Leí el precioso
libro en 2002, cuando pasaba una temporada en la casa de mi amiga Nattie
Golubov en Stoke Newington. Ella, que cursaba el doctorado en la Universidad de
Londres, trabajaba algunas tardes en una librería a la vuelta de la esquina. Un
día fui a visitarla y vi el volumen en venta: Poets in a landscape (Prion Lost Treasures, Prion, Inglaterra,
1999).
En él, Gilbert
Highet, el autor de La tradición clásica, hace el recuento de las impresiones que le causaron los lugares en los
que nacieron los máximos poetas latinos (Virgilio, Horacio, Ovidio…) al tiempo
que va comentando sus mejores poemas. Libro de viajes en el que el
profundo conocimiento de Highet se entrelaza con sus experiencias de
campo, Poets in a landscape me ha acompañado física y mentalmente durante
la última década. Entre otros pasajes, nunca olvidé el que recupero
ahora para compartirlo con los lectores de Siglo
en la brisa y en el que se cuenta algo tan extraño como sugerente:
Catulo fue quien llevó al latín la palabra de origen celta “beso” —que en el
idioma romano se decía osculum.
Salvo por
un cierto moralismo que soy incapaz de ver con antipatía en el gran erudito de
origen escocés, su ensayo sobre el poeta de Verona, que hasta donde creo no ha sido traducido al español, me parece muy logrado. Por eso me parece importante que circule, aunque sea de manera
fragmentaria, y éste es mi granito de arena para que así suceda. El responsable de
la traducción de las líneas que siguen soy yo mismo, así
que está claro a quién dirigir las invectivas por las malas interpretaciones y los
errores.
Catulo, introductor de la palabra
“beso”
Por Gilbert Highet
Vino del
norte. Vivió una vida breve, apasionada e infeliz. Escribió magnífica poesía. E
introdujo la palabra “beso” en las lenguas europeas. A pesar de que fue un
extraordinario poeta, apenas una sola copia de sus poemas sobrevivió a la Edad
Media —un manuscrito muy estropeado que se conservó en su ciudad natal,
Verona—. De cualquier manera, aun si ese único documento hubiera desaparecido y
no quedara ninguno de sus poemas, una de sus creaciones habría sobrevivido.
Cuando un francés dice baiser, cuando
un italiano habla de un bacio, cuando
un español dice besar o un portugués beijar, están usando una palabra que ese
poeta escogió e introdujo al latín para divertir a su amada. La mujer no lo
merecía. El poeta murió. La palabra vive.
Su nombre
era Catulo. Más allá de sus conmovedores y violentos poemas, sabemos muy poco
de él. Incluso en los tiempos más antiguos, no fue estudiado ni venerado como “clásico”.
Otros poetas lo admiraron y aprendieron de él, pero su obra no era exactamente apropiada
para la enseñanza en las escuelas y universidades. Hoy sigue sin serlo. Es
extraordinariamente difícil leer y discutir en clase uno de los apasionados
poemas de amor de Catulo, y es más difícil si los lectores se encuentran dos o
tres páginas más adelante con un poema que empieza y acaba con una espantosa
obscenidad. Es aun más difícil de explicar, incluso a uno mismo, por qué uno de
los pocos poetas amorosos verdaderamente sinceros de la literatura occidental
tuvo que degradar su obra y ofender a sus propios admiradores con bromas crudas
y basura explícita. Otros poetas han sido osados. Pocos han expresado lo que
sentían con una claridad tan nítida. Pocos han padecido emociones tan
agudas. Pocos han escrito tan poco —sesenta o setenta páginas— y al mismo
tiempo han cubierto un rango de sentimientos tan vasto. Pocos han sido tan
escandalosamente directos e incoherentes.
[…]
Su nombre
completo era Gayo Valerio Catulo. Nació en el año 87 A.C., en la norteña ciudad
de Verona. Hoy en día estamos acostumbrados a pensar que toda la península de
Italia debió de estar poblada por italianos. Pero en aquellos tiempos no era
así. Sicilia y el sur eran en mayormente griegos. En el norte había grandes
asentamientos de celtas. Sólo en el centro había italianos y aun ellos estaban
entremezclados con etruscos y otras razas extrañas. Antes de conquistar el
mundo occidental, Roma tuvo que empezar conquistando Italia. Verona era un
asentamiento celta, que había sido tomado bajo el poder de los romanos y convertido
en una “colonia” uno o dos años antes del nacimiento de Catulo. Bastante antes
de eso, los celtas del norte de Italia habían renunciado a sus vestidos y
costumbres distintivos. Al menos en apariencia
se habían asimilado a los romanos. Sin embargo, por lo visto algunos
restos de su lenguaje y su peculiar carácter perduraron a lo largo de varias
generaciones.
Desde luego
nadie puede decir si Catulo era de estirpe celta o no. Él nunca habla de sí
mismo sino como de ciudadano romano. Aun así, llevó al latín dos o tres
extrañas palabras que bien podrían ser celtas,
e
incluso su nombre ha hecho pensar a un experto que quizás tenga ese mismo
origen.
Asimismo es
posible ver en su naturaleza una pasión desesperada, un fervor suicida infrecuente
en el resto de los poetas romanos. Sabemos que eso no era una pose o una moda ya
que ningún otro poeta romano manifestó esos ardientes y peligrosos entusiasmos;
y, así como la mitología y la poesía célticas están llenos de esos ardores y
frenesíes, bien podemos imaginar que Catulo era un celta romanizado, o quizás (como
Yeats), sin ser verdaderamente un celta, pudo haber vivido entre ellos y
aprendido su actitud de todo o nada ante el mundo. El máximo héroe celta fue
Cuchulain, quien (en una leyenda) murió peleando contra las olas del mar,
partiendo sus coronas con su espada.
