Con un pequeño poema publicado en Luvina en marzo de 2010, Gerardo Deniz rompió un silencio de varios
años. Luego no volvió a publicar nada hasta hace cinco meses. Desde entonces el
ritmo ha ido en aumento: en octubre dio a Crítica
el poema “Patria”, en el que aprovecha el relato de su única visita a su natal
España en más de siete décadas para hacer un recuento de su vida amorosa; en enero
publicó en Este País “Mosca”, que da cuenta de las vicisitudes de una mosca infectada por un hongo, que sobrevuela el
Pedregal de San Ángel. Por último apareció, de nuevo en Luvina, una serie de tres textos de temas florentinos. Ahora se
suma “Rincocelo”, lleno de alusiones a otros lugares de su propia obra. Todos
esos poemas forman parte de un libro en preparación que ya tiene título. Si
todo sale bien, verá la luz antes de que acabe el año. (FF)
Rincocelo
Por Gerardo Deniz
Un hábil nemertino sibarita creó el ano.
Recibió congratulaciones, elogios, palmas
y la medalla al mérito ciudadano.
Deseoso de escapar de tanto honor,
enfiló los voluptuosos movimientos
de su ondulante cuerpo vermiforme
hacia la vecina Siracusa,
por presentar su invención al Maestro de Oxidente.
Pero las noticias van despacio bajo el agua
y hasta haber llegado no supo
que el tal Maestro había partido ya (y malamente).
Sólo pudieron mostrarle la alcoba de hotel (que mira
al oriente)
que había servido de sala de espera a Rúnika
y a su más rendido admirador
(pace
armenio a quien no conozco, pero hace bellas portadas).
En la cabecera se apiñaban las crucecitas
arañadas con una horquilla femenina.
Sólo supieron decirle que aquellos pasados huéspedes
iban, según los periódicos, a buscar la gloria
entrando por Pamir.
El nemertino no dio las gracias y retornó al mar.
Desde dentro del agua se miró en el espejo del techo
y halló poco sibarítico su gesto.
Taciturno, se dejó llevar por las corrientes.
Fue comprendiendo que ni él ni ninguna compañera de
fílum
alcanzarían nunca los supremos beneficios de su
brillante invención:
hubiese sido precisa una revolución morfológica que
los transformase en otro.
Largo rato encalló y yació en las arenas de
Esfacteria.
Su faz, nunca muy expresiva,
era la de quien, al salir de casa de Trofonio,
tratara de cobrar ánimos presenciando un bailete de
djinns.
Para colmo tuvo una visión:
sobre el box spring tendida desnuda bocabajo,
cruzada de brazos, cerrados los ojos,
sobre el pómulo sonriente un binjante de aurícula
delicada
y al sur de la criatura, sabiamente empinada para
exaltación del ejecutante
la hurdy-gurdy; esperando
vueltas apasionadas a la manivela
(o vaivenes, por medio de una biela
—no cometaria y deleznable por un Júpiter cualquiera)
que, adentro, da vueltas a un sinfín
engranado a las quintas paralelas de su doble hélice,
que arranca de piñones, ruedas catalinas y demás
vísceras ocultas y resbaladizas,
parafernalia del viscoso amor.
Un espasmo estupendo (pero hoy por hoy, ay, harto
rústico)
hizo vibrar al largo nemertino,
como una piragua atacada por los sarracenos.
Incontables pilidios debieron de nacer de aquel
derroche.
El mundo es cabrón, lo sabemos.
El rincocelo inventor murió a la vista de Citeres.
Su invento no abrió lo mejor de su violeta para él.
Qué ironía.
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Este poema apareció originalmente el pasado sábado 17 de
mayo en Laberinto, suplmento cultural
del periódico Milenio.
La imagen del nemertino es de la red. El retrato del poeta que acompaña esta nota es de Amaranta Chávez.
Más sobre Deniz en este blog:
Sobre Red de agujeritos, http://bit.ly/12RrW9H
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Una entrevista de 1993, http://bit.ly/1oyaGVn
De visita en la Escuela Mexicana de Escritores http://bit.ly/1nIVmm1
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