domingo, 27 de febrero de 2011

El árbol de Giovanna

Mi joven amiga Giovanna Cirianni me escribió a principios de noviembre para preguntarme si podía ayudarle a identificar la especie de un árbol que está plantado en la calle en la que vive, delante de su casa. A juzgar por las fotos que me enviaba, se refería a un individuo de origen tropical y de altura algo más que considerable cuya copa aparecía profusamente adornada con unas flores de un intenso color anaranjado. 
Me apresuré a desengañarla, diciéndole que si bien disfruto ver árboles y leer sobre ellos, averiguar el significado de sus nombres científicos y conocer sus características generales, mis conocimientos sobre el tema no van más allá de lo que corresponde a un aficionado. Le confesé, además, dos inconfesables lagunas: las coníferas en general y precisamente los árboles tropicales. Y es que con la excepción de algunas especies del norte de España (las que forman los fascinantes bosques de Asturias, que mayormente conocí en un jardín público que en cierto modo les servía de muestrario), lo que sé se circunscribe a la ciudad de México, y casi a la colonia en la que vivo. 
Consulté mi ejemplar de Árboles tropicales de México, de Sarukhán y Pennington, (UNAM y FCE, tercera edición, 2005), que reseñé en http://bit.ly/hYRDgi , pero no di con él, supongo que porque no es originario del país. Entonces se me ocurrió, y le propuse a Giovanna, abrir la consulta en Facebook publicando las fotos que acababa de enviarme y lanzando la pregunta al aire. Le dije que en el mejor de los casos de esa forma acabaríamos aprendiendo los dos. Picado por la curiosidad, sin embargo, y sin esperar a recibir su respuesta —que se demoró casi tres meses— entré en contacto con el botánico Pedro Tenorio, del Herbario Nacional, de quien tuve noticias por la red, para preguntarle cuál es la especie con la que convive Giovanna. 
Después de contarme que él mismo trabaja actualmente en una guía de árboles, me dijo que la especie de mi interés era la Spathodea campanulata, que en México llamamos “tulipanero africano” o “galeana”, y me mandó la ficha de la Wikipedia:

Spathodea es género monotípico de fanerógamas perteneciente a la familia de las bignoniáceas. La única especie es Spathodea campanulata, conocida como el tulipanero africano, árbol de la fontana, llama-del-bosque, llama Nandi, o meaito (Puerto Rico) y también caoba de Santo Domingo y gallito en Venezuela. En francés se denomina Tulipier du Gabon (tulipanero del Gabón). En México también se le conoce como Galeana. Está incluido en la lista 100 de las especies exóticas invasoras más dañinas del mundo de la Unión para la Conservación de la Naturaleza. Crece hasta 7-25 m de altura, y es nativo de la zona intertropical africana. Se planta extensivamente como árbol ornamental en muchos países y es muy apreciado por sus flores muy bonitas, rojizas anaranjadas (raramente amarillas), campanuladas. La época de floración varía a veces en un mismo árbol, dependiendo de la insolación. Como es un árbol de las zonas equinocciales donde se dan dos días de sol cenital al año (solo uno en los trópicos), una parte de la época de floración los rayos solares inciden al norte y otra al sur del árbol y la floración coincidirá con esta característica. De madera suave, usada para nidos de aves. El brote floral es ampollado y contiene agua. La savia a veces tiñe de amarillo los dedos y la ropa. Las flores abiertas tienen forma de copa y almacenan agua de lluvia y de rocío, siendo atractiva para muchas especies de aves. El nombre del género proviene del griego, σφατηε, en referencia al cáliz parecido a una espada.


