viernes, 28 de septiembre de 2018

La China Mendoza, entrevista (2/2)

Fotografías de Juan Miranda
La semana pasada publiqué en este espacio la primera parte de la charla grabada de poco más de una hora que mantuve con María Luisa La China Mendoza cuatro años antes de su muerte (ocurrida en junio pasado). La entrevista, que giró en torno a su visión de su propia vida y su obra, se mantuvo inédita hasta el pasado lunes 17 de septiembre, cuando fue transmitida en forma de emisión especial del programa radiofónico que conduzco. Como conté hace ocho días, la conversación transcurrió en su casa de la colonia San Miguel Chapultepec, en presencia de sus amigos Juan Miranda y Norma Yolanda Contla. Las fotos son de él, y fueron hechas aquel mismo día y durante una visita anterior.

—Cuando yo fui diputada, seguí teniendo el mismo fuelle respiratorio que cuando era nada más así, observadora, o alumna de Filosofía y Letras, o desvelada con mi grupo de amigos, bebiendo la copa y coqueteando en aquellas redes sexuales tan hermosas que había cuando era uno jovencito.
—¿Cómo? ¿Redes sexuales?
—Redes sexuales. Sí.
—¿A qué te refieres?
—Ahorita te lo explico. Eso se lo dije un día a Carlos Fuentes. Fui a una fiesta a su casa, ya Carlos viejón. Yo también y todos los demás, ya eran viejones. Fuimos amigos desde la adolescencia. Estuve sentada, tomé la copa, cené, platicamos, pero todo era como calmo, como apagado, ni siquiera era vibrante de política y de discusión. Todo era así, aguado, pues. Yo le dije: “Carlos, tengo que decirte mi observación. Hacía mucho que yo no venía al grupo. Para mí ha sido muy impresionante ver qué poco jóvenes y llenos de vigor estamos”. “¡Ay, pero por qué lo dices?”, porque Carlos Fuentes siempre creyó que tenía como veinte años, ¿verdad? Le dije: “Porque antiguamente estábamos sentados el mismo grupo, estábamos platicando, lo que tú quieras, pero tú ya estabas enlazándote con el muchacho que estaba enfrente, y el que estaba junto ya estaba enlazándose con la que estaba de más acá. Podíamos estar casados, viudos, divorciados, todos seguíamos tejiendo un tejido sexual, una telaraña en el ambiente, que era tan excitante… La copa se te subía más, el sabor de las enchiladas era más fuerte, la música era formidable, bailábamos como locos. ¡No nos cansábamos nunca! Y regresábamos a nuestras camas en un estado de indefensión, porque te habías dado plenamente con el amigo que estaba enfrente de ti, nada más coqueteándote. No llegábamos a mayores. Fuimos un grupo muy puro, muy temeroso. Bueno, pues era la época en que el sexo siempre daba mucho miedo porque no había ni pastillas ni un demonio. Entonces siempre íbamos como ángeles poseídos del deseo, pero sin llegar a nada. Bueno, pues toda aquella sensación de tejido sexual, que tenías que hacer así para caminar para tomar o a que te repitieran las enchiladas se había perdido. Todos estaban serios…
—¿Y qué te contestó?
—Se rió, se rió mucho. Y dijo: “No, pues tienes tenía razón”.
—Pues lo que me cuentas confirma que tu mundo es el periodismo y es la literatura mucho más que la política, pero la política en este país marca con fuego, ¿no?
—Sí, a mí me marcó…
—En el mundo de los intelectuales, los artistas, a uno que anda con los políticos se lo cobran, ¿no? Está vendido…
—Ya está vendido. Pero a mí, pues para nada… Ora sí que pos cuícuiri, fíjate, yo nunca me vendí. Yo no tengo precio. Pero también porque así me enseñaron en mi casa, mis padres. Así me enseñaron mis directores de periódico y mis compañeros. Mis esposos, como si hubiera tenido una caterva… Yo tuve dos esposos, periodistas honradísimos, impecables y diamantinos. Entonces, pues así soy también, no faltaba más.
—Impecable y diamantino, como dice López Velarde. En ese mismo orden de adjetivos.
—Sí, impecables y diamantinos.
—Oye, China, ¿y encuentra uno la felicidad en el matrimonio?
—¡Ay, sí! A mí me encanta casarme, francamente. Me gusta mucho, creo es una situación ideal, la del matrimonio. Tener un compañero, un hombre que sabes que va a llegar a tu casa a comer contigo. ¡O a pelearse, no importa! Y que sabes que en la noche se va a desvestir delante de ti, ¡lo cual es un placer inaudito! Se va a acostar junto de ti, a dormir junto de ti, y va a despertar a tu lado. Y todo eso lleva implícito una protección, que yo siempre he necesitado la protección de mi padre. Que me proteja, que decida por mí, que pague la renta, que me lleve a pasear, que en los hoteles él arregle todo lo que hay que arreglar en el escritorio, en el desk como dicen en los hoteles. Y en fin, todo eso precioso del compañero sí me hace mucha falta.
