domingo, 26 de diciembre de 2010

“Charlas de café” de Santiago Ramón y Cajal

Vi el libro en una pila de saldo en Donceles y lo compré porque costaba 20 pesos. También, porque tengo otro de esa colección de la misma época, impreso también en Buenos Aires en idéntico papel amarilleado por los años, y que leí con placer hace poco más de un lustro: Baudelaire de González Ruano… Se trata de la segunda edición de Austral, del año 1943, de un libro originalmente publicado en 1921, cuando el gran científico español estaba a punto de cumplir setenta. Con la única salvedad de la camisa, que perdió en una vida anterior a ésta —lo que no es mucho perder si se considera que tiene más de medio siglo de andar en el mundo—, el ejemplar está bien conservado y carece de firma, rayones o notas…
Leí al azar algunas frases pero el estilo ligeramente apolillado de ciertas construcciones y un par de tics estilísticos (sobre todo el odioso enclítico: “conviértese”, “discutíase”, “recójase”...), hicieron que el libro se me cayera de las manos. Como el espacio que aloja mi biblioteca es pequeño, con frecuencia me veo en la necesidad de regalar libros por la única razón de que no hay lugar para todos. Aproveché una visita a Almela, a quien alguna vez oí hablar con simpatía de Cajal, para llevárselo de regalo, pero ya desde que se lo di me advirtió que por los problemas conocidos ya no iba a ser capaz de leerlo. Tres semanas más tarde me lo devolvió, intacto. Entonces cambié de táctica: lo dejé visible y a la mano y empecé a picotearlo todos los días, es verdad que sin orden ni sentido, sólo por el hábito de hacerlo. En una ocasión, una frase me acompañó el resto del día y cuando a la mañana siguiente quise releerla me costó trabajo encontrarla otra vez. Metí entre las páginas del volumen un lápiz con el que empecé marcar las frases que me gustaban o me parecían interesantes. Quince días más tarde, acostumbrado a la expresión cajaliana, que entre otras cosas ilustra con ejemplos de botánica o zoología, casos históricos y citas clásicas, me pareció que lo más razonable era empezar por el principio y de esa forma lo fui leyendo hasta llegar al final… sin darme cuenta.
El Ramón y Cajal de esta colección de observaciones, pensamientos y aforismos es un dechado de sentido común y agudeza, instalado con naturalidad en el café, zoológico de las más representativas especies nativas, desde las más o menos razonables hasta las francamente estrambóticas. Él mismo explica en el prólogo a la primera edición que su libro es “una colección de fantasías, divagaciones, comentarios y juicios, ora serios, ora jocosos, provocados durante algunos años por la candente y estimuladora atmósfera del café”. Dice que las ideas que aporta su experiencia personal sobre los temas de los que se ocupa (“la amistad, la ingratitud, el egoísmo, las mujeres, el talento, el amor, la moral y la política”), están impregnadas de reminiscencias clásicas y hace una lista con los nombres de Platón, Cicerón, Plutarco, Séneca, Teofrasto, Luciano, Quevedo, Gracián, La Bruyère… A contracorriente de la tendencia general de nuestros países, no precisamente pródigos en autobiografías, don Santiago también fue un memorista que escribió y fue publicando el relato de su vida.
Sobre todo, nunca dejó de reflexionar: todavía en 1934, el año mismo de su muerte, vio la luz El mundo visto a los ochenta años. Cansinos Asséns afirma que el sabio “asistió a su decrepitud y su muerte como un observador curioso e impasible” (La novela de un literato 3, Alianza Literatura, número 5033, edición de 2005, pag. 416-417). (En esa misma página, el maestro de Borges afirma que el viejo Cajal era un poco “tobillero”, así dice, al grado de que su afición a las mujeres “menores” le trajo problemas con la policía… —cosa que, lo confieso, me hace aún más simpático al sabio anciano). Con el propósito de compartir su lectura con los seguidores de Siglo en la brisa, he hecho una selección de algunos de los fragmentos que más me gustan de un libro que me acompañó durante la última parte del año que acaba esta semana.




Charlas de café (citas escogidas)

Santiago Ramón y Cajal


Importa declinar en lo posible los agasajos inmerecidos y las alabanzas hiperbólicas. Quienes te obsequian o te encomian en exceso te consideran solvente y te prestan esperando interés usurario.

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El mucho hablar tiene entre otros inconvenientes el muy grave de impedir el conocimiento íntimo de nuestros interlocutores, convertidos a causa de nuestra verborrea en oyentes enigmáticos. Los tiranos del monólogo se preparan inconscientemente grandes desengaños.

*

La Naturaleza, previsora en todo, ha hecho fea e infecunda a la decrepitud para no gastar pólvora en salvas.

*

De chicos pensamos: “Soy inmortal”. De viejos decimos “muero sin haber vivido”, o lo que es más triste: “no he sabido vivir”. Y pensaríamos lo mismo si nuestra vida durara, al decir de los naturalistas, los trescientos años del cocodrilo o los doscientos del elefante.

*

El fin práctico de la civilización consiste en obligar a la muerte a hacer cada día más larga antesala delante de nuestra alcoba.