Pensando en dar tiempo a Giovanna para que decidiera la manera de llevar a cabo la consulta, decidí no mandarle de inmediato la respuesta de Pedro. Me parecía interesante esperar a ver qué rumbo decidía dar al asunto la inteligente adolescente. Mi paciencia rindió frutos una tarde de fines de enero, cuando recibí este meil:

Fernando: encontré el árbol que te decía, el de las flores anaranjadas. Se llama tulipán africano. Lo encontré porque fui de vacaciones a Zihuatanejo. En las carreteras de Guerrero vi varios, así que mi mamá les preguntó a las personas del lugar y le dijeron que tulipán holandés. Jajajajaja. Pero llegando a México, buscamos en Google convencidas de que podría ser un tipo de tulipán, pero tailandés o de algún país tropical. En las opciones al buscar “tulipán” salía holandés y otros tipos, entre ellos, el africano, nombre que nos llamó la atención. Le clickeamos para ver las imágenes y salió la foto del árbol que está en frente de nuestra casa. Saludos. Giovanna

Entonces le conté de mi encuentro virtual con Pedro y le mandé la ficha que éste me había mandado. Su diagnóstico y el de nuestro nuevo amigo botánico coincidían, así que la consulta quedaba resuelta. 
Pero la cosa no termina allí. Cuando hace menos de medio año confeccioné para la revista Algarabía una lista de diez especies comunes de la ciudad de México (http://bit.ly/bSTUI2), dije que mi principal fuente documental era el libro Árboles de la ciudad de México, editado por la UAM en 1994. Hace quince días recibí en esta página un mensaje en el que una de sus autoras, Lorena Martínez, me informaba que hay un nuevo libro sobre el tema, editado por la Fundación Xochitla: Árboles y áreas verdes urbanas de la Ciudad de México y su zona metropolitana
La edición tiene por lo menos un par de novedades respecto a la que yo conocía: primero, que la autoría es sólo de Lorena, y segundo que el libro está ilustrado con fotografías de… ¡Pedro Tenorio! De inmediato la invité a ella a mi programa de radio para entrevistarla sobre esa edición y el resto de publicaciones y actividades de Xochitla, que se transmitió el viernes pasado. Al finalizar el programa, le pedí que le pidiera a Pedro alguna foto del tulipanero para este artículo —cosa que él hizo de inmediato—. Los textos de ella y las imágenes de él funcionan estupendamente en el libro común, que a vuelo de pájaro me parece una joya. Más adelante dedicaré un post para reseñarlo con el cuidado que se merece. Por lo pronto, gracias al interés de Giovanna, he conocido a un simpático árbol con una amplia gama de nombres: galeana, como se le conoce en México, pero también gallito o árbol de la fontana o llama-del-bosque o llama Nandi o caoba de Santo Domingo…

Coda
A punto de hacer un viaje, primero en mi coche hasta el lugar donde lo dejé estacionado para seguir en taxi, llevé conmigo la Guía de árboles de Grijalbo para ver rápidamente si incluía la especie a la que se refiere este post
Al final, no tuve tiempo de consultarla pero se me olvidó sacarla de la mochila y vino conmigo al lugar en el que escribo y en donde el árbol por cierto abunda —quizás como conviene a una especie declarada “invasora”—. Pese a los meses transcurridos desde el inicio de esta historia, sigue esplendorosamente en flor. Con la calma que merece el tema, leo que en África la madera del tulipero del Gabón, como aparece mencionado (ficha número 263), que recién cortada huele intensamente a ajo, se usa en la fabricación de tambores “tam-tam” y en prácticas de magia negra. Está considerado uno de los árboles más hermosos del mundo.

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La hermosa foto que abre este post (http://bit.ly/iik5L6 ) es de Nick Warner, Niquinho, de Oxford, Inglaterra. Su perfil y los muchos lugares del mundo en los que ha tomado fotos pueden verse en http://bit.ly/fcHpJj


Quien se interese en adquirir semillas del tulipanero africano, en http://bit.ly/f4WWrS las ofrecen a un precio razonable. Me gusta la argumentación del vendedor, que vive en Colima y lo llama galeana: “Siembre este árbol y divierta a sus peques con sus frutos en forma de barco de madera, les encantará —además de decorar su jardín con sus bellas flores. 25 semillas a sólo $100. Envío gratis a toda la república por Mexpost ordinario”.
La lista de las cien especies invasoras más “dañinas” del mundo puede verse en http://bit.ly/gemXqK


