“Los hombres
que han trabajado más son los menos que tienen que disfrutar [sic] de aquellas banquetas. Nomás puras
banquetas. Y yo lo digo por mí: de que ando en una banqueta, hasta me quiero
caer”.
Emiliano Zapata a Pancho Villa.
Xochimilco, 4 de
diciembre de 1914.
El año, 1968; el lugar, la colonia Anzures; el personaje, yo. Me han vestido
¿exactamente de qué? ¿De zapatista, como opina un buen amigo historiador? La
ropa inmaculada, la faja y el paliacate comprados la víspera, el bigotito
diseñado con ironía: todo delata la comodidad con la que duerme la historia en
el discurso escolar. Para la mañana en que se hace esta foto, hace varias
décadas que todos los niños de México somos zapatistas, así como somos
maderistas, carrancistas, villistas, obregonistas, aunque esos ismos a veces sean incompatibles y hasta
contradictorios. Quizás por eso nadie se asombre de que este güerito de madre
española perfectamente urbano, inscrito en una preprimaria privada, pueda
representar en un día de Fiesta Patria a un campesino en armas que exige
Tierra y Libertad.
Salvo la
fecha puesta al margen de la foto, nada permite saber que estamos a unos días
de la matanza de Tlatelolco. Es cierto que para entonces la Revolución,
burocratizada desde hace décadas, es la caricatura de la caricatura inicial; sin
embargo, el velo ideológico que la cubre es tan vistoso como siempre, y los
nombres de Madero, Carranza o Zapata, y las de algunos de quienes los mandaron
matar, que en conjunto hacen un efecto algo estrambótico, son su brillo más
exterior.
A casi
sesenta años del 20 de noviembre de 1910, pero a sólo quince días del 2 de
octubre de 1968, se antoja pensar que el rebelde de utilería que aparece en la
foto, el revolucionario de festival escolar, pertenece a la última generación
de alzados de cartón. ¿Será por eso que, una vez que se convierta en adulto,
las ideologías le producirán una suspicacia invencible? Peor aún: ¿será por eso
que va sentirse parte de una generación perdida para los grandes proyectos
públicos, turbamulta de infantes mansos para siempre caracterizados de
disparate histórico? Impasibilidad, hastío, apatía… ¿Cómo vamos a engañarnos nosotros que somos parte consustancial
de la representación, que nacimos y dimos los primeros pasos cuando hace siglos
estaba en cartelera?
Los héroes contradictorios de los que se disfrazó cada 16
de septiembre duermen en la piel del viejo niño que redacta este texto. No es
suficiente que le produzcan curiosidad intelectual; entre ellos y él, entre los
días de su educación escolar y el día en que reflexiona sobre ella, hay un abismo
que parece insalvable.
Pero
volvamos a Anzures. Apreciemos la tranquilidad de la calle, la pareja que
aguarda delante de la papelería, la camioneta de temerario diseño entomológico.
Sería injusto decir que los esfuerzos pedagógicos del régimen han sido en vano.
Mucho más tratándose de un niño con una notable disposición para la estampa
histórica. Véase la prestancia con la que posa para la escaramuza contra los
carranclanes; para aliarse acaso sinceramente con la División del Norte; para
defender, mientras no sea necesario alejarse mucho de Cuautla, las decisiones
de la Convención. Y un detalle, de aquéllos que hacen a los grandes actores:
como si aludiera al famoso comentario de Zapata en Xochimilco, nótese cómo posa
los pies en las raíces de la jacaranda y evita cualquier contacto con el
cemento urbano.
(Este texto
apareció originalmente en el libro colectivo Lo escrito
mañana. Narradores mexicanos nacidos
en los 60, coordinado por Sandra Lorenzano y publicado en 2010 por la editorial
Axial.)
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Salvo las fotografías en blanco y negro, que tomo prestadas de internet, las imágenes que ilustran este post pertenecen a mi archivo.
Más sobre la
Revolución Mexicana en este blog:
La
Revolución y el fracaso educativo en México, http://bit.ly/13lslin
Galería de
personajes de la Revolución, http://bit.ly/18JgdRj
Eufemio
Fox, http://bit.ly/15n8aF6
Un paseo
por los lugares en donde nació, vivió y murió Emiliano Zapata:
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