La semana pasada conocí a Fernando Fernández. No se crea que me he vuelto loco, ni siquiera que he caído en la tentación de ensayar un ejercicio de doppelgänger. Mi homónimo, Coordinador General de Extensión de la Universidad de Alcalá de Henares, es de carne y hueso.
Nacido en la vecina Guadalajara, Fernando Fernández publicó en los años noventa la edición facsimilar de un manual de esgrima (Llave y gobierno de la destreza) escrito por un hombre que posiblemente tuvo un enfrentamiento con Quevedo. Eso sí: al revés que yo, insiste en añadir su segundo apellido: Lanza. Y es que en España llamarse como él y como yo es algo nada infrecuente.
Nacido en la vecina Guadalajara, Fernando Fernández publicó en los años noventa la edición facsimilar de un manual de esgrima (Llave y gobierno de la destreza) escrito por un hombre que posiblemente tuvo un enfrentamiento con Quevedo. Eso sí: al revés que yo, insiste en añadir su segundo apellido: Lanza. Y es que en España llamarse como él y como yo es algo nada infrecuente.
Un puñado de Fernando Fernández españoles han alcanzado la fama y todos han sentido la necesidad de distinguirse con diversos procedimientos: el filósofo Fernando Savater, por ejemplo, omitiendo parte de su apellido paterno; el actor Fernando Fernán-Gómez, partiéndolo a la mitad; uno de los más conocidos cronistas taurinos, Fernando Fernández Román, añadiendo siempre su apellido materno.
O al estilo gitano: Fernando Fernández Monje y Fernando Fernández Pantoja se llamaban los extraordinarios cantaores flamencos conocidos simplemente como Terremoto de Jerez, padre e hijo.
Así que de vivir en este país, siquiera por diferenciarme de la multitud mis homónimos, tendría que utilizar el apellido de mi madre: Figueroa.
Si desde niño supe de varios Fernando Fernández mexicanos (el más conocido fue el cantante llamado el crooner de México), nunca había sabido de alguien que, sin ser alguno de mis hermanos o tener necesariamente mi nombre de pila, tuviera mis dos apellidos.
Las cosas cambiaron cuando vi The Searchers de John Ford, uno de los clásicos indiscutibles de la historia del cine.
Más allá del ecuador del película, John Wayne, que encarna al personaje protagonista, va a una “cantina” en la frontera con México donde ha de encontrarse con un hombre que conoce el paradero de la niña secuestrada a la que está buscando. “I am this man, señor”, le dice a Wayne ese hombre, que es una mezcla perfecta de bribón y terrateniente, el cual se presenta diciendo: “Emilio Grabiel [sic] Fernández y Figueroa, at your service for a price, always for a price”. A sus espaldas, mientras en español mi tocayo de apellidos dice: “¡Tequila para todos los señores!”, aparece bailando y tocando unas castañuelas una morenaza quien escucha de Fernández Figueroa, como si estuvieran en el Café de Chinitas y no en un desolado desierto de Norteamérica: “¡Carmen! Afuera, a la cocina, con tu tía, vete”, a lo que el cantinero añade, también en español: “Lárgate, atarantada”.
El brindis, que se lleva a cabo con un supuesto tequila de color ambarino, no tiene desperdicio: “Salud”, dice mi pariente de apellidos, a lo que Wayne contesta, algo desconcertantemente, siempre en español: “Y pesetas”, y Fernández Figueroa: “Y tiempo para gastarlas”. Y todavía Wayne: “Siemprrre”. El cantinero remata, ya en plan sublime: “Olé”. Al final, Wayne ensaya una definición arriesgada: “«Cicatriz» is mexican for scar”, y al acabar de decirla arroja al fuego de la cocina el contenido de un vaso y provoca una pequeña explosión, como si hubieran estado bebiendo aguarrás y no tequila.
Confieso que la primera vez que vi la película no entendí el sentido del nombre de ese personaje y me quedé con la agradable sensación de tener un pariente, por despreciable que pareciera, en ese lugar, en esa película, en ese director. Al día siguiente, como pensando en otra cosa, caí en la cuenta: llamándolo así, John Ford hizo un homenaje, entrelazándolos en uno solo, a los dos nombres más conocidos del cine de México: Emilio “El Indio” Fernández y Gabriel Figueroa.
Me gusta pensar que para distinguirme de la multitud de Fernando Fernández que hay en España, si viviera aquí mi nombre cobraría un irresistible sentido cinematográfico.
si no utilizo el primer nombre soy mi padre (muy mal si se piensa que en 19 años no hemos hablado)
ResponderEliminarpero si lo utilizo es el del mejor catcher de los yankees