viernes, 10 de junio de 2016

Octavio Paz y el ángel de la coprofilia


Durante largos años he leído a Octavio Paz de manera constante pero desordenada. Eso explica que, con frecuencia, me acuerde de algunos pasajes de su poesía o de su prosa que me gustan pero que no puedo fijar como parte de una totalidad —y por lo tanto, no los pueda volver a leer—. El año pasado hice el serio intento de ubicar uno de esos pasajes, uno de los que más vuelven a mi mente, entre otras razones porque no puedo establecer si incluí yo mismo ciertas conclusiones o si las mencionaba explícitamente el poeta. 
El resultado fue todo menos satisfactorio. Después de repasar en vano los lugares donde me parecía que podía estar, recurrí a un par de amigos conocedores de la obra del poeta. Uno de ellos insistió en que el pasaje estaba en donde no está; el otro, aunque se mostró particularmente interesado en ayudarme, quizás sobre todo porque el primero no fue capaz de consiguirlo –cosa que bien me cuidé de contarle–, me aseguró que me escribiría al día siguiente… De eso ya pasó un año.
Y hace unos días, cuando ya no me lo esperaba, cuando hacía algún tiempo que el asunto no volvía a mi cabeza, di con el huidizo pasaje, ayudado por el cíclico volver de algunas relecturas (y, gracias, claro, a mi constancia, todo lo desordenada que se quiera, en volver a Paz). Ahora que lo tengo delante, veo que no están en él las palabras con las que mi mente hizo el episodio más interesante, y en cierto modo, más turbador: el que un edificio aromático y exquisito, colocado en un ambiente hediondo, en una decadente ciudad del norte de la India, funcione como una metáfora de la trabazón que en los seres humanos, como buenos vertebrados, presenta el tráfago sexual con el sistema urinario. También me doy cuenta de que si llegué a esa conclusión es porque Paz lo dice sin decirlo: por el contexto en el que lo hace y por la poderosa sugerencia de sus palabras.
El pasaje está en una de las últimas cartas que el poeta escribió a su editor y amigo, el catalán Pere Gimferrer. Esas cartas, como todo el mundo sabe, fueron reunidas en un libro notable, Memorias y palabras. Cartas a Pere Gimferrer 1966-1997 (Seix Barral, abril de 1999). Paz explica los reparos que pone a Mascarada, un poema de su colega catalán, especialmente la mención que Gimferrer hace de la coprofilia (que no “coprofagia”, cuidado; aquella interesante palabreja, por cierto, no aparece en el frecuentemente estrecho diccionario académico). 
No copia Paz en su carta los versos del poema en los que aparece la mención a la coprofilia, pero yo, que leí Mascarada al poco de aparecer en 1996 (Gimferrer es uno de los poetas españoles vivos que me interesan), conservo un ejemplar de la primera edición bilingüe (catalán, lengua en la que fue escrito originalmente, y castellano; es de ediciones Península, 1998), así que puedo reproducirlos para mis lectores. Aquí el fragmento del poema en el que aparece la palabra "coprofilia", en la traducción de Justo Navarro:

Con qué blanca violencia cae
hasta abrirse tu espalda y son
dos flores de cobre tus nalgas
que abiertas derraman dulzura
el presente de las dos lunas
oro depuesto lo más tibio
fondo de toda tu pureza
Ah el ángel de la coprofilia
la piel de armiño de los ángeles
el doble arcángel de las nalgas
frufrú de noches clandestinas
de una colegiala en París
el gotear del cobre líquido
nalgas que dan melocotones
regalan monedas de moka
aroma de ámbar subterráneo
Ay el amor de las dos ancas
No no toquéis nunca esta luz
no profanéis el cielo suave
escándalo de claridad
nadie profane el paraíso
cuando tu cuerpo da bombones
Saint-Germain y sus fuegos fatuos
bistrots de zinc ametrallado
chirridos del billar eléctrico
el sorbo de nieve en tu vientre
Todo lo que fuiste de niña
y la niña que eres ahora
pastorcilla de los crepúsculos
La noche con ojos vendados
el invierno con botas negras

