domingo, 26 de agosto de 2012

Noticias de Deniz


César Aira me citó en una desangelada cafetería muy cerca de la esquina de Callao y Corrientes. Era junio de 1999. El propósito de mi estancia en Buenos Aires era recabar información y hacer algunas entrevistas para escribir una crónica del centenario de Borges. Al poco de empezar a conversar, antes incluso de entrar en materia, Aira abordó un tema totalmente inesperado: Deniz. 
Me dijo que era uno de sus autores preferidos de la literatura mexicana y que lo leía y releía con verdadera fascinación. Estos días ha caído en mis manos un libro en el que el brillante narrador argentino expone las razones de su admiración por el poeta mexicano. Durante los últimos meses, en Argentina, México y Alemania han aparecido algunas publicaciones que contienen materiales sobre el autor de Gatuperio. Este artículo las enlista y comenta brevemente.

Dunkle Tiger, Lateinamerikanische Lyrik, de Michi Strausfeld, editora (S. Fischer, Frankfurt, 2012)
Un hermoso volumen editado en Frankfurt por la editorial S. Fischer bajo el título de Oscuros tigres compila a algunos de los poetas hispanoamericanos más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Se trata de un grupo de dieciséis autores de diez países entre los que están Olga Orozco y Juan Gelman (Argentina), Nicanor Parra y Gonzalo Rojas (Chile), Blanca Varela y Jorge Eduardo Eielson (Perú), Álvaro Mutis y Giovanni Quessep (Colombia) y Eliseo Diego y José Kozer (Cuba)… También aparecen Ida Vitale (Uruguay), Rafael Cadenas (Venezuela) y Carlos Martínez Rivas (Nicaragua). México es el único país que aporta tres poetas a la selección: Lizalde, Pacheco y Deniz. 
Firmada por Michi Strausfeld, una editora cuyo trabajo ha sido importante para la difusión de la literatura latinoamericana en tierras tudescas, la antología reúne el trabajo de diez traductores diferentes. Algo salta a la vista: es predecible que en ella estén Pacheco o Gelman, e incluso Parra, no así Deniz (cuyas versiones al alemán son de Susanne Lange). Copio la parte más interesante de la nota que le corresponde, en traducción de un amigo. Antes, no puedo dejar de anotar que la frase que se cita como del poeta contiene una ironía evidente que la editora alemana no parece percibir. 
“Su obra se nutre de literatura, ciencia y música, y de preferencia con materiales de ámbitos distantes de la lírica. Por causa de la variedad de sus influencias y por su lenguaje, ha sido considerado un neobarroco. En este sentido, Deniz no quiere mostrar erudición sino hacer malabarismos con piezas móviles, para iluminar la realidad desde las perspectivas más diversas. Muchos poemas introducen la ironía y los experimentos lingüísticos en el tono solemne. Así, su poesía ha sido señalada como una suerte de ‘contrapoesía’. Deniz dice: ‘yo mismo estoy consciente de que no escribo verdaderos poemas, sino a lo sumo parodias desvergonzadas de ese género sutil, difícil, selecto y variado llamado poesía’. Se le cuenta entre los autores marginales, ‘raros’, de la lírica mexicana, y sin embargo ha influido decisivamente en muchos poetas jóvenes. Los críticos lo consideran como uno de los poetas más innovadores de Latinoamérica.”

