Si me animo a contar el sueño y lo hago sin ruborizarme es porque estoy convencido de que no tiene mayor significado, igual que en
términos generales no creo que signifiquen
mucho los sueños. Como todo el mundo, estoy perfectamente al tanto de que Francisco I. Madero,
el personaje que aparece en él, practicaba sesiones espiritistas en las que establecía
comunicación con los muertos.
Se comprenderá que por eso me dé por imaginarme que si se enterara de que soñé con él, y sobre todo de lo que soñé, acaso apreciaría como
nadie nuestro roce en el país de las sombras. No es eso, con todo, lo
fundamental: si me animo a contar el sueño es porque casi
todo en él me resulta simpático —por lo menos tanto como inusitado—. Desde el día mismo en que mi imaginación lo proyectó, hacia las siete de la mañana del domingo 30 de junio, me divertí muchísimo contándolo, y ya entonces me
pareció que valdría la pena consignarlo alguna vez en Siglo en la brisa.
Tengo otra razón para hacerlo, que
se explica en términos editoriales: la obligación de ilustrar las notas que
redacté nada más despertarme aquella mañana, me hizo buscar algo parecido a la foto de Madero
que aparece al final del sueño: una imagen hermosamente reproducida, que todavía cuando escribí la primera versión de este artículo ignoraba si de
verdad existía. Lo que conduce a aquello que Freud, si no me
equivoco, llamaba “vestigios diurnos”, y me permite darme cuenta de que (al menos en el
caso de Madero) no hubo nada que mereciera se llamado de esa forma, o no al
menos en los días que precedieron al 30 de junio. Hacía muchísimo que no
veía fotos suyas y la última que me impresionó vivamente la descubrí en el año del Bicentenario en las primeras páginas de un libro editado por
Televisa que tuve un tiempo conmigo.
Por otro lado, es verdad que en las últimas semanas había estado preparando un trabajo sobre los años formativos del maderista López Velarde,
para lo cual volví a asomarme a García Barragán y Schneider, a Martínez y Sheridan,
pero incluso en esas lecturas la presencia del líder revolucionario había sido vaga y apenas de trasfondo.
Sobre el códice, por último, no hay
nada que yo pueda asegurar más allá de que los títulos que he ido juntando sobre
el tema están en el librero de la pared que queda encima de mi cabeza cuando
me voy a la cama, y que todas las noches, cuando hago una torsión para apagar la luz de
la mesita de noche, poso la mirada en alguno de sus lomos, por lo que,
conscientemente o no, ellos son lo último que veo antes de cerrar los ojos para
dormir.
De lo que estoy seguro es que la unión entre un tema, Madero, y el otro,
los códices prehispánicos, es algo que no puedo explicar. No faltará quien se
tome a chacota el relato que viene a continuación —y que copio, con algunos
añadidos entre corchetes, del cuaderno de notas en el que lo escribí—; a ellos quiero
decirles que es la misma con la que me lo tomo yo. Hechas estas aclaraciones, y
por lo tanto en relativo estado de inocencia, procedo a contar el sueño.
De mi cuaderno de notas, bajo el título “7:15 AM 30-JUN-2013”
A las siete de la mañana [del día de
hoy] soñé que hablaba con Francisco I. Madero para poner a su disposición “el
códice”. Volvía a la clase [de la que quizás me había ausentado para hablar por
teléfono] y me ponía a redactar el contenido de la llamada, para no olvidarla. [Estaba]
sentado a la derecha de dos mujeres (una de ellas resultó ser [mi amiga y
colaboradora] María Álvarez, que se asomaba a lo que yo escribía y me decía
[algo así como] “Ah sí, tus patas de araña” [en referencia a la letra que hago
cuando voy de prisa].
En la llamada, Madero se mostraba
serio pero atento. [Mi opinión de él se elevaba considerablemente con el
contacto telefónico.] Me contaba
que [al principio] no iba a tomarme la llamada porque le cuestionaron [seriamente]
que lo hiciera, pero que aun así se había decidido a hablar conmigo. Lo del
códice se lo dije, en efecto [es decir, que yo tenía el códice, por si lo
necesitaba], pero tengo la impresión de que le llamaba por otra razón que no
está clara ahora para mí y creo que tampoco estaba cuando le llamé. Tengo el
códice en mi poder porque lo estoy estudiando y está bajo mi responsabilidad
[este añadido está ubicado al final del relato del sueño pero lo copio aquí por
ser el lugar donde tiene significado].
El profesor que lleva la clase en la
que estoy escribiendo el sueño y a la que he regresado después de hablar con
Madero, está ocupado en algo [impreciso] y por eso nos ha pedido que hagamos lo
que queramos, quizás escribir una “composición” [que es exactamente lo que
pidió mi viejo maestro de la secundaria, quien unos días después alabó lo que escribí yo, cosa que
me hizo que me decidiera a ser escritor] pero yo no hago caso y me pongo a reconstruir
la plática con Madero (como hago con el sueño ahora) y pienso que eso es más importante
[que cualquier actividad escolar]. Las muchachas a mi izquierda, una de ellas
María, se dan cuenta [de la actividad en la que estoy metido] y es cuando ella
se levanta a ver mis garabatos y opinar sobre su ilegibilidad.
Volviendo a la llamada: Madero [se
muestra] serio pero ahí está, indudablemente es él. Al regresar [a la
clase] una de las dos muchachas opina que “era bueno”; “un ángel”, quizás añade.
Desde luego, él se mostró interesado (aunque siempre [serio y] contenido) en el
códice [que yo le ofrecí]. El profesor (o [que probablemente ahora podría ser una]
profesora) manifiesta con el gesto o la reacción que era a él o ella a quien
correspondía (en todo caso) hablar con Madero, y no a mí.
Una mujer en bata de médico sale del
salón, de enseñarle algo al profesor [o profesora] y se lo enseña a otra
[también vestida] de bata, de más continente y autoridad. Es algo que se parece
a una radiografía. Sigo escribiendo el relato de la conversación con Madero, a
quien veo con toda claridad cuando una
de las muchachas me menciona cómo era.
Contemplo a Madero, con fascinación,
en una foto en blanco y negro bellamente afocada, ampliada e impresa, que tiene una resolución y una calidad tan
perfectas que me emocionan.
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La primera (y última) de las fotos de Madero que ilustran este post pertenece a la
George Grantham Bain Collection. La tomo prestada del catálogo en línea de la Biblioteca
del Congreso de los EEUU (http://www.loc.gov/pictures/resource/ggbain.01886/)
María Álvarez Guerra es poeta. Con el nombre de María de Guerra publicó hace un par de años el libro Fervores, en la colección Práctica Mortal de de Conaculta.
La Revolución Mexicana en este blog:
El fracaso educativo
en México,http://bit.ly/13lslin
Galería de personajes, http://bit.ly/18JgdRj
Eufemio Fox, http://bit.ly/15n8aF6
Un paseo por los lugares en dondevivió y murió Emiliano Zapata:
primera parte: http://bit.ly/177zC7U; segunda: http://bit.ly/11m15nu.
Los últimos alzados de cartón, http://bit.ly/197Uoac
Más sobre códices en este blog:
Códice Borgia, lámina 61 (detalle), http://bit.ly/18dkAhk
Códice Laud, http://bit.ly/13dmUao
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