Mi padre, que cada vez se parece más a su tío Florentino,
me recibe este martes de agosto con un buen número de fotografías de Isolda, la gata persa con la que conviví durante mis años de estudiante. Es una costumbre que se ha recrudecido en los últimos tiempos: hace unos meses fue un minúsculo billete de una peseta, en perfecto estado; la semana pasada, las acciones de una empresa petrolera expedidas a finales del siglo antepasado en México, que fueron propiedad de un abuelo suyo...
Tal como comprobé muchas veces durante los cinco años que viví en Asturias, era imposible ir a ver a mi viejo tío abuelo Florentino sin regresar con algún objeto o documento entre las manos, preferentemente antiguallas, casi siempre cosas que quizás sólo él y yo podíamos apreciar –pasaportes sin vigencia, cartas viejísimas, recortes de periódico…
La escena se repetía idéntica en su departamento de la calle Pablo Iglesias en Gijón (antes, Héroes del Simancas) o en la casa de su yerno en Cabrales: me llamaba aparte y me entregaba aquellos objetos no sin alguna ceremonia entre admonitoria y distraída, o enfrente de los demás, como que no quiere la cosa, como quitando importancia al asunto.
Tal como comprobé muchas veces durante los cinco años que viví en Asturias, era imposible ir a ver a mi viejo tío abuelo Florentino sin regresar con algún objeto o documento entre las manos, preferentemente antiguallas, casi siempre cosas que quizás sólo él y yo podíamos apreciar –pasaportes sin vigencia, cartas viejísimas, recortes de periódico…
La escena se repetía idéntica en su departamento de la calle Pablo Iglesias en Gijón (antes, Héroes del Simancas) o en la casa de su yerno en Cabrales: me llamaba aparte y me entregaba aquellos objetos no sin alguna ceremonia entre admonitoria y distraída, o enfrente de los demás, como que no quiere la cosa, como quitando importancia al asunto.
Había de todo: desde un salvoconducto para circular por
el concejo cabraliego en los tiempos de la Guerra Civil o la gorra de alférez
provisional con que peleó él mismo del lado nacional (en la foto de arriba), hasta los zapatos que había
comprado hacía ya entonces tres décadas cumplidas en El Puerto de Liverpool de
la ciudad de México, poco antes de volver definitivamente a España en 1982. De
los zapatos me dijo que estaban nuevos; si acaso se los había puesto alguna vez,
me dijo también. Eran como de artista flamenco: negros, brillantes, de punta. Más
bien tirando a pequeños. Inusitados para su persona y sus
hábitos. Nunca me quedaron y dudo que alguna vez le hayan quedado a Florentino.
Volviendo a las fotos que me entregó mi padre: ¿cómo es
que las tiene en su poder? La respuesta me la da él mismo: algunas las tomé yo
con mi cámara, otras él con la suya. Ahora que escojo y escaneo las más
hermosas para enseñárselas a quienes leen Siglo
en la brisa, me doy cuenta de que no me importa que la autoría quede sin
aclararse: si tengo algo de buen gusto, para lo que sea, es indudable que se lo debo a él.
Álbum de Isolda
Álbum de Isolda
Por FFB y FF
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Florentino,
a cuadro, http://bit.ly/1bKZrwr
Más gatos
en Siglo en la brisa:
Textos
felinos, http://bit.ly/rJPY3s
El gato de
Octavio Paz, http://bit.ly/9BeKvm
El Maestro,
http://bit.ly/1sADjSI
Koshka, http://bit.ly/1hBS9lg
Trasfondo
de época, http://bit.ly/1qNLLbP
Un año de
Yamita Monogatari, http://bit.ly/PMM7Vy