Los poetas hispanomexicanos, estudio y antología, de Enrique López Aguilar (Ediciones EON y UAM Azcapotzalco, enero de 2012)
Un antología de trece poetas precedida por un estudio de 175 páginas recoge la obra de los hijos de quienes pelearon la Guerra Civil y acabaron estableciéndose en condición de exiliados en México. Deniz aparece en ella junto a autores como Luis Rius, José Pascual Buxó, Jomí García Ascot, Angelina Muñiz-Huberman, Federico Patán, César Rodríguez Chicharro y Tomás Segovia. 
Habría mucho qué decir sobre este nuevo intento, el tercero por lo menos, de situar una poesía en principio planteada entre España y México y que acabó formando parte de la literatura de nuestro país. Llama la atención que de las publicaciones recientes con trabajo de o sobre Deniz, ésta sea la menos comprensiva. Quizás la explicación esté en que algunos conceptos de su autor parezcan algo estrechos y su punto de vista de cuando en cuando un tanto dogmático. Para explicar, por ejemplo, el mundo de los españoles en México no hace más que volver al maniqueo lugar común y dividirlos entre lo que llama “gachupines” y “republicanos”: los primeros, que emigraron a tierras mexicanas antes de la guerra, resultaban “represivos e intolerantes”; los segundos, que llegaron aquí como consecuencia de ella, eran “formadores e inteligentes”. Más adelante llama a aquéllos “ignorantes, ambiciosos y conservadores” y dice que carecían de la “autoridad moral” que tenían los exiliados. (¿Cómo explicarle que la misma palabra “republicanos” es conflictiva e inexacta?) Según él mismo, Deniz es uno de los poetas más singulares del libro y probablemente el que menos lazos de unión tiene con el resto: no tuvo nada que ver con los maestros del grupo, no se dedicó a la docencia, no hizo tesis, no editó revistas, no manifestó nostalgia por una cultura o un paisaje… 
Quizás por esa singularidad, el significado y los alcances de su obra se le escapan de punta a punta. ¿Qué hacer con un autor que ha afirmado de todas las maneras posibles que no se identifica con el exilio político y que incluso ha denunciado algunos de sus aspectos negativos, al revés de la idealización a la que se ha tendido en México? Cuando se refiere a la importancia de su obra, que relativiza diciendo que si Tomás Segovia o Deniz son “si no famosos, por lo menos reconocibles para segmentos mexicanos cultos académicos que leen poesía” no es porque quepa la posibilidad de que sean los mejores del grupo sino porque estuvieron “integrados al gran tranvía de la cultura presidida por Octavio Paz” (el subrayado es suyo), y todavía se refiere a “las tendenciosas encuestas de Letras Libres que suelen incluir a Deniz como si fuera el único poeta hispanomexicano”. 
Luego afirma que nuestro poeta empezó estudiando química pero “su actitud antiacademicista [sic] lo alejó de los estudios universitarios, convirtiéndose en un intelectual autodidacta y diletante”. A veces parece que para el pensamiento académico universitario sólo existe una alternativa a lo que no sea él mismo: la condición de aficionado, el diletantismo. Sin embargo, todo el que conozca a Deniz sabe que de ninguna manera le ajusta ese calificativo, de innegable connotación negativa. (Es lo mismo que uno piensa al leer esta extraña observación: “sus libros se han publicado en editoriales no universitarias”, como si fuera sorprendente que hubiera vida más allá de los cubículos…) Más adelante dice que se interesó en “cuestiones de traducción”, lo que tampoco es cierto: si durante largos años Juan Almela tradujo fue como una forma enojosa de mantenerse —aunque hubo excepciones, como en todo—. ¿Y a qué se refiere cuando escribe que “para varios lectores —inclusive expertos en literatura contemporánea—” su poesía [es] “estrambótica e incomprensible”? Es necesario preguntarle: ¿quiénes son esos “expertos”? Más allá de un par de casos anecdóticos, la crítica negativa a la obra de Deniz, si existe, no ha sido divulgada —o al menos que yo sepa—. 
Es significativo que el estudio acabe con una cita de Antonio Carreira en la que el prestigioso gongorista español describe a Deniz como “el más rebelde y original del conjunto, que ha alcanzado el paroxismo encerrando citas, enigmas y palabros en sus  poemoides, y que acaba de arreglarlo con esta declaración: ‘Comprendo que no se me comprenda pues no hay nada que comprender’”. Con sus flaquezas, el libro de López Aguilar resulta valioso porque nos pone delante de una serie de poetas de difícil acceso (Perujo, Jomí, Buxó, incluso Chicharro) y nos descubre a otros como Nuria Parés. Incluso diría que también lo es para el estudio del propio Deniz porque le otorga a éste una perspectiva desde la que es interesante y aun necesario considerarlo: Los poetas hispanomexicanos ofrece un contexto a un poeta que parecería no tenerlo, aunque sea sólo para desmarcarse de él.

La nueva edición de Mansalva (Editorial Mansalva, Colección Poesía y Ficción Latinoamericana, Buenos Aires, 2012)
A finales de 2010 estuvo en México el librero y editor argentino Francisco Garamona. Un lustro antes había fundado una editorial llamada Mansalva, nombre que tomó de la antología que reúne poemas de los tres primeros libros de Deniz (Lecturas Mexicanas, Segunda Serie, SEP, 1987). 
Garamona consiguió la anuencia del poeta para editar nuevamente el libro, esta vez bajo el sello bautizado en su honor y cuyo primer título, allá a finales de 2005, había sido El pequeño monje budista de César Aira (que por estos días reedita ERA en México). Pero lo mejor de la nueva edición es una nota precisamente de Aira reproducida en la contraportada y de la que copio algunas frases. Para él, los poemas de Deniz son “suntuosos acertijos cargados de vocablos raros, alusiones hipercultas y conclusiones oscuras. Pese a lo cual hay en ellos una luz intensa y una constante felicidad. […] Lo más atractivo de su obra son los poemas largos, o series de poemas, en los que actúan y dialogan algún personaje histórico o literario y un interlocutor menos ubicable […] en lo que terminan siendo verdaderas novelitas filosóficas pobladas de aventuras, que pueden releerse indefinidamente (porque nunca se las [sic] termina de entender), siempre con placer”. 
Y más abajo: “Con cuentagotas, ha publicado exégesis de algunos de sus poemas. Estos textos son del mayor interés pues iluminan de modo exhaustivo las alusiones históricas o enciclopédicas en general recónditas a las que el autor es proclive, y lo que parecía una máquina de puro efecto verbal se revela como un relato perfectamente razonable […] Que estas explicaciones existan, y se hayan publicado, así sea en cantidades mínimas, carga de promesas el resto de su obra y la vuelve más intrigante todavía. De hecho, sugieren un procedimiento de composición con el que se podrían reconstruir mecánicamente todos los poemas”. 
Además de reeditar Mansalva, Garamona, que acaba de fundar la revista literaria Luz Artificial, incluyó en el número inaugural de esa publicación los fragmentos de las entrevistas denicianas que salieron hace poco más de dos años bajo el título de “Superhiperbático” (Luvina, Revista de la Universidad de Guadalajara, número 58, primavera de 2010).

