A principios
del año pasado, mi amigo Juaco López Álvarez, director del Muséu del Pueblu d'Asturies, me pidió que editara para esa institución un manuscrito misteriosamente
aparecido en los desvanes de una casa en venta.
Se trataba de las
memorias de un asturiano llamado Cayetano Sobrino Mijares que a partir de 1871 pasó
un cuarto de siglo en América, en La Habana primero y luego en Veracruz. Parte
del interés del asunto estaba en algo de lo que me enteré cuando preparaba el texto
para la imprenta: sus recuerdos de las cosas de ultramar, escritos en forma de
carta a sus hijos hacía cerca de un siglo, se habían quedado sin destinatario
específico porque absolutamente nadie de su familia había sobrevivido.
Eso, me
pareció a mí, les daba un valor tan grande como el que tenían en sí mismos: los
testimonios de las aventuras de los emigrantes españoles en tierras americanas
anteriores a la Guerra Civil son todo menos abundantes, tal como había
confirmado en persona cuando trataba de documentar ese amplio
momento histórico, por lo que las memorias de Cayetano Sobrino Mijares estaban
dirigidas precisamente a los investigadores como yo.
El libro, que apareció con
el título de Memorias de un emigrante
asturiano (La Habana y Veracruz, 1871-1903), vio la luz hace unos meses y
fue presentado en diversas ocasiones y sedes del Principado. Copio algunos
fragmentos de mi prólogo, con la idea de dar alguna idea del contenido del valioso
documento. Las fotos que ilustran esta entrega de Siglo en la brisa, y que son de los tiempos en que Sobrino Mijares
vivió en el puerto mexicano, son las que se reproducen en la edición impresa
del libro; pertenecen a la Fototeca de Veracruz Juan Malpica Mimendi, que nos las
prestó generosamente y a la que expreso una vez más mi gratitud.
Memorias de Cayetano Sobrino Mijares
(prólogo)
Por FF
Individualismo
Me parece que el individualismo característico de las
culturas hispánicas está acendrado en el espíritu del asturiano y eso se nota a
veces demasiado en la experiencia americana. No son pocos los testimonios que
insisten en las dificultades que se vivían con frecuencia entre nacidos en la
misma provincia y aun en el mismo pueblo, trasplantados al mundo ancho y ajeno
de América. […] El testimonio de Mijares es ejemplar del caso de quien no
contaba con ningún género de apoyo familiar o amistoso; así, el primer
asturiano que lo empleó en La Habana, en donde vivió tres años antes de
trasladarse a México, un hombre nacido en su mismo pueblo significativamente
apodado El Diablo —a quien va dirigida la primera de las dos misivas que lleva
consigo—, le da un día una bofetada que lo acaba mandando a un hospital. De
otro asturiano que lo empleó, ya en el mexicano puerto de Veracruz, originario
no de Cué sino del vecino pueblo de Andrín, y que en el tiempo de su escritura
aún vivía, dice que lo trató “no como gente sino como borrego”…
Beneficencia
En contraste con la falta de medios de los primeros
años se alza una de las máximas creaciones de los emigrantes en América: la
Beneficencia Española. Para los recién llegados, por supuesto, pero también
para los que caían enfermos —lo que sucedía casi por fuerza dado el drástico
cambio climático y alimenticio que suponía el paso entre continentes—, y no
pocas veces para el final de la vida, en el caso de que la aventura americana
no concluyera con el éxito económico o familiar no reservado para todos.
“Seriedad”
El tiempo bastante corto de la redacción de sus
memorias —apenas cinco semanas— y la seriedad con la que asumió el proyecto,
describen el carácter de Cayetano Sobrino Mijares mejor que muchas palabras. La
seriedad que comunican sus memorias
hace pensar en ese valor al que se referían los viejos emigrantes asturianos,
que quizás ahora no comprendamos en su toda su dimensión y que les servía para
describir algo que iba más allá de la gravedad o la compostura en el modo de
proceder con que la define el diccionario. No quiere decir que el estilo no sea
espontáneo y de cuando en cuando incluso familiar —a veces con un sentido del
humor de innegable sabor asturiano— o que no se permita hacer correcciones al
vuelo, como cuando precisa una fecha que antes ha dado erróneamente o corrige
la información adelantada sin exactitud en alguno de los epígrafes. A la
seriedad quizás se deba, en cambio, que excluya casi toda reflexión que no sea
en algún sentido pedagógica y por eso nos perdemos de toda una dimensión de su
pasado que no puede ni debe de ser parte de su memorioso legado. […] No hay
siquiera alusiones a su vida sentimental, ni en tierras mexicanas ni
asturianas, ni antes ni después del cuarto de siglo que estuvo en América, como
si hubiera vivido sus peripecias en perfecta soledad. Sólo nos enteramos de su
estado de hombre casado cuando lo menciona de pasada, muy avanzado su relato y
a propósito de otro asunto. Y si es cierto que lo concluimos desde las primeras
páginas del hecho de que dirige sus recuerdos a sus hijos, es muy significativo
que prácticamente no dedique una sola palabra a la madre de ellos.
