viernes, 19 de enero de 2018

Alberto Kalach: dos cabañas frente al mar

¿Para qué sirve la arquitectura? Algo que no me esperaba me arrebató violentamente la felicidad apenas el segundo día de 2018 y me llenó de un intenso dolor. Aunque no tenía ganas de nada, proseguí con el plan que había previsto y viajé a la costa de Oaxaca a conocer las dos cabañas que acaba de construir Alberto Kalach.
Durante cuatro días y tres noches realicé una áspera inmersión interior para la cual el sol, el mar y los espacios móviles y flexibles de las cabañas de mi amigo sirvieron de acompañamiento. También, en cierta medida, de curación. Aunque la tristeza no me ha abandonado, la estancia a la orilla del mar y el estímulo del trabajo de mi amigo arquitecto me han servido para devolverme al camino, lastimado pero entero. Estos días empiezo a redactar un texto que formará parte de un ambicioso libro que se prepara sobre su obra.
El lugar es una enorme playa de mar abierto extendida de oriente a poniente, un arenal poblado de vegetación actualmente casi vacío que aloja apenas dos referentes, distanciados entre sí: la Casa Wabi, del arquitecto japonés Tadao Ando, y el Hotel Escondido. Hacia el extremo poniente de la playa, Kalach levantó dos cabañas que han resultado una verdadera declaración de principios. Su propósito es establecer un diálogo cabal con el clima y los materiales locales; como consecuencia de ello, un intento de entender cuál es la manera más apropiada y perdurable de ocupar armónicamente el lugar. 
Así, además de trazar las cabañas, Kalach ha redibujado el jardín que las envuelve, haciendo una composición espontánea y llena de intenciones que se propone mantener la feracidad e incluso la acritud característica de la vegetación de la zona. No menos que todo esto, le ha servido de referente e incluso de contrapunto la propuesta del famoso arquitecto japonés, que ha levantado en el ardiente trópico mexicano, literalmente sobre la arena, un esplendoroso palacio de concreto.
La cabaña es una caja de madera de planta rectangular de siete por catorce metros, montada sobre una plataforma ligeramente separada de la arena por ocho pilotes de concreto. No sólo está levantada a casi un metro de altura, como un hórreo, sino que puede abrirse a los cuatro vientos: por los lados largos del rectángulo, con puertas corredizas de madera de palma; por los cortos, con puertas plegables del