No es
que estuviera de vacaciones la semana pasada, es que tenía (y tengo) tanto
trabajo que por vez primera en más de cuatro años me sentí sin la energía para
dedicar, como casi siempre a deshoras, con el cansancio como nunca subido al
pensamiento y los párpados, al menos el rato necesario suficiente para armar mi
entrega semanal de Siglo en la brisa. Entonces inventé lo de las
vacaciones: puse una foto que me tomó Flor en Antigua, y un título alusivo. Lo
que no imaginé es lo que ocurrió en cuanto hice circular la argucia: como a la
izquierda quedó la portada de Palinodia del rojo con la invitación a oír
la grabación del poema “Paloma y no” con que participé hace unos años en el
Maratón de Lectura del IMER, algunos de mis amigos, defraudados quizás porque
por vez primera en más de 200 semanas no ofrecía materiales para llevarse a los
ojos, hicieron click en ella y se encontraron con el poema. Recibí varias
cartas al respecto, tantas como para darme cuenta de que fue algo que provoqué
yo mismo involuntariamente. Pasado el malentendido y con los deberes todavía
pisándome los talones (la cosa, debo decirlo, no remitirá antes del 31 de mayo,
cuando entregue a mi editor el libro que le tengo prometido), he tomado la
decisión de lanzar nuevamente el audio. Copio el texto a continuación,
por si alguien quiere seguirlo con los ojos. “Paloma y no” aparece en la página
52 de Palinodia del rojo, libro que vio la luz a finales de 2010 bajo el
sello de Aldus.
Paloma y no
por FF
A la hora de la hora nunca estuvo
y más tarde no vuelve
todavía,
que todavía en la calle y de seguro
será que hasta mañana no le digan
que hablé, que sí, que un tal Fernando, que hermano
de Maca.
Luego dice que ayer no le dijeron,
que sería su papá,
es muy probable, o Chío,
y mi recado, en fin, no se lo dieron,
incluso ni siquiera otro de Ignacio —crucial por ser
de chamba.
La semana anterior la misma voz dijo
que nones,
que si ya la buscaste en el Canal, en producción,
por lo mismo que allá a las cinco y pico, a veces a morir,
sólo Dios sabe.
“Mas llamará, eso sí, como ella suele. ¿Le digo
que llamaste?”.
Y eso duele: en el cielo
del suelo, Narciso asoma entonces —imagen sobre el charco
de uno mismo.
Entre una cosa y otra pasaron cinco siglos.
Ya me animo otra vez:
“¿Está Paloma?”,
y no, no estuvo, “Está en Toluca”
—y entre tanto desvío no me aclaro
si quiere o no me quiere (ha decidido) ni ver
en una década.
“Háblele ahora, a la hora de comer”, me dice
la empleada, una señora ignara y casi nada
descortés.
Pero a eso de las tres, ya carilarga,
me asegura:
“Averígüelo Vargas”, suficiente y burlona
a la pregunta de: “¿Y Paloma?”.
Y el análisis, ah, olvidaba el análisis —manojos
de ocasión, oh ramos
truncos—, ¿no cambió de los martes a las cuatro
en punto, al miércoles a la una, y luego a cada sábado
que quise y no se pudo?
¡Que a su clase de kendo! ¡Que a su judo!
En su casa no ahorraban en rarezas
con tal de proteger
sus evasivas, la retahíla de sus “para nadas”, o aquel jamás antes
usado “ni por pienso” —con el dramático acaecer de yo traer
las bolsas de mi saco llenas de ello.
¿Y qué decir de su manía de interrumpir
siempre la plática con circunloquios
de extraña procedencia, y así evadir cuando me ofrezco a pasar,
y si la invito a salir
y si le insisto?
“Un mirlo, ten cuidado, ¡no pases el chasís
por suyo arriba!” O aquel: “Qué linda la dombeya* aquella, mira,
¡cuán propia de Virreyes!”.
Muchacha menudica, me pregunto
si vale tu osamenta
cuanto pides;
te invito una tacita de café, o al cine,
a la función de media tarde,
o un vasito de esquites en el parque.
El sol, altísimo en los árboles,
da un nuevo lustre
al día
—con ser luz se conoce que es la mía—;
es un brillar del sí que dices: “A las cuatro, si quieres
me llamas a las cuatro”.
¿Que si quiero? En la copa de un chopo
se trasluce
y anida, refulge con luz propia la esperanza
mía.
Y a la hora de la hora nunca estuvo. Hurtóse la torcaza,
huyóse, se hizo
de humo. Y acaso no sin lógica:
si se llama Paloma, ¿no es lo suyo
volar?
* Por encontrarse en fase de aclimatación a nuestra poesía, conviene aclarar que este árbol notable, conocido también como Rosa mexicana, es la Dombeya x cayeuxii hort. ex André. “Se considera un híbrido entreDombeya mastersii y Dombeya wallichii, aunque erróneamente se cita bajo el último nombre. Ambas son especies nativas de Madagascar y el este tropical de África”. Martínez González y Chacalo Hilu, Los árboles de la Ciudad de México, UAM, México, 1994, pág. 175.
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La foto que abre esta entrega es de Jonathan López Romo, productor del programa de novedades editoriales A Pie de Página. La imagen que ilustra el texto es de Jean Léon Gerôme y la tomo prestada de la red. El retrato que acompaña esta nota corresponde a la señorita Piedad Aguilar, a quien está dedicado uno de los 17 poemas de mi libro, y forma parte del archivo familiar de mis amigos Charo, Mari Paz y Xavi Pascual.
Más sobre Palinodia del rojo en este blog:
A tres años de su publicación, http://bit.ly/1pYw2Mo
La edición, http://bit.ly/1bLNQ65
La presentación, http://bit.ly/HAijY6
La tía Piedad, http://bit.ly/1ufW5OK
“Milagro en la playa”, http://bit.ly/W7y222
¡Qué lindo! Van datos del quiro: Brian Wilson. 55401189
ResponderEliminarDe pura chirirppioca he llegado a tu blog, mmmh está interesante, te voy a seguir a ver si así se me quita lo inculta.
ResponderEliminarMe gustó tu poema de Paloma, voy a buscar y a comprar tus libros de poemas, desde niña me ha gustado la poesía.
Pues bienvenida a este blog, me alegra mucho que te haya gustado el poema. Gracias por escribir. Abrazos.
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