*

A.— Nuestro común amigo G. está enojadísimo conmigo, pero lo necesito ahora y te agradecería infinito que tú, que ejerces sobre él irresistible ascendiente, nos reconcilies.
B.—Creo que lo conseguiré por grave que haya sido la ofensa. Cuéntame lo ocurrido. ¿Le has negado dinero?
A.— No.
B.— ¿Le has llamado canalla?
A.— Tampoco.
B.— ¿Has seducido o intentado seducir a su mujer?
A.— Menos aun. Me he limitado a expresar tímidamente en un corro de amigos que tenía poco talento.
B.— Amigo mío, renuncio a reconciliaros. Te has creado un enemigo para toda la vida…

*

Es difícil ser muy amigo de los amigos sin ser algo enemigo de la justicia.


Los ancianos que recomiendan a los jóvenes la continencia y la moderación me recuerdan a aquel general napoleónico de noventa años que, asaltada y saqueada una ciudad, y presenciando las repugnantes orgías del amor desenfrenado, reprendía a los oficiales diciéndoles: “¿Es éste el ejemplo que os doy?”.

*

La verdad es un ácido corrosivo que salpica casi siempre al que lo maneja.

*

La rutina y la costumbre nos imponen a menudo los actos más absurdos. A la mayoría de los hombres nos pasa lo que a las ranas o a las moscas decapitadas, que se obstinan en preservar y defender la cabeza después de haberla perdido.

*

Si hay algo en nosotros verdaderamente divino es la voluntad. Por ella afirmamos la personalidad, templamos el carácter, desafiamos la adversidad, corregimos el cerebro y nos superamos diariamente.

*

Te quejas de las censuras de tus maestros, émulos y adversarios, cuando debieras agradecerlas; sus golpes no te hieren, te esculpen.

*

El tumulto de la vida social suele obrar, sobre las cabezas humanas débiles, como el río sobre un cristal de cuarzo: arrastrado y golpeado por la corriente, se convierte, al fin, en vulgar canto rodado. Quien desee conservar incólumes las brillantes facetas de su espíritu, recójase prontamente en el remanso de la soledad, tan propicio a la actividad creadora.

*

Los más grandes laboriosos son los que han aprendido a administrar metódicamente su pereza. La actividad febril, paroxística, cae rápidamente en la fatiga y en la desilusión; deteriora la máquina antes de haber logrado refinar el producto.

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El error largamente acariciado es como la rueda enclavada en el hoyo. La carroza del amor propio se obstina en salvarlo pero sólo consigue hacer más honda la rodada y más grave el atasco.



Cuando veáis un escritor que se mete con todo el mundo, es que aspira a que todo el mundo se meta con él. No habiendo conseguido ser admirado, anhela ser temido.

*

La paradoja, que Amiel considera como el manjar supremo de los hombres de ingenio, constituye revulsivo infalible contra la rutina del pensamiento. Es la piedra arrojada al pantano: los batracios humanos se espantan y empiezan a croar. Y, pasado el susto, algunos acaban por pensar por cuenta propia.

*

El silencio de los envidiosos es el mejor elogio a que puede aspirar un autor.

*

Seremos olvidados. Si, andando el tiempo, algún curioso ratón de biblioteca nos descubre, prestándonos fugaz actualidad, será para justificar pedantescamente nuestro olvido.

*

Hay en los libros de imaginación primores y excelencias que fueron inadvertidos por el autor. Son como las irisaciones del nácar, sólo visibles al ojo humano después de la muerte del molusco.

*

Quimérico parece, como ya expresó el viejo Horacio, pretender agradar a todos. Habría que escribir un libro para cada lector, y hasta para cada época de la evolución mental de éste. Como el proyectil, cada obra sólo puede herir de lleno un corazón.

*

¿Para qué luchan los hombres? Para adquirir, en caso de triunfo, un pedazo de tierra donde ser prematuramente enterrados, lejos de los suyos.

*

Una solterona cartilagínea, malhumorada y representante de la Sociedad protectora de animales, denostó acremente a un profesor de Fisiología por practicar vivisecciones en gatos
—Las hago en animales —contestó el fisiólogo amostazado— porque las leyes no permiten todavía efectuarlas en marimachos.

*

Se discutía en el Ateneo el manoseado tema de la escasa o nula retribución de los maestro de escuela. Todos lamentábamos el infortunio de la sufrida clase, tan traída y llevada en zarzuelas y sainetes, cuando Zahonero se levantó para decir:
—Si no cobran, suya es la culpa, porque en treinta años de labor no han sabido educar una generación que les pague.

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Los hermosos dibujos que acompañan esta entrega son del propio Santiago Ramón y Cajal y forman parte de sus investigacionbes sobre las neuronas que le ganaron el reconocimiento unánime mundial, incluido el premio Nobel en 1906.


La edición de Charlas de café de la que he tomado estas citas es la segunda de la Colección Austral de la Espasa-Calpe y fue publicada en 1943 en Buenos Aires.