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Este texto apareció el día de ayer, sábado 25 de agosto de 2012, en el suplemento Laberinto (http://www.milenio.com/suplementos/laberinto) del periódico Milenio (www.milenio.com). Vaya un agradecimiento a su director, José Luis Martínez S.






El retrato de Deniz que abre este post lo hice yo mismo en Chapultepec el domingo 23 de enero de 2011. La foto a la izquierda de estas líneas, que es de esa misma mañana, es de Florencia Molfino. La de César Aira, que es de Daniel Mordzinski, la tomo prestada de http://bit.ly/nP14ZQ y la de Michi Strausfeld, de http://bit.ly/NNfWCP. La imagen en la que aparece Enrique López Aguilar es de la presentación de su libro, el 25 de febrero de este año, y la tomo de la página de la Universidad Autónoma Metropolitana, en la que hay más imágenes de ese día (http://bit.ly/Pj1YEx). La foto en que Antonio Carreira habla a la izquierda de un gran afiche de Góngora pertenece a la página del poeta Francisco Acuyo y puede verse en http://bit.ly/RMRIKq. La de Francisco Garamona la tomo de Política y medios, http://bit.ly/PERUbY. La credencial de Almela y su foto bebiendo una coca-cola pertenecen a su archivo personal.


Más sobre Juan Almela/ Gerardo Deniz en este blog:
Cuadernos y dibujos infantiles, http://bit.ly/9dkSDa
Gerardo Deniz, lector (1), http://bit.ly/hs2IA1
Gerardo Deniz, lector (2), http://bit.ly/ii4qxC


domingo, 19 de agosto de 2012

En la boda de Lola y Félix


La semana pasada se casó en Gijón mi primo Félix Niembro Bueno. Unas semanas antes, sus hermanas me habían pedido que escribiera una carta para ser leída en la fiesta que seguiría a la ceremonia religiosa. La ocasión me permitió poner por escrito los detalles de las bodas de cinco de nuestros antepasados comunes que me fueron contados durante el tiempo que viví en Asturias. Éste es el resultado.

