Mi amigo el joven escritor Alan Suárez me enseña uno de sus
hallazgos recientes: una edición barata, algo estropeada y más bien tirando a fea de El son del corazón de
Ramón López Velarde —de quien estudiamos con cierto detenimiento un par de
poemas el semestre pasado.
Cuando me pongo a hojear el libro a la luz de las cinco de
la tarde de un lunes en el patio de la Escuela Mexicana de Escritores, confirmo
lo que primero pensé: se trata de un ejemplar de la edición original del libro
póstumo del poeta jerezano, publicado por sus amigos once años después de su
muerte. Con claridad advierto que mi alumno me ve con escepticismo cuando
le digo que ese volumen de modesta apariencia que le costó apenas cincuenta
pesos, que muestra las grapas oxidadas con las que fueron remachados sus
pliegos —y cuyos versos están reproducidos en unas inapropiadas letras
cursivas—, es una joya, por lo menos para quienes nos definimos como velardianos entusiastas.
Se lo pido prestado unos días. Mi idea es verlo de cerca, tal
como hice solamente una vez con cierta prisa en el fondo
reservado de una biblioteca universitaria. Con el prólogo de Djed Bórquez (“Mis encuentros con el buen Ramón”), el estudio de Genaro Fernández
MacGregor y el epílogo de Rafael Cuevas, textos todos muy conocidos que luego
se han reproducido en las ediciones de El son del corazón, el libro apareció en octubre de 1932 bajo el
patrocinio de un organismo llamado, en sintonía con la retórica de aquella
década, Bloque de Obreros Intelectuales de México.
Tal como se afirma en un recuadro en una de las primeras páginas, la edición es un
homenaje al “cantor por antonomasia de la provincia”, una de esas ideas que
tanto daño hicieron a la justa apreciación del autor de Zozobra. Si es lógico suponer que
la recogida de poemas estuvo a cargo de quienes firman los textos, nunca he
sabido cuál fue el criterio para organizarlos.
Eso hizo, por ejemplo, que los
versos dedicados a Camín que me dieron para escribir un ensayo sobre la
relación entre el poeta asturiano y el mexicano, titulados “Aguafuerte”, quedaran para siempre en un lugar de privilegio antecediendo en la obra completa de
López Velarde a “La suave Patria”— cosa notable porque no son mucho más que un
retrato escrito a vuelapluma dos años antes, en un conjunto de textos más cercanos al tiempo de escritura del gran poema sobre México e incluso un puñado de póstumos.
Quizás el único encanto estrictamente editorial del libro sea
la serie de grabados de Fermín Revueltas que lo ilustran, por lo que antes de
devolverle el libro a Alan los escaneo y los comparto con
quienes siguen este blog. Debajo de cada imagen escribo el nombre del poema al que sirven de referencia gráfica.
"El ancla"
"Ana Pavlowa"
"La Ascensión y la Asunción"
"Si soltera agonizas..."
"El perro de San Roque"
"Mi villa"
"El sueño de los guantes negros"
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El retrato de Alan Suárez lo tomo prestado de su página en Facebook; la foto que ilustra esta nota, y en la que acompaño a mi grupo del semestre pasado de la Escuela Mexicana de Escritores, fue tomada por Mario González Suárez, director académico de la EME.
Más sobre hallazgos de libros en este blog:
Hallazgos recientes, http://bit.ly/YzwEd1
Fin de año en Donceles, http://bit.ly/Yfs2cy
Más sobre López Velarde:
Dos ediciones de La
Celestina y un ave velardiana, http://bit.ly/UooKLF
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