Quizás como otros lectores mexicanos, conocí el célebre poema en las páginas de Crónicas marcianas de Ray Bradbury. Aparece
en el cuento que sigue a “Tercera expedición” –que siempre me ha parecido el
mejor del volumen–, en un relato titulado precisamente como uno de sus versos, cuando el Capitán Spender contempla las ruinas sin nadie de Marte y es víctima de un
arrebato melancólico que lo impulsa a decir el poema a quienes viajan con él.
A mediados
de los años ochentas me gustaba decirlo también a mí, invariablemente tomado de
la traducción al español que aparece a pie de página en la edición de Minotauro
en que lo leí por vez primera. Sin embargo, en mi recuerdo de esos tiempos el
poema no aparece relacionado con un planeta remoto y desolado sino con Oaxaca, lo
que se debe a que la primera vez que estuve en aquella ciudad, acompañado de
Nattie Golubov y Fernando Rodríguez Guerra, Fernando se lo sabía de memoria, como
tanta poesía valiosa que mi entrañable amigo ha retenido de manera exacta
durante largos y largos años.
Si es
cierto que he sido fiel a la versión española que está reproducida en el pie de
página del libro de Bradbury, cuyos traductores tuvieron el buen gusto de
ofrecerlo en inglés, no lo he sido menos al poema mismo en su lengua original, en el
que a la belleza y la hondura naturales de lo que se dice en sus versos –hondura y belleza empapadas de genuina melancolía romántica–, hay que añadir las virtudes que hacen de él un pequeño portento de ritmo y precisión.
Con todo,
quizás lo que más me gusta de él es su inicio in media res, si puedo llamarlo de esa manera, con ese “So” seguido
de una coma que en español me parece que se traduce bien con la expresión “Por lo
tanto”, recurso que lo presenta como el resultado de una argumentación
anterior, que no conocemos, que ya ha sido enunciada, y cuyo resultado se me aparece cargado de una resignación y una tristeza irresistibles.
Según se
dice, Byron escribió el poema en medio de una tremenda
resaca en unos días de disipación en el carnaval de Venecia, y se lo envió por carta
a Thomas Moore el 28 de febrero de 1817, quien lo publicó en su
Letters and Journals of Lord Byron, with Notices of
his Life, seis años después de la muerte del poeta. En la carta, Byron había
escrito, si traduzco bien: “Siento que ‘la espada ha desgastado la vaina’ aunque apenas he
cumplido 29 años”. El poema está basado en el estribillo de una canción
escocesa, The Jolly Beggar [algo sí
como El feliz pordiosero] que dice:
And we’ll
gang nae mair a roving
Sae late
into the nicht.
Como sea,
ahora que se me ocurre volver a echarle un ojo y recomendarlo a quienes siguen Siglo en la brisa, si es que hay alguien
que no lo conozca, lo copio de mi edición del segundo volumen de la Norton Antology de literatura inglesa
que me acompaña desde los días que viví en casa de Nattie en Londres.
Por lo tanto nunca más pasearemos
Por Lord
Byron
Por lo tanto
nunca más pasearemos
hasta las altas horas de la noche,
aunque el corazón siga enamorado
y aunque siga brillando la luna.
hasta las altas horas de la noche,
aunque el corazón siga enamorado
y aunque siga brillando la luna.
Pues la
espada gasta la vaina
y el alma gasta el pecho,
y el corazón debe detenerse para tomar aliento,
y el mismo amor debe descansar.
y el alma gasta el pecho,
y el corazón debe detenerse para tomar aliento,
y el mismo amor debe descansar.
Aunque la
noche fue hecha para amar,
y el día vuelve demasiado pronto,
nunca más pasearemos a la luz de la luna.
y el día vuelve demasiado pronto,
nunca más pasearemos a la luz de la luna.
So We'll Go
no More a Roving
So, we'll go no more a roving
So late into
the night,
Though the heart be still as loving,
And the moon
be still as bright.
For the sword outwears its sheath,
And the soul
wears out the breast,
And the heart must pause to breathe,
And love
itself have rest.
Though the night was made for loving,
And the day returns
too soon,
Yet we'll go no more a roving
By the light
of the moon.
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Aunque
sabía que era imposible, no he dejado de echar un ojo a ver si hay por ahí siquiera
un daguerrotipo de Byron. El viaje, que se presentaba poco promisorio, tuvo una
cierta recompensa porque la revisión de las fechas por lo menos me regaló una sonrisa: la Vista
desde la ventana de Nièpce, famosa primera fotografía de la historia, fue
tomada en 1826, dos años después de
la muerte del poeta en Grecia.
El retrato
a lápiz de Bradbury es de Franco Clun. (Más sobre su trabajo en http://francoclun.deviantart.com/)
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Excelente blog profesor.
ResponderEliminarDarinel Becerra