Queridos Lola y Félix: antes que nada quiero decirles que lamento mucho no poder acompañarlos el día de hoy. Cuando hace algunos meses supe que iban a casarse, pensé que las cosas tendrían que ponerse muy difíciles como para tener que perderme esta nueva boda, nada menos que la tercera en la familia desde que me regresé a vivir a México. 
Por eso, aunque he tenido muchísimo trabajo, aplacé la decisión de ir o no ir con la esperanza de poder lanzarme aunque fuera en el último momento. Al final no pude hacerlo. Y es que en este país, donde no tenemos propiamente estaciones, o al menos no una clara división entre ellas que vaya más allá de una temporada de secas y otra de lluvias, el verano, que en España se observa religiosamente, a veces nos parece una envidiable sofisticación de un mundo extraño. También es verdad que la distancia no es poca. Hace un siglo, en los tiempos en que nuestros antepasados emigraba a América, cada trayecto tomaba nada menos que cinco semanas. Aunque hoy las comunicaciones han reducido muchísimo la duración de los viajes, los lugares no se han movido ni un milímetro de donde siempre han estado, por lo que ir de un lado al otro en cierto sentido sigue siendo como era antes de que se inventara el aeroplano. 
Por más que se pueda estar allí en unas cuantas horas, el despliegue físico y sicológico que supone un viaje de esa naturaleza equivale al de varias semanas, que empiezan a contar el día que decidimos emprenderlos. La prueba está en que cuando hacemos un viaje relámpago entre uno y otro continente, y vamos y volvemos en unos cuantos días, se acaba por tener la sensación bastante explicable de que nunca salimos de casa. No estaré hoy allí, pero ustedes llevan muchos días viviendo en mis pensamientos, entre otras razones porque Mari Carmen y Ana me pidieron que escribiera esta carta para ser leída hoy, lo que me permite estar presente en su fiesta aunque sea de esta extraña manera.
Cuando pienso en este día, querido Félix, me vienen a la cabeza las imágenes de las bodas de nuestros abuelos y bisabuelos de las que supe durante los años que viví en Asturias. Sin embargo ahora que las evoco lo hago con cierto temor porque quizás no las he retenido como sucedieron y quizás ni siquiera como me las contaron. Ya no podré confirmarlas con tu abuelo, mi querido tío Florentino, que conservó una memoria de elefante hasta el día mismo de su muerte a los 90 años. 
Menos mal que ahí está tu padre, que según me dijo en alguna ocasión el propio Florentino: “¡Félis se acuerda de los que murieron hace cien años!”, y él, que tanto gusta de las historias, seguramente encontrará entretenido confirmar o corregir las imágenes que conforman esta pequeña evocación.
Fíjate qué curioso: la primera de las bodas de nuestra familia que viene a mi mente fue una que se planeó pero no se llevó a cabo. Quizás mi irremediable soltería tiene como santa patrona a nuestra tía bisabuela María, que en la primera década del siglo pasado se comprometió con un primo que emigró a Argentina y que la dejó vestida y alborotada. 
Mi abuela recordaba que hasta un anillo hubo, que cruzó el Atlántico en una de esas cartas que viajaban, como se decía antes, “con alguien de confianza”. Por si fuera poco, tu abuelo me regaló las postales que aquella cabraliega recibió durante su imposible noviazgo, y que arrojó al fondo del armario con el corazón lleno de incredulidad y amargura.
La segunda boda es la de nuestro bisabuelo Fernando Bueno, que vivió casi cuarenta años en México. Cuando la fortuna empezaba a sonreírle, mandó traer a su prima Florentina y hasta aquí vino aquella valerosa antepasada nuestra allá por el año de 1910, nada menos que cuando empezaba la Revolución. 
Muchas veces me he imaginado su viaje prácticamente a solas, los mareos a bordo del vapor que la llevaba a la aventura de su vida y sus primeras sensaciones al ver el puerto de Veracruz, donde estaba esperándola, comido por la ansiedad, su primo Fernando, que se casó con ella inmediatamente en la que casi con seguridad fue la primera boda de nuestra familia celebrada en América. ¡Y ahora no podría ni siquiera contar todas las que vinieron después! Florentina, que era hija única, no merecía morir a la semana del parto de tu abuelo y quedó enterrada en México, como sembrada en la tierra en donde la enorme mayoría de sus descendientes acabaríamos naciendo.
El dato más nítido y humano que conservo de la boda de mis abuelos, la tercera de las que me vienen a la cabeza, lo supe por mi tío abuelo Quilo. El hermano de Santos me contó que cuando ya estaban preparados para irse a la ceremonia, elegantes y limpios y bien perfumados como ahora todos ustedes, él y su primo Florentino, que tenían diecisiete años, bajaron caminando por Budia hasta Porea, para tomar el coche (¿sería ya el de la Viuda o me estoy adelantando en el tiempo…? Tu padre corregirá estos datos, él que conoce como nadie aquellos tiempos y lugares). Como había llovido la noche anterior y la hierba estaba húmeda, Florentino se resbaló varios metros prado abajo… Los primos se seguían riendo cuando llegaron a Covadonga, según Quilo, que me contó la anécdota poco antes de morir, casi setenta años después de aquel día. Cuando fui a contársela a mi vez a tu abuelo, mi tío Florentino me dijo, como siempre irónico y burlón cuando hablaba conmigo: “Pero Fernandín, ¡qué buena memoria tienes!”.
Probablemente la boda de la que sé más detalles es la de nuestros tíos abuelos Ángel y Carmela, la cuarta de esta lista. Y es que conservo, además de la invitación misma a la boda, la crónica de ese día que salió publicada en El Eco de los Valles, el periódico de Peñamellera que desapareció cuando la guerra. Aquella conmovedora pareja dispareja, que al no tener descendencia adoptó a nuestros padres como sus hijos, se casó poco después que mis abuelos, también en Covadonga. Al leer la crónica es fácil imaginar la escena: Carmela, arreglada con la misma modestia que hizo que nadie la hubiera visto nunca vestida con el traje de aldeana, ni mucho menos bailando en la fiesta de San Roque de Asiego, al revés que cualquiera de las otras muchachas del pueblo. 
Nuestra tía abuela parecía que estaba no tanto en su boda como en una estación de tren de provincias, en la despedida de alguien que ni siquiera era ella. Ángel, en cambio, que ya para entonces lucía una opulenta calvicie, se casó llevando un peluquín que lo hacía parecer algo más alto de lo que ya era y que más tarde mudó por esa boina que lo acompañó el resto de sus días cada vez más encajada en el cogote. Me hace mucha gracia que la nota del periódico lo describa a él como “el culto joven de Carreña”. El cronista no deja de señalar el contraste que había entre “la apostura fuerte y varonil del novio, con el cuerpo frágil y graciosamente femenino de la novia”. 
Me imagino a Carmela, incómoda en el centro de todas las miradas, con unas ganas locas de acabar con todo aquello, y a Ángel, verdaderamente agigantado, ocupando el centro de tanto bullicio en la cima de aquellos picachos bendecidos por la historia patria.
No vayas a creer, querido Félix, que no tengo algún detalle sobre la boda de tus padres, el quinto y último de los casamientos del apellido Bueno que compartimos. Aunque sé que también fue en Covadonga, no sé decir exactamente el año, aunque creo que era a principios de los años setenta y que todavía vivía tu abuelo Aquilino Niembro Borbolla. Se trata de un pequeño detalle que me contaron tus padres en una de esas inolvidables sobremesas en las que ellos y yo, y quizás tú y alguna de tus hermanas, pasábamos gozosamente viajando por el pasado sin salir de la cocina de la casa del Carmen en Puertas. 
Cuando llegaron los novios y los parientes del lado de la novia y del novio, un señor que asistía a una ceremonia celebrada un poco antes comentó verdaderamente maravillado que todos en aquellas dos familias, pero todos, sin ninguna excepción, tenían los ojos claros…
No se me ha ocurrido otra cosa que armar ese pequeño rosario de detalles y anécdotas de las bodas de nuestros antepasados para celebrar con ustedes, a la distancia pero con el cariño que entraña una historia que nos une desde mucho antes de nuestros nacimientos, este día tan especial. Sólo quiero añadir algo más, algo que tiene que ver con Lola. Por desgracia para mí, no nos hemos conocido todavía. 
Para que eso haya ocurrido de esa forma se confabularon la proverbial discreción del novio y la falta de sincronía con mi estancia en Asturias. Pero sabiendo cómo es Félix, no tengo la menor duda de que es una mujer entrañable que se aviene perfectamente a su nobleza. Así que Lola, bienvenida a la familia. Por si nadie te lo ha dicho, debes de saber que mi tío Florentino solía insistirles a sus nietos que nada más casarse tenían la obligación de darse una vuelta por México. Recuérdale a Félix todas las veces que puedas aquellas palabras que intentaban convencerlo de la importancia de conocer algún día este país que tanto significó para la historia de nuestra familia y desde donde la víspera de tu boda emocionadamente les escribo.