—Pero ¿por dónde se rompe el matrimonio? ¿Qué es lo que hay que cuidar para que no se rompa el amor?
—Yo creo que la frivolidad masculina, el machismo masculino, que es un hecho en México. Pues bueno, ni modo, así es. Y el ojo bravo del hombre. El lingui-li-lingui. No puede pasar una señora… Y se va sus ojos tras sus traseros y tras sus piernotas. Llega un momento en que se va tras de ella completamente, y se rompió el matrimonio. Porque nosotros fuimos educadas con una necedad de dignidad, que tampoco ya no se usa, pero qué lata… No puedes perdonar. Porque así te enseñaron también, oye. Yo a veces pienso: me podría haber hecho guaje. Y yo seguiría casada, desde mi primer precioso esposo… Seguría siendo la señora Deschamps.
—Tienes buena relación con ellos, ¿no? Los dos viven ¿verdad, China? Te llevas bien con ellos.
—Sí. Tengo buena relación… pero de lejecitos. Porque a mí no se me olvida, acuérdarte. Eso no se te olvida. La piel no olvida. Los ojos que lloraron no olvidan la dignidad ofendida. Yo siempre decía: “¡Bueno, pero ponme los cuernos con Rosario Castellanos, por el amor de Dios… con alguien que valga la pena, no con esta liendruda… Por favor. O con esta engargoladora, ¿cómo es posible?” ¡Qué humillación! Pues eso no se olvida…
—Oye, China, no tuviste hijos.
—No. Tuve muchos perros. También no tuve tiempo. Y no tuve tiempo por el matrimonio, por el periodismo. Si yo hubiera dejado de trabajar nueve meses, pues no sé cómo hubiera caminado la casa, porque nosotros vivíamos de lo que él ganaba y de lo que yo ganaba. Y entonces juntábamos los dos pobres sueldos y podíamos darnos lujos pequeños hasta de restoranes, que yo ya no me doy. Y a mí me encanta ir a comer a los restoranes. Pues no, no me doy… Bueno, si me invitan, sí… Ah, te digo que acabo de leer un libro que escribió Socorro Díaz sobre Enrique Ramírez y Ramírez, que fue el director del periódico El Día, otra de las picas en Flandes de mi vida… Cuando yo fundé El Día, como fundadora fundadora, realicé uno de los grandes hechos de mi vida periodística, de mi vida real de ser humano. Dirigí mucho, aprendí mucho. Mi primer viaje como enviada especial, me mandó Ramírez y Ramírez a Nueva York, a la Feria Mundial… Fue maravilloso. Luego me mandaron a diferentes partes del mundo. Empecé a salir de mi pequeño establo, donde yo namás tomaba mi agüita y mis hierbitas, ¿verdad?, como burrito. Y fue fantástico… Entonces, Socorro Díaz escribió un libro muy interesante, de la historia de Enrique Ramírez y Ramírez. Y en ese libro están los fundadores, la gente que dirigió… No lo he acabado de leer, por eso no puedo pelearme plenamente, pero hay una foto maravillosa en donde está el director rodeado de periodistas, incluyendo un señor que fue rector de la universidad en Argentina. Están Beltrán y mi adorado Dorantes. Y, en fin, gente muy, muy importante del periódico. Como cinco hombres, y yo. Y yo traigo un traje Chanel que todavía le suspiro porque era maravilla. Y en el pie de grabado, yo no existo. No sabes cómo...
—Hay que reclamárselo a Socorro, ¿no?
—No, no sé si se lo diga alguna vez… No. Pero me dolió tanto... Dije: “¡Ándale, otra lección de humildad!” ¡Sin ningún derecho! ¡Pero cómo! Pero si yo fui la maravilla en el periódico. ¡Si todo el tiempo que estuve en el periódico fue triunfo tras triunfo! ¿Y por qué me salí? Porque me empezaron a tratar muy mal porque yo andaba con Edmundo, y eso les molestó muchísimo. Y entonces tuvimos que renunciar los dos. Pero fue una renuncia muy digna, no nos dieron un centavo, nunca hicimos molestia ni hicimos escándalo ni mucho menos. Y sale la fotografía más importante, por ahí anda, ahorita te la enseño, están todos muy serios y a mí no me dan el crédito. Eso es un poco la historia de mi vida, ¿eh?
—Entonces tus novelas no han tenido...
—Pues sí, sí tienen muy buena acogida, pero como que no trascienden, porque… Bueno, yo creo que los premios ya están comprometidos. Ya no hay…
—Sí, pues es un juego ahí, es un mecanismo, ¿no?, y más ahora que todo es comercial…
—Y los boletos de avión están ya repartidos también. Y el pago de los hoteles en el extranjero, ya está repartido. Ya no hay para mí, ya se acabó. Además, no se te olvide que yo adolezco de una falla tremenda en este país nuestro que yo adoro: soy mujer.
