sábado, 28 de febrero de 2015

Perlongher en la memoria


Me impresiona vivamente darme cuenta de que, aquella noche de principios de 1992, cuando lo conocí en una lectura de poemas en la Universidad de Nueva York (NYU), Néstor Perlongher tenía poco más de 40 años. Eso me impresiona más que recordar que para entonces, como alguien me había contado anticipadamente, quizás José Kozer, el poeta argentino padeciera sida, que por aquellos años carecía de tratamiento efectivo, y que falleciera sólo unos meses después.
Lo recuerdo pequeño, delgado, metido en una camiseta cualquiera; la cabeza, que creo recordar tirando a calva, sin la venturosa melena con que aparece en algunas fotografías, llevaba el único adorno de unos lentes de aros brillantes. Tristemente, la enfermedad se le notaba en la complexión, acaso en el color de la piel y no sé si incluso en una cierta ansiedad que comunicaba su persona. La imagen de su aspecto físico puede que haya sido alterada por mi defectuosa memoria; lo que nunca podré recordar más que de manera precisa es la forma nerviosa y exacta, con ritmo acelerado y creciente, con que leyó el bellísimo poema que motiva este post.
Entre quienes lo acompañaban en aquella ocasión, Kozer mismo, Roberto Echavarren, David Huerta y quizás algún otro poeta que ahora olvido, destacaba Perlongher de entrada porque todos parecían tener hacia él una particular deferencia, pero no tanto por su enfermedad, me pareció a mí, sino por el lugar en la historia de la poesía que ya le condecían, en particular de ese género de poesía, el neobarroso, que él mismo había bautizado de manera aguda y juguetona, y del que todos ellos eran acreditados representantes. Mientras lo veía conversar, escuchar a los otros y leer él mismo, yo tenía presente que vivía en Sao Paulo, a donde se había exiliado por diversos motivos (incluidos los sexuales, como le gustaba decir entre burlas y veras), y en donde hacía no mucho había dado a conocer un estudio sobre la prostitución masculina.  
Con toda seguridad, Perlongher leyó otros poemas; yo recuerdo con toda claridad el que copio debajo de esta nota. Lleno de ritmo y volutas, de vericuetos y reiteraciones, de gracia y prosaísimo, de idas y venidas verbales e imaginativas, “Las tías” sirve de perfecto ejemplo de su incomparable estilo poético. Si me decido a armar esta entrega de Siglo en la brisa es porque hace dos noches me topé con un documental sobre su vida que no conocía (la liga, al calce) y entre las imágenes que se ofrecen en él no hay un solo testimonio en video. (1) Eso quiere decir que el único material vivo, en el que puedo verlo en movimiento, y que por ello es capaz de reproducir la vibración que irradiaba su persona cuando leía, está en mi memoria y se pone en funcionamiento cada vez que releo este poema.

Las tías
Por Néstor Perlongher
y esa mitología de tías solteronas que intercambian los peines grasientos del sobrino: en la guerra: en la frontera: tías que peinan: tías que sin objeto ni destino: babas como lamé: laxas: se oxidan: y así “flotan”: flotan así, como esos peines que las tías de los muchachos en las guerras limpian: desengrasan, depilan: sin objeto: en los escapularios ese pubis enrollado de un niño que murió en la frontera, con el quepis torcido; y en las fotos las muecas de los niños en el pozo de la frontera entre las balas de la guerra y la mustia mirada de las tías: en los peines: engrasados y tiesos: así las babas que las tías desovan sobre el peine del muchacho que parte hacia la guerra y retoca su jopo: y ellas piensan: que ese peine engrasado por los pelos del pubis de ese muchacho muerto por las balas de un amor fronterizo guarda incluso los pelos de las manos del muchacho que muerto en la frontera de esa guerra amorosa se tocaba: ese jopo; y que los pelos, sucios, de ese muchacho, como un pubis caracoleante en los escapularios, recogidos del baño por la rauda partera, cogidos del bidet, en el momento en que ellos, solitarios, que recuerdan sus tías que murieron en los campos cruzados de la guerra, se retocan: los jopos; y las tías que mueren con el peine del muchacho que fue muerto en las garras del vicio fronterizo entre los dientes: muerden: degustan desdentadas la gomina de los pelos del peine de los chicos que parten a la muerte en la frontera, el vello despeinado.

“Las tías” forma parte del libro Alambres (1987, Editorial Último reino). Lo tomo de Poemas completos, Seix Barral, Buenos Aires, 1997.
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(1) Por cierto, la presentadora del programa, que ignoro quién es y no hago ningún intento por saberlo, termina el documental con un gesto de perfecta ignorancia, interpretando un poema que, dice ella, seguramente le gustaría a Néstor, y se apresura a referirse a… Benedetti.