Las fotos del árbol, salvo la primera, que es de Giovanna, son de Pedro Tenorio Lezama y fueron tomadas en Guadalajara; su trabajo puede verse en “Plantae mexicanae tenorianae”, http://bit.ly/gJRWOe


Más sobre árboles y plantas en Siglo en la brisa:
Mi cuaderno botánico, http://bit.ly/acYY4W; el tejo de Bermiego, http://bit.ly/9NE36k

domingo, 20 de febrero de 2011

A las vueltas con Vladimir Kaspé

Muchos años después, frente a la polémica suscitada en 2007 sobre la construcción de una torre de setenta pisos en Chapultepec, yo había de recordar la tarde en que mi padre me llevó a probar las cocochas. Parte de su propósito era ver por dentro un edificio construido por un viejo maestro suyo destinado originalmente al uso privado, que acababa de convertirse en restaurante de comida vasca. 
Casi desde siempre fui aficionado a la arquitectura; en el fondo estaba, claro, la profesión paterna: cuando era niño, yo, que pasaba largas horas en las obras en construcción, que reconocía como familiar el aroma húmedo del concreto recién colado, que subía con mal aprendida pericia las tablas improvisadas como escaleras —que no pocas veces salvaban claros de verdadero espanto—, y que hasta sabía el significado de palabras como mezcla o polín, cimbra o chambrana, decía a quien quisiera oírlo que de grande iba a ser arquitecto, como mi padre. Pero cuando hubo que decidir carrera, a pesar de mi vocación editorial y literaria, no lo dudé y me inscribí en la Facultad… de Derecho. 
Ya no culpo, como hice durante algún tiempo, a los maristas de una decisión que fue sólo mía, pero es cierto que no alentaban como se debe las vocaciones relacionadas con el humanismo y las artes. Si en el caso de mi amigo Sergio, hijo de un conocido penalista, la decisión de estudiar leyes era comprensible, y desde cierto punto de vista hasta deseable, en el mío no podía serlo entre otras razones porque jamás de los jamases, vaya, desde el mismo génesis y aun antes, en ninguno de los dos lados de mi familia hubo nunca ni la sombra siquiera de abogados.
El restaurante acababa de ser acondicionado en un club deportivo familiar que el arquitecto ruso Vladimir Kaspé (Harbin, Manchuria, 1910) había construido en 1955 en la calle de Aristóteles, en la colonia Polanco, por lo que nuestra visita tenía el propósito de pedir un par de estupendos platos de cocochas en salsa verde, y luego, satisfactoriamente comidos y bebidos, apreciar con calma el interior del edificio. Mi padre y yo éramos dados por entonces a detenernos aquí y allá a contemplar obras arquitectónicas. Todavía antes, en 1983, lo había acompañado a una expedición de un día por el estado de Morelos organizada por los arquitectos de la generación 54 (la suya, que fue la que inauguró CU) para hacer una visita guiada por algunas obras significativas del siglo XVI. No exagero si digo que aquella jornada resplandece en mi recuerdo como una de las más felices de mi vida. 
Por vez primera pude admirar, escuchando a algunos expertos en la materia, delante de algunos de los mejores ejemplos posibles, las fachadas planas y desnudas, los atrios amplios, las capillas abiertas y las cornisas almenadas, las capillas posas y los contrafuertes característicos de la arquitectura religiosa del siglo de la Conquista, que debía de ser lo suficientemente noble como para hacer de ella la sede de la evangelización, pero también lo suficientemente resguardada en zonas apenas conquistadas que podían representar cierto peligro para sus habitantes. A la mitad del recorrido hicimos un alto para comer en Yecapixtla, donde, luego lo supe, y si la memoria no me falla, había nacido la madre de Sor Juana, y algún tiempo atrás, poco antes de la caída de México-Tenochtitlan, la sangre había puesto rojos los ríos según el relato de Gómara que tanto indignó a Bernal. 
Aquel mismo día de hace treinta años, de regreso a la ciudad de México, confisqué en casa el ejemplar del libro clásico Arquitectura mexicana del siglo XVI (FCE, 1982) de Georges Kubler, con idéntico entusiasmo, por cierto, con que he gozado estos días la aparición de la monografía sobre el mismo tema editada lujosamente por Taurus que reúne los trabajos de varias décadas de Juan Benito Artigas, un viejo conocido de mi padre.
En cuanto supe de Kaspé me dediqué a visitar, ya por mi lado, cuanto edificio suyo se me puso a tiro, para lo que me fue de gran utilidad el estudio que consagró a su obra Louise Noelle, Vladimir Kaspé. Reflexión y compromiso (Universidad de La Salle, 1995). 
