viernes, 1 de marzo de 2019

El maestro de ética (poema)

Daba clases de ética y lógica en la preparatoria, el Centro Universitario México (CUM). Su nombre, Roberto Alatorre, al que solía añadir su segundo apellido, Padilla, aparecía en la portada de un libro de esos temas que es posible que para aquellos tiempos ahora algo remotos fuera ya una antigualla incluso para alguien como él. 
Un día hizo en clase un comentario que me sumió en reflexiones nunca del todo resueltas, al grado de que más de cuatro décadas después, la mañana de un sábado de 2015, escribí de un tirón el poema que justifica este post. Es verdad que para entonces un feliz párrafo de Maeterlinck, del cual me ocuparé en una entrega futura de Siglo en la brisa, había dado un nuevo curso a mis meditaciones sobre el caso, con una perspectiva apenas literaria, si se quiere, pero estimulante y novedosa al menos para mí. “El maestro de ética” es uno de los cuatro textos largos que dan estructura a Oscuro escarabajo, mi nuevo libro de poemas, el cual circula desde principios de noviembre bajo el sello de Ediciones Monte Carmelo.

El maestro de ética

El maestro de ética
decía de los pájaros, de los humildes pájaros,
que hacían sus nidos desde siempre
perfectos pero idénticos, estúpidamente
idénticos.

De los pájaros, sí,
de los que al alba cantan
en tanto me despierto,
                                    que porque nace el día,
y los que por la tarde pían
sin más razón que porque cae el sol.

A mí me preocupaba aquel extraño género
de pensar, y desde entonces
ya veía a los pájaros,
        a los humildes pájaros,
a los que cantan día y noche,
con una rara mezcla de embeleso
y compasión.

Muchos años después
me doy cuenta de que acaso eso decía,
el maestro de ética,
por ejemplificar la superioridad del hombre
sobre los pobres pájaros, superioridad, me temo,
en la que no creía:
                             era grave, hierático,
como de otro tiempo y edad;
                                              y no dudo que tuviera
alguna fe en el hombre, pero una fe sin práctica
ni verdad,
   una fe excesivamente dogmática;
porque los hombres no son mejores,
y quizás lo sabía el maestro de ética
–quien se pintaba el pelo con un negro subido,
jamás mudaba el gesto
como de pocos amigos, y con ninguno hablaba nunca,
ni siquiera con ningún
otro maestro.

A la escuela llegaba
en un Impala gris,
                            uno de aquellos automóviles
que se miden por la eslora
y la lámina,
iquiera﷽﷽ de temo que teno
erezo
gigante de otras bajo
                   y en alguna ocasión,
unos años después de salir de la preparatoria,
lo vi en la calle un día al volante
del mismo Impala idéntico,
                                           una lancha excesiva y aparatosa
(siquiera por contraste con el progreso
del parque vehicular);
                                  era él, qué duda cabe
de que era él, pero más pálido
–un tanto fantasmal
                                  y enjuto, los ojos ya arrasados
por el tiempo que pasa
y las manos en el volante, las manos de gigante
de otras épocas,
y el pelo ya sin pintar.

Y como siempre fui porfiado,
                                             alguna vez
en un recreo largo
fui a preguntarle, al maestro de ética, al corredor
del tercer piso de la escuela,
el de más arriba,
                          donde él se refugiaba
a la vista de todos durante aquel recreo
mirando siempre al patio,
qué cosa exactamente quería decir con aquel extraño
género de pensar.

Las manos en la baranda, mirando sin mirar
el patio pletórico
de muchachos confundidos y revueltos, sin perder
una sola molécula
de hieratismo o gravedad,
                                          me oía preguntarle
qué quería decir con aquello de los nidos de los humildes pájaros
estúpidos e idénticos.

Pero él nunca pasaba de ahí:
se ve que alguna cosa había en ello,
una cierta distancia de la cual
ya no podía regresar,
                                  y entonces insistía, el maestro
de ética, en la misma idea idéntica,
sin dar explicaciones ni ejemplos –de aquellos que valoran
los que estudian
y se dejan fácilmente
impresionar.

Y como yo guardara
silencio, él adoptaba a su vez
                                                una mudez más recia,
siempre en contraste con el pajarerío del patio,
aquellos muchachos confundidos y revueltos
en el recreo de abajo
sobre los que él reinaba,
                                       el maestro de ética,
con su presencia severa,
el arrendajo de su ceño suspendido en el tendido eléctrico
de su callar.

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Más sobre Oscuro escarabajo en este blog: 
Primer ejemplar, https://bit.ly/2SWcER8

Otros poemas en Siglo en la brisa:
Milagro en la playa, http://bit.ly/W7y222
Paloma y no, http://bit.ly/lKlTwP

Más sobre el Centro Universitario México (CUM):
Caricaturista (1979-1980), http://bit.ly/1SZf0c3
La Revolución y el fracaso educativo en México,http://bit.ly/hbMJUo
Borges y el prestigio del sistema decimal,http://bit.ly/1fdQ6RC
Colegas humanistas, http://bit.ly/1XAI4YH

1 comentario:

  1. El maestro de ética, un viaje al cuadrilatero de popocatépel, centenas de jóves pajarillos. Nostalgía de salones con más de cuarenta intentando captar un poco de esa actual deslavada y ausente clase de Ética.

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