Agradezco a mi hermano José María las facilidades técnicas prestadas para la publicación de este post.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Una “Palinodia del rojo” anónima


Cuando hace dos meses anuncié la inminente aparición de Palinodia del rojo, mi nuevo libro de poemas, debí tomar en consideración el conglomerado de circunstancias imprevistas que suelen determinar casi cualquier empresa humana. Una vez más olvidé que el entusiasmo, una de mis dolencias más agudas, ciega peligrosamente a sus víctimas. Pero ya el impresor, ciertos accidentes de su biografía y la pésima calidad de algunos de sus servicios, todo ello sumado a la rapidez con la que pasan los días, se encargaron de devolverme una visión más ajustada a la realidad. 
Lo importante es que, aunque la editorial Aldus empezará a distribuirlo a partir de febrero, el libro está ya impreso y a la luz.
De camino a los cincuenta años, hace tiempo que dejaron de espantarme las demoras quizás porque tengo la impresión de que siempre me han acompañado. Tanto es así que creo que he llegado un poco tarde casi a todo. Me consuela la longevidad de mi familia paterna: Santos y Fernanda, mis abuelos, vivieron 96 y 93 años, respectivamente; mi tío abuelo Florentino, 90… Lo que quiere decir que si no vivo todo lo que deseo, no será por falta de tiempo. Como de costumbre, la variable desconocida la pone mi lado materno: el padre de mi madre no pasó de los cincuenta y seis años, edad que su mujer rebasó apenas… Como sea, me gusta pensar que me parezco a España, en palabras de mi admirado Menéndez Pidal un país de frutos tardíos.
Poco después de anunciar prematuramente la salida de mi libro (http://bit.ly/gK042J), un autor anónimo me hizo llegar un poema también llamado “Palinodia del rojo”. La forma en que el texto llegó a mis manos me impide resolver nada con absoluta certeza: un sobre en blanco que me fue entregado mientras atravesaba la calle de Río Nilo un mediodía al volver del correo, por una muchacha de flexibilidad y mirada gatunas, nada menos que montada en una vespa —como si estuviéramos en una ciudad de la Toscana italiana y no en la calle de Pánuco de la colonia Cuauhtémoc de la ciudad de México…—, la cual, mientras se alejaba sin esperar ninguna reacción de mi parte, pronunció una frase que no entendí en un inequívoco acento sudamericano.
El poema está escrito a imitación de Gerardo Deniz, a estas alturas un viejo conocido de los lectores de Siglo en la brisa. Cuando le conté lo sucedido, el poeta, picado por la curiosidad, me pidió ver el misterioso texto y gracias a su ayuda he podido entenderlo casi en todos sus detalles. No se me juzgue severamente por querer ponerlo en claro de manera exhaustiva: el poema, que tenía dos o tres pasajes incomprensibles para mí, era una fuente de posibles explicaciones. El ejercicio ha valido la pena por ver a Almela otra vez en acción pero también porque el texto parece confirmar que hay algo que se llama escuela deniciana, al revés de lo que siempre he sostenido. En el poema que copio a continuación y en los comentarios que le siguen se entenderá a qué me refiero.

Palinodia del rojo
14-XI-10,
8-9 am
No cantes ésa, rojo, porque ya no se estila.
Sólo algunas pazguatas piden perdón por ti,
pero la mayoría te reciben serenas
y hacen bien. Saben oscuramente
que, si bien a unas cuantas das algún dolor,
en desquite haces a muchas más ardientes [confidencia de dos]
y pones una fascinadora inflexión
en los deleitosos alientos femeninos.
Jáctate mejor, rojo, de que fue el doppleriano,
batocrómico corrimiento de las líneas espectrales
en conjunto hacia ti
lo primero que reveló la expansión de universo
(lo cual no es una cuestión de poca monta).
Piensa también, oh rojo, que si en ruso tu nombre
se funde con lo bello
(lo cual no es, por supuesto, lo que cree gente babosa)
es por algo —dímelo a mí, que vehemente acuso todavía
a la que siempre de rojo iba vestida
y cuyos ojos, oscuros teobromos deseados,
aún llevo en mis entrañas dibujados.
Para no ser prolijos, en fin, oh rojo contempla a tu poeta
confiando en que lo ayudes en su triangulación
de la topografía divinal de un blanquísimo Chaco,
ruega por nosotros los rojos y los verdes,
así como por algún Rangoni malhadado.

