viernes, 26 de octubre de 2018

Boda civil

Por esos días, cuando Santos entró en una etapa de difícil discernimiento respecto a lo que pasaba en su interior, lo que a la larga sería irreversible, se casó mi hermana Covadonga, quien quiso que él fuera testigo de la ceremonia civil. Mi abuela se puso muy nerviosa: Santos ya no estaba para aquellos trotes. 
Santos, ca. 2000. Foto: José Luis
Fernández Tolhurst. 
Lo más posible era que, una vez delante del libro de actas, se le olvidara para qué había ido hasta allí y no supiera qué hacer. Se convino en que yo lo acompañaría. Durante los días que precedieron a la boda, ella le dijo todas las veces que pudo: “Vas y pones: ‘S. Fernández’, ‘S. Fernández’, como firmas siempre”. Por si fuera poco, todas las tardes lo sentó un rato a la mesa del comedor y lo hizo firmar una y otra vez en una hoja en blanco. A pesar de aquellos preparativos, a Fernanda nunca le hizo ninguna gracia la idea.
Fernanda, ca. 2002. Foto: FF
Llegó la boda. Estábamos alrededor de los desposados cuando llegó su turno y lo llamaron. Le ofrecí el brazo. De camino hacia la mesa improvisada como oficina del registro público, cuando nos acercábamos al lugar donde estaba el juez extendiéndonos una pluma, todavía oí a Fernanda decirle, con insistencia, por lo bajo: “Pon como pones siempre: ¡‘S. Fernández’!, ¡‘S. Fernández’!”. Nerviosísima ante lo que pudiera suceder, le temblaba como nunca la cabeza. Ya allí, Santos se soltó de mi brazo. Tomó la pluma. Le quitó la tapa. La acercó al libro de actas.
Santos firma como testigo en la boda de mi hermana Covadonga.
Casino Español de la Ciudad de México, 18 de marzo de 1995.
A continuación escribió, con morosa parsimonia y elegante grafía, largamente como no había hecho nunca, con sus dos nombres y sus dos apellidos: “Santos Maximino Fernández Bueno”. Me miró, y me guiñó un ojo.

(Este texto es una página de mi libro Oriundos, que el lunes próximo entra a imprenta. Aparecerá a finales de noviembre, bajo el sello de Cataria Ediciones.)
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Más sobre Oriundos en este blog:
Santos, 1923, https://bit.ly/2CGCxir

Más sobre mi familia y Asturias en Siglo en la brisa:
Antonio Poo, https://bit.ly/2zgKjzi
Árbol genealógico, http://bit.ly/KOKiw8
Retratos asturianos,https://bit.ly/2KnktdZ
Autógrafos remotos, https://bit.ly/2KpuLgW
En la boda de Lola y Félix, https://bit.ly/2yIiLCK


viernes, 19 de octubre de 2018

Imprenta

La imprenta está en Privada de Doctor Márquez, una callecita de una sola cuadra de la Colonia Doctores, paralela a Vértiz, especialmente atormentada por los baches; se le reconoce a simple vista, aun desde el cabo de la calle, porque su entrada está debajo de un gran ficus que se alza con autoridad sobre la banqueta, progresa con imaginación espacial ascendente y acaba inclinándose, por obra de su follaje y su peso, sobre el arroyo de la calle, conformando sobre ella una masa verde inusitada para aquel barrio más bien áspero de la ciudad. 
El impresor Marco Vinicio Barrera.
Durante el día, Marco Vinicio Barrera, el propietario de la imprenta, se rodea de sus empleados, con los que trabaja sin formalidades, de tú a tú. Va y viene; entra y sale; recibe llamadas y personas. Cualquier cosa representa un buen pretexto para saltar del sillón donde transcurre la charla: solicitar ejemplares de los libros que a través de los años ha hecho incansablemente a un amigo en común; pedir una llamada que viene a cuento; mostrar este o aquel ejemplar de cierta edición agotada.
En la misma manzana, pero del lado otro, quiero decir sobre Vértiz, hay un Lumen, lo que hace que la cita en la imprenta pueda incluir una visita a la bodega de aquella tienda en donde el impresor es recibido con respeto (y acaso con un poco de temor), para escoger los papeles, sacarlos a la luz con el propósito de confirmar el tono exacto de sus colores, palparlos. 
Primeras capillas de Oscuro escarabajo.
Si uno consigue que se siente un momento, Marco Vinicio Barrera lo hace en su despacho de paredes colmadas de pinturas y conversa entonces sobre otros amigos comunes, cuenta incansablemente anécdotas, saca a colación relaciones escondidas entre todo género de personas y asuntos. 
La imprenta donde se hace la portada de mi libro.
Más tarde, cuando acaba la jornada y se retiran sus trabajadores (ayudante de la dirección, diseñador gráfico, maestros talleristas, etc.), se recluye en los espacios colmados de pinturas y plantas que, arriba de la imprenta, se despliegan generosamente (quiero decir los espacios, pero también las plantas y los cuadros), y entonces, al menos por unas horas, se convierte en el único habitante de aquella casa donde por el día resuenan rítmicamente las máquinas impresoras y por la noche velan los espíritus de la reproducción en serie.
Primera prueba de color de la portada de Oscuro escarabajo.
Aunque lo vi en persona por vez primera hace apenas unas semanas, Marco Vinicio Barrera es un viejo conocido para mí: y es que dos queridos amigos míos, ambos editores de primera, Marco Perilli (antes AUIEO, ahora La Mano Andante) y Miguel Ángel de la Calleja (Parentalia), son amigos y clientes suyos. 
Ni sombra de disturbio. Auieo/Conaculta, 2014.
Pero lo que hace especial la amistad de esos amigos míos con Marco Vinicio Barrera, o lo que hace que esa amistad sea tan especial para mí, es que dos libros míos editados por ellos han salido de las prensas de Estampa Artes Gráficas, que es como se llama su imprenta. 
El ciclismo y los clásicos,
Parentalia, 2012.
Me refiero a la segunda edición de mi plaquette El ciclismo y los clásicos, aparecida en 2012, y Ni sombra de disturbio, mi libro de ensayos sobre López Velarde, que vio la luz dos años después. Así, cuando entro al taller de Marco Vinicio Barrera, tengo la extraña sensación de que ya he estado en ese lugar. Lo hago esta mañana de lunes porque vengo a ver la prueba de portada de Oscuro escarabajo, mi nuevo libro de poemas, cuya impresión me ha encomendado mi editor, Francisco Magaña. Los pliegos del libro han sido ya impresos y sólo falta la portada para irse todo a cosido y pegado. No es mi primera visita de hoy; antes este mismo día estuve ya aquí, cuando vine por la mañana a ver papeles para decidir el color de las guardas que va a llevar el libro, siguiendo siempre los lineamientos de Ediciones Monte Carmelo, el sello con el cual Oscuro escarabajo va a empezar a circular a principios del mes próximo. Este post no quiere otra cosa que agradecer a Francisco Magaña, que me ha abierto las puertas de su editorial y me ha tenido la confianza de dejar en mis manos la supervisión de cuanto ocurra en la imprenta, y al impresor Marco Vinicio Barrera, quien ha trabajado en mi nueva colección de poemas con amor a los libros y culto a la amistad.
Los pliegos de Oscuro escarabajo, recién impresos y armados ya en ejemplares independientes, listos para irse a cosido y encuadernado.
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Las fotos que conforman este post son mías; fueron hechas en octubre de 2018.

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