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Salvo las fotos de archivo y el retrato de Lola con el gato, las imágenes que ilustran esta entrega de Siglo en la brisa son de dos fechas diferentes: el día de la boda de Lola y Félix, el sábado pasado, y el día de las Nieves de 2006 en Puertas de Cabrales. La que abre el post es de la boda de los primos Fernando Bueno Díaz y Florentina Bueno Alonso.

Más crónica familiar y genealogía en este blog:
Árbol genealógico, http://bit.ly/KOKiw8 
Autógrafos remotos, http://bit.ly/PvKjd9
Guillermina, http://bit.ly/Nxl25T

domingo, 12 de agosto de 2012

Viceversa en la historia del diseño gráfico en México, 3


Este post es la tercera y última entrega de un artículo sobre el diseño gráfico y los diseñadores que hicieron Viceversa a lo largo de los ocho años y medio de su historia —entre noviembre de 1992 y mayo de 2001—. 
Mi propósito al escribirlo no ha sido otro que corregir y completar la información que sobre la revista se ofrece en el libro de Giovanni Troconi Diseño gráfico en México. 100 años. 1900-2000, editado por Artes de México y Conaculta. La semana pasada me referí al trabajo de Rocío Mireles y Leonel Sagahón, quienes la diseñaron durante su primer año y medio (del número 1 al 14); ahora toca el turno a quienes trabajaron para Viceversa durante los siete años que siguieron (entre los números 15 y 96): Álvaro Fernández Ros, Rodrigo Toledo Crow, José Luis Silva, Soren García Ascot y Carlos Rabiella.

Álvaro Fernández Ros (del número 15 al 28)
Recién llegado de España, donde había diseñado algunas publicaciones como El Paseante o El Europeo, Álvaro Fernández Ros imprimió su estilo a Viceversa desde el primer número que tuvo a su cargo, marcando la primera diferencia importante con el diseño original de Rocío Mireles. 
Para cuando me lo presentaron, Álvaro trabajaba para El Equilibrista, editorial de la que era socio fundador y a la que contratamos durante los primeros seis números tal y como habíamos hecho con la empresa de Rocío primero y después con la de Leonel. Después, Fernández Ros se independizó y fue apoyado desde el interior de la revista por José Luis Silva, que hacía las veces de "formador". Conocido en fechas recientes sobre todo como cartonista, Álvaro ha abandonado al parecer definitivamente el diseño gráfico. Quien haya visto sus cartones puede darse una buena idea de cómo es él, y su diseño no era muy diferente: fino, sobrio, de cuando en cuando un tanto insondable. Se caracterizaba por la rotación de las tipografías y el uso de las plastas de color, cosa que a veces nos daba algún disgusto en imprenta. 
Una de sus primeras entregas tenía una portada tan acertada (número 21, de febrero de 1995) que hoy mismo pervive en la memoria de no pocos lectores: en una foto de Benjamín L. Alcántara, una chava con los ojos en blanco flota en un noventero rave. Al poco de dejar Viceversa, de donde pasó a la Editorial Santillana, lo invité a que pusiera por escrito sus conclusiones sobre el trabajo que desarrolló en la revista, por lo que hay un testimonio impreso de su paso por ella (número 29, octubre de 1995). 
Después de citar el título de un libro de Bob Gill, Olvide todas las reglas que le han enseñado sobre el diseño gráfico, incluso las de este libro, explica que no hizo grandes cambios (interesante que sea ésa su percepción, con la que no estoy de acuerdo). Dice por ejemplo que respetó las tipografías Goudy y Futura, que hasta entonces habían caracterizado a la revista, y que muy por encima de esteticismos había apostado por una comunicación eficaz hecha de soluciones intuitivas. También se refiere a algo que fue crucial en el desarrollo de nuestra publicación: el diseño tiene la función de servir, de acompañar y de resaltar; es un medio y nunca un fin en sí mismo. A la faceta de Álvaro como cartonista he dedicado ya un texto (http://bit.ly/T04YrX) en el que comenté de paso el libro que hicimos juntos, La casa de las mil ventanas, sobre el estudio de Joaquín Clausell en el antiguo palacio de los Condes de Santiago de Calimaya.