Aquí el documental al que se refiere este posthttp://bit.ly/1zrmVm6
Perlongher lee, con su gracia característica, el gran poema “Cadáveres”, http://bit.ly/18yw32U
Una lectura de Evita vive, el relato que enfureció a los peronistas: http://bit.ly/1zrmDLZ

Tomo el retrato de Perlongher que abre esta entrega de Los Inrocks, donde no se ofrecen datos de autoría o procedencia (http://bit.ly/1BokZjX); el otro proviene de la revista Ñ del periódico argentino Clarín, que tampoco aclara autoría (http://clar.in/1LT3R7c); el último de ellos, en que el poeta lee en una fiesta en los años ochentas, procede del blog Paseo esquizo: http://bit.ly/1DDY03B.






viernes, 20 de febrero de 2015

Obituario


El penúltimo sábado de 2014, poco antes de las cinco de la tarde, murió en la ciudad de México el poeta y traductor Juan Almela, conocido ampliamente por el seudónimo de Gerardo Deniz. Casi con toda seguridad el más importante estudioso de Góngora de nuestros días, el español Antonio Carreira, lo trató, lo leyó con gran interés y acabó publicando un ensayo que, según la autorizada opinión de David Huerta, es lo mejor que se ha escrito sobre el autor de Gatuperio
Carreira redactó esta pequeña nota necrológica que tuvo que pasar por el purgatorio de varias redacciones (al menos dos periódicos españoles y una revista que se publica en México y España), sin encontrar siquiera un lector capaz de entender la importancia de quien acababa de morir ni la de quien reflexiona sobre esa muerte. Tal como le prometí a su autor, la nota queda aquí recogida como una sólida prueba del entusiasmo que provocó Deniz en algunos lectores sensibles del país en el que nació en 1934. (Una palabra sobre un nombre propio y dos de los libros que se mencionan más abajo: Pablo Iglesias, abuelastro del poeta, fue el fundador de Partido Socialista Español; la prosa reunida de Deniz, un volumen de casi mil doscientas páginas que llevará el título de De marras, aparecerá este mismo año bajo el sello del Fondo de Cultura Económica; por su parte, la Dirección General de Publicaciones de Conaculta prepara ya la segunda edición de Visitas guiadas, libro que se enriquecerá con un notable texto inédito.)


Gerardo DENIZ (Madrid, 1934-México, DF, 2014)

Por Antonio Carreira
El pasado 20 de diciembre murió el poeta así conocido (es un decir), cuyo nombre real era Juan Almela, y cuyo padre, homónimo, era a su vez hijo adoptivo de Pablo Iglesias. Exiliado en Suiza desde 1936, en 1942 se asentó en México, de donde no salió más que en 1992 para visitar España, invitado por su amigo Eduardo Mateo. Tras estudiar diversas materias, se dedicó a corregir pruebas (“erratonero de editorial”, se define en una ocasión) y traducir autores ilustres como Roman Jakobson, Georges Dumézil y Claude Lévi-Strauss. 
Deniz (nombre que en turco significa “mar”), nada precoz como poeta, llamó la atención de Octavio Paz desde sus primeros libros (Adrede, 1970, Gatuperio, 1978), y acabó por figurar en la generación de poetas hispano-mexicanos, bien representados en la antología Ecos del exilio que preparó Bernard Sicot (2003): Tomás Segovia, García Ascot, Nuria Parés, Rodríguez-Chicharro, Luis Rius, entre los desaparecidos; Ramón Xirau, Manuel Durán, Enrique de Rivas (sobrino de Azaña), Angelina Muñiz y Francisca Perujo, entre los aún vivos. No obstante, Deniz se distingue de ellos en que no se siente exiliado político en ningún momento, estándolo de casi todo lo que ofrece el mundo actual; de hecho, al exilio mismo dedicó un ensayo autobiográfico que parece escrito con vitriolo (Paños menores, 2002). Sus aficiones mayores fueron siempre la Química Orgánica, las lenguas raras (en especial las caucásicas, vestigios del Indoeuropeo), la música clásica (en especial Brahms, Prokófiev, Bartók) y los gatos. Sus bestias negras, Marx, Freud, Neruda… y José Emilio Pacheco. 
Entre los españoles, de otro librito no menos venenoso (Red de agujeritos, 2012), se desprende que tampoco soportaba a Alberti, Aleixandre, Diego, Garfias, Guillén… Es decir, que Deniz, literato malgré lui, es, como Gaya, lector hipercrítico de poesía, y prefiere la música a la literatura. Todo eso resulta visible en su obra crítica o narrativa, que pronto se recogerá en volumen. Pero no menos en su obra en verso, por fortuna ya recopilada y con título vasco bien expresivo: Erdera (México: FCE, 2005). En efecto, “lengua extraña” designa bien lo que Deniz llamaba sus poemoides o pseudopoemas, que, por decirlo en breve, son todo lo contrario de la lírica que hoy se estila. Consciente de ello, y de su dificultad por haberlos empedrado de referencias culturales a veces muy remotas, él mismo publicó unas Visitas guiadas (2000) donde aclara muchas de ellas, no sin tomar el pelo al lector, según su costumbre. Si es cierto que la ironía da frescura y perennidad al estilo, estamos ante un autor que, entre irónico y cáustico, en prosa o verso, no deja títere con cabeza de cuantos mitos se ha mantenido el siglo XX.