Es muy sabido que para Deniz, un poeta lleno de citas ocultas, guiños y referencias, en la poesía no hay nada que “explicar”. A lo sumo es posible hacer listas de ingredientes. Con esa afirmación abre el prólogo a Visitas guiadas. 36 poemas comentados por su autor (Gatuperio Editores, 2000) y la tarde de miércoles de mi visita se muestra fiel a ella al comentar el texto que le pongo delante. Una cosa me llama la atención: más allá de su primera curiosidad, el asunto no produce ninguna reacción en él. ¿Quién escribió el poema? ¿Por qué en imitación de su estilo? ¿Con qué propósito me lo hizo llegar? Nada de eso parece interesarle.
La primera parte no ofrece problemas: el autor anónimo empieza hablándole directamente al rojo, aludiendo a la frase “cantar la palinodia” que el diccionario define como “retractarse públicamente, y, por extensión, reconocer el yerro propio aunque sea en privado”. De inmediato, para mi gusto desconcertantemente, salta al tema de la menstruación. Quizás valga la pena comentar la frase “pones una fascinadora inflexión / en los deleitosos alientos femeninos” con la que Almela, sonriendo, parece coincidir porque me pregunta: “¿Has notado ese fenómeno?” y sin esperar mi respuesta añade: “Es infalible. Eso sí, cambia mucho el volumen, diríamos. En algunos casos se nota poco; en otros, estrepitosamente”.
—Y ¿te parece que para agradable?— pregunto yo.
—Cómo.
—¿Para bien? ¿Es un cambio grato?
—Pues te diré. Para… raro. Pero sí. Inconfundible.
Entonces llegamos a lo primero que no entiendo —que al parecer sólo sucede a quienes andamos desnudos de conocimientos científicos—: “Jáctate mejor, oh rojo, de que fue el doppleriano, / batocrómico corrimiento de las líneas espectrales / en conjunto hacia ti / lo primero que reveló la expansión del universo”. Cuando le leo el pasaje, Almela sonríe de nuevo: aquellos son terrenos que le son conocidos. Me explica que fue, en efecto, el “corrimiento de las líneas espectrales” hacia el rojo lo que permitió plantear por vez primera que el universo está en expansión (http://bit.ly/erZYFh). 
Mi ignorancia no es tanta como para no saber qué es el efecto doppler —ahora que lo pienso, si dejé de entender lo que me dijo la mensajera de la vespa quizás fue porque ya se alejaba— pero suficiente para no tener ni idea de lo que me explica a continuación.
—En términos de luz, el efecto es el mismo. Y en el caso de las estrellas, que se alejan de nosotros, la longitud de onda de la luz “se estiiiira” y las rayas espectrales se desplazan, es decir, se corren… Cuando se alejan, se corren hacia el rojo, que tiene longitud de onda más larga que el otro extremo del espectro, que es el violeta. Entonces enrojece la luz, diríamos, ¿verdad? Eso sólo puede explicarse porque la fuente de luz se está alejando. Y como eso lo muestran todas las galaxias en todas direcciones, es que el espacio está expandiéndose y aumenta la distancia de cada una con respecto a todas… El corrimiento hacia longitudes de onda más largas se llama corrimiento batocrómico…
La misma reacción le produce el pasaje que viene a continuación. A estas alturas me parece que si el texto fue escrito, como es obvio, siguiendo los lineamientos de su escritura, al menos a juzgar por la naturalidad con que lo glosa el poeta el resultado es perfecto:

Piensa también, oh rojo, que si en ruso tu nombre
se funde con lo bello
(lo cual no es, por supuesto, lo que cree gente babosa)
es por algo —dímelo a mí, que vehemente acuso todavía
a la que siempre de rojo iba vestida
y cuyos ojos, oscuros teobromos deseados,
aún llevo en mis entrañas dibujados.

—Sí, así es—me explica—. La Plaza Roja, por ejemplo, es La Plaza “Bella”… En ruso, “rojo” y “bonito” tienen la misma raíz.
—“Lo cual no es lo que cree gente babosa…”.
—Pues serán los comunistas, ¿no?… [risas]. Sí, por eso, parece decir algo así como “háblame a mí de rojos, que aparte de las pendejadas del Ejército Rojo y la bandera roja, yo sí sé de rojo… por las razones allí expuestas”.
—¿Sabes lo que son los teobromos?
—Bueno, sí, es el nombre científico del cacao: Theobroma cacao. “Theobroma” significa “alimento de dioses”. Y sí, lo es… [risas] Yo hoy me comí una paletita de agua de chocolate y aun esa cosa miserable me supo bien… [Risas]
—¿Y la triangulación? ¿Qué será esto de la topografía divinal?
—La triangulación es eso para levantar planos hipsográficos, es decir de alturas y profundidades y todo… Ya sabes, los del teodolito, que miran para ver la distancia, el ángulo y la luz, con lo cual se forman triángulos. Los triángulos, por trigonometría, después de varias medidas te dan ya un plano en profundidad. Si no puede ser también en plano, vaya, de las subidas y bajadas del terreno… sus perfiles. Ésa es la “triangulación”, que es como se hacían en un principio los mapas. Ahora ya desde un satélite y [sonido irreproducible]…
—¿Qué te parece el adjetivo “divinal”?
—Curiosamente yo lo he usado repetidas veces. Por ahí puse en algún lugar “Fulana divinal”. Es que eso de “divino”, me jode…
—Dice “ruega por nosotros los rojos y los verdes”.
—Sí… Supongo que querrá decir por todos.
—Ah, claro, los rojos y los verdes y los azules y los violetas…
—Aparte de que el verde es el color complementario del rojo.
—“Así como por algún Rangoni malhadado…”.
—Rangoni es un personaje del Boris [Godunov], de Mussorgsky… Sólo aparece en el tercer acto… Además es que la melodía es muy fascinante [la tararea]. Es muy bonita. Sólo aparece en el mero final de ese acto y está en la escena de amor del falso Dmitri y Marina Mniszek en el jardín… Suena todavía el canto de Rangoni, que le acaba de decir a Marina, antes, que debe de estar dispuesta a todo en el nombre de Dios. Ella se escandaliza primero pero él contesta que “nada, nada, así es esto de la religión…” [Risas].
—¿Qué podría significar la alusión a Rangoni?
—[Risas] Quizás porque Rangoni está fomentando la unión de los católicos polacos con los ortodoxos rusos, y cuenta con que con un zar católico (el falso Dmitri convencido por él y por Marina, su esposa) imponga a su vez el catolicismo en Rusia en lugar de la ortodoxia. Es decir que en sus posibilidades, que no pasan de cantar, fomenta… un enlace.
—Eso tendrá que ver entonces —aventuro yo— con la alusión al Chaco, el “blanquísimo Chaco”, que sé que es un provincia del norte argentino. Yo conocí hace años a un escritor que era de allí y hasta leí un libro suyo.
—Ah no— responde Almela, taxativo y cortante— ahí sí tú sabrás…
¿Sabré? Al salir ese miércoles de su casa, tuve algo parecido a una visión: estacionada a unos metros de mi coche, vi una vespa idéntica a la que manejaba la muchacha que puso en mis manos el poema. Podría jurar que era la misma. ¿Qué hacía en ese lugar, la tarde de mi encuentro con el poeta? El hallazgo no hizo sino llenarme de nuevas suspicacias. Lo único que sé es que todo apunta al encuentro en Río Nilo y la muchacha del acento sudamericano. Como bien puede apreciarse, estoy lejos de resolver el enigma y no sería raro que la cosa diera todavía algo de sí. Si hubiera algo que informar, prometo hacerlo de inmediato.