El pasaje da para hilar largo (“el gotear del cobre líquido”, las “nalgas que dan melocotones” y “regalan monedas de moka”…). De momento, nos conformaremos con lo que señala Paz y que copio más abajo. La carta está firmada, a unas calles de donde redacto este artículo, el 24 de enero de 1997, es decir un año y tres meses antes de su muerte. Todavía antes de llegar al asunto de estos versos, Paz reprocha a Gimferrer que en otro lugar del poema ataque a Felipe González, al que el catalán llama “ser criado de uno”, y cuyo gobierno resulta en sus palabras, en expresión afortunada, “quincallería sevillí”. Entonces llegamos a mi pasaje –que, cosa curiosa, está entre paréntesis–. Es tan elocuente Octavio Paz que no tengo que explicar las razones de la fascinación que produjo en mí cuando leí su magnífico epistolario a Gimferrer. Esa fascinación permanece intacta en quien relee las palabras que siguen, quince años después. Y más importante: al menos para este lector, aquella interpretación metafórica de hace tres lustros sigue latiendo poderosamente en ellas.

Carta de Octavio Paz a Pere Gimferrer (escrita en la ciudad de México, el 24 de enero de 1997). Fragmento
[…] Hay también la cuestión espinosa del “ángel de la coprofilia”. Amo los excesos pero las metáforas audaces que envuelven a esa práctica con una luz sulfurosa y, hay que decirlo, inocente, no me reconcilian. He leído cientos de novelas libertinas y te confieso que ciertas páginas de esos libros provocan en mí una invencible repulsión. Pero no condeno esos pasajes por lo demás con aciertos admirables, sino que los aparto de mí. Mis reacción es física, no moral ni estética. 
(Sobre el lugar del excremento y de los hedores en la imaginación y la sensibilidad humana he reflexionado varias veces, sobre todo durante una visita, hace unos diez años, a una ciudad casi abandonada de Rajastán, en donde nos alojamos en el antiguo palacio de los señores, hoy vuelto hotel. La inmundicia de las calles y de muchas antiguas residencias, hoy ocupadas por familias miserables, contrastaba de manera violenta y obscena con la belleza de algunos edificios y sus pinturas. La habitación en que nos alojamos Marie José y yo, los muros y el techo cubiertos de espejos diminutos –fantástica multiplicación de los cuerpos– y las vitrinas repletas de pequeños frascos de perfumes, hoy evaporados, nos pareció como habitar en la casa misma de los aromas. Y todo rodeado, afuera, del hedor: la muerte. Escribí unas notas sobre esta experiencia y, si la enfermedad al fin me deja, me propongo darles forma y publicarlas. Creo que te interesarán.) Perdona este interrupción y perdona también mi franqueza. Tenía el deber de decírtelo. Y apenas lo digo, agrego: esto no empaña tu poema. Si me es difícil seguirte en esos atrevimientos, no lo es decirte que mis escrúpulos no son morales y estéticos: son una sensación y nada más. En fin, Mascarada es una obra singular, a un tiempo negra y luminosa; una obra única en la poesía moderna de este tercio final del siglo. Un texto como la aparición en una solitaria calle nocturna de una figura con el rostro absolutamente blanco en un traje flotando y absolutamente negro.

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El retrato de Paz que abre este post es de Juan Rodrigo Llaguno; el de Gimferrer, de Carles Mercader, y lo tomo prestado de http://bit.ly/1NQgAgP; la foto en que aparecen juntos Paz y Gimferrer procede del diario ABC, y está en http://bit.ly/1RRJGeu; la imagen del mapa de Rajastán pertenece a la Wikipedia; por último, la foto de grupo que acompaña esta nota es del año 1982, y fue hecha en Madrid; aparecen en ella, en el orden de siempre, Jaime Salinas, Gimferrer, Paz, Jaime Gil de Biedma y Luis Rosales; la tomo prestada de la página de Planeta Libros en Flickr, http://bit.ly/1Nkgk6L 


Más sobre Octavio Paz en este blog:
La voz del poeta en su contestadora automática, http://bit.ly/1fCpu0p
Unos de sus retratos más afortunados, http://bit.ly/1DCO5Jl
Su gato, que rasguñó a Lévi-Strauss, http://bit.ly/TAg6AJ
Juan Miranda lo retrata en el velorio de Rulfo, http://bit.ly/XJsi1s


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