Tanto me emocionó volver a ver El sur de Víctor Erice, que he tomado la decisión de dejar pasar el tiempo antes de escribir sobre ella. Mi propósito es llegar a un equilibrio entre lo que sentí y lo que pienso del segundo de los tres únicos largometrajes de un director que a pesar de la brevedad de su obra está considerado uno de los más poderosos y sugerentes del cine europeo del último cuarto del siglo XX. Soy un viejo enamorado de El espíritu de la colmena (1973), su extraordinaria ópera prima; filmada en los últimos años del franquismo, la película hace una lectura de la posguerra española con una profundidad y una belleza reservadas sólo a las obras maestras.
Mucho se ha dicho y creo que aún se dirá de su imaginativo y riquísimo guión, en el que el cine mismo juega un papel preponderante, de su atmósfera y sus imágenes y de algunas de sus actuaciones —entre las que brilla inolvidablemente la niña Ana Torrent—, que en conjunto hacen de esa obra un retrato, más que de una época en particular, de algunos aspectos de toda una cultura. (Un avance con sabor de época puede verse en: http://bit.ly/94Kvq5).
Quise aprovechar el impulso para ver la única de sus películas que no conocía, por cierto la última de su filmografía hasta la fecha, y así tratar de darme una idea más completa de su trabajo. El sol del membrillo, rodada en 1990, narra unas semanas en la vida creativa del pintor manchego Antonio López (Tomelloso, Ciudad Real, 1936). Durante el otoño de ese año, ambos artistas se dieron cita al lado de un pequeño árbol en un jardín de Madrid, uno para pintarlo al óleo y el otro para filmar el proceso pictórico.
No sería raro que esta obra, que fue presentada en Cannes dos años después como “ficción” —lo que se justifica sobre todo por la última parte, en la que vemos un sueño—, haya ejercido una influencia decisiva en nuestra manera de entender el cine documental, un género al que en los últimos tiempos se le han descubierto tantas posibilidades (http://bit.ly/bE4s45).
Me sorprende que Erice, tan interesado en lo que subyace debajo de la realidad, haya buscado a un artista que más allá de matices es un pintor decididamente realista. No puede ser más opuesto el tratamiento que uno y otro dan al material con el que trabajan: si Antonio López intenta reproducir el mundo tal como es, y la película da cuenta bastante de sus métodos, Erice ha hecho de su obra una investigación sobre el lado menos visible de las cosas, sobre todo aquello que el mundo se esfuerza en ocultarnos. Desde luego, la distancia entre las perspectivas de uno y otro permite que la reflexión del cineasta alcance cierta pureza como recompensa de su afán de objetividad.
Entre otras cosas, me gusta por ejemplo que cuando finalmente Antonio López se dispone a pintar —después de que lo hemos visto preparar con parsimonia su material de trabajo, desde el armado mismo del bastidor y el montaje del lienzo—, por razones que luego entendemos, da la primera pincelada no a la tela sino… al árbol. No son pocos quienes piensan que es la mejor obra de Erice; tampoco, quienes la consideran una de las mejores películas europeas de los últimos años.
A pesar de que El sur carece de la perfección formal y la hondura de El espíritu de la colmena y de la novedosa propuesta de indagación sobre el trabajo artístico de El sol del membrillo, no cabe duda de que es la más emotiva. La vi por vez primera a los pocos meses de su estreno, en 1983, en una Muestra Internacional de Cine de la Ciudad de México de la que mi padre ha conservado el programa, y acabo de volver a verla hace unas semanas en la Universidad de Alcalá de Henares. Es increíble la nitidez con la que durante los últimos veintitantos años se mantuvieron intactas en mi memoria algunas imágenes: una casona hundida en el silencio de un pueblo remoto del norte de España, una bellísima elipsis temporal, una despedida en un comedor vacío al lado del cual se celebra una boda…
El tema, la relación llena de misterio y cariño tácito entre un padre y una hija; el tono, de una contención algo más que lograda, y la música, que va de un cuarteto de Ravel a algunos pasodobles, y quizás hasta algunos rasgos sociológicos de la España del siglo XX que no se encuentran con la facilidad con la que solía en una Península algo más europeizada —y que acaso sobreviven entre los emigrantes de este lado del océano—, forman parte de un todo que, al menos para mí, resulta de lo más conmovedor (http://bit.ly/b9vEQ6).
Es muy sabido que la filmación de la película se interrumpió por razones económicas y que nunca pudo reanudarse, al grado de que el director que la considera un trabajo incompleto. Erice intentó oponerse a que una versión provisional fuera presentada en Cannes, tal como acabó sucediendo con su anuencia casi de último momento, y en donde por cierto gustó de inmediato —lo que quizás canceló para siempre cualquier intento de reanudación.
