Prácticamente todos los críticos y amigos que han tenido
la generosidad de comentar por escrito mi libro de ensayos sobre López Velarde se
han detenido a destacar el hallazgo de una pequeña palabra en la que
anteriormente ningún especialista se había fijado, aun a pesar de estar bastante
visible en el manuscrito de uno de los poemas más conocidos (y fascinantes) del gran poeta de
Jerez. Esa palabra, un “humilde artículo indeterminado”, como me permití llamarla,
comprueba que durante largos años hemos leído una transcripción incorrecta del poema, “El sueño de los guantes negros”. Publico aquí el fragmento del
ensayo en el que se da cuenta del asunto; es el penúltimo de los cinco trabajos que conforman
Ni sombra de disturbio, y se titula “El enigmático caso de ‘El sueño de los guantes negros’”. En el
fragmento que reproduzco a continuación, y que ya había aparecido como parte de una entrega más larga en la revista
Este País, hago el relato de mi
visita a la biblioteca de la Academia Mexicana de la Lengua, en compañía de una
experta restauradora de documentos antiguos adscrita al Instituto Nacional de
Antropología e Historia. En la biblioteca de la institución académica tuve la oportunidad
de analizar el maltrecho único documento en que el poema fue conservado.
Como sea, la hoja tiene un aspecto de objeto manipulado
en exceso, con torpeza, quizás con exasperación. En la parte superior, a la
mitad y en el extremo inferior de ambos lados aparecen unas marcas como las que
quedan en el papel cuando ha sido parcialmente quemado, ese borde de color café
de los documentos que han sido sometidos al fuego –como hacen los niños cuando
quieren darle a una hoja cualquiera un acabado de pergamino antiguo–. En dos de
los tres lugares en los que se aprecian esas marcas la hoja está traspasada y
si no fuera por el papel blanco con el que fue intervenida sería posible ver a
través de ella (es curioso pero hay pérdida total donde se encontraba el
adjetivo “resucitada”). La parte más estropeada es el extremo inferior de la
hoja, que ni siquiera conserva el corte horizontal de su primer estado: las
marcas de la “quemadura” hacen que el documento acabe por debajo en una especie
de fleco irregular medio chamuscado.
Bien sabemos que lo que desde el principio se leía con mayores dificultades, cuando Fernández Ledesma [en la foto de arriba, con su amigo López Velarde] lo vio en 1920 en Gobernación, era “la parte final del manuscrito, borrado por el roce del bolsillo”, que “apenas podía leerse”, así que podemos aventurar que el papel está tan dañado en su extremo inferior porque se hizo hasta lo imposible por rescatar las últimas líneas del poema. Lo que no puede explicarse es la localización de las roturas superiores porque ninguna de ellas está en los lugares en los que faltan palabras. ¿Será que López Velarde hizo uso de una goma de borrar y que por eso en esos dos lugares el papel estaba ya tan resentido que acabó rompiéndose? Finalmente, se trata de un borrador: por algo está escrito a lápiz y no con la tinta con la que están pasados en limpio casi todos los demás manuscritos custodiados por la Academia.
Bien sabemos que lo que desde el principio se leía con mayores dificultades, cuando Fernández Ledesma [en la foto de arriba, con su amigo López Velarde] lo vio en 1920 en Gobernación, era “la parte final del manuscrito, borrado por el roce del bolsillo”, que “apenas podía leerse”, así que podemos aventurar que el papel está tan dañado en su extremo inferior porque se hizo hasta lo imposible por rescatar las últimas líneas del poema. Lo que no puede explicarse es la localización de las roturas superiores porque ninguna de ellas está en los lugares en los que faltan palabras. ¿Será que López Velarde hizo uso de una goma de borrar y que por eso en esos dos lugares el papel estaba ya tan resentido que acabó rompiéndose? Finalmente, se trata de un borrador: por algo está escrito a lápiz y no con la tinta con la que están pasados en limpio casi todos los demás manuscritos custodiados por la Academia.
Pero eso no es todo: sobre los tres versos de la penúltima
estrofa del poema se aprecian unas manchas que siguen el sentido de las líneas
escritas y que hacen pensar que más que querer descubrir lo que dicen se
hubiera intentado ocultarlo. O si no ¿para qué echar cualquier género de
sustancia sobre los versos que siempre fueron legibles? Además, como me explica
la experta del inah, los “reactivos” a los que se refiere Fernández Ledesma
suelen utilizarse cuando se ha usado tinta, nunca lápiz. La tinta penetra el
papel, cosa que no hace el grafito, por lo que esas sustancias podrían funcionar
para sacar a la luz lo que estaba físicamente oculto –cosa que no ocurre cuando
se ha usado lápiz–. Lo que es casi seguro, sigue diciendo, es que se hizo uso
de algún género de líquido corrosivo que “carcomió” el papel. Otra opción,
añade, es que hayan “embebido” el documento en alguna sustancia –y cuando lo
dice, como es natural, recuerdo que Menéndez Pelayo asegura que a finales del
siglo xv Fernando de Rojas embebió en diálogo unos versos de Persio con
una trascendencia que, ya lo sabemos, alcanzó a López Velarde.
