
conforman un rico muestrario de recursos poéticos.
Armado con este arsenal, como si fuera
una cámara, Fernando recorre gozoso, pluma en ristre, atrapando instantes y
ensayando canciones, elaborando auténticas miniaturas y postales, a través de
una mirada irónica y distante, en las que el verdadero protagonista es el
verso, el lenguaje y sus posibilidades expresivas.
Hacia el final de El ciclismo, Fernando parece abandonar
la cámara instantánea y embarcarse en un registro más amplio, más narrativo,
que anuncia lo que vendrá después en Palinodia
del Rojo: la insólita combinación de un lenguaje poético acendrado y una
ambición narrativa que lo vuelve perfectamente distinguible en nuestro confuso
panorama poético.
Pero regreso a El ciclismo: a pesar de haber compartido muchos de los viajes
físicos o emocionales que son el trasfondo de este poemario, y que son también
sólo parte del poso vivencial de una ya muy vieja amistad, me emociona
enormemente constatar que esos hechos poéticos, siguen ahí, de pie, más vivos y
luminosos, confirmando las certezas poéticas de Fernando. Y es que como dice
Gimferrer en una entrevista recientísima: “lo que importa es la eficacia
poética, no sus alusiones”.
Texto leído el 17 de enero de 2013 en La Casa del Poeta.
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La presentación de la segunda edición
de El ciclismo y los clásicos, que
apareció en la colección Fervores de la editorial Parentalia, se llevó a cabo
en La Casa del Poeta el jueves de la semana pasada. En ella participaron, al revés del orden en que aparecen en la foto que abre este post, mis amigos Sergio Vela y Fernando Rodriguez Guerra, y el editor Miguel Ángel de la Calleja. La foto es de
la editorial, a la que doy las gracias por permitirme reproducirla.
La foto de Borges es de Rogelio Cuéllar y la de Salvador Novo, de Tomás Montero Torres. La que tiene las imágenes de Père
Gimferrer la tomo prestada de la página del diario español El Mundo (http://mun.do/L4n7TV),
que la publica sin indicar autoría.
Maestro de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México desde hace varios lustros,
Fernando Rodríguez Guerra se desempeña actualmente como coordinador del Centro de
Lingüística Hispánica del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.
Desde hace por lo menos una década y media tiene un libro de poemas inédito
llamado Actos de habla.
Más sobre Fernando Rodríguez Guerra en
este blog:
Alejandría
(1986-1989), http://bit.ly/Vo3Aom
Contra la fotografía de paisaje, http://bit.ly/Y5nRw6
Nagara, el gato de Octavio Paz, http://bit.ly/TAg6AJ
Más sobre El ciclismo y los clásicos en este blog:
Notas de Gonzalo Celorio y Eduardo
Milán, http://bit.ly/WVnlUp
Cinco poemas comentados, http://bit.ly/NwnEzY
Algo sobre su primer editor, Luis
Mario Schneider, http://bit.ly/QsWTvt