De esa manera, mientras que lo que vemos es la primera parte del proyecto original, ambientada en el norte de España, el título hace referencia al lugar en donde debía continuarse… Paradójicamente, la interrupción repentina añade al resultado un toque que eleva su eficacia: nunca sabremos lo que hubiera ocurrido en las tierras meridionales, lo que queda como una interrogante que no deja de crecer en nuestra memoria. Eso es lo que pasa con un fenómeno cultural tan propiamente hispánico como los poemas del Romancero tradicional de los que hablábamos hace unas semanas a propósito de “Retrato de muchacha con pug”. Una de las características constantes en los mejores ejemplos radica en que comienzan in media res —esto es, en medio de un suceso que está en marcha— y acaban de forma de alguna manera abrupta, dejando en nosotros la sensación del misterio. Tal como sucede al final de El sur.
Con todo, es imposible dejar de preguntarse cómo hubiera resuelto Erice presentarnos el mundo real que sugiere una palabra tan cargada de connotaciones como la de su título, una vez que la muerte del padre hace que la hija decida viajar al sur para enfrentar las incógnitas del pasado de su familia. (Por cierto, me pareció tan interesante el recurso que me permití copiarlo en un poema que ocurre en un puerto sureño de México pero se llama, por razones que no vienen al caso, “Norte”. Cf. Ora la pluma, 1999, pág. 27).
Si tarde o temprano me gustaría volver a ocuparme de la película, hoy quiero compartir con los lectores de Siglo en la brisa un par de secuencias que me gustan en particular —muy relacionadas entre sí y que juegan un papel de equilibrio en ella.
En el nivel más exterior, ambas comparten la misma música, un par de versiones del pasodoble En er mundo. La primera, en rigor un plano secuencia (es decir, sin cortes), es una de las tomas más deliciosas que conozco; la segunda —por cierto, nótese que el papel de la hija adolescente está interpretado por la futura directora de cine Icíar Bollaín—, representa uno de los momentos que más me llegan de todo el cine que he visto.
Como no sé traer las imágenes en video a este espacio y menos todavía cómo editar los fragmentos que me interesan, ofrezco los enlaces de You Tube en los que pueden verse una y otra vez. La primera está en http://bit.ly/cq6tGr, entre los minutos 4:20 y 6:10; la segunda ocupa los tres primeros minutos de http://bit.ly/ci29aT. Que disfruten esta serie de fantásticas imágenes. Les aseguro que vale la pena el viaje.
Fer, cada que tengo oportunidad leo lo que publicas en Siglo en la Brisa y pocos blogs, como este, me han emocionado tanto. Pasé más de media noche de ayer viendo una y otra vez las escenas del baile del pasodoble y la despedida, ya sin bailar. Pensando en mi padre y en nuestras propias danzas y los momentos de adiós. Pensando en qué pudo haber sucedido entre ellos dos como para no pararse ahí, a bailar juntos de nuevo. Jamás un pedacito tan breve de cinta me removió tanto el corazón. Me atrevo a decir que este es mi primer comentario en tu blog y mi texto tuyo, más favorito. Gracias muchas, muchas. L
ResponderEliminar¡Bravo Fernando! He leído con el mayor interés tus comentarios semanales conforme han ido apareciendo y me encanta la selección de tus temas y cómo los vas desarrollando. Escribo ahora porque quiero decirte que comparto tu admiración por el trabajo de Victor Erice (¿cómo es posible, Felipe, que no hayas visto aún "El sol del membrillo"?).
ResponderEliminarDéjame contarte que "El espíritu de la colmena" la ví en el cine del Hotel Regis, derrumbado en el terremoto del 85, junto a mi abuela, emocionada como pocas veces la había visto. Ella, refugiada republicana, cumplió los 20 años de edad en México, a donde llegó casada y con dos hijos. Al ver la escena del cine de pueblo al aire libre me decía: "Sí, así era; sacabas una silla de tu casa y la llevabas a la plaza para ver la película que ponían".
Igual que a ti, "El sur" me produce un torrente de sentimientos, sobre todo las dos escenas de baile. Hace unos 20 años acudí al Hotel Felipe II de San Lorenzo de El Escorial, a menos de una hora de Madrid. Al entrar al comedor del hotel, casi vacío, el viejo salón me pareció conocido y de pronto sentí que cobraba vida, que se desarrollaba una escena que no supe reconocer. Ahora, gracias a tí, caigo en la cuenta de que fue precisamente allí donde se rodó la escena del último encuentro entre el padre y la hija en "El sur", como pude confirmar en los créditos al final de la película.
San Lorenzo tiene uno de los teatros más bellos que he visto en mi vida: el Real Coliseo de Carlos III, pequeñito pero encantador. A ver si ahora tú, tus lectores y yo mismo somos capaces de identificarlo en alguna película.
Por cierto, ¿sabías que la célebre Plaza de España del Parque de María Luisa, en Sevilla, aparece... ¡en una de las películas de la saga de Star Wars!? Así como lo lees.
¡Saludos, Fernando!
Felipe