[Un poco más adelante, Highet reproduce el
poema número 5 de Catulo, en inglés. En mi biblioteca conservo hasta cuatro traducciones
de esos celebérrimos versos: la de Bonifaz Nuño, la de Ernesto Cardenal, la de
Luis Antonio de Cuenca y Luis Alvar y la que copio a continuación, la de Antonio
Ramírez de Verger:]
Vivamos,
querida Lesbia, y amémonos,
y las
habladurías de los viejos puritanos
nos
importen todas un bledo.
Los soles
pueden salir y ponerse;
nosotros,
tan pronto acabe nuestra efímera vida,
tendremos
que dormir una noche sin fin.
Dame mil
besos, después cien,
luego otros
mil, luego otros cien,
después
hasta dos mil, después otra vez cien;
luego,
cuando lleguemos a muchos miles,
perderemos
la cuenta para ignorarla
y para que
ningún malvado pueda dañarnos,
cuando se
entere del total de nuestros besos.
[A
continuación, escribe Highet:]
Éste es el
poema en el que Catulo usa su propia palabra para “beso”. Antes que él se
escribieron muchos poemas sobre besos en la poesía latina. El cómico Plauto
escribió algunas variaciones sobre el tema, todas muy ingeniosas. Los poetas
amorosos de la generación anterior a la de Catulo fueron expertos en besar.
Pero Catulo fue el primero y durante algún tiempo el único que usó esa palabra.
(La palabra latina es osculum). No es
fácil determinar su origen pero todo parece indicar que es una palabra celta
que Catulo llevó consigo a Roma. Quizás cuando la usó por primera vez, a Clodia
le dio risa; después, él le enseñó a apreciarla, escribió poemas en que la
usaba y de esa manera le dio un lugar en la lengua latina.
Hay un
segundo poema sobre el beso, menos exitoso y famoso que el primero. En él
aparece un eco de la misma idea: miles de besos y miles más. “¿Cuántos besos
son suficientes?” pregunta Clodia, y Catulo responde: “Tantos como las arenas
del norte de África o las estrellas del cielo —las estrellas que observan las secretas
aventuras amorosas del hombre y la mujer” [Poema 7]. Sí, pero en él es posible
ya sentir cómo corre un primer soplo frío sobre su pasión. En el poema anterior
la pareja estaba unida, con el mundo excluido. En este otro ya no se utiliza la
palabra “nosotros”, sino “tú” y “yo”. En el amor siempre hay uno que besa y
otro que ofrece la mejilla. En el primer poema vimos a Clodia besando a Catulo;
en éste, Catulo está dándole besos a ella, que al mismo tiempo le pregunta que cuántos
besos podrían satisfacerlo, lo que implica que ella misma está cerca de la saciedad.
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La imagen que abre este post es una foto de la producción de la maravillosa película Rear window de Alfred Hitchcock, en la que aparece uno de los mejores besos de la historia del cine según algunos críticos, como Paul Condon y Jim Sangster ("that opening kiss must be the most exciting kiss in cinema history", The complete Hitchcok, Virgin, 1999, página 192). Quienes no lo conozcan, pueden verlo en http://bit.ly/14Xljf
En la imagen al lado de estas líneas, Nattie Golubov acompaña gozosamente a Fernando Pessoa en el acto de beber. Tomo prestada la foto, que es de Jacobo Asse y fue hecha en Portugal, de la página de ella en Facebook.
Más sobre
poesía en este blog:
Fernando: llegué a tu página invitado por David Huerta para leer la entrada en que comentas sus poemas de acento lopezvelardeano. Te cuento que llevó más de una hora de curioseo gozoso por otras entradas y aún no leo la que me trajo hasta aquí. Acaso la mejor forma de decirte cómo me ha gustado sea decir que, si yo diera clases de literatura, inscribiría tu página como de lectura no preceptiva pero sí regular. Me ánimo a un comentario y a una pregunta, y te hago primero la segunda: ¿por qué no tradujiste íntegro el ensayo delicioso de Highet? Creo qué vale la pena y no será una pena para nadie. El comentario: hay una línea en los pasajes que sí tradujiste que, aún sin tener el original a la vista, notoriamente amerita rectificación o ajuste. Es la que dice: "Pocos han padecido tan emociones tan agudas". Te mando un abrazo. Carlos Mata
ResponderEliminarFernando, otra cosa. Tengo una foto de un fetiche catuliano que compré en no sé qué parte de Italia. ¿Cómo se le hace para mandártela?
ResponderEliminarQuerido Carlos: te agradezco muchísimo el paseo por esta página y tu amabilísimo comentario. No traduje todo el artículo porque no cabría en este espacio, no al menos en una sola entrada... Además, como escribo en el post, no soy traductor, realmente, y temo meter la pata fácilmente... Creo que no existe traducción al español de ese libro, que es, de veras, bellísimo. Ya corregí el error que me señalas (gracias también por eso). Para la foto, le pido en este momento tu correo a David; te escribo en breve. Un abrazo afectuoso.
ResponderEliminar¡Precioso! También muy iluminador respecto del origen de la palabra "beso" y su introducción al latín, luego español.
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