Confieso que intenté enamorar a alguna muchacha, por supuesto que infructuosamente, haciéndole el recorrido por algunas obras kaspianas, y así, estacionados en la calle de Homero, mirando hacia las vías del tren, pasamos un par de horas delante de la bellísima perspectiva del Liceo Franco Mexicano (1950-1958), que se mantiene soberbio más de medio siglo después de haber sido construido. Más a mano, sobre la mismísima Plaza de Uruguay, en el parque público a unos pasos del metro Polanco donde aprendí a caminar, hay otra obra suya, es verdad que menos afortunada, originalmente un centro de educación física que aloja actualmente al Consejo Británico. Otro ejemplo es el edificio de departamentos que está en la esquina de Platón y Dickens (1958), cuya fachada, vista desde cierto ángulo, delata los conocimientos musicales de su autor y parece que vibra con movimientos de danza… 
O en la esquina de Miguel Ángel de Quevedo y Universidad, donde, con riesgo de perder la vida entre los coches que pasaban como bólidos, la tarde de un sábado estuve contemplando desde diversos ángulos el edificio de los Laboratorios del Grupo Roussel (1962). Mucho de ello más o menos retocado, acondicionado a necesidades más recientes, en algunos casos echado a perder… Mi padre mismo remodeló una casa de su antiguo maestro en las Lomas, pero que ya estaba muy dañada a causa de todo género de modificaciones y que hoy ha sido convertida en salón de belleza. 
Quizás mi preferido de todos los suyos sea el edificio donde Kaspé vivió hasta su muerte y en el que tuvo su estudio, en la calle de Rubén Darío (1947-1949), una obra relativamente temprana que combina las lecciones aprendidas en París, poco antes de emigrar a México en 1942 huyendo de la Europa nazi, y los materiales nativos a los que con sabiduría se adaptó de inmediato.
Desde que en 2007 estalló la polémica, cuando el nombre de Kaspé saltó a los periódicos porque se proyectaba echar abajo una obra suya para poner en su lugar un rascacielos de setenta pisos en el bosque de Chapultepec, me pareció increíble que hubiera una constructora que se hiciera llamar Danhos —que no puedo leer sino “daños”— igual que si fuera una organización del mal sacada de una caricatura. 
Con independencia de la naturaleza de la polémica (si el pequeño complejo multifuncional llamado Súper Servicio Lomas, acabado en 1952, que incluye entre otros espacios una gasolinería y un salón de fiestas (!) más adelante convertido en oficinas, es o no una gran obra; si su autor es un grande o no de nuestra arquitectura; si se debería considerar parte del patrimonio cultural del país y en consecuencia defenderlo, etc.), construir un edificio, casi cualquier edificio, desmesurado como el que originalmente se proyectó (véase con bastante detalle en la Wikipedia, http://bit.ly/hpiRwA) o no tanto como el que finalmente se ha permitido para ese lugar, en un rincón de la ciudad más que saturado, es una locura a la que estamos habituados. Lamentablemente, el caso Kaspé es un ejemplo de los excesos constructivos en una ciudad que vive una corrupción salvaje, que todos padecemos y de la que poco o nada se habla. Imposible me parece a estas alturas intentar la defensa de un patrimonio arquitectónico que durante siglos no ha hecho más que echarse abajo para volver a levantarse para… ser destruido una vez más.
Hace unas semanas se reavivó la polémica pero no la he seguido porque soy pesimista respecto a sus resultados. Leo en el periódico que en el nuevo proyecto está involucrado Teodoro González de León… quien de algún tiempo a esta parte me da la impresión —quizás errónea— de que está demasiado atento a la gloria mundana, lo que no parecería corresponder a la sabiduría de cierta parte de su obra y sus más de ochenta años. También leo, cosa que me provoca una inexplicable tristeza, que en el edificio que se va a hacer en donde estuvo el Súper Servicio Lomas, se planea hacer ¡un museo a Kaspé! Y algo increíble: que la obra se ha detenido para buscar opciones de vialidad y escuchar al vecindario, lo que en este momento, con las licencias concedidas y con los trabajos en curso —y al menos parcialmente echado por tierra el edificio que provocó tanto ruido—, no parece sino una farsa…
Los lectores más perspicaces de Siglo en la brisa ya se habrán dado cuenta de que este melancólico post no tiene otro objeto que justificar la publicación de las imágenes del trabajo de Vladimir Kaspé —que tomo prestadas de mi ejemplar del libro de Louise Noelle—, y en especial del Súper Servicio Lomas, que se ha convertido en emblema no tanto de la obra de un entrañable maestro que dejó huella en la ciudad de México como del triunfo de la codicia por encima de los intereses comunes (y culturales, sí, aunque para algunos parezca que escribo en chino). 
Las fotos son de los años cincuenta, por los días en que el edificio acababa de construirse y son infinitamente más elocuentes que todo lo que pueda yo decir.

