Juan Miranda me regaló la foto el día que cumplí 33 años.
Fue en una “fiesta galáctica”, si hacemos caso a la expresión de Gerardo Deniz,
que estuvo también en mi comida de cumpleaños y acabó escribiendo un poema (“Murgas”, Letras Libres, agosto de 2014), en el
que se refirió con esas palabras al hecho de que pasamos las horas,
comiendo y bebiendo alegremente, en un piso cuarenta, por lo que
Estábamos tan en alto
que los helicópteros eran simples vilanos que correteaban
allá abajo,
tan lejos que en el vago horizonte
la Torre Latino (así la llamamos)
era una remota espina trunca,
y si sus veinte pisos inferiores no eran visibles,
era a causa de la curva del planeta.
En la primera parte del poema (la segunda
ocurre en un desayunador en Acapulco, en el que, de pronto, suena Scriabin), Deniz cuenta que
aquel día mi madre cantó algo que en tiempos remotísimos también cantaba la
suya, y que se había sentido literalmente atravesado por la emoción:
Bien entrada la tarde,
entre jirones de canciones a medias recordadas,
la voz firmada Otilia Figueroa tiró en mi cavidad paleal
del gatillo de una ballesta anterior a la de Guillermo Tell,
más robusta que las antiguas ballestas chinas que plantaban
un dardo a ochocientos
metros.
Me atravesó (por dentro) diagonalmente.
Rodé por tierra (dentro, siempre).
Tengo, como es de esperarse, algunas imágenes de ese día. Hace un par de años publiqué una serie de tres fotografías en las que aparece mi
querido amigo Juan Almela acompañado de mi padre. Rigurosamente contemporáneos, hispánicos hasta la médula, con infancias salpicadas de ciertas referencias comunes, siempre se llevaron muy bien, y, tal como prueban esas fotos, cada vez que se encontraron la pasaron en grande.
Pues ese mismo día, entre otros amigos como Fernando
Rodríguez Guerra, Felipe Jiménez o Sergio Vela, llegó a mi comida de cumpleaños Juan Miranda, acompañado
de Norma, su mujer, y con la foto en la mano, metida en un sobre. En cuanto la
saqué a la luz del día, su poderoso y vibrante amarillo resplandeció en el
ámbito de aquellas iluminadas altitudes.
En la imagen, una escena campestre tomada en el pueblo de
Belén, en el Municipio de Otumba, a sólo unos kilómetros de San Juan
Teotihuacán, un niño aparece llevando al hombro una carga de nabos recién
cosechados. Lo más llamativo de la foto, que fue tomada en blanco y negro, es
que su autor la retocó cuidadosamente a mano con un plumón amarillo, coloreando
de esa manera todas y cada una de las flores del campo, hasta la línea del
horizonte, que remata en una suave colina azulada. En el margen inferior Juan Miranda
escribió, de su puño y letra, con tinta azul: “Estas flores son especiales para
el cumpleaños de Fernando Fernández. 6 junio 97. J.M.”
La foto me ha acompañado todos estos años, primero en
el sobre en que Juan me la entregó, de donde la saqué hace cuatro o
cinco para enmarcarla y colgarla en una esquina de mi
cuarto, en donde ha estado desde entonces.
Hace unos meses la desenmarqué para escaneársela al editor
Gabriel Bernal Granados, a quien le gustó más que la propuesta de imagen que le
hice primero como portada de nuestro libro Contra la
fotografía de paisaje. No fue fácil hacerle una correcta reproducción: mi
escáner, del que hasta entonces no tenía ninguna queja, fue inútil para copiar la foto de Juan:
Asesorado por mi amigo fotógrafo, la llevé a un lugar donde la copiaron como es debido. En lo que yo hacía eso, él trabajó una
versión a partir de mi desangelado escaneo doméstico y esto fue lo que
resultó (lo reproduzco porque no deja de tener encanto):
Más tarde, tal como habíamos acordado, le mandé por correo el
archivo que me hicieron en la calle para que lo retocara nuevamente; en realidad, según me
explicó con algunos tecnicismos que no entendí del todo, para recuperar la figura del niño, que aparecía un tanto perdida en medio
de la fiesta amarilla. Finalmente se la remití a Gabriel Bernal Granados,
editor del libro. Éste es el resultado:
Debo decir que el diseño de la portada, que es muy hermoso,
todavía supuso un nuevo reencuentro para mí: Bernal Granados contrató, para rediseñar los
forros de sus Libros Magenta, a Adriana Esteve; si bien no he vuelto a
verla en un cuarto de siglo, no me olvido que fue ella quien, asociada con
Pablo Rulfo, diseñó la maqueta original de la primera Milenio, la revista que antecedió a Viceversa.
Más sobre Contra la fotografía de paisaje en este blog:
El señor y la señora
Andrews de Thomas
Gainsborough (a la derecha de estas líneas), http://bit.ly/1y36XEd
Juan Miranda en Siglo en la brisa: