domingo, 27 de junio de 2010

Retrato de muchacha con "pug", 1


En 1995 estuve a punto de casarme. La cosa alcanzó un alto grado de desarrollo: hubo anillo, iglesia apartada, lista de invitados. Poco antes de la fecha elegida se produjo una ruptura que, al menos hasta donde creo, los dos acabamos aceptando con alivio y resignación.
De aquel noviazgo me quedaron algunos recuerdos entrañables, un puñado de fotos y un poema que nunca he publicado: “Retrato de muchacha con pug”. El texto se inspira en una escena que presencié unas cuantas veces en un parque cerca del metro Polanco llamado Plaza de Uruguay durante la temporada de lluvias de ese año: el encuentro entre aquella novia, a la que llamaré Lysi, y un perro de una raza peculiar, completamente nueva entonces para mí. Lo veíamos aparecer en la otra punta del parque, llevado con una correa por una empleada doméstica. Aunque de pequeño tamaño, era la estampa misma de la fiereza: allá venía bufando a los cuatro vientos, con ira evidente y ojos saltones, lo que hacía más temible el gesto de su rostro negro, como de máscara, característico de la raza. Semejante derroche de energía rebasaba la capacidad de su estructura física, lo que le provocaba fatigas y ahogos. No por eso dejaba de olfatear aquí y allá, lo que alternaba con apasionados vistazos a cuanto cuadrúpedo asomara en lontananza.
No cualquiera tenía la temeridad de acercársele y menos que nadie, los niños.
Lysi, en cambio, nada más descubrirlo a lo lejos, entraba en una crisis de verdadera ternura. La emoción enrojecía la delicada piel de su rostro. Entornaba los ojos, lo que daba a su mirada una especial profundidad, y se volvía, si esto era posible, más joven y hermosa. Me parece que le conmovía sobre todo la fealdad del perro, o mejor dicho el que su extraordinaria falta de belleza física contrastara con su verdadera naturaleza. Y es que cada vez que llegábamos hasta donde estaba la fiera, en cuanto Lysi llamaba su atención con sonidos suaves y palabras melodiosas, y se inclinaba para acariciarlo, el perro suspendía las inspecciones odoríferas, se olvidaba de los otros perros y le lamía las manos entre resoplidos llenos de baba y lágrimas, convertido en un ángel de agradecimiento y bondad.
Ella, por cierto, lo llamaba “pug” como se llama la raza en inglés, nombre con el que desde entonces lo conocí y que prefiero por encima de carlino, el más común en español y que al parecer se explica porque hubo en Francia un actor llamado Carlos (entiéndase: Charles) que gustaba salir a escena con una máscara negra.
En 1999, cuatro años después de la ruptura, cuando viajé a Australia a representar en una ceremonia familiar a mi abuela Fernanda (http://bit.ly/bHQ3Vj), ocurrió mi primer reencuentro con el perro. La colección permanente de la Art Gallery de Sidney tiene un óleo del pintor francés François Boucher llamado Portrait of Madame Boucher (1745).
El cuadro, de una estética que no me interesa, no valdría nada si no fuera porque en él aparece un pug particularmente conseguido: colocado en el regazo de su ama, mira hacia el lado opuesto al que lo hace ella con un gesto de desconsuelo que he visto en ejemplares de la vida real y que parece transmitir el estupor del cruce de las razas, acaso no todos sensatos, que tuvieron que darse para llegar a él. La cédula del museo lo presentaba así: “Este retrato de su bella esposa es a menudo llamado ‘retrato supuesto’ porque, aunque se muestran sus rasgos, se corresponden con sus rostros ideales de ninfa o de pastora. Aquí luce una chaqueta [un saco] mañanera [o] de volantes, decoración de encaje para el cabello, pendientes de perla, lunar negro. La oscura fealdad del pug contrarresta su belleza”. La contemplación del óleo pero sobre todo este texto me hicieron pensar por vez primera en escribir un poema sobre lo que pasaba cuando se encontraban el carlino de la Plaza de Uruguay y la muchacha con la que estuve a punto de casarme. Tomé nota de la nota pero el asunto volvió a irse de mi cabeza.
Dos años más tarde, al poco tiempo de la desaparición de Viceversa, tuve la enorme fortuna de pasar una temporada en Londres. Mi amiga Nattie Golubov tenía alquilada una casa en Stoke Newington, un agradable barrio al norte de la ciudad lleno de librerías y restaurantes, vecino de una gran zona turca. La calle misma, la Stoke Newington Church Street, ofrecía poderosos guiños literarios: en el letrero de una casa podía leerse, por ejemplo, que Daniel Defoe había escrito Robinson Crusoe. Un poco más allá otro letrero señalaba el sitio donde estuvo el colegio del Reverendo John Bransby, al que asistió en su paso por Inglaterra cuando era niño nada menos que Edgar Allan Poe.
Nattie cursaba el último semestre del doctorado en la Universidad de Londres y trabajaba en una librería de viejo. A solas buena parte del día, yo tenía todo el tiempo del mundo para leer, escribir, pasearme sin rumbo fijo, ver museos y películas…
Entre otras cosas me dedicada a estudiar el Romancero, una de las grandes aportaciones hispánicas a la poesía universal. Estoy convencido de que el verso de ocho sílabas sigue siendo una forma viva, dúctil y apropiada para la lengua, quizás sobre todo para trabajar materiales de género en alguna medida narrativo. La prueba es que hoy mismo se sigue usando hasta en el pueblo más analfabeta y remoto, a despecho de algunos profesores universitarios que lo ven con desdén. ¿Qué decir de la elegancia y la belleza de versos anónimos como estos?: “Álora, la bien cercada, / tú que estás en par del río, / cercóte el Adelantado / una mañana un domingo…”. Como nunca he sido capaz de hacer nada sin involucrarme en algún modo, todas los días dedicaba un rato a hacer ejercicios con versos de esa medida.
Nattie tuvo que hacer un viaje repentino a México, desde donde me escribió que en un lugar visible de la cocina había un boleto para ver en el Coliseum de la English National Opera una función de The Rake´s Progress, la deliciosa ópera de Stravinsky con libreto de Auden.
En el booklet de la grabación que me compré al día siguiente, leí que el compositor ruso había encontrado la inspiración para su obra en una serie de ocho grabados de William Hogarth.
La visita a la Tate Gallery en busca de la obra de Hogarth me puso de nuevo en el camino. De inmediato reparé en el óleo en que el gran grabador y pintor satírico del siglo XVIII se retrata con… un pug. O al menos así es como se llama el óleo, The painter and his pug, aunque la apariencia del perro y el que la palabra pueda tener un sentido más genérico me provocan cierta duda.
El cuadro es célebre entre otras razones porque sobre la paleta que reproduce al lado de volúmenes de Shakespeare, Milton y Swift, Hogarth traza la “línea de la belleza y la gracia” que según él hay detrás de las formas más hermosas de la Naturaleza. Según los conocedores, se retrató con el perro para señalar su identificación con lo belicoso (pugnacious) de la raza. En una palabra, al igual que Boucher, echaba mano de sus características para resaltar ideas y sensaciones propias.
Fue la gota que derramó el poema. Ya en el camión que me llevó de regreso a Stoke Newington empecé a idear los primeros versos, que fluyeron con perfecta naturalidad en la forma del romance: estrofas sin tamaño fijo, en octosílabos rimados en los versos pares. Pasé horas gozosas escribiéndolo, lo que me permitió darme cuenta de las dificultades de ese tipo de versificación, muchísimo mayores de lo que parece. Quizás por influencia del propio Hogarth, resultó un poema con una cierta carga satírica. Como sucede con frecuencia (o mejor diré: como me sucede con frecuencia), lo mejor, más que el texto mismo, fue la aventura que supuso llegar hasta él y ésa es la razón por la que me he permitido contarla a detalle. La semana próxima, en la siguiente entrega de Siglo en la brisa, publicaré el romance. Ya se notará que la segunda de las cuatro notas que lo acompañan hace un recuento, al estilo del siglo XVII y los usos de la nueva manera de escribirlos, de lo que leí sobre el origen chino y la introducción que hicieron los holandeses a Europa en el XVI de tan curioso perro.
Algo más: nunca he dejado de detenerme al ver a cada uno de los individuos de la raza que he conocido a lo largo de los años recientes: notables siempre, siempre llenos de carácter y vivacidad, invariablemente ásperos hasta el extremo de la más rendida de las dulzuras. El que vivía en la calle Rosal de Oviedo y que contemplaba pasar a través del ventanal de la cafetería Yuppi, cuando acudía a la Tertulia Óliver. O el que estuvimos acariciando Loló y yo un atardecer en la Vía del Corso, en Roma, cuando nos explicaron que “ama” en italiano se dice patroncina. Y el que sigue paseando su aparente ferocidad debajo de los naranjos de la Plaza de Uruguay, y que no puede ser sino pariente de aquel primer pug que me hizo notar su singularidad en el rostro conmovido de una muchacha.