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Vladimir Kaspé. Reflexión y compromiso de Louise Noelle fue publicado por la Universidad La Salle en 1995.
El retrato de Kaspé es de Alejandro Mendlovic Pasol; las fotos de obra, si entiendo bien el crédito dado en el libro, de Guillermo Zamora. Todas esas imágenes pertenecen al libro de la señora Noelle.
La investigadora Louise Noelle en la red, http://bit.ly/ghNdmF
Sobre la historia del Súper Servicio Lomas, http://bit.ly/gWQm49
Kaspé en la Wikipedia, http://bit.ly/hML5mL
La foto con Sergio Vela es de 1987 y la tomó nuestro amigo común, el arquitecto Jorge Huft. La imagen a colores corresponde al templo y capilla abierta de Maní, en Yucatán, donde estuve a fines de 2006.

domingo, 13 de febrero de 2011

Año de un siglo (en la brisa)

A lo largo del año que cumple esta semana, los temas de este blog han sido, entre otros, la poesía y los árboles, Borges y la historia de la revista Viceversa, Asturias y el tiempo que viví lejos de México, la vida y la obra del poeta Gerardo Deniz, la calle de Donceles y sus librerías de viejo, Emiliano Zapata y otros personajes de la Revolución. También, el trabajo o las reflexiones sobre las más diversas materias de amigos como Mónica Quijano o Eduardo Casar, el cartonista Ros o Mario González Suárez. 
La siguiente es una lista de las trece entradas más leídas de las cincuenta y tantas que a la fecha conforman la historia de esta página web. Bajo una imagen emblemática, copio el nombre del post seguido de su enlace de acceso; a continuación describo brevemente su contenido y añado, entre paréntesis, el número de visitas registradas durante la semana en la que se publicó. Gracias a ustedes por las cerca de mil visitas de promedio semanal que, doce meses después, alcanza ya este espacio.