Por paradójico que parezca, lo más frágil y al mismo
tiempo lo más contundente del manuscrito es la marca del lápiz, quiero decir la
escritura misma del poeta, que se adivina en el lado anterior del documento
detrás del gran borrón producido por el contacto consigo mismo y con otros
papeles, y con las manos, con muchas manos. Como arena color plomo sobre la que
ha soplado el viento, la plombagina de la que habla Fernández Ledesma aparece
esparcida fuera de los límites que le impuso originalmente el poeta sobre la
extensión de la hoja en blanco original, produciendo una suerte de confusión de
apariencia indescifrable. (“Plombagina”, aclara Vander Meeren en su dictamen,
“viene del francés plombagine, que significaba ‘tipo de plomo’, por su
parecido al plomo, aunque ya desde el siglo xvi se utilizaba el grafito en
lugar del plomo” en la fabricación de lápices). Lo más interesante del dictamen
de la maestra Vander Meeren es que afirma que “con el avance tecnológico es
posible actualmente realzar ciertas tintas u otros materiales con técnicas no
invasivas a base de luces especiales y tomas fotográficas”; a pesar de que
aclara que no es especialista en la materia, añade que “quizá sería oportuno
realizar algunas pruebas de tomas fotográficas con IR (infra rojo) u otro
procedimiento para ver la posibilidad de realzar el texto borrado y así
recuperarlo”. Aunque la idea me parece sugerente, me temo que es difícil que
pueda hacerse nada y tenemos que conformarnos con el manuscrito tal y como
aparece a nuestros ojos.
Si no fue posible leerlo completo cuando murió López
Velarde, mucho menos lo es ahora, casi un siglo después. Pero lo que vemos
ofrece algunos cuestionamientos problemáticos y hasta alguna sorpresa. Como ya
dije, la parte inferior del documento no es más que un fleco chamuscado, con la
consecuencia de que lo que está (o estaba) escrito en ese preciso lugar, tanto
en el anverso como en el reverso, es lo más afectado. En la parte inferior del
frente se alcanza a ver el arranque del verso “¿Conservabas tu carne en cada
hueso?” pero la palabra “cada” ya no se lee bien y la palabra “hueso” ni
siquiera existe, como si hubiera sido completamente roída. Si el poema fuera desconocido
y el manuscrito acabara de aparecer como única fuente del texto, ya no
podríamos reconstruir tampoco el verso clave de “El sueño de los guantes
negros”. Pero lo más inquietante me lo hace ver la maestra Vander Meeren: para
ella, en el lugar donde siempre se ha leído la palabra “carne”, quizás diga
otra cosa…
En el reverso, el caso más grave de pérdida está ubicado
de nueva cuenta en el extremo de abajo, que materialmente también ha
desaparecido casi por completo. No es que los últimos tres versos sean
ilegibles, es que ya no existen. Si lo que está transcrito en las ediciones es
libre como cometa, y en su vuelo
la ceniza y… del cementerio
gusté cual rosa…
lo único que podemos descifrar actualmente es:
libre como un cometa y en…
la ceniza y…
gusté…
en que el verbo está efectivamente tachado. Ni trazas de
la palabra “cementerio”, que según la especialista del inah ya ni siquiera
estaba en el documento cuando fue restaurado.
Hay más detalles, nimios pero de indudable interés. Al
menos en un caso aparece claramente una palabra que nunca fue considerada en
las transcripciones. Puede parecer una tontería, y quizás lo sea, pero llama la
atención que haya ocurrido así. ¿Cuántos ojos se posaron en el manuscrito hasta
que en 1971 los hermanos López Berumen se lo entregaron al Presidente
Echeverría? ¿Y después? ¿No esperaría uno, ya que José Luis Martínez [a la derecha de estas líneas] se tomó el
cuidado de proponer las palabras que faltan y que por lo tanto lo estudió al
milímetro, que alguien, empezando por él mismo, se hubiera dado cuenta?
El caso está en la problemática estrofa final: a la vista
del manuscrito (o de lo que queda de él), el único verso que se lee completo en
la última estrofa fue transcrito de manera errónea y en donde siempre
hemos leído
libre como cometa, y en su vuelo
dice claramente
libre como un cometa, y en su vuelo
Puede parecer una tontería, repito, mucho más cuando el
género de palabra que no registraron los especialistas, un humilde artículo
indeterminado, no tiene mayores consecuencias en el significado del poema (y
ninguna en una estrofa llena de huecos). Pero el caso es que en uno de los
poemas más comentados de nuestra literatura hay un pequeño detalle,
relativamente evidente, que al parecer ha pasado desapercibido para todos.
Y algo más, por último: en el primer verso ilegible se ve
claramente una raya que tacha lo que estaba escrito, una palabra tan
tenuemente escrita que de verdad acabó por borrarse. Arriba de ella se lee algo
que podría ser, en efecto, “carne”. Las únicas palabras que están libres de la
tachadura son las últimas, es decir: “tu ser perfecto”. Esto es lo que se
aprecia:
mi carne
Si eso es así, habría que aceptar que el poema, al menos
en su versión final, o mejor dicho en la última versión que tuvo en las manos
López Velarde, estaba de verdad incompleto y por eso nunca lo publicó.
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Este texto
es un fragmento del capítulo “El enigmático caso de ‘El sueño
de los
guantes negros’” de mi libro Ni sombra de
disturbio. Ensayos sobre Ramón López Velarde, que apareció en octubre de
2014 en una coedición de Auieo Ediciones y la Dirección General de Publicaciones
de Conaculta.
El
manuscrito, http://bit.ly/1FkjwJY
La
presentación en el Museo Tamayo, http://bit.ly/1SvPw5I
Fotos de la edición, http://bit.ly/1u1HBnC
La reseña de Ernesto Lumbreras, http://bit.ly/1GP0UqG
El artículo
de Juan Villoro, http://bit.ly/1NbwTnW
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