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La semana que entra publicaré en este mismo lugar el poema “Retrato de muchacha con pug”.

Más información sobre el óleo de Boucher: http://bit.ly/cCzZ6I.
Una breve introducción a la serie de óleos, convertida luego en grabados, llamada The rake’s progress de William Hogarth, puede verse en http://bit.ly/czPwtL; las dos series están en la Wikipedia en inglés, en http://bit.ly/8Yw611.
La grabación que tengo de The rake's progress, y que recomiendo ampliamente, es la de la London Symphony Orchestra dirigida por John Eliot Gardiner.






El dibujo del perro lo tomé prestado de la Wikipedia en alemán (http://de.wikipedia.org/wiki/Mops_%28Hund%29); la foto es de Lola García Zapico.
Gracias a Xavier Pascual Aguilar por la traducción de la ficha de la Art Gallery of New South Wales de Sidney.

7 comentarios:

  1. Fer;
    gracias por tus escritos,me replantean la semana en este nuestro querido mexico tan golpeado.
    Aparte felicitacion doble por el tema, sensibiliza a los humanos tan desapegados de los animales.
    Saludos.
    Thor.

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  2. Estimado Fernando:
    Apelando a haberte conocido cuando publicaste Ulterior y nos reuníamos en tertulias con Sergio V, Carlos V, y otros amigos, abogados, probablemente en 1982, 83 u 84, te envío una página en la que aparece el que creo es el más famoso de los pugs, en este mundo tan cercano a 2012 y a alienígenas y teorías extrañas. (http://www.concoxions.com/blog/2009/02/top-ten-tuesday-aliens/) Es el número 8.
    Saludos
    Enrique E. Z

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  3. Querido Fernando, me encanta esta historia, y aún más lo hará el poema, estoy seguro. A una querida amiga mía le gusta mucho esta noble raza, y en su momento llegó a tener su pequeño ejército de pugs, capitaneado por un imponente machito de nombre Cirilo. Tengo buenos recuerdos de los perros, y me atraen los pug, tanto como las conexiones del pensamiento: tengo en mis manos en este momento un disco de Harmonia mundi cuya portada reproduce precisamente la obra de Hogarth que ilustra tu texto: "Music in England in the time of Hogarth", y que contiene obras de Purcell, Handel, Croft, Arne, Gay y Sammartini, entre otros. Música, pintura, pero sobre todo, dulces evocaciones: los pug son más grandes de lo que parecen.
    Morelos

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  4. Fer,

    qué delicia de texto!!
    te felicito.
    Gracias a ti por acordarte de mi.

    Xavirión

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