domingo, 18 de noviembre de 2012

A 20 años de la fundación de Viceversa


Amigas y amigos: gracias por acompañarnos a conmemorar la aparición del primer número de la revista Viceversa, de la que esta semana, quizás este mismo día, probablemente a esta misma hora, se cumplen veinte años. Una razón me ha movido a organizar esta mesa redonda: México es un país con gravísimos problemas de memoria, y la cultura puede ser muchas cosas pero no es nada sin la colaboración y la participación activa y constante de la memoria. Durante los últimos años, de manera natural se ha ido mitigando el recuerdo de aquella publicación que salió a lo largo de la década de los noventa y que dejó de hacerlo el primer año de este siglo; lo que no parece admisible es que los encargados de escribir la historia de algunos fenómenos culturales, y específicamente quienes han ensayado historias del periodismo y el diseño gráfico en México, lo hayan hecho con tanta irresponsabilidad, y hayan escrito desde pequeñas imprecisiones hasta errores burdos y quizás malintencionados sobre la revista (1). 
Por eso esta mesa redonda, que pretende evocar la naturaleza de Viceversa pero también hacer la crítica de la revista y quizás de los años en los que estuvo en circulación, quiere ser fundamentalmente un ejercicio de la memoria.
Por supuesto que no es éste, sin embargo, el momento de contar su historia y por esa razón me limitaré a repetir lo que no todos han olvidado: Viceversa fue la continuación de una publicación llamada Milenio y salió por vez primera en noviembre de 1992, con una portada diseñada por Rocío Mireles en la que aparecía Alejandra Bogue en una foto de Eniac Martínez. 
Entre la entrega inaugural y la última—en cuya portada estaba Manu Chao en concierto en una foto de María Madrigal—, pasaron ocho años y medio durante los que vieron la luz 96 números. Viceversa, que fue bimestral durante su primer año y que se convirtió en mensual a partir del histórico enero de 1994, dejó de salir en mayo de 2001 cuando el empresario Sergio Autrey —que la había comprado un año antes—, y yo, que seguí fungiendo como director hasta el último día, decidimos de común acuerdo dar por terminadas sus actividades.
Los temas de la revista fueron tan amplios como la imaginación nos lo permitió: en sus páginas cupo la literatura, a la que nos dedicábamos mayormente quienes trabajábamos para ella, pero también la moda; lo mismo nos ocupamos de ópera que de rock, drogas y sexualidad, incluso deporte y salud; y por supuesto que preponderantemente todo lo que tiene que ver con el orbe de las artes: la pintura, el cine, la música, la arquitectura, la escultura, y una y otra vez la literatura en todas sus facetas: la poesía, la narrativa, el ensayo, el teatro. Si bien las entregas de la revista eran, como su línea editorial, básicamente misceláneas, de cuando en cuando hicimos monografías sobre algunos de los personajes y los temas principales de la cultura mexicana. 
Cuando pienso en sus 96 números pasan por mi cabeza los que más me satisfacen: el de Scherer, que fue el primer éxito de la revista, un número de elaboración emocionante y en cierto sentido vertiginosa, hecho cuando no existía una entrega periodística sobre el fundador de Proceso y que apareció en uno de los momentos más graves de la historia mexicana reciente, nada menos que siete días después del asesinato de Colosio; el de Carlos Fuentes, que tiene en la portada una foto de Gerardo Suter desde la que el autor de Aura nos pinta un gozoso violín, y que me sigue pareciendo uno de los documentos críticos más equilibrado que hay sobre un personaje que ha sido amado o repudiado con extremo inútil; el de Francisco Toledo, una bellísima entrega sobre el gran artista juchiteco, cuyo trabajo aparece analizado desde todos los ángulos... 
El de los cien años del cine, con aquel Orson Welles caracterizado de ciudadano Kane, que aparecía en la portada encima de una pila de periódicos entre los que el diseñador Rodrigo Toledo abandonó discretamente un ejemplar de Viceversa; el de la revista Vuelta, un asedio a la empresa editorial de Octavio Paz como no existía, o no al menos hasta ese momento; o los números sobre María Sabina, el rave, las drogas de diseño, lo mejor del archivo fotográfico de la revista, la entrañable entrega sobre Carlos Monsiváis, que aparece rejuvenecido y afable en una foto más bien insólita de Adolfo Pérez Butrón; los números sobre la infancia o sobre Cuba… 
(Por cierto, no está de más decir que si bien Viceversa no puede consultarse en la red, un par de bibliotecas de la ciudad de México, la Vasconcelos de Buenavista y la Rubén Bonifaz Nuño de la UNAM, cuentan con colecciones completas que yo mismo doné.)
Viceversa fue más que nada una empresa de personas, y por eso esta noche quiero fundirme desde aquí, siquiera con la imaginación, en un abrazo de reconocimiento con quienes la hicieron en sus diversas etapas, desde los tiempos de Eduardo Vázquez y Ricardo Cayuela, cuando acabábamos de renunciar a Milenio y detallábamos el nuevo proyecto en la sala de maestros del Instituto Luis Vives, hasta los de Claudia Muzzi y Gerardo de la Cruz, una vez que la revista había sido ya vendida a Sergio Autrey y nuestras oficinas estaban junto a las de Arqueología Mexicana, pasando por supuesto por los tiempos que me gusta llamar dorados de la revista, los de Mónica Braun, de Roberto Max Ersahm y Fernanda Solórzano. 