1. Siete libros recomendados al aire, http://bit.ly/hYRDgi
Una serie de notas sobre libros leídas al aire en el programa de novedades editoriales que conduzco los viernes a partir de las tres de la tarde, hora de México, en la estación Horizonte del Instituto Mexicano de la Radio: entre otros, una guía para observar nubes, un estudio sobre los últimos días del Emperador Maximiliano, una monografía sobre la escultura monumental mexica… (1555).

2. Palinodia del rojo, http://bit.ly/gK042J
Mi nuevo libro de poemas, el primero en más de una década, apareció a finales del año pasado bajo el sello de Aldus. Por estos días empieza a distribuirse. El post cuenta detalles de su proceso editorial, adelanta sus temas y reproduce como adelanto un poema inédito, “Paloma y no” (1468).

3. Contra la fotografía de paisaje, http://bit.ly/hGvNEG
Colección de retratos de amigos (Sergio Vela, Julio Hubard, Dzazil Espinosa, Fernando Rodríguez Guerra…) que hice a finales de los años ochenta con una cámara adquirida por mi padre veinticinco años antes, cuando planeaba el viaje a España en el que conocería a mi madre (1409).

4. Trilce, XXXIV, http://bit.ly/bv99D5
Sexta entrega de una serie titulada “Mis poemas preferidos” en la que he analizado obras sueltas de Lope de Vega, Fernández de Andrada, Juan Ramón Jiménez, Macedonio Fernández y Pedro Salinas, este texto es un comentario sobre uno de los poemas que más me gustan del celebérrimo libro de César Vallejo, considerado el más radical de la poesía en español (1273).

5. Germán Dehesa, http://bit.ly/hXJxrU
Un evocación de mi amistad con el popular personaje muerto el año pasado, desde el iluso año de 1993, cuando me dio la idea de hacer un número de Viceversa sobre el periodista Julio Scherer, hasta nuestro último desencuentro. Incluye una visita a Jaime Sabines (1160).

6. Canon RM, http://bit.ly/gZiGpn
Selección de algunas de las primeras fotos que hizo mi padre en 1962 con la cámara Canon RM, comprada en una tienda de la Zona Rosa, a la que me refiero en el post número 3: una de sus primeras obras arquitectónicas, sus padres a la entrada del concejo asturiano de Quirós, su hermano y su sobrino, su gata. (1144).

7. Siete calas en la discografía de Claudio Isaac, http://bit.ly/gp99Je
Una serie de tracks de jazz sacados de la discoteca de mi amigo el pintor, narrador y cineasta Claudio Isaac, gran conocedor del género. Incluye comentarios detallados, fichas discográficas y enlaces de escucha (1128).

8. Árboles comunes de la ciudad de México, 1, http://bit.ly/bSTUI2
La primera de dos partes de una guía —publicada originalmente en la revista Algarabía— para reconocer las diez especies de árboles más frecuentes en la capital del país: el trueno, la jacaranda, el fresno, el hule, el colorín… (1127).

9. El número de Scherer, http://bit.ly/feWfQk
Reseña a vuelo de pájaro de uno de los números más significativos y exitosos de la revista que fundé con unos amigos en noviembre de 1992 y cuyo último número apareció en mayo de 2001 (1070).

10. Revolución y fracaso educativo en México, http://bit.ly/hbMJUo
El texto que leí frente el Consejo General Consultivo del Instituto Politécnico Nacional dentro del ciclo de conferencias organizado por esa institución para conmemorar el bicentenario del inicio de la guerra de Independencia y el centenario de la Revolución. Entre otros temas, se ocupa de un libro de Martín Luis Guzmán (1056).

11. Cosas que se van, http://bit.ly/hh6mG9
Una lista de cosas sin utilidad, que carecen de virtudes para la melancolía o la nostalgia, pero de las que al menos hasta hace unas semanas no había conseguido deshacerme: un palo de lluvia y una botija traída de Granada, un gato de trapo y una camisa de lunares, un reloj de pared y un par de botas australianas… (1030).

