En mayo pasado, durante la Feria del Libro de
Buenos Aires, se llevó a cabo una mesa redonda sobre Gerardo Deniz. Uno
de los participantes del homenaje, organizado por la Secretaría de Cultura de
la Ciudad de México, el poeta, editor y librero argentino Eduardo Ainbinder,
contó que visitó al poeta en dos distintas ocasiones, la primera de ellas en
1997 y la segunda un lustro más tarde.
Tanto me interesó lo que dijo que, aunque
participaba yo también en la mesa redonda, no hice otra cosa que tomar notas –con
el propósito secreto de armar una entrada para este blog. Unos días más tarde, pensándolo mejor, le pedí a Ainbinder que
escribiera él mismo sus recuerdos de las dos veces que visitó al poeta
fallecido el 20 de diciembre del año pasado. El testimonio de este talentoso escritor y
hombre de libros argentino dice mucho de cómo se lee a Deniz más allá de las
fronteras mexicanas. Publico este post el 14 de agosto de 2015, exactamente el día que Juan Almela hubiera cumplido 81 años.
Deniz
Por
Eduardo Ainbinder
Un tarde de enero de 1997 –acompañado por el
poeta Darío Rojo– llegué a San Antonio 36-6, colonia Ciudad de los Deportes. Bajó
a recibirnos un hombre alto, corpulento y algo excedido en peso (No lo
imaginaba así. Por ese entonces sólo lo había visto retratado en la contratapa
de Mansalva; un rostro flaco, algo esmirriado,
que no dejaba adivinar semejante porte).
Aunque más que su altura, me impresionó cómo
estaba vestido: de la cintura hacia arriba con una camisa a rayas, encima de otra
camisa también a rayas –de diferentes colores entre sí– que sobresalían por
debajo de un buzo con motivos latinoamericanos. De la cintura para abajo lucía
un pantalón de patchwork y una pantuflas a cuadrillé escocés. Años más tarde
descubrí otra fotografía suya. Ésta ilustraba una entrevista en donde aparecía ataviado
de manera similar, por lo que supuse que con aquella vestimenta –digna de un
arlequín– Juan Almela (Gerardo Deniz) desorientaba o agasajaba a las visitas, según
sean reporteros o amigos.
Para romper el hielo le comenté que desde que
habíamos llegado al Distrito Federal, junto a mi amigo pasábamos jornadas enteras
dentro de las librerías de viejo de la calle Donceles.
“Qué morbosidad” recibimos por toda respuesta.
Se provocó un silencio, un desconcierto entre nosotros, y otro hielo por
romper, esta vez mayor. Con cierta sorna ante nuestro juvenil entusiasmo, sentada
su enorme humanidad sobre un sillón, con las piernas estiradas y cruzadas por
los talones, nos preguntó si escribíamos. “Ajá, poetas”, soltó, como
advirtiéndonos que la poesía era para él una actividad minusválida y prescindible.
No recuerdo si hubo más preguntas de su parte, sólo que de pronto desapareció para
regresar enseguida con una botella de ron y tres vasos. Lo que siguió fue un
extenso y proteico monólogo autobiográfico, una silva de varia lección
impartida a dos receptores algo atónitos, elegidos vaya a saber por qué deidad
para recibirla de primera mano.
A la hora de hablarnos de sus influencias
mostró cierto desconcierto –sin abandonar nunca el tono socarrón–, provocado
por la recurrencia con la que se comparaba su poesía con la de Ezra Pound. Tiempo
después pude verificar que el malentendido ya se remontaba a la Crónica de la Poesía Mexicana de José
Joaquín Blanco, publicado por vez primera en 1977. Allí, Blanco, en su breve
mención a Deniz, sitúa sus poemas “muy próximo a los Cantos de Pound”, además de tildarlo de poeta “hermético”, término
que lo acompañó como una maldición durante décadas. Evidentemente fueron pocos los
que tomaron en serio esa declaración de principios aparecida en el prólogo de Mansalva: “En todos mis poemas el humo
sube y las piedras caen”, que acaso retoma un verso de Salvador Díaz Mirón: “El
rayo baja y el perfume asciende”.