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El poema “Palinodia del rojo”, que da título a mi libro, puede descargarse en la página de la revista Este País, en http://bit.ly/byLZq8

La foto de mis abuelos es del 5 de junio de 1997, día que Fernanda cumplió 83 años; Santos tenía 90.

Sobre Juan Almela / Gerardo Deniz en este blog:

Una tarde con Gerardo Deniz, http://bit.ly/bmZS4N  
Cuadernos y dibujos del niño Deniz, http://bit.ly/9dkSDa
Gerardo Deniz, lector (1), http://bit.ly/hs2IA1
Gerardo Deniz, lector (2), http://bit.ly/ii4qxC

domingo, 12 de diciembre de 2010

El soundtrack de una vida (segunda de dos partes)

La semana pasada inicié el recuento de diez canciones que me han acompañado en algunos momentos memorables de mi vida, tal como hice para el programa de radio de Laura Barrera que se transmite por Horizonte, la estación del Instituto Mexicano de la Radio. En la entrega del pasado domingo me referí a un primer grupo de canciones que cubren los años que van de 1976 a 1992. Éstas son las que completan la lista.

6. “Qué bueno baila usted”. Buenavista Social Club presents Ibrahim Ferrer, Ibrahim Ferrer (1999)
1999 fue lo más parecido a un annus horribilis para mí. Fui más solitario que nunca, me volví particularmente irritable, enflaqué hasta quedar en los huesos. Entonces me relacioné con gente extraña, obsesionada con la muerte, y caminé a su lado parte de aquel año y del siguiente quizás sólo para entender un refrán que leí en La Celestina: “Perdido es quien tras perdido anda”. Mis pasos me acabaron llevando a un rincón extraviado de la provincia mexicana, Rincón de Guayabitos, en donde, por así decirlo, toqué fondo. Tres años antes, al igual que millones de personas en el mundo, había celebrado la aparición del disco Buenavista Social Club. De entre el grupo de músicos reunidos por Ry Cooder, desde el principio me conmovió particularmente Ibrahim Ferrer: su voz, su biografía, su infinita ternura. 
Poco después, en 1999, apareció su primer disco individual, del que mi canción preferida es la poderosa “Qué bueno baila usted”, que tiene el encanto de ser una calca exacta de la versión grabada por Benny Moré y su Banda Gigante en 1957. A los productores del programa de radio se les ocurrió ligar el inicio de la versión original con la continuación de la otra y el resultado es el de esas tomas cinematográficas que empiezan en blanco y negro y cambian al color sin que el ojo perciba el truco. En ese disco resuena mucho de lo que viví aquel año y en particular de los días finiseculares en que mi huella se pierde entre desconocidos en un balneario triste de la costa de Nayarit.
La grabación de Benny Moré puede oírse en http://bit.ly/9tkgEM
La versión de Ibrahim Ferrer, en http://bit.ly/9jJm1q


7. “Mozambique”. Desire, Bob Dylan (1975-2002)
En 2001, de común acuerdo con Sergio Autrey, quien un año antes me había comprado el ochenta por ciento de las acciones de la editorial que hacía Viceversa, decidí el cierre de la revista que fundé en 1992. Al poco tiempo me fui a España con la intención de tomarme un año sabático. Ya conté en este lugar que de camino a Madrid, ciudad en la que pensaba instalarme, fui invitado al homenaje a un antiguo maestro en un pueblo en las montañas de Asturias donde me di cuenta de que mi destino no estaba sino en aquella tierra, finalmente la de mi madre y tres de mis cuatro abuelos. Renté un estudio en la Plaza del Sol, en el corazón del viejo Oviedo, y un año más tarde me mudé a un departamento en un edificio frente al Campillín. 
Además de la mía, tuve por lo menos otra “casa”: un bar en un rincón del casco antiguo llamado El Paragües, donde pasé algunas de las veladas más entrañables de aquel tiempo. Aunque siempre tuve simpatía por Dylan, esta canción, a la que identifico con esas noches, fue la que me convirtió en fan: su guitarra, la hermosa segunda voz de Emmylou Harris, un violín… En ese mismo disco está la que para mí es la canción más hermosa de la historia del rock: “Oh sister”. Con todo, si me inclino por “Mozambique” es porque en ella resuenan mejor que en ninguna otra la risa de Susana, las conversaciones con Bolo o Pancho y la lealtad a toda prueba de Tomás, que forman parte de mis recuerdos más felices de los cerca de cinco años que viví en la antigua Vetusta.
La canción puede oírse en http://bit.ly/d8zUJK