12. Lecturas españolas, http://bit.ly/eNXK9W
Mis notas de lectura sobre cuatro libros relacionados con la Segunda República y la Guerra Civil españolas encabezados por la espléndida biografía de Manuel Azaña escrita por Santos Juliá. Los otros son de Fernando Rodríguez Miaja (sus memorias de los últimos días de la guerra, en la que hizo las veces de secretario del famoso “defensor de Madrid”), Ian Gibson (Cuatro poetas en guerra) y Fernando Olmeda (sobre el Valle de los Caídos) (944).

13. Viaje alrededor de mi escritorio, http://bit.ly/dWllU5
Historia de algunos objetos que viven en mi escritorio y me acompañan en el trabajo diario: entre otros, un florero que fue de una persona querida, un pequeño elefante de madera, un retrato hecho en el Parque de la Venta, una pieza de Jorge Yázpik y un par de madreñas infantiles (923).

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El contador de visitas, que fue instalado a fines de mayo de 2010 —y que por lo tanto no considera los tres meses de actividad anterior—, no siempre refleja los clicks hechos al texto de la semana correspondiente ya que también registra los que se hacen a entregas de archivo. Lo utilizo como referente parcial, a falta de uno mejor.

El retrato de Germán Dehesa es de Juan Rodrigo Llaguno.

domingo, 6 de febrero de 2011

Caricaturista (1979-1980)

Dibujé las caricaturas que conforman este post cuando tenía 15 años y cursaba el primer año de la preparatoria en el CUM. Al principio las hice en los rincones del cuaderno que estaba más a mano, siempre a lápiz y sin otro propósito que no fuera sobrevivir al aburrimiento en clase. Poco después, cuando la ocurrencia creció hasta convertirse en el proyecto de retratar a todos los compañeros del salón 304, las fui haciendo por grupos de cinco o seis en las páginas de un block escolar —antecedente prehistórico de Siglo en la brisa
Como se confirma hojeando las memorias escolares de aquellos años (de las que conservo casi todas desde 1970, cuando entré en la primaria), los rostros de profesores, alumnos y empleados de los colegios maristas daban para caricaturizar interminablemente…
De niño tuve cierta facilidad para dibujar y con seguridad lo hice primero por imitación de mi padre, al que le sobraban soltura y firmeza para el trazo y sobre su restirador de arquitecto tuvo siempre papeles y lápices, pero nunca pasé del pasatiempo esporádico. La última vez que lo hice de manera más o menos continua fue durante unas semanas de principios del año 2000, quizás de nuevo como una forma de la evasión por los días en los que empezaba a planear un cambio en mi vida.
Una vez que las caricaturas alcanzaron la aprobación general, gracias sin duda a la flexibilidad y buen humor de Jaime Castañeda, profesor titular del grupo, las repasé con tinta y las expuse por lo que quedaba del curso en una vitrina a la entrada del salón de clases. Entre los retratos de los alumnos, se colaron uno del propio Jimmy y otros de tres o cuatro maestros. Al año siguiente repetí la operación con mejores resultados aunque al titular de entonces, universalmente conocido como El Mandril, el asunto (como en general nada que tuviera que ver con la creatividad) no le hiciera ninguna gracia. Conservé los dos grupos de caricaturas entre las páginas de una de las memorias escolares. 
Yo, que ni siquiera me acordaba de su existencia, fui el primer sorprendido hace unas semanas cuando se cayeron al suelo al abrir una de ellas en busca de la imagen de un viejo maestro para ilustrar un artículo. Para su mejor apreciación, al lado de cada una de ellas pongo el referente fotográfico sacado del volumen que corresponde al año 1979-1980.

1. Francisco Zamora Cué
                                


2. Luis M. León









3. Eduardo Bejos


4. Alberto Ulises Valiente
           

5. Martín Merino



6 y 7. Ricardo Belmar y Diego Biscione















8. Profesor Armando Valencia
                  


9. Sin título







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Más sobre el CUM (Centro Universitario México) en este
blog, en
http://bit.ly/hbMJUo