Al respecto, dos iluminaciones: C. E. Feiling,
en un artículo publicado en 1990 en la revista Vuelta: “Gerardo Deniz escribe poemas-problemas, circunstancia que
vuelve perspicua y urgente la necesidad de interpretar (en el sentido de
comprender) sus textos. Alguien me dirá que es imposible tener absoluta certeza
acerca de las intenciones de otra persona. Estoy completamente de acuerdo (la
vida es dura y breve), pero no hace falta caer en la vieja treta escéptica de
descartar como cognoscitivamente inútil todo lo que no sea certeza absoluta”.
Segunda iluminación: Aurelio Asiain en un
notable ensayo incluido en Caracteres de imprenta:
“Es explicable, aunque siempre hay que lamentarlo, que haya quienes piensen (…)
que detrás no hay nada y que el poema es pura confusión. La poesía de Deniz es
difícil y participa de un mundo extraño en muchos sentidos al que habitamos
cotidianamente la mayor parte de los lectores; pero esa dificultad (que no es
extraña en la poesía mexicana: piénsese en Chumacero y en cierto López Velarde,
dos maestros suyos) puede ser una de sus características más estimulantes y
corresponde, admirablemente, a una experiencia vital integradora de universos
que solemos creer incompatibles”.
Volviendo a aquella tarde-noche, cada vez que
me animaba a interrumpirlo con una teoría de cosecha propia sobre sus poemas,
contestaba con un silencio, sin mostrar el menor interés, indiferente como sólo
puede serlo un gato. Por más sensatas que fueran las teorías (y las mías no lo
eran), Gerardo Deniz sólo parecía apreciar a quien pudiera identificar uno o
más ingredientes en sus poemas; el origen de alguna cita en otro idioma,
episodios de la trastienda de la Historia o alguna alusión recóndita. Cuando esto
sucedía se animaba notablemente, abandonando toda indiferencia. Recuerdo que comenzaba
sus “visitas guiadas” con una interrogación: “¿Notaron que…?”
Como en ese momento era reciente la
publicación de Ton y son le pregunté
sobre “Epitufo”, el enigmático título de uno de los poemas que integran el
libro, en el que escribió su epitafio (el epitafio de un Pitufo), como
consecuencia de los dichos de un crítico que sentenció que Deniz era sólo un
habla: “Como la ninfa Eco hasta ser una voz / yo me enjuté hasta quedar sólo en
habla, / sin darme cuenta: cero, polvo a la izquierda, / ceguera por carencia
neta / de discernimiento teórico. Merecido”. Cabe resaltar que a cierta altura
de la noche todo requerimiento de nuestra parte era respondido con creces así
que fui por más y le pregunté sobre “La
voz tras el espejo”, poema que especialmente me intrigaba por un tono que le
era absolutamente ajeno (“Perdida en la orilla muda de mi sueño / muestra las
dos manos a un cielo que cae / túnica espumeante opaca de enigmas / por arcos
sonoros de una luz difusa”.) Escrito para ilustrar su teoría de la neo-cursilería,
resultó además una involuntaria trampa para atrapar incautos, cuyo inmediato resultado
a la publicación de Ton y son fue el
llamado telefónico de un poetastro que lo felicitó por haberse “superado a sí
mismo” en ese texto. Sin embargo, su teoría de la neo-cursilería no se
circunscribía a lo poético, sino que también alcanzaba a cierta crítica que según
sus propias palabras “sólo ofrece expresiones borrosas que no significan gran
cosa”.
Quizá pueda mencionarse como único antecedente bélico en la poesía mexicana
a Salvador Novo, en especial a aquellos sonetos en donde, entre otras cosas, hace
escapar un pedo sazonado al mismísimo López Velarde, o dice que Sor Juana, como
cualquier mortal, cagaba mierda.
Pero a diferencia de Novo, en Deniz la actitud
confrontativa, de mofa hacia la cultura, excede el marco de la sátira. Allí
donde la sátira se muerde la lengua, Deniz dispara con munición gruesa, como
cuando trató de “ganglio cerebroide” a José Emilio Pacheco.