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La foto que abre este post es de Roberto Portillo. La que ilustra el obituario de Antonio Carreira, es de Amaranta Chávez. El retrato de Deniz y Octavio Paz es de Elsa Almela. En la imagen de la derecha, el niño Juan en Ginebra, Suiza, donde pasó la infancia entre 1936 y 1942. La foto pertenece al archivo de Deniz.

Más sobre Deniz en este blog:
Sobre Red de agujeritos, http://bit.ly/12RrW9H
Noticias recientes, http://bit.ly/V95VkF
Una entrevista de 1993, http://bit.ly/1oyaGVn
Cuadernos y dibujos infantiles, http://bit.ly/9dkSDa
Deniz, lector (1), http://bit.ly/hs2IA1
Deniz, lector (2), http://bit.ly/ii4qxC


viernes, 13 de febrero de 2015

Carta de Proust: el texto y las imágenes


En Contra la fotografía de paisaje conté lo que ocurrió en mi interior cuando descubrí en un periódico mexicano el anuncio de la subasta de una carta de Marcel Proust que tuve en las manos, que copié, traduje y publiqué en una pequeña revista universitaria a mediados de los años ochentas. 
Mi amigo el crítico literario y académico Alberto Paredes, quien publicó en la revista Proceso una generosa nota sobre el libro, me pide copia de la carta –que hace treinta años era propiedad de una señora apellidada Rosenblueth–, para asuntos de su legítimo y proustiano interés. Antes, me pregunta por qué no publiqué la carta en el ensayo que dediqué al asunto. Aquí sus palabras:

De golpe: ¿por qué no publicaste en tu libro la carta de Proust? Creo que después de la primera edición, la de Mme Rosenblueth, era tan sencillo como citar esa primera edición como fuente  –en el peor de los casos en tu libro puedes, siempre citando la primera edición, incluir tu versión al español, sin ningún problema de derechos de autor o poseedor del ms. Según mi libraco (La Recherche, en Bouquins), Marcel y el conde R[obert] d[e] M[ontesquiou]  ‘se sont retrouvés pour la première fois’, el 13 de abril de 1893, chez Mme Lemaire’. De inmediato ambos se interesaron por el otro.
Un ángulo absolutamente importante de ese billete es que evidencia que tan pronto como el otoño del 94 [en que está fechada la carta], MP ya estaba esbozando al futuro barón de Charlus a partir del conde, por supuesto. (He tenido que ver con el conde RdM por mérito y consigna de otro de sus admiradores: el nicaragüense, alcohólico, aparisinado y bonvivant, de no mala pluma, Félix Rubén García Sarmiento [Rubén Darío, nada menos].) 
Obviamente, mi dos veces F: si no tienes objeción, mándame tu billete MP a RdM, en francés y tu versión. Será para mi beneficio personal pero es importante que me digas si en un momento dado podría utilizarlo ‘públicamente’ o no. De cualquier forma dame la referencia de la publicación hecha por doña Rosenblueth.

En mi artículo conté que aquella señora, que fue mi alumna en un curso sobre Proust allá por 1988, me prestó el documento para reproducirlo en una modesta publicación que hacíamos unos amigos y yo, pero poco después, cuando estábamos ya en imprenta, me llamó para retirármela pretextando que prefería publicarla en una revista de mayor divulgación. Lo que no dije entonces es que tengo la impresión de que ella luego nunca publicó nada; mi teoría es que, a su muerte, sus descendientes pensaron que lo mejor era ponerla en venta. Tampoco conté en mi artículo que, al menos hasta donde alcanzo, la subasta fracasó y la carta se quedó en manos de sus herederos. Cosa quizás explicable: ¿quién tiene 120 mil pesos para pagar un simple “billete”, como con toda propiedad llama Alberto a la pequeña misiva, por más que sea de alguien como Proust? 
De cualquier manera, no se me ocurre nada mejor que armar este post para contarle el caso a mi amigo y hacerle llegar, con todo gusto, lo que tengo, para que haga con ello lo que mejor le parezca.
Vayamos primero al documento. Si trabajé con una fotocopia de la carta, como recuerdo con perfecta claridad, la perdí casi de inmediato –especie francamente extraña si cae en oídos de quienes me conocen a mí, que todo lo conservo–. Me parece que se quedó entre los papeles que se fueron a la basura, una vez diseñado y armado ese número de Alejandría, que es como se llamaba aquella publicación que hacíamos en el despacho de mi amigo, el arquitecto Alberto Kalach. De aquella temí tener que enfrentar algún problema si a pesar de todo la publicábamos, por lo que dejé inédito el texto en francés e incluso las imágenes del documento, al revés de como hice con mi traducción, que es lo que apareció en la revista. Tengo, eso sí, la imagen del documento tal como lo mostró Morton en su página de internet cuando anunció la subasta. Hela aquí:
Si bien no puede leerse sino con esfuerzos y una buena lupa, puedo ofrecer mi traducción, ésa sí completa. Aquí el aspecto que tiene su reproducción en el número 5 de Alejandría:


