Me
impresiona vivamente darme cuenta de que, aquella noche de principios de 1992, cuando lo conocí en una lectura de poemas en la Universidad de
Nueva York (NYU), Néstor Perlongher tenía poco más de 40 años. Eso me impresiona
más que recordar que para entonces, como alguien me había contado
anticipadamente, quizás José Kozer, el poeta argentino padeciera sida, que por
aquellos años carecía de tratamiento efectivo, y que falleciera sólo unos meses después.
Lo
recuerdo pequeño, delgado, metido en una camiseta cualquiera; la cabeza, que creo
recordar tirando a calva, sin la venturosa melena con que aparece en algunas
fotografías, llevaba el único adorno de unos lentes de aros brillantes. Tristemente,
la enfermedad se le notaba en la complexión, acaso en el color de la piel y no
sé si incluso en una cierta ansiedad que comunicaba su persona. La imagen
de su aspecto físico puede que haya sido alterada por mi defectuosa memoria; lo
que nunca podré recordar más que de manera precisa es la forma nerviosa y
exacta, con ritmo acelerado y creciente, con que leyó el bellísimo poema que
motiva este post.
Entre
quienes lo acompañaban en aquella ocasión, Kozer mismo, Roberto Echavarren,
David Huerta y quizás algún otro poeta que ahora olvido, destacaba Perlongher de
entrada porque todos parecían tener hacia él una particular deferencia, pero no
tanto por su enfermedad, me pareció a mí, sino por el lugar en la historia de
la poesía que ya le condecían, en particular de ese género de poesía, el neobarroso, que él mismo había bautizado de manera aguda y
juguetona, y del que todos ellos eran acreditados representantes. Mientras lo veía
conversar, escuchar a los otros y leer él mismo, yo tenía presente que vivía
en Sao Paulo, a donde se había exiliado por diversos motivos (incluidos los
sexuales, como le gustaba decir entre burlas y veras), y en donde hacía no
mucho había dado a conocer un estudio sobre la prostitución masculina.
Con
toda seguridad, Perlongher leyó otros poemas; yo recuerdo con toda claridad el que
copio debajo de esta nota. Lleno de ritmo y volutas, de vericuetos y
reiteraciones, de gracia y prosaísimo, de idas y venidas verbales e imaginativas,
“Las tías” sirve de perfecto ejemplo de su incomparable estilo poético. Si me
decido a armar esta entrega de Siglo en
la brisa es porque hace dos noches me topé con un documental sobre su vida que no conocía (la liga, al calce) y entre las imágenes que se
ofrecen en él no hay un solo testimonio en video. (1) Eso quiere decir que el
único material vivo, en el que puedo verlo en movimiento, y que por ello es capaz de
reproducir la vibración que irradiaba su persona cuando leía, está en mi memoria
y se pone en funcionamiento cada vez que releo este poema.
Las tías
Por Néstor Perlongher
y esa
mitología de tías solteronas que intercambian los peines grasientos del
sobrino: en la guerra: en la frontera: tías que peinan: tías que sin objeto ni
destino: babas como lamé: laxas: se oxidan: y así “flotan”: flotan así, como
esos peines que las tías de los muchachos en las guerras limpian: desengrasan,
depilan: sin objeto: en los escapularios ese pubis enrollado de un niño que
murió en la frontera, con el quepis torcido; y en las fotos las muecas de los
niños en el pozo de la frontera entre las balas de la guerra y la mustia mirada
de las tías: en los peines: engrasados y tiesos: así las babas que las tías
desovan sobre el peine del muchacho que parte hacia la guerra y retoca su jopo:
y ellas piensan: que ese peine engrasado por los pelos del pubis de ese
muchacho muerto por las balas de un amor fronterizo guarda incluso los pelos de
las manos del muchacho que muerto en la frontera de esa guerra amorosa se
tocaba: ese jopo; y que los pelos, sucios, de ese muchacho, como un pubis
caracoleante en los escapularios, recogidos del baño por la rauda partera,
cogidos del bidet, en el momento en que ellos, solitarios, que recuerdan sus
tías que murieron en los campos cruzados de la guerra, se retocan: los jopos; y
las tías que mueren con el peine del muchacho que fue muerto en las garras del
vicio fronterizo entre los dientes: muerden: degustan desdentadas la gomina de
los pelos del peine de los chicos que parten a la muerte en la frontera, el
vello despeinado.
“Las tías”
forma parte del libro Alambres (1987,
Editorial Último reino). Lo tomo de Poemas
completos, Seix Barral, Buenos Aires, 1997.
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(1)
Por cierto, la presentadora del programa, que ignoro quién es y no hago ningún
intento por saberlo, termina el documental con un gesto de perfecta ignorancia,
interpretando un poema que, dice ella, seguramente le gustaría a Néstor, y se
apresura a referirse a… Benedetti.
Aquí el documental al que se refiere este post: http://bit.ly/1zrmVm6
Perlongher lee, con su gracia característica, el gran poema “Cadáveres”, http://bit.ly/18yw32U
Una lectura de Evita vive, el relato que enfureció a los peronistas: http://bit.ly/1zrmDLZ
Tomo el retrato de Perlongher que abre esta entrega de Los Inrocks, donde no se ofrecen datos de autoría o procedencia (http://bit.ly/1BokZjX); el otro proviene de la revista Ñ del periódico argentino Clarín, que tampoco aclara autoría (http://clar.in/1LT3R7c); el último
de ellos, en que el poeta lee en una fiesta en los años ochentas, procede del
blog Paseo esquizo: http://bit.ly/1DDY03B.