Rodrigo Toledo Crow (del número 29 al 38)
Siempre he dicho que el más sorprendente diseñador con el que he trabajado se llama Rodrigo Toledo Crow. Conforme a su temperamento, Rodrigo, que por cierto tuvo también vínculos con El Equilibrista, era bastante imprevisible. 
No era raro que pasara la noche trabajando en las oficinas de la revista, al lado de un calentador eléctrico y envuelto en una manta, y que la llegada de la mañana lo sorprendiera dormido encima del teclado. Cuando me piden que señale algunos de los números que más me satisfacen de la historia de la revista, nunca dejo de incluir algunos de los que hizo él en buena medida porque tienen una sofisticada y lograda concepción de la ilustración. Véase por ejemplo el 34, de marzo de 1996, dedicado a las drogas de diseño. 
Como nunca, Viceversa se llenó de fascinantes detalles para el ojo. En la portada que hizo para conmemorar los cien años del nacimiento del cine, entre los paquetes de periódicos en los que está parado Orson Welles caracterizado como el ciudadano Kane, se descubre la portada alternativa que teníamos para ese mismo número, y en la que puede reconocerse a la directora Marisa Sistach en una foto de Santiago Kuri que formaba parte de un reportaje sobre quince promesas de cine mexicano. Unos años después de irse de Viceversa, por los días en que el empresario Sergio Autrey compraba la revista, todavía hice un libro con Rodrigo Toledo (La guía del buen bebedor, firmado por Hernán Lara Zavala) en el que sus virtudes brillan más que nunca.

José Luis Silva (del número 39 al 49)
En un primer momento “formador” de Álvaro Fernández Ros y Rodrigo Toledo, quienes se apoyaban en él para desarrollar ideas y ultimar detalles, José Luis Silva dio tranquilidad a la editorial al ocupar en ella una plaza a horario completo. Buen intérprete de Viceversa, entendió su lógica y su funcionamiento al grado de poder hacerla con los ojos cerrados. 
La madurez de la revista se alcanzó en sus tiempos, o quizás un poco antes, porque fue por esos días que ganamos por vez primera el premio de la Cámara de la Industria Editorial como la mejor revista cultural del país. La foto que encabeza estas líneas, y que es de la mañana que acudimos en grupo a recibir el premio al Centro Nacional de las Artes, pertenece a esa "época dorada" de la historia de Viceversa. De izquierda a derecha, salen en ella Roberto Max Erhsam (jefe de información), Ángeles Zamora (secretaria técnica), José Luis Silva (diseño), el que esto escribe, Rodrigo Toledo (diseño), Fernanda Solórzano (jefa de redacción), Mónica Braun (editora ejecutiva) y Carolina Echeverría (gerente de ventas). Sólo faltan en ella Israel Galina Vaca (corrección de estilo) y Cristina Faesler (encargada de nuestra peculiar sección de moda, llamada Demodé). ¿Qué fue de José Luis Silva? Al revés de lo que sucede con el resto de quienes hicieron Viceversa, lo he perdido completamente de vista.

Soren García Ascot (del número 50 al 91)
Soren fue la tercera persona relacionada con El Equilibrista que trabajó para Viceversa y, con mucho, la que diseñó la revista durante más tiempo: nada menos que cuarenta y un números a lo largo de tres años y medio. Por lo visto, al igual que Álvaro Fernández Ros, ha abandonado casi completamente el diseño gráfico. 
¿Es por eso que ni siquiera aparece mencionada en el libro de Troconi? Y eso que todavía después de Viceversa, hizo dos revistas más, una para el CIESAS y otra para la Academia Mexicana de Ciencias. Según me cuenta por correo, actualmente se dedica a “proyectos sociales preventivos y de atención a la violencia”. También me recuerda que Mara Behrens, que comparte con ella el crédito en un par de números (63 y 64, de agosto y septiembre de 1998) la ayudó con el correspondiente nuevo rediseño que a ella la tocó encabezar. 
Algo tiene que haber funcionado bien con Soren para que la revista renunciara al ritmo de un diseñador por año que habíamos establecido convencidos de que es bueno que una revista renueve periódicamente algo más que su planta de editores y redactores. En los tiempos de Soren lanzamos el suplemento literario Nagara (a partir del número 54, de noviembre de 1997, por cierto el del quinto aniversario), que trabajó con un director invitado por mes y cuyas características gráficas hay que adjudicarle a ella. Para nuestro sexto aniversario, la compañía de discos Universal donó un disco que también diseñó ella, con imágenes del nuestro amplio archivo fotográfico.

Carlos Rabiella (del número 91 al 96)
Una vez adquirida Viceversa por Sergio Autrey, hubo un sensato intento de juntar fuerzas con las otras publicaciones de su propiedad, la desaparecida Paula y la siempre estupenda Arqueología Mexicana, ambas dirigidas por su esposa Marinieves. 
Carlos Rabiella, que trabajaba para la editorial que hacía esas revistas, fue compenetrándose con la dinámica de Viceversa hasta que la tomó bajo su responsabilidad. Por desgracia, la sociedad con Autrey no pasó del primer año y en abril de 2001 decidimos de común acuerdo el cierre de sus actividades. Los números finales de Viceversa (el último, el 96, al lado de estas líneas) hablan de la gran empresa que pudimos haber proyectado exitosamente hacia el futuro si la sociedad hubiera funcionado tal como la planeamos originalmente. En las cinco entregas que hizo Rabiella no alcanza a notarse su mano quizás porque la revista estaba muy encarrilada sobre las bases de su diseño inmediatamente anterior.

