viernes, 25 de diciembre de 2015

Papeles entre libros


Casi sin darme cuenta, durante años he ido dejando algunas cosas entre las páginas de mis libros. Al volver a esos libros, porque los releo o porque voy tras un pasaje que deseo volver a fijar literalmente, me reencuentro con ellas. En su momento, todas esas cosas (papeles y documentos mayormente) significaron algo para mí, algo relacionado con los tiempos en que decidí resguardarlos; con frecuencia, hablan de la relación entre el hecho que se cifra en su naturaleza y lo que leía entonces: la entrada a la sinagoga de Córdoba, en la poesía completa de Garcilaso, o el boleto del tren de mi primer viaje a Zacatecas en mi edición más antigua de las Obras de López Velarde. En otras ocasiones, el vínculo tiene que ver con la relación natural entre el material que deseé resguardar y el lugar que me pareció más conveniente para hacerlo: así, la esquela de Cortázar en un ejemplar del libro de sus poemas, o el boleto del día que vi por vez primera en cine Pueblerina, una de mis películas preferidas, en la guía del cine mexicano que me acompañaba en la década de 1980. Van, enumerados, nueve reencuentros recientes: el rastro de mi paso por algunos momentos y lugares que me importan y el libro que les sirvió de secreta residencia.


1. Esquela de Cortázar, recortada del número del 14 de febrero de 1984 del periódico Excélsior, pagada por el Instituto Nacional de Bellas Artes, en un ejemplar de su libro de poemas Salvo el crepúsculo (Nueva Imagen, 1984). 


2. Billete de diez mil intis, con la imagen de César Vallejo, comprado en un puesto callejero del centro de Lima, en el volumen de sus poemas completos (Alianza Tres, 1982). 


3. Un sello postal portugués, en perfecto estado de conservación, regalo de mi padre, en un ejemplar de Salón de belleza de Mario Bellatin (Los cien mil libros de Mario Bellatin, 2010). (El ejemplar está firmado por el autor.) 

4. Un boleto para ingresar a la Sinagoga de Córdoba, ciudad que visité por segunda vez los últimos días de 2004, en la Poesía completa de Garcilaso (colección Austral, quinta edición, 1998).


5. Boleto del 13 de abril de 2007 de la Sala Arcady Boytler, de la Cineteca Nacional, de la primera vez que vi en cine la película Pueblerina, en el libro La guía del cine mexicano, de la pantalla grande a la televisión, de García Riera y Macotela (Editorial Patria, 1984).


6. El boleto de tren a Zacatecas de mi primera visita a la tierra de López Velarde, en la edición de sus Obras de 1971 (reimpresión de 1979).


7. Un boleto del Cruz Azul-América del 7 de marzo de 1987 en el Estadio Azteca, al que acudí casi seguramente con mis amigos Fernando Rodríguez Guerra y José Antonio Jacobo Tinoco, en La voz a ti debida de Pedro Salinas (Clásicos Castalia, 1984).


8. Una apretada página manuscrita de Juan Almela, en que copia las entradas de la voz "Phylum", en Erdera (Fondo de Cultura Económica, 2005)


9. Mi credencial del curso 1985-86 del Istituto Italiano di Cultura, de la calle de Francisco Sosa, en Coyoacán, en donde cursé dos semestres, en la antología bilingüe de poesía italiana de Antonio Colinas (Editora Nacional, 1977).

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Más historias de objetos en este blog:
Refrigerador, http://bit.ly/irv0oK
Cosas que se van, http://bit.ly/hh6mG9
Viaje alrededor de mi escritorio, http://bit.ly/dWllU5
Papeles y objetos encontrados en mis viejas agendas, http://bit.ly/1YAzbTI
Boletos y otros documentos del viaje que hizo mi abuelo a España en 1946,  http://bit.ly/1gQcF2R




viernes, 18 de diciembre de 2015

Retrato con la hidria


No es la única reliquia que custodia el nobilísimo edificio, ni mucho menos la más valiosa. Según la Guía de la Catedral de Oviedo, del M. I. José Cuesta Fernández, Canónigo Deán de la S. I. C. B. M. de Oviedo, editada por vez primera en 1957 (1), la catedral de la capital de Asturias conserva, entre otros objetos sagrados, las siguientes reliquias:

1. El Santo Sudario (“la más venerable y venerada de nuestro Tesoro Catedralicio”, “fue aplicado al rostro del Señor puesto éste en posición horizontal”);
2. La Sábana Santa (“se cree que es un trozo de alguno de los varios lienzos con que fue envuelto el Sacrosanto Cuerpo de Jesús”);
3. Cinco espinas de la corona (“de las ocho que poseíamos sólo restan cinco: las otras tres desaparecieron cuando la subversión marxista, sin que hayamos podido encontrarlas a pesar de nuestros esfuerzos”),
4. Una sandalia de San Pedro (“sorprende a los peregrinos cada vez que se les muestra”);
5. La cartera de San Andrés (“sucede con la anterior, que al mostrarla suele advertirse una sonrisa de escepticismo en la mayor parte de los visitantes”).
6. Y el objeto que motiva este post: nada menos que una de las hidrias de las bodas en Canán, en las que Jesucristo convirtió el agua en vino. (“Hidria”, según el diccionario, es una “vasija grande, a modo de cántaro o tinaja, que se usaba para contener agua”.) Explica la guía: "Es de grandes dimensiones, de piedra que parece marmórea, muy dura, de la misma forma que la que se exhibe en Jerusalén considerada como una de las Hidrias de las Bodas de Caná [sic] [...] La portezuela antigua [que la encerraba] tenía un hueco por la parte inferior por donde los piadosos peregrinos introducían el bordón para tocar la hidria cuando no les era dado verla; y efecto sin duda de esas rozaduras tiene la hidria un desgaste considerable en aquel punto. En el siglo XVII el Prelado señor Osorio (1624-27) mandó que se cerrase dicho agujero"
Durante los cuatro años que viví en Oviedo pasé en diversas ocasiones delante de una severa puerta detrás de la cual, todos lo sabíamos, se conservaba la hidria. Según sigo leyendo ahora en la guía, esa puerta se abría en dos ocasiones: el día de San Mateo y el día que se leía el evangelio de las Bodas de Canán –cosa que ocurre "el segundo domingo después de la Epifanía"–. En esas ocasiones, "gracias a Dios, se ve acudir un gran número de devotos a recibir la bendición del Santo Sudario y luego a beber el agua bendecida que se ha depositado previamente en la Hidria".
No quiero sugerir que me abandonara la fe, pero siempre tuve deseos de echarle un vistazo en persona. El año pasado, por fin, en una de mis periódicas visitas a la ciudad donde nació mi madre, vi con sorpresa que la hidria acababa de ser exhumada de su parcial exilio de siglos para ser permanentemente expuesta a la vista de visitantes y peregrinos. Me apresuré a tomarme una foto delante de ella.


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(1) Trabajo con la segunda edición de la Guía de la Catedral de Oviedo, que es de 1995. Fue corregida y actualizada por el M. I. Raúl Arias del Valle, Canónigo Archivero de la S. I. C. B. M. de Oviedo.

Las dos fotos de Oviedo fueron tomadas por Fernando Fernández Bueno, a mediados de octubre de 2014.

Más sobre Asturias en este blog:
Fernanda en Covadonga (en la foto), http://bit.ly/1XxccDi
Florentino a cuadro, http://bit.ly/1bKZrwr
Árbol genealógico, http://bit.ly/KOKiw8 
Autógrafos remotos, http://bit.ly/PvKjd9
Retratos asturianos, http://bit.ly/1l76xRa
Ocios de 1946, http://bit.ly/1gQcF2R
En la boda de Lola y Félix, http://bit.ly/1hwQqwn
Alfonso Camín en el Campo San Francisco, http://bit.ly/IRN4qV
La calle Paraíso de Oviedo, http://bit.ly/rRi3Cu
El texu de Bermiego, http://bit.ly/Uzvdol


viernes, 11 de diciembre de 2015

Visión de la pirámide

La secuencia de fotos intenta reproducir la experiencia de ver por primera vez, en una casa abandonada de la calle de Río Nazas, en la ciudad de México, una graciosa representación de una de las estampas que más me conmueven de este país: la gran pirámide de Cholula. Hice las fotos cuando volvía por la calle en la que está esa casa, con rumbo, digamos, a Chapultepec (es decir, al rincón de la colonia de los ríos en el que vivo yo). Todas, con mi teléfono celular. Nunca, ni en la representación más ingenua o menos perfecta, deja de sorprenderme la magnificencia y la hermosura de la vieja pirámide coronada por la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios –bellamente conocida entre los locales como "cerrito de los Remedios" (en la imagen, en una foto que hice yo mismo en febrero de 2012).
La secuencia que reproduzco a continuación es como sigue: primero, la casa en la esquina de Río Nazas y Río Po; luego, la fachada vista desde Nazas; después, el primer mosaico (o quizás mejor, azulejo), el de la izquierda según vemos la puerta de la casa, que muestra una escena típica de Xochimilco; por fin, en el mosaico de la derecha, la visión de la pirámide cholulteca; al último, un acercamiento a la pirámide misma. Vaya esta serie de imágenes como una modesta ofrenda a las inolvidables experiencias que he vivido a la sombra de la pirámide desde mediados de los años noventas, cuando la visité por vez primera.







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Más sobre Cholula en este blog:
José Guadalupe Posada, ilustrador, http://bit.ly/1nMl6Li
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