El Parque Asturias de la ciudad de México tiene tres campos de futbol: dos de tamaño natural, llamados Molinón y Buenavista, y uno pequeño, para niños, conocido como El Campín. En éste comenzó, a los nueve años de mi edad, mi carrera futbolística.
Lo que no es poco decir: es muy posible que yo haya sido el mejor centro delantero suplente que hayan visto nunca aquellas canchas. No es que fuera malo: es que no me metían. Lo que explica que en los cinco o seis años que jugué no haya logrado meter más que dos goles, ambos de rebote.
Los equipos tenían nombres tomados de la orografía, la toponimia y la vida cotidiana de los asturianos: Río Cares, Cachapu (que es, como se ve en la foto, un recipiente de madera donde se guarda la piedra de afilar la guadaña), Arrancatapinos (tapín es un trozo de tierra con raíces), incluso Panoyos (mazorca de maíz malograda pero también... tonto). El mayor de mis primos, que fue un defensa central todo pundonor y coraje, jugó en el Sporting Covadonga y acabó sus días en el Orbayu (la famosa lluvia fina característica de Asturias), que tuvo algunas gloriosas temporadas y vestía de negro, con un paraguas bordado en el pecho a manera de escudo.
Hacia la mitad de los años setenta, un asturiano tocado con una gorra más propia de detective que de entrenador, todo vellos y rubieces, más alto que la cima de Peña Blanca, fundó el Río Navia y lo atavió como la Holanda que bajo el apodo de Naranja Mecánica había asombrado a todos los niños del planeta, fueran asturianos de México o no.
Como todos los grandes centros delanteros incomprendidos, a lo largo de mi carrera jugué muy pocos minutos. Eso sí: en muchos equipos. Empecé jugando en el Sueve (sierra en el litoral asturiano), que vestía de amarillo y azul, como lo prueban las fotos que acompañan esta entrada, y que son del domingo de marzo de 1973 que estuve con el equipo en el Estadio Azteca.
Es posible que, de buenas a primeras, mi juego de toque rápido y desmarque inmediato causaran alguna impresión favorable porque durante aquel primer año llevé el número 8, aunque ya entonces estuve prácticamente toda la temporada en la banca.
¿Cómo no iba a ser así si la estrella de aquel Sueve era nada menos que Miguelito España, quien se convertiría en uno de los más sólidos futbolistas mexicanos, inamovible durante años en la selección nacional?
Después de un discreto paso por el Covadonga, me vi formando parte, ya en las canchas para mayores, del equipo del que guardo los recuerdos más vivos: el Bable (nombre del dialecto del latín hablado todavía en Asturias). La cosa quizás se deba a que, sentimental de mí, en esas temporadas descubrí aquellas verdades propias de la adolescencia que son tan dolorosas porque nos asaltan con los pantalones cortos y nos dejan la sensación de que perdemos sin la oportunidad siquiera de entrar al campo y jugar. Vestíamos a rayas verticales, de negro y miel, y éramos tan malos y de paso tan pocos que una temporada conseguí volver a llevar (siempre en la banca) el número 8. Mi apego a esos recuerdos me hace incomprensible que para algunos la palabra “bable” resulte inexacta o cosa peor.
Mis últimos tiempos de goleador ignorado pasaron sin pena ni gloria, ya en las filas del Cuera (que es otra sierra, ésta más al oriente de Asturias, limítrofe entre los concejos de Llanes y Cabrales), de azul y rojo, sin que mi astro futbolístico se atreviera nunca a brillar.
Supongo que no tengo que decir que creo que el Centro Asturiano me sigue debiendo un partido de despedida. Vaya, porque comprendo que el de homenaje quizás sea demasiado.
(Las fotos del cachapu y de las sierras de Sueve y Cuera fueron hechas el fin de semana. La de Cuera la tomé desde el pueblo de Asiego de Cabrales).
Esos sustos se los gana uno por ver primero las estampitas en lugar de leer el texto que las acompaña. Luego del 4 a 1 en tierras poblanas y los desvaríos del Vasco Aguirre, me dije a la vista de la primera de las fotos: "¡lo que me faltaba mi compa azul, tiene pasado americanista!, ¡si hasta se parece al Borjita!" Ya luego cuando leí de que va la entrada me volvió el alma al cuerpo. Que suerte tuviste de compartir cancha con el Miguel España, yo a lo más que llegué fue a conocer a uno que jugó el torneo de futbolito Bimbo con Manuel Negrete. Me apunto para hacerla de “punta por derecha” en tu partido de despedida, aunque no prometo aguantar más de 10 minutos.
ResponderEliminarEnrique
Buenísimo tu comentario, querido Enrique, muchas gracias. Desde luego te tomo la palabra para que ocupes la punta derecha de mi equipo en mi partido de despedida, que vestirá sin duda del azul que sabemos, aunque corramos el riesgo de que nos confundan con el Río Sella o el Principado de la Liga del Parque Asturias. Lo de Borijta, la vista no te engaña: exactamente así me decían. Te mando un abrazo muy cariñoso.
ResponderEliminarHey me llamó mucho la atención la foto con el uniforme del Sueve y leí tu escrito, me parece muy bueno ya que yo jugué más o menos por las mismas fechas aunque más por el 85' pero me hiciste recordar muchas cosas! jajaja...
ResponderEliminarYo jugué en el R. Madreña y en el Covadonga y mi historia fue diferente porque a mí me fue un poco mejor que a tí! jajaja... pero al final todo quedó en el campin (D y C) y hasta la B y A del ya felizmente recordado parque Asturiano.
Actualmenete vivo en Gijón y lo más parecido a esos recuerdos que tengo son unas madreñas!!!
Saludos.
Mauricio Diago.