—Ahora, eso ha cambiado, ¿no? En los últimos años, no es lo mismo que hace medio siglo, ¿no?
—Bueno, sí ha cambiado porque en el periodismo hay muy buenas periodistas. Han sobresalido las mujeres de muchas maneras, ¿eh?, a pesar de que siguen siendo muy solemnonas. Como lagartos parados. ¿A poco no? Y yo no, yo tengo mucho sentido del humor, me burlo mucho de mí misma, me uso mucho para hacer reír a los demás. Pero desde luego hay directoras, hay muy buenas novelistas o reporteras o cronistas, o lo que tú quieras y mandes. No se le puede negar la preponderancia a Elena Poniatowska, ¿verdad?, como la tuvo Rosa Castro, cuando vivía y era la hermosa venezolana periodista que triunfaba en México; como lo era Magdalena Mondragón, una gran periodista mexicana; como fue la doctora Chapa. En fin. Hubo grandes periodistas a lo largo de la historia del periodismo en México y sigue habiéndolas ahora en este tiempo. No me preguntes quiénes, porque no soy capaz de hacerte una lista, pero sí te digo que como periodismo en general, ha sido magnífico conforme pasa el tiempo. Yo leo todos los periódicos con una felicidad y una dicha… Me encanta leer periódicos. No sé cómo hay gente a la que no le interesa el periódico. ¡Pero cómo! ¡Quién…! Ya te imaginarás que miento madres cuando está mal escrito algo. Vuelvo a leer la frase: ¿qué es lo que este desgraciado me quiso decir?
—Por qué será que algunos de tus colegas te desprecian, si tú fuiste quien…
—Ah, no, pues se les olvida. Hablan de todos los importantes en México menos de mí. Hablan de periodismo, pero no aparezco, ¡no me dan crédito! ¡Qué coraje! ¿Por qué? ¡Con qué derecho si me he roto las manos trabajando! … Qué cosa… ¡Pero qué pasa, por qué me ningunean! ¿Están esperando a que yo me muera para…? Yo no soy Ricardo Garibay, con esa obra literaria maravillosa. Y también me han negado mucho de la obra periodística. Claro que mis columnas son preciosas, pero no son tomadas en cuenta como periodismo. Claro que yo me paro en un foro, y hago reír hasta al boletero. Se hacen pipí de risa. Les devuelvo la alegría. Les regalo mi experiencia de mi grupo de inteligentes, que es maravilloso, yo vengo de la inteligencia… Les regalo el humor negro de mi familia. Me he criado entre políticos, pero me he criado entre reidores, entre palabras inteligentes, de risa loca. Eso no me lo perdonan…
—Y dime algo, ¿tus libros se consiguen?
—No…
—¿Ninguno?
—No, no, ni uno de jodida… Si yo fuera Susan Sontag. O de perdida Elena Poniatowska, ¿no?
—¿Y tienes todavía algún proyecto literario, alguna novela, algunos cuentos?
—No.
—¿No se te quedó en el tintero algo?
—No. Acabaron conmigo.
—Pero yo te veo muy bien. Te veo guapa, te veo fuerte...
—Sobreviviente soy del horror.
—¿Eres de 1930, verdad?
—Sí. Yo creo que soy sobreviviente. Todos mis amigos ya se murieron, todas mis primas hermanas ya se murieron. Ya la casa de Guanajuato no existe. Ya nada. Pero, bueno, sigo viviendo y… Ayer vino Kena a comer aquí, con Lorenza.
—¿Kena Moreno?
—Sí. Entonces estaban hablando mal de los hombres, que una mierda, y esto y lo otro… Dijo Lorenza: “Bueno, pues aquí La China es la única que todavía tiene muchas ganas de tener que ver con los hombres”. “¡Ay –yo dije–, pero pues si estoy viva!” Yo adentro sigo siendo la muchacha de veinte años. Yo veo los muchachos en la televisión, y ¡pero, ay, pero qué guapura! Ay, que este muchacho estuviera aquí sentado junto a mi cama platicando conmigo, qué delicia. ¡Estoy viva! Porque éstas no, fíjate. ¡Los odian, los odian a los hombres! Qué cosa, ¿no?
—Pero estás sensacional, China, estás muy bien, ¿eh? Estás sensacional. Guapa, joven, llena de luz. Y en esta casa, llena de luz, y en este precioso lugar que estás aquí defendiendo como debe de ser.
—Porque estoy viva, estoy joven…
_____________________

Todas las fotos que acompañan este post son de Juan Miranda


Foto: Juan Miranda
Más sobre Juan Miranda en Siglo en la brisa
Un retrato de Rulfo en Viceversa, https://bit.ly/2lYMqOM
Contra la fotografía de paisaje (portada), http://bit.ly/1BwLVfM
Octavio Paz en el velorio de Juan Rulfo, http://bit.ly/XJsi1s
Maestro de fotógrafos ciegos, https://bit.ly/2OgOQot



Más entrevistas en este blog:
A José de la Colina, https://bit.ly/2Obpjgl
A Gerardo Deniz, https://bit.ly/2MorbRq
A Yolanda Pantin, https://bit.ly/2Nz75sl
A Federico Álvarez, https://bit.ly/2M5THMo