8. Dueto “Wir eilen mit schwachen, doch emsigen Schritten” de la cantata “Jesu der du meine Seele”, BWV 78. 6 Favourite Cantatas, J. S. Bach. The Bach Ensamble, Joshua Rifkin (1998-2004)
En 1991, gracias a la propuesta del poeta David Huerta, fui invitado a pasar un año en la Universidad de Bucknell, en el estado de Pensilvania, para trabajar como profesor adjunto (teaching assistant) del Departamento de Español. Quizás el egresado más famoso de esa universidad situada a orillas del río Susquehanna sea nada menos que Philip Roth. 
Allí conocí al madrileño Xavier Pascual Aguilar,* desde entonces uno de mis mejores amigos, quien me contagió su infinito, voraz y casi imprudente amor a la música: They Might Be Giants, The Stone Roses, Paul Weller, Hoodoo Gurus, The Smiths… Al final de aquel año escolar me había vuelto casi tan adicto como él, lo que me preparó para acceder (una vez de regreso en México) al orbe musical de Sergio Vela, a quien había conocido una década antes en la preparatoria y de quien he sido amigo íntimo desde entonces. 
Hace poco, Sergio, quizás la persona que más sabe de música en México (www.sergiovela.com), me regaló una fantástica caja llena de discos de Haydn, Liszt, Beethoven, Respighi, Strauss, Chávez… que ni siquiera he acabado de revisar. Aunque bien podría poner algún otro ejemplo, he elegido este dueto de la famosa cantata número 78 —llamada algo así como Jesús, Tú que a mi alma—porque me identifico con el aire general de la pieza y me fascina el juego de las voces cargadas de encanto y alternancias contrapuntísticas.
El dueto puede escucharse en http://bit.ly/cuN40Z


9. “Calle real”. Calle real, Camarón de la Isla, Paco de Lucía y Tomatito (1983-2006)
Durante el tiempo que viví en Oviedo se enfrió algo mi afición al cante flamenco. No podía ser de otra forma si se considera que es grande el desinterés por el fenómeno jondo en las heladas tierras del norte. Pero esa música de origen sureño que cuando era niño me parecía terrible acabó jugando un importante papel en mis aficiones quizás porque representa una parte de mis raíces: mi abuelo materno era andaluz. Hay algo en la belleza y el carácter de mi madre que no corresponde exactamente a su Asturias natal, algo que está en mi hermano y mis dos hermanas y que no puede provenir más que de tierras andaluzas. 
Más allá de mi nacionalidad mexicana, algo de eso debe de haber influido para que me haya sentido, a pesar de lo cómodo que en general estuve en Oviedo, ajeno a Asturias y los asturianos. ¿Será que como hispanoamericano me identifico antes con el sur peninsular? De lo que nadie puede dudar es del poderoso atractivo del gran Camarón de la Isla: quien lo conoce a él y en su voz y jondura el flamenco traído a sensibilidades modernas, es difícil que no se apasione por su obra. A partir de un par de discos que le robé a mi padre a finales de los años ochenta, durante la última década he conformado una dilatada y gozosa discografía flamenca. Si escojo "Calle real" es porque el fandango de Huelva es un "palo" fácil y reconocible, lo que lo hace propicio para empezar a tomarle gusto al misterioso género; y sobre todo porque precisamente en Huelva nació mi abuelo materno, José María Figueroa Monís. Quizás por todo eso, mejor que ninguna otra esta música representa para mí la España que, sin estar consciente plenamente de ello, durante años durmió bajo mi piel.
La canción puede escucharse en http://bit.ly/aDt7TK


10. “Ojalá que te vaya bonito”, de José Alfredo Jiménez. Cosas del corazón, Oty (2006-2010)
A pesar de su nombre vallejiano, mi Otilia no nació en Santiago de Chuco ni en Lima (http://bit.ly/bv99D5 ) sino en Oviedo, en 1944, en donde dieciocho años después conoció a mi padre, y luego de un breve noviazgo se casaron y nueve meses y un día más tarde, en México a donde corrieron a instalarse, me tuvieron a mí. Una de las más antiguas imágenes que conservo de mi Otilia es la de la jovencísima española con la guitarra entre los brazos encandilando con su gracia a los graves emigrantes del norte español entre los que vino a morar, en cuyo repertorio estaban las canciones que ella y ellos trajeron consigo a América —pero también las mexicanas que aprendió en España aun antes de su emigración y que nunca ha dejado de interpretar con su pronunciación de allá, lo que añade un matiz invaluable al fraseo de aquí. 
En 1997, aprovechando el fácil acceso a las nuevas tecnologías y cediendo a una idea vieja grabó su primer disco, Anda y señálame un sitio, experiencia que luego repitió en dos ocasiones: Oty le canta a Asturias en 1999, y Cosas del corazón —quizás su mejor trabajo— en 2006. Algunos amigos me ayudaron a enmarcar el talento de mi Otilia (que en la foto aparece bailando en una gala de fines de los años ochenta para recaudar fondos para la lucha contra el cáncer de mama) en esos tres discos sucesivos, como el fotógrafo Adolfo Pérez Butrón o la diseñadora Soren García Ascot. Cuando preparaba esta lista, le pregunté por meil cuál de las canciones de su último disco debía poner en el programa, y ella, que primero me dijo que la que yo escogiera, se arrebató a sí misma la palabra y escribió: “Ojalá que te vaya bonito” de José Alfredo Jiménez. Una manera hispanomexicana, y por eso muy suya, de poner un apasionado punto final.
La canción puede escucharse en http://bit.ly/cxdcQw