Por último: para ahorrarle trabajos a mi amigo Alberto Paredes, reproduzco el texto completo de la pequeña carta. Cuando era joven, cometí la imprudencia de hacer algunas traducciones; hoy ya no lo haría, salvo en casos de extrema necesidad. Este post está dedicado a mi proustiano amigo, con quien me siento en deuda, lo que no quiere decir que no lo emplace todo lo amablemente que puedo a compartir sus futuros hallazgos: entre otras cosas, sería muy interesante que contara cuál es la relación entre Robert de Montesquiou y Rubén Darío, o que nos explicara cosas como qué es La Flor, y quiénes los señores D’Yturri, France (¿es el novelista, al que Proust conoció en el salón de madame de Caillavet?), Hérédia (¿el poeta parnasiano?) o Blanche, al que llama “retratista” (y que debe de ser, como parece indudable, quien retrató a Marcel en 1892… Reproduzco el retrato abajo de estas líneas, tomado de la Wikipedia). Y, en fin, que abundara sobre la importancia general, si es que la tiene, del pequeño documento.

Tarde del martes.
Querido señor: Acabo de recibir con mucho placer su doble respuesta. Sería muy bondadoso de su parte el agradecer a monsieur d`Yturri que ha tenido la amabilidad de hacerse el profeta –siempre elocuente y bien informado. Transmití su primera autorización a ‘La Flor’,
‘que inmortaliza donde los otros matan’
y que estará, como yo, feliz y agradecida.
En cuanto a la segunda, responderé a sus dudas sustrayendo por algunos días a mi editor (pienso que antes de un mes podrá desocuparse) el manuscrito o la prueba de la oscura novela a la cual usted está encargado de otorgar el prestigio (el único que tendrá) de su nombre –cuyas sílabas para todo oído bien nacido o toda imaginación bien elevada, es muy rico de pasado, de presente y de futuro–. Usted juzgará si esta voz no está demasiado mal construida o muy mal frecuentada para inscribir en el muro un nombre tan glorioso y tan querido de las letras. Así, con frecuencia, en las calles oscuras donde las casas no tienen estilo ni perspectiva las esquinas, el paseante sueña con el nombre leído a la entrada. El apoyo que espero de usted es el mismo de las calles Théophile Gautier, etc…, del escritor por quien ellas son nombradas. En cuanto a la compañía, que creo buena puesto que entre ella no hay sino gente que admiro o que amo, no será siempre ilustre. Pero esté seguro de ello de monsieur France y de monsieur Hérédia, que usted encontrará certeramente elegidos puesto que usted los elige a menudo. Inversamente mi retratista monsieur Blanche y monsieur Ferndinand de Montesquiou no figurarán en el volumen.
Me alegraría mucho el que usted me permitiese uno de estos días ir a agradecerle a Versalles todo esto y disfrutar ofreciéndole, aún más, las formas afectuosas que merece.
Mis más respetuosas devociones.
Marcel Proust

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Una vez que intercambio algunos correos con Alberto, ya armado este post, me pide que incluya este comentario, cosa que hago con gusto: "Lo interesante de ese billete del otoño de 1894 es la implicación de la figura de Robert de Montesquiou en la obra, entonces naciente, de Proust. 1894 es una época sumamente prematura respecto de La Recherche , pero es una década en la que Proust ya tenía muy firmes sus proyectos literarios." 

Más sobre Contra la fotografía de paisaje en este blog:
¿Por qué el título?, http://bit.ly/1xS2jpo
Resumen de su contenido, http://bit.ly/1HzF8oV
El señor y la señora Andrews, http://bit.ly/1y36XEd
Cosecha de nabos (Otumba, México, 1995),

Más sobre Proust sin salir de Siglo en la brisa:
Mi carta de Proust, a subasta, http://bit.ly/UthPFD
En busca del tiempo perdido: tres pasajes inolvidables, http://bit.ly/1jixguY
Wilde en Proust, http://bit.ly/1AbEjfq
El museo imaginario de Marcel Proust, http://bit.ly/y59zUe