Celo a la hora de llevar las cuentas
Es proverbial entre los emigrantes el celo con que se
llevan las cuentas, siempre por escrito y al día y no sólo entre quienes hacen
fortuna, lo que más tarde, incluso muchos años después, les permite evocar los
montos de las pérdidas y las ganancias de cuanto emprendieron con toda
precisión y certeza. No en balde al principio Mijares cuenta que fue en la
escuela de su pueblo —que entonces no tenía otra ubicación que el pórtico de la
iglesia— donde aprendió a hacer las cuentas, y que tantos años más tarde conservaba
el cuaderno en que las había practicado por primera vez, que no pocas veces le
había servido de ayuda.
Eficacia descriptiva
Pero las virtudes de su relato van más allá de la
ejemplaridad de su trayectoria o la precisión con la que se refiere a la
administración y la economía. Son eficaces las descripciones que hace de cuanto
llama su atención: la primera vez que ve a un grupo de negros, por ejemplo, al
hacer una escala en Puerto Rico, o el aspecto triste y desangelado de Veracruz;
la riqueza característica de la panadería mexicana o su descripción de la
lluvia como un fenómeno muy distinto al que se conoce en la pluviosa Asturias.
También, la naturaleza del pulque o el mole, por mencionar una bebida y una
comida típicos de la gastronomía mexicana que describe de una forma que hace
casi innecesario que una edición anotada de sus memorias deba aclararlos a su
vez.
Conclusión filosófica (de un manuscrito originalmente llamado “Biografía e
historia de la vida y milagros del señor del margen, escrita por él mismo y
dedicada a sus hijos”)
Concluida la relación de su aventura, Mijares dedica
las últimas páginas de sus memorias a ensayar una conclusión filosófica de su
experiencia, aunque sin olvidar jamás el sentido práctico. Entre otras cosas,
da recomendaciones para fortalecerse económicamente, ya que del “tener”, dice,
“depende nuestro bienestar y en ocasiones hasta la vida”. Así, no es raro que
la última de sus reflexiones se refiera al dinero, nada menos que “el árbitro
del mundo, la palanca poderosa que hace moverse todo”, lo único seguro en una
sociedad “que es una farsa”. Cuatro son las palabras, afirma, en las que está
el secreto para hacerse rico en América: trabajo, constancia, economía y
honradez. Y algo más, algo que no enlista pero que está detrás de cada uno de
los pasajes de su narración: la fuerza de voluntad. Para confirmarlo acude al
testimonio del explorador César de Montalbán, a quien oyó contar en una
conferencia en el Casino de Llanes cómo había dado la vuelta al mundo sin
dinero, lo que seguía haciendo delante de los ojos de quienes iban a escucharlo
y que nuestro memorista no deja de celebrar con un guiño irónico. Y es que,
afirma éste, ya lo dice “el antiguo proverbio: querer es poder”. Es cuando me
parece que cobra sentido la inclusión de la palabra “milagros” en el título de
sus memorias: más que una pincelada de humorismo, como se pensaría a primera
vista, creo que Mijares atinó al considerar milagroso el resultado de la fuerza
de la voluntad, que fundó y sostuvo en América una épica de la vida cotidiana
que no tiene paralelo en la historia moderna de Asturias.
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La foto de Juaco López Álvarez la tomé yo mismo, en septiembre de 2006, cuando visitamos juntos el tejo centenario que se venera en el cementerio de la Villa de Salas, capital del concejo asturiano de Salas.
El resto de
las fotos que ilustran este post
pertenecen a la Fototeca de Veracruz Juan Malpica Mimendi, cuya amable directora es Rosa María López Martínez. La Fototeca puede
visitarse en la red: fototecadeveracruz.blogspot.mx
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