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*Xavier Pascual Aguilar formó parte de Los Potros, un conocido grupo de garage beat del Madrid de los años ochenta (en la foto se le reconoce porque es el único que tiene lentes). Actualmente es miembro de The Frinchers, grupo que reúne a algunos antiguos “potros” y cuya música puede escucharse en www.myspace.com/thefrinchers.


A los cinco primeros lectores que me escriban un comentario sobre este post a oralapluma@gmail.com les haré llegar por correo ordinario un ejemplar de Cosas del corazón, el más reciente disco de mi Otilia.

Las emisiones de El Soundtrack de una vida pueden escucharse los domingos a las seis de la tarde por Horizonte, en el 107.9 de FM (o por www.imer.gob.mx). La mía, que fue transmitida el domingo 7 de septiembre pasado, está en http://bit.ly/d8nuPB

domingo, 5 de diciembre de 2010

El soundtrack de una vida (primera de dos partes)

La idea del programa es la siguiente: el invitado escoge diez canciones que lo han acompañado durante algunos momentos importantes de su pasado y las va presentando a lo largo de una hora con el propósito de puntuar, digámoslo así, el relato de su vida. El soundtrack de una vida se transmite los domingos a las seis de la tarde por Horizonte, en el 107.9 de FM (o por www.imer.gob.mx), y su conductora es Laura Barrera. A lo largo de más de cinco años, han pasado por sus micrófonos escritores, actrices, historiadores, músicos, fotógrafos, directores de teatro… A continuación, los diez tracks que yo elegí. No hay mucha diferencia entre lo que dije en el programa, que fue transmitido el domingo 7 de septiembre, y lo que hoy publico en Siglo en la brisa; quizás que hago mayor énfasis en las canciones mismas, aunque sea imposible que las experiencias que me ligan a ellas no se cuelen por todas partes.


1. “Échame a mí la culpa”. My spanish album, Albert Hammond (1976)
El 11 de junio de 1976, a unas horas de cumplir doce años, volé a España, solo. En el aeropuerto sentí pavor: por el vuelo, por irme a solas, por estar a punto de vivir mi primera despedida seria. Aquel verano se abría una grieta escolar de las que coinciden con el tiempo biográfico: en septiembre empezaría la secundaria. Conmigo llevaba una pequeña cámara, una grabadora con dos o tres cintas, y un misterioso libro comprado la víspera en el Gigante de Ejército Nacional: PES (Percepción Extra Sensorial) Tu Sexto Sentido. Volví dos meses después, rebosante de primeras sensaciones: la comida, los rostros, el acento, los olores y algún enamoramiento fugaz. 
Entre ellas, una invaluable y eterna: la presencia conmovedora de mi abuela materna, ciega, que moriría en diciembre de ese mismo año. Ningún relato o foto o recuerdo puede recrear lo que sentí y vi y viví durante aquellas ocho semanas en España como la famosa canción de Ferrusquilla, que se oía en todos los bares de la orilla cantábrica en la deliciosa versión de Albert Hammond. (Para los más jóvenes: su hijo, Albert Hammond Jr., es miembro de The Strokes). El fraseo de la canción reproduce el del borracho que pone por encima de sus sentimientos pisoteados una supuesta generosidad para afrontar la ruptura. Por eso los versos de la canción (“dile a quien te pregunte que no te quise, dile que te engañaba, que fui lo peor, échame a mí la culpa de lo que pase…”), se cantan mejor subrayándolos con el puño derecho y la mímica de quien se cae de briago.
La canción puede oírse en: http://bit.ly/dkQAcd


2. Heaven must have sent you, Bonnie Pointer (1978)
De pronto, me encontré a solas en un terreno baldío. Todos vivían su desconcierto pero yo quizás más que ninguno: me explico: acababa de cumplir catorce años y nadie parecía darse cuenta de que el mundo había cambiado de manera violenta. Aún tendrían que pasar cuatro largos años para que mis padres se separaran. En aquella casa de Fuentes del Pedregal que no conoció los acabados, yo conocí el aburrimiento. Siempre fui imaginativo y aquellos días no fueron la excepción, pero la realidad se empeñaba en mantenerse impenetrable. 
Me refugiaba en el “estudio”, un cuarto más bien con poca luz que daba a una jardinera con yucas y muros de piedrín donde estaban los libros y los discos. También, el restirador de mi papá, con papel membretado del Departamento de Distrito Federal, para el que trabajó un tiempo, y lápices y plumas. Hacía no mucho en ese mismo lugar yo había leído mi primera novela, aunque no logré acabarla: Robinson Crusoe, en una edición comercial de Bruguera. Un día oí en el radio esta canción que fui a comprarme en cuanto pude, en un disco de 45 revoluciones: el primero que compré en la vida. Situada en la frontera entre el funk y la música disco, “Heaven must have sent you” es quizás el “himno” de mi adolescencia: la música, quiero decir, que sonaba en el momento en que me encontré a solas en un mundo que se caía a pedazos. Además allá, del otro lado de las nubes arremolinadas, asomaban las voces, los ritmos y la letra de esta canción interpretada por la ex-integrante de las Pointer Sisters como la promesa de una poderosa sensualidad todavía negada.
La canción puede oírse en http://bit.ly/cGMxij


