Mis amigos saben que en agosto del año pasado murió mi gata Yamita. Laura Almela, con quien hablé por esos días, me dijo, sabia y enfática: no dejes que se pierda lo que habías puesto en ella, pósalo inmediatamente en otro lugar. Así, una mañana de octubre, al poco tiempo de volver de un viaje de casi cuatro semanas, cuando se demoraba incomprensiblemente mi petición en un conocido refugio, la escritora Silvia Lira León me llamó la atención sobre un cartel publicado en línea que ofrecía en adopción una gatita de cuatro meses llamada Luna.
Escribí al número telefónico que se ofrecía en él; me contestaron de inmediato. Esa misma tarde, llené la solicitud que me enviaron por correo electrónico y unos días después fui a recogerla, un martes, acompañado de mi hermano José María.
Había aparecido en una bolsa de basura, con otros ocho gatitos de la misma camada. De entonces a la fecha hemos pasado unos cuantos meses de armonía, compañerismo y felicidad. Ya contaré, en algún post dedicado exclusivamente a ello, sin las prisas con las que escribo ahora, algunos detalles conmovedores. Esta entrega de Siglo en la brisa pretende sólo mostrar algunas imágenes de mis primeros tiempos de convivencia con la dulcísima gatita que acabó llamándose Melibea, de acuerdo con el significado etimológico de la palabra (leído, por cierto, en la Celestina de Menéndez Pelayo).
Una noche, Melibea descubrió su imagen en el espejo. Subía por la escalera muy quitada de la pena cuando algún movimiento a su derecha llamó su atención: su imagen reflejada en el espejo del baño. Primero, me parece a mí, se llevó un susto de muerte (nótese su lomo erizado en las dos primeras fotos). Luego encontró interesante el asunto, sin dejar por eso de sentir extrañamiento y temor. Conseguí captar la secuencia casi completa.
En un cajón de la cocina. |
Una noche, Melibea descubrió su imagen en el espejo. Subía por la escalera muy quitada de la pena cuando algún movimiento a su derecha llamó su atención: su imagen reflejada en el espejo del baño. Primero, me parece a mí, se llevó un susto de muerte (nótese su lomo erizado en las dos primeras fotos). Luego encontró interesante el asunto, sin dejar por eso de sentir extrañamiento y temor. Conseguí captar la secuencia casi completa.
Las primeras semanas, le encantaba pasar ratos largos ojeando los muchos pájaros, mayormente gorriones, que andan por las ramas de los truenos a que se abre el balcón de mi casa. Así la descubrí en una ocasión, todavía en perfecto disimulo.
Tuve asimismo la fortuna de presenciar en momento en que descubrió la televisión. Todo el que convive con gatos sabe que de cuando en cuando se clavan en la pantalla de la tele, con algo que parece verdadero interés. También en este caso logré captar la secuencia.
La imagen que sigue puede verse todos los días, a diversas horas. No hay manera de que me tire a leer y ella no aparezca, posándose sobre mí, buscando siempre el acomodo y el calor.
Aquí, por último, asomada a la ciudad.
Foto de Lola G. Zapico |
QUE PADRE
ResponderEliminar¡Qué buena publicación Fer! Esperamos más posts felinos y todos los otros que siempre son una delicia. Isabel y Maritere (Mundet)
ResponderEliminarayyyyy, me encanta lo de "no dejes que se pierda lo que habías puesto en ella, pósalo inmediatamente en otro lugar."
ResponderEliminarDesde que la vi supe que era ideal para ti. Me alegra tanto verlos felices. La última foto es preciosa, lo dice todo. Los quiero a los dos.
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