Tampoco es posible decir ahora todos los nombres de quienes trabajaron en su redacción, ni de quienes dejaron su huella en el diseño de Viceversa. Sobre el diseño gráfico escribí hace no mucho un texto que apareció en tres partes en mi blog, y allí quedaron consignados quiénes la hicieron y, en términos muy generales, bajo qué ideas y convicciones. Un día contaré mi amistad con los señores Fernando Canales y Humberto Corral, los dueños de la imprenta que ya para entonces llevaba Alejandra, la hija del primero de ellos. Siempre he pensado que hay una historia literaria en la amistad entre aquellos dos hombres, y también quizás en la que me hizo ganarme su simpatía y su confianza, lo que ayudó muchísimo a que las finanzas de nuestra pequeña empresa acabaran saliendo siempre a flote.
Sólo mencionaré a Ángeles Zamora [que aparece en el centro de la foto que reproduzco arriba de estas líneas], porque en cierto sentido encarnó el alma de la revista quizás como ninguno de nosotros, y también porque pienso que al mencionarla a ella me estoy refiriendo a todos los demás. Y es que en su caso se dio una curiosa circunstancia que subrayó su identificación con nuestra editorial: Ángeles trabajaba ya en Esfera Editores, a donde que yo llegué en 1990 para fundar Milenio, en las calles de Río Amazonas de la colonia Cuauhtémoc, y luego se quedó en la Editorial Raíces, la empresa allá por el Toreo donde estaban las oficinas de quienes compraron la revista después de que yo me fui de ella, así que estaba desde antes de mi llegada y luego siguió estando después de mi partida, como si su buena voluntad y su capacidad de entrega y su carisma fueran más grandes que todo lo que los demás pudiéramos aportar.
Tampoco dejaré pasar la oportunidad de dar las gracias y hacer un reconocimiento, públicamente por vez primera, a la persona que hizo que Viceversa fuera posible como sociedad anónima y aportó el dinero para fundarla, sin lo que no hubiéramos llegado muy lejos: mi madre, la señora Otilia Figueroa Martínez, quien puso la inversión con la que pudimos enfrentar la separación del propietario de la vieja Milenio para fundar la revista cuya salida a la calle por vez primera en noviembre de 1992 hoy conmemoramos.
Pero cuando dije hace un momento que Viceversa fue una empresa de personas quería decir sobre todo que en sus páginas empezó a publicar una amplísima generación de escritores, artistas plásticos, periodistas, críticos de las más diversas artes, músicos, diseñadores gráficos y de moda, que hoy forman parte activa de la comunidad intelectual y artística de este país. La lista de colaboradores quizás no podría acabar de leerse en lo que queda de semana. Por supuesto que sin ser la única, Viceversa significó un espacio fresco y desprejuiciado, plural e independiente, en el que una generación, en diálogo con el resto de las generaciones en activo, trazó uno de los rostros posibles de nuestra cultura en aquel momento específico, y sus portadas y sus índices dan generosamente cuenta de ello. 
Si me preguntaran cuál fue, desde mi punto de vista, la máxima virtud de Viceversa, no dudaría en decir que fue la capacidad que tuvo de mostrar una parte de lo que ocurría en la cultura mexicana de los años noventa, y que fue, más allá de la primera casa de muchos escritores, artistas y críticos mexicanos, un espejo que se paseó a través de un largo camino, si puedo parafrasear la célebre definición de novela que en El rojo y el negro escribió Stendhal.
Para participar en esta mesa redonda me he permitido invitar a dos magníficos lectores, dos críticos que desde posiciones de independencia intelectual han presenciado la realidad que todos compartimos pero que no todos podemos desbrozar y leer apropiadamente, y que ellos han penetrado con agudeza y profundidad. 
Por un lado, Rogelio Villarreal, a quien agradezco el que haya hecho el viaje desde Guadalajara en donde actualmente vive. De él he dicho en diversas ocasiones que es uno de los editores de revistas que más respeto y quizás el que ha tenido la evolución más interesante de todos los que conozco. Activo, insatisfecho, punzante, incluso polémico, el director de la insustituible Replicante es un editor que ha hecho de la réplica una tarea rigurosa con el objetivo de ofrecer, como se leía hasta hace no mucho en la portada de su revista, ideas para un país en ruinas. Su propia actividad como editor añade interés a lo que pueda decir sobre la revista que hacían, desde otras perspectivas y puntos de vista, sus colegas de Viceversa.
Por el otro lado, el poeta Armando González Torres, de quien siempre que puedo me gusta afirmar que es uno de los críticos más importantes con los que cuenta la literatura contemporánea del país, principalmente porque posee una virtud esencial para el ejercicio de la crítica, por cierto bastante poco frecuente en México: la búsqueda del equilibrio. Hombre refinado que no teme a ningún tema y a ningún tono, Armando fue uno de los colaboradores más importantes de Viceversa y sus trabajos en cuanta revisión crítica que decidiéramos emprender fueron siempre esenciales para la visión que ofreció la revista.
_________________________
(1) Me refiero a los libros Historia del periodismo cultural en México de Humberto Musacchio (Conaculta) y Diseño gráfico en México. 100 años de Giovanni Troconi (Artes de México / Conaculta). En los dos casos escribí y publiqué aclaraciones en este blog.