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La portada que abre este post pertenece al número 53 de Viceversa, correspondiente a octubre de 1997. El diseño es de Soren García Ascot y la foto de Pep Ávila.

Salvo el retrato de Álvaro Fernández Ros, que es de su hijo Andrés, las imágenes de los diseñadores que ilustran esta entrega las he tomado prestadas de sus respectivas páginas en Facebook.

Más sobre Viceversa en este blog:
De Orwell a Trotski a Viceversahttp://bit.ly/MVDf7F  
Números de aniversario, http://bit.ly/KC5jkQ
Mis diez portadas preferidas, http://bit.ly/cJMvf4
El número de Scherer, http://bit.ly/feWfQk

lunes, 6 de agosto de 2012

Viceversa en la historia del diseño gráfico en México, 2


El domingo pasado conté que cierta mañana de febrero voy a Gandhi con María José para que la segunda de mis tres ahijadas escoja en persona su regalo de cumpleaños. Este año, mientras ella se dedicaba a tomar una concienzuda decisión, encontré un espléndido volumen sobre la historia del diseño gráfico en México. Al revisar si aparecía Viceversa, me encontré con que el juicio que se ofrece de la revista es contradictorio y la información errónea e incompleta. La idea de este post, que publico en tres partes (ésta es la segunda), no es otra que dar algo de información sobre el diseño y los diseñadores de una publicación que se tomó el aspecto gráfico particularmente en serio.
Para ello es interesante repetir el primer comentario que hace de ella el autor del libro, Giovanni Troconi: en los años noventa, escribe, “los suplementos y los periódicos […] perdieron fuerza frente a dos nuevos paradigmas: el primero fue un diseño periodístico, cuyo modelo fue Reforma, y el segundo, cuyo modelo fue la revista Viceversa, que ofrecía un diseño ecléctico y relajado. En ambos casos, el énfasis se imprimió en lo visual, ágil, suelto y colorido”. En otro lugar del libro, Troconi afirma que a Viceversa se asocia el nombre de Rocío Mireles, quien fue en efecto la primera diseñadora de la revista. Sin embargo, si es verdad que a ella se debe su primer esquema y sus soluciones originales, en los casi nueve años de historia de la revista —entre noviembre de 1992 y mayo de 2001—, Viceversa fue diseñada al menos por otros seis profesionales del arte gráfico, que en mayor o menor medida dejaron su huella en ella: Leonel Sagahón, Álvaro Fernández Ros, Rodrigo Toledo Crow, José Luis Silva, Soren García Ascot y Carlos Rabiella.

Rocío Mireles (del número 1 al 5)
Para hablar con justicia del trabajo de Rocío en Viceversa hay que decir algo sobre la publicación que la antecedió, la bimestral Milenio, de la que salieron once números entre noviembre de 1990 y agosto de 1992. Por sus fechas, cualquiera puede darse cuenta de que nada tiene que ver con la revista que apareció después con ese mismo nombre, aunque el descabalado índice onomástico del libro de Troconi las confunda refiriéndose a ellas como si fueran una sola. 
Aquella primera Milenio, que se ocupaba de cosas como literatura, crónica o artes plásticas, se hizo en una pequeña empresa llamada Esfera Editores que era propiedad de Antonio Elías Rodríguez, a quien también pertenecía la Editorial Herrero. En la primavera de 1990, Elías me había propuesto que creáramos una editorial de libros y yo le propuse a mi vez que empezáramos haciendo una revista. En noviembre de ese año apareció Milenio con un diseño de Adriana Esteve y Pablo Rulfo, con quienes entré en contacto por sugerencia de Juan José Reyes. Sin embargo, la propuesta de Esteve y Rulfo, hecha a partir de un esquema editorial que armé con algunos amigos, no era precisamente práctica ni hermosa. Hay que destacar, eso sí, el meritorio trabajo que hizo Berenice Miranda en la interpretación de aquel desafortunado diseño original. Rocío Mireles tomó Milenio desde el número 4 (el quinto de la serie ya que hubo un número cero) cuyo tema de portada fue el eclipse de sol de julio de 1991. A esa revista sobre todo y no a Viceversa es que es justo asociar plenamente su nombre: Rocío la rescató de la confusión de su primer diseño y le dio juventud, frescura y eficacia. 
Por aquellos días, ella era socia de Eduardo Cemaj, un empresario con el que nos entendimos a la perfección y a quien a partir de entonces encargamos también el trabajo de pre-prensa. Tal fue la identificación con Rocío que Milenio la invitó a aparecer en la portada del número que la revista dedicó a la colonia Condesa, en la que puede vérsele en una foto de Eniac Martínez. 
Yo acababa de irme a la Universidad de Bucknell, en Pensilvania, a donde me invitaron por intermediación de David Huerta como profesor adjunto del Departamento de Lenguas Modernas, y por eso había ofrecido la subdirección de Milenio al jefe de redacción de la revista, Eduardo Vázquez Martín. Fue éste quien la dirigió durante aquellos meses y trabajó por tanto de manera directa con Rocío en la elaboración de los números que siguieron, del sexto al noveno. Yo regresé a dirigir el último número, el décimo, que apareció en julio de 1992. Otro día contaré las razones por las que debió cerrar aquella revista. Lo que importa decir aquí es que Rocío Mireles armó el primer diseño de la flamante publicación (que vio la luz en noviembre de ese mismo año) respetando el tamaño y la periodicidad de su antecesora. 
Por supuesto, también es de Rocío la emblemática cabeza en la que la segunda letra “e” está girada, y que desarrolló a partir de una idea mía. Se trataba de glosar con un gesto gráfico el significado de la palabra “viceversa”, que según el diccionario es “al contrario, por lo contrario; cambiadas dos cosas recíprocamente”. De esa forma, una “e” puesta en el sentido normal y la otra al revés querían sugerir que las cosas son de una manera pero también pueden ser de otra, sin cambiar necesariamente su esencia, tal como quería mostrar la línea editorial de la revista. Por supuesto que nos hacía gracia que su etimología fuera vice y versa, y que por ello significara “vuelta”, lo que permitía hacer un discreto homenaje a la revista de Octavio Paz. 
Tomé la idea del diseño de un restaurante neoyorkino que vi fugazmente, llamado Fiasco; de acuerdo con su significado en italiano, que es “frasco” pero también (como en español) “fracaso”, la tercera letra, la “a”, estaba colocada de cabeza. El diseño de Rocío fue el resultado de un planteamiento esencial: hacer una interpretación de Milenio. Queríamos dar la sensación de continuidad, renunciando a las características gráficas generales de una revista que habíamos fundado pero que no era nuestra y sobre la que no teníamos derechos legales. Me parece que su conocimiento de los textos y las imágenes característicos de Milenio hacen que su trabajo en Viceversa se sienta maduro desde el primer número, en cuya portada aparece Alejandra Bogue en otra foto de Eniac Martínez.