La hora de irnos se acercaba y como por ese
entonces yo tenía un pequeñísimo sello editorial, me animé a pedirle algún
texto inédito para publicar en Argentina. Nos habló de una larguísima prosa
sobre “Allanamiento de violeta”, poema que describe una penetración anal a esa damisela
de largas piernas que bautizó con el nombre de “Rúnika”.
Por supuesto que no
estaba dispuesto a entregarnos el texto así como así. La cuestión hubiese
requerido más visitas, una mayor entrada en confianza, y yo estaba en México sólo
por unos pocos días más. Quedé en llamarlo por teléfono al regresar a Buenos
Aires para arreglar el asunto, pero advirtió que todo estaba “a merced de su neurosis
de turno”. Lamentablemente, por una cosa o por otra, nunca lo llamé. Cabe
agregar que dicha prosa sigue inédita hasta hoy. Junto a mi amigo, habíamos ingresado
a eso de las siete de la tarde a ese departamento al que sólo le daba el sol
quince minutos por día, en donde Juan Almela vivía en forma más que modesta. Olímpicos,
con ejemplares de Op.cit. bajo el brazo,
nos fuimos cerca de la una de la madrugada.
Cinco años después tuvo lugar mi segundo
encuentro con el autor de Erdera. Sin
embargo, fue mucho más breve y no tuvo ninguno de los ingredientes del primero.
Esta vez, cuando lo llamé por teléfono alguien respondió: “Hola, pastelería…”.
Creí que era otra de sus estratagemas para desconcertar, pero resultó que se
había mudado. (Cuando Mónica de la Torre, su traductora al inglés, lo llamó por
primera vez, se produjo el siguiente diálogo: … Hola, ¿es usted Gerardo Deniz?
–A veces.) Conseguí su nuevo número por los buenos oficios de Juan Carlos Cano
–actual editor del sello Mangos de Hacha–, quien además me acompañó a verlo.
Ahora residía en Torreón 25, en la Colonia Roma sur. Nos recibió con un “Bueno,
qué clase de crimen quieren cometer conmigo”…
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El retrato de Ainbinder es mío; lo mismo la
foto del letrero de la calle de Donceles y la foto de Deniz que cierra el post. La foto de C.E. Feiling (1961-1997)
procede de http://bit.ly/1ut3pc1, donde se
publica sin crédito de autoría. La de Pacheco, de http://bit.ly/1M6ucTA, donde ocurre lo mismo. Tomo
la de Aurelio Asiain de su página en Facebook. La de Salvador Novo es de Álvarez Bravo y
la copio de http://bit.ly/1xb93jE. El mapa
que acompaña este post es una
fotocopia sobre la que Deniz marcó algunos detalles relacionados con su poema
“Allanamiento de violeta”, para ilustrar una prosa que aún es inédita, tal y como afirma
Ainbinder; este año, por cierto, verá la luz como parte de dos ediciones simultáneas: en la segunda de Visitas guiadas (DGP de
Conaculta) y en la primera de De marras,
la prosa reunida de Deniz (FCE). La foto en blanco y negro de Deniz es de Nicola Lurusso y fue
tomada en el departamento de San Antonio 36-6, colonia Ciudad de los Deportes,
donde los poetas Ainbinder y Rojo visitaron a Juan Almela la primera vez. En
primer plano puede verse a Koshka, la gata de Deniz.
Más sobre Gerardo Deniz en este blog:
En sus 80 años, http://bit.ly/1sDZm8f
Una vida con el Fondo de Cultura Económica, http://bit.ly/1TNgNSM
Noticias “recientes”, http://bit.ly/V95VkF
Sobre Red de agujeritos, http://bit.ly/12RrW9H
Cuadernos y dibujos infantiles, http://bit.ly/9dkSDa
Una entrevista de 1993, http://bit.ly/1oyaGVn
De visita en la Escuela Mexicana de
Escritores, http://bit.ly/1nIVmm1
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