jueves, 22 de mayo de 2014

Byron en Bradbury


Quizás como otros lectores mexicanos, conocí el célebre poema en las páginas de Crónicas marcianas de Ray Bradbury. Aparece en el cuento que sigue a “Tercera expedición” –que siempre me ha parecido el mejor del volumen–, en un relato titulado precisamente como uno de sus versos, cuando el Capitán Spender contempla las ruinas sin nadie de Marte y es víctima de un arrebato melancólico que lo impulsa a decir el poema a quienes viajan con él.
A mediados de los años ochentas me gustaba decirlo también a mí, invariablemente tomado de la traducción al español que aparece a pie de página en la edición de Minotauro en que lo leí por vez primera. Sin embargo, en mi recuerdo de esos tiempos el poema no aparece relacionado con un planeta remoto y desolado sino con Oaxaca, lo que se debe a que la primera vez que estuve en aquella ciudad, acompañado de Nattie Golubov y Fernando Rodríguez Guerra, Fernando se lo sabía de memoria, como tanta poesía valiosa que mi entrañable amigo ha retenido de manera exacta durante largos y largos años.
Si es cierto que he sido fiel a la versión española que está reproducida en el pie de página del libro de Bradbury, cuyos traductores tuvieron el buen gusto de ofrecerlo en inglés, no lo he sido menos al poema mismo en su lengua original, en el que a la belleza y la hondura naturales de lo que se dice en sus versos –hondura y belleza empapadas de genuina melancolía romántica–, hay que añadir las virtudes que hacen de él un pequeño portento de ritmo y precisión.
Con todo, quizás lo que más me gusta de él es su inicio in media res, si puedo llamarlo de esa manera, con ese “So” seguido de una coma que en español me parece que se traduce bien con la expresión “Por lo tanto”, recurso que lo presenta como el resultado de una argumentación anterior, que no conocemos, que ya ha sido enunciada, y cuyo resultado se me aparece cargado de una resignación y una tristeza irresistibles.
Según se dice, Byron escribió el poema en medio de una tremenda resaca en unos días de disipación en el carnaval de Venecia, y se lo envió por carta a Thomas Moore el 28 de febrero de 1817, quien lo publicó en su Letters and Journals of Lord Byron, with Notices of his Life, seis años después de la muerte del poeta. En la carta, Byron había escrito, si traduzco bien: “Siento que ‘la espada ha desgastado la vaina’ aunque apenas he cumplido 29 años”. El poema está basado en el estribillo de una canción escocesa, The Jolly Beggar [algo sí como El feliz pordiosero] que dice:

And we’ll gang nae mair a roving
Sae late into the nicht.

Como sea, ahora que se me ocurre volver a echarle un ojo y recomendarlo a quienes siguen Siglo en la brisa, si es que hay alguien que no lo conozca, lo copio de mi edición del segundo volumen de la Norton Antology de literatura inglesa que me acompaña desde los días que viví en casa de Nattie en Londres.

Por lo tanto nunca más pasearemos
Por Lord Byron
Por lo tanto nunca más pasearemos
    hasta las altas horas de la noche,
aunque el corazón siga enamorado
    y aunque siga brillando la luna.

Pues la espada gasta la vaina
    y el alma gasta el pecho,
y el corazón debe detenerse para tomar aliento,
    y el mismo amor debe descansar.

Aunque la noche fue hecha para amar,
    y el día vuelve demasiado pronto,
nunca más pasearemos a la luz de la luna.


So We'll Go no More a Roving

So, we'll go no more a roving
    So late into the night,
Though the heart be still as loving,
    And the moon be still as bright.

For the sword outwears its sheath,
    And the soul wears out the breast,
And the heart must pause to breathe,
    And love itself have rest.

Though the night was made for loving,
    And the day returns too soon,
Yet we'll go no more a roving
    By the light of the moon.

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Aunque sabía que era imposible, no he dejado de echar un ojo a ver si hay por ahí siquiera un daguerrotipo de Byron. El viaje, que se presentaba poco promisorio, tuvo una cierta recompensa porque la revisión de las fechas por lo menos me regaló una sonrisa: la Vista desde la ventana de Nièpce, famosa primera fotografía de la historia, fue tomada en 1826, dos años después de la muerte del poeta en Grecia.

El retrato a lápiz de Bradbury es de Franco Clun. (Más sobre su trabajo en http://francoclun.deviantart.com/)

Algunas entradas de Siglo en la brisa relacionadas en este post:
Cinco poemas de El ciclismo y los clásicos, http://bit.ly/1jDNPPA
A la puerta de Salvador Elizondo, http://bit.ly/1lsb8yl
Catulo y la palabra “beso”, http://bit.ly/OTy5Ry



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