Leonel Sagahón (del número 6 al 14)
Originalmente miembro del equipo de Rocío Mireles, Leonel Sagahón trabajó como tal en el diseño de la desaparecida Milenio. Al poco tiempo de que se fundara Viceversa creó su propia empresa de servicios editoriales, Tipos Móviles, y abandonó a Rocío. Casi seguramente porque ella estaba muy ocupada reforzando el lanzamiento de su propia publicación, Poliéster, y porque Leonel garantizaba la continuidad, a partir del número 6 pusimos el diseño de la revista en sus manos. 
No es preciso, sin embargo, el término de Director de Arte que le otorga Troconi y que como tal nunca tuvo la revista, que siempre trabajó con algo más que cercanía con sus editores y por lo tanto nunca tuvo necesidad de una dirección exclusivamente dedicada al “arte”. (Si alguien intenta explicarme que ese título es un uso convencional que proviene del inglés, me adelanto a responderle que al menos mientras todavía sea posible yo prefiero entenderme en español.) Leonel acabó garantizando la estabilidad de la revista, lo que fue muy importante porque entre el número 7, el de nuestro primer aniversario, y el 8, la revista pasó a ser mensual. Su diseño brilló por sus propias virtudes pero también porque los materiales empezaron a ser mejores conforme la revista se afianzaba. 
Así, no es raro que al final retocara la cabeza, engrosándola, sin duda con la idea de brindarle mayor fuerza. Es interesante que eso haya ocurrido en el número 12, el inmediatamente posterior al monográfico sobre Julio Scherer —que diseñó Leonel y fue el primer éxito importante de la revista—, para dejarla tal y como sería hasta el final de la historia de Viceversa.

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Los retratos de Rocío y Leonel los tomo prestados de sus respectivas páginas de Facebook. El de ella es obra de Rubén Ortiz-Torres y fue hecho en 1990. Actualmente está expuesto en la Galería OMR.

La próxima semana me referiré al trabajo de Álvaro Fernández Ros, Rodrigo Toledo Crow, José Luis Silva, Soren García Ascot y Carlos Rabiella.

Las contradicciones que se leen sobre Viceversa en el libro de Troconi ¿son suyas o se deben a una falta de sincronía con sus editores? Por ejemplo ¿escribió también él los pies de foto? Lo que afirma en la página 323 —que he citado más arriba— está en contradicción con el pie que comenta las imágenes de la 338. Las cosas empeoran cuando se revisa el inefable índice onomástico del que la semana pasada comentamos algunas peculiaridades. Una más: la llamada a Viceversa de la página 327, registrada en el índice como la primera mención a la revista, se explica porque en el texto de Alberto Ruy Sánchez que hay en ella, y en la que el director de Artes de México habla de su revista, ¡aparece la palabra “viceversa”!: “Hasta entonces, si se exhibía lo virreinal se despreciaba lo prehispánico y viceversa”. Parece mentira que un libro sobre diseño gráfico, producido por la editorial que hace tan prestigiosa revista de arte mexicano, haya descuidado todos estos detalles.

Más sobre Viceversa en este blog:
De Orwell a Trotski a Viceversa, http://bit.ly/MVDf7F  
Números de aniversario, http://bit.ly/KC5jkQ
Mis diez portadas preferidas, http://bit.ly/cJMvf4
El número de Scherer, http://bit.ly/feWfQk