No sé cuántos
de mis colegas lectores de poesía hayan visto alguna vez las dos ediciones. En
1981, mi entusiasmo por Borges había alcanzado la cima: como ya he contado por
extenso en este cuaderno en línea, en agosto de aquel año lo vi decir unos poemas en una lectura
pública; poco después conseguí –de una sola vez– todos sus
libros, quiero decir que todos los que estaban en la colección de bolsillo de
Alianza Editorial (empezando por el primero que leí, El informe de Brodie, en un ejemplar idéntico al que había sacado
de la biblioteca de la preparatoria).
Entonces apareció
La cifra. Recuerdo que Excélsior anunció la publicación del
nuevo libro de poemas de Borges, que veía la luz en dos ediciones simultáneas –una de Emecé en Buenos Aires, la otra de Alianza Editorial en Madrid–, asegurando que se trataba de su "testamento literario". Lo que nadie
sabía es que el poeta argentino todavía iba a publicar un libro más del género,
Los conjurados (1984).
Pero la
intención de este post no es tanto
presumir las dos ediciones que están en mi biblioteca (una de ellas, regalo de
mi amigo Sergio Vela), sino echar un ojo a lo que dice Borges de sí mismo en el
prólogo de ese libro; de paso, asistir a la notable clase de literatura que
ofrece en esa misma página. Por último, copiar alguno de los poemas que más me han
gustado ahora que lo acabo de releer.
“Poesía
intelectual”: así dice Borges que se llama lo que hace él. Y es que, explica,
con los años ha comprendido que no son para él “la cadencia mágica, la curiosa
metáfora, la interjección, la obra sabiamente gobernada o de largo aliento”.
“La palabra”, sigue diciendo, pero seguro quiere decir “la expresión” (es
decir, “poesía intelectual”), “es casi un oximoron: el intelecto (la vigilia)
piensa por medio de abstracciones, la poesía (el sueño) por medio de imágenes,
mitos o fábulas. La poesía intelectual debe entretejer gratamente esos
procesos”. Entonces ofrece algunos ejemplos de poesía intelectual: “Platón en
sus diálogos”, dice, y Francis Bacon en sus enumeraciones. “El maestro del
género es, en mi opinión, Emerson”, añade. Además de ellos “lo han ensayado,
con diversa felicidad, Browning y Frost, Unamuno y, me aseguran, Paul Valéry”. (Habría
que excavar en ese “me aseguran”: seguro que tiene alguna jiribilla que a mí se me
escapa.)
A
continuación, el poeta argentino ofrece un ejemplo de poesía “puramente verbal”,
una estrofa del poeta Jaime Freyre en la que quizás haga un guiño a su propia
circunstancia (expresada más abiertamente en la dedicatoria del libro, aunque en
aquel lugar no mencione el amor):
Peregrina paloma imaginaria,
que enardeces los últimos amores,
alma de luz, de música y de flores
peregrina paloma imaginaria
de la que
dice que “no quiere decir nada y a la manera de la música dice todo”. Ha ofrecido
ese ejemplo para contrastarlo con este otro, de poesía intelectual, esta vez la
famosa estrofa de Fray Luis de León de la que dice (sorprendentemente para mí)
que Edgar Allan Poe se la sabía de memoria, en cuyos versos, afirma, no hay una
sola imagen, y en el que cada palabra (a excepción, acaso, de “testigo”) es una
abstracción:
Vivir quiero conmigo,
gozar del bien que debo al Cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanza, de recelo.
Borges
cierra el prólogo diciendo que los poemas de La cifra “buscan, no sin incertidumbre, una vía media”. A
continuación reproduzco un poema de ese libro, es decir un ejemplo del género de poesía que buscaba en los últimos
años de su vida, según asegura él mismo.
Nótese cómo
en la repetición de la palabra “Rhin” de los primeros versos está el artificio que
hace que Quevedo escriba hasta cinco veces la palabra “Roma” en su célebre
soneto dedicado a la ciudad eterna (cuatro sólo en la primera estrofa), número
que Borges copia sin ninguna dificultad. Quevedo, y aun Ronsard –que también
echó mano del recurso–, partieron “de un epigrama del humanista polaco Nicola
Sep Szarynski” publicado en 1608, y que dice: “Qui Roma in media quaeris, novus
advena, Romam, / et Roma in media Romam non invenies…”, según explica José
Manuel Blecua en una de las ediciones de Quevedo que tengo a mano (Poemas escogidos,
Castalia, 1989, pág. 141).
Por último,
me hace gracia que en el prólogo del libro Borges mencione a Unamuno, escritor
que de ninguna manera estaba entre sus preferidos, porque el último verso del poema
que sigue me recuerda, todo lo vagamente que se quiera, el final de uno de los
más conocidos del viejo rector de la Universidad de Salamanca.
Correr o ser
Por Jorge Luis Borges
¿Fluye en
el cielo el Rhin? ¿Hay una forma
universal del Rhin, un arquetipo,
que invulnerable a ese otro Rhin, el tiempo,
dura y perdura en un eterno Ahora
y es raíz de aquel Rhin, que en Alemania
sigue su curso mientras dicto el verso?
Así lo conjeturan los platónicos;
así no lo aprobó Guillermo de Occam.
Dijo que Rhin (cuya etimología
es rinan o correr) no es otra cosa
que un arbitrario apodo que los hombres
dan a la fuga secular del agua
desde los hielos a la arena última.
Bien puede ser. Que lo decidan otros.
¿Seré apenas, repito, aquella serie
de blancos días y de negras noches
que amaron, que cantaron, que leyeron
y padecieron miedo y esperanza
o también habrá otro, el yo secreto
cuya ilusoria imagen, hoy borrada
he interrogado en el ansioso espejo?
Quizá del otro lado de la muerte
sabré si he sido una palabra o alguien.
universal del Rhin, un arquetipo,
que invulnerable a ese otro Rhin, el tiempo,
dura y perdura en un eterno Ahora
y es raíz de aquel Rhin, que en Alemania
sigue su curso mientras dicto el verso?
Así lo conjeturan los platónicos;
así no lo aprobó Guillermo de Occam.
Dijo que Rhin (cuya etimología
es rinan o correr) no es otra cosa
que un arbitrario apodo que los hombres
dan a la fuga secular del agua
desde los hielos a la arena última.
Bien puede ser. Que lo decidan otros.
¿Seré apenas, repito, aquella serie
de blancos días y de negras noches
que amaron, que cantaron, que leyeron
y padecieron miedo y esperanza
o también habrá otro, el yo secreto
cuya ilusoria imagen, hoy borrada
he interrogado en el ansioso espejo?
Quizá del otro lado de la muerte
sabré si he sido una palabra o alguien.
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La foto de Borges es de Rogelio Cuéllar. Tomo la de Paul Valéry de http://www.poets.org/, donde se ofrece sin crédito de autoría.
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