3. “Soledades”, Mocedades 5, Mocedades (1974-1981)
Soy incapaz de oír las canciones del grupo vasco sin que se me enchine la carne, pero no porque me transporten a los tiempos de la final de la infancia, cuando las oía una y otra vez, sino porque sus letras me parecen el paradigma de lo fallido. Fueron importantes en un mundo con pocos libros y no muchas músicas donde eran algo de lo más poético a mi alcance, antes de que un peculiar maestro de la secundaria pusiera en mis manos las primeras antologías de poemas. 
Con todo, Mocedades no estaría en esta lista si no fuera por esta versión del bellísimo romance de Lope de Vega que oí por vez primera, y quizás única, en la casa de mi amigo Gerardo López Salgado, muerto de manera trágica hace poco más de cinco años, cuando acababa de rebasar los cuarenta. En 1981 le propuse hacer un viaje de un mes (y no de un año como dije en el programa) por quince ciudades de la República que empezó en la estación de trenes de Buenavista y acabó en McAllen, Texas. En Morelia, me contó la trama de Rojo y negro, de la primera página a la última, desde la serena descripción del pueblo de Verrières hasta el dramático momento en que Matilde de La Mole va en el interior de la carroza y lleva en el regazo la cabeza cortada de Julien. La musicalización del romance del Lope, si es cierto que sin mucho chiste, me resulta encantadora siquiera porque me acompañó en silencio durante largos años hasta ahora que gracias al programa logré localizarla. En un lugar, quien le puso la música cambia la medida de un octosílabo y lo deja cojo; en otro, pronuncia mal una palabra, lo que prueba que Mocedades cantó algunos de estos versos sin saber siquiera lo que decían.
La canción puede oírse en http://bit.ly/daf3DF


4. “I saw her standing there”, Please Please Me, The Beatles (1963-1988).
Un fiesta en el quinto piso del Edificio Basurto. Una sala alargada, con suelo de madera, sin muebles. Un aparato de música que atruena. Unas flores entregadas la tarde anterior por la escalera de servicio y que nunca sabré si llegaron a su destinataria. A lo lejos, una extrajera larguirucha baila despreocupada y a solas. No ocurrió el encuentro deseado, de lo que quedó testimonio bastante en algunas páginas de Ora la pluma, como del viaje al sur que planeamos juntos pero que ella hizo con otros amigos —y que se cuenta, en el subjuntivo propio de la circunstancia, en “Norte” (pág. 27)—. 
Esta canción es la primera del primer disco de los Beatles pero forma parte de este soundtrack no por ese hecho interesante sino porque lleva implícito un pequeño orbe de sensaciones de los años de mi entrada a la Facultad y sobre todo un poco más adelante, cuando me empecé a sentir en ella como en mi propia casa. Y también, cómo no, en la mía propia, a solas casi siempre durante aquellas inacabables jornadas de lectura sin ninguna interrupción. El fascinante descubrimiento de los estados alterados. La presencia sabia de la gata Isolda. La muchacha del perfume de sándalo. El arranque de esta canción es uno de los más dinámicos y rebosantes de energía que conozco y no puedo oírlo sin volver a ver la figura alargada de aquella evasiva extranjera bailando al fondo de un salón vacío.
La canción puede oírse en http://bit.ly/cOVJFx


5. “Harvest moon”, Harvest moon, Neil Young (1992)
Mi primo, en aquellos tiempos director de Radioactivo, me regaló el cassette en 1992. Yo acababa de conocer a una mujer cuya apariencia y forma de actuar estaban matizadas, si el oximoron es tolerable, de una como dulce aspereza. No era la única de sus contradicciones: a sus ojos bellísimos, enmarcados por unas largas pestañas, asomaba una inequívoca y profunda tristeza. Las canciones de este disco fueron la música de las muchas noches en que manejé por unos vericuetos entre las lomas hasta el final de una calle cerrada, al fondo de un paraje en el Estado de México, para llevarla a su casa, y a continuación atravesé la ciudad por un Periférico anterior a las aberraciones perredistas para regresar a la mía, situada en una cuesta en San Jerónimo. Al final, para decirlo con las palabras de Gonzalo Rojas, “todo fue polilla a lo largo del encanto” (http://bit.ly/98pOi3). Más que lo que dicen sus letras, que en general me deja frío, me gusta la melancólica fineza que sobrevuela estas canciones nocturnas. La que da título al disco me gusta en especial por el coro de mujeres que parece un viento dulce que corre entre los huizaches y las suculentas de un paisaje desértico, nunca de día. Casi contra mi voluntad, la más importante en 1999, la música de este disco ha reaparecido para servir de fondo a un par de nuevos desengaños.
La canción puede oírse en http://bit.ly/b1QkBB