Texto leído la noche del 14 de noviembre de 2012 en la Casa Refugio Citlaltépetl, en la conmemoración de la fundación de Viceversa. Gracias a Philippe Ollé Laprune por cedernos el espacio para celebrar esa ocasión. En la mesa también participaron los escritores Armando González Torres y Rogelio Villarreal. 

Las imágenes que aparecen en esta entrega pertenecen a mi archivo, con la salvedad de los retratos de Rogelio Villarreal —que copio de su blog (www.villarreal.blogspot.mx)— y de Armando González Torres —que tomo prestado de la página digital del periódico El Economista—, y la foto de la conmemoración de la fundación de la revista, que es de mi hermano José María. En ella aparecen, de izquierda a derecha, Leonel Sagahón, Mónica Braun, Claudia Muzzi, Fernanda Solórzano, Ángeles Zamora, Soren García Ascot, Rodrigo Toledo, el que esto escribe, Álvaro Fernández Ros y Rocío Mireles.

Más sobre Viceversa en este blog:
Mis diez portadas preferidas, http://bit.ly/VXMFDt
De Orwell a Trotski a Viceversa, http://bit.ly/SQ5p6V
Viceversa en la historia del diseño gráfico en México: primera parte, http://bitly.com/S5fFHU; segunda parte, http://bit.ly/XDodtG; tercera parte, http://bitly.com/Ze9KW8.

1 comentario:

  1. Valor de reventa: http://articulo.mercadolibre.com.mx/MLM-410347475-maria-sabina-especial-revista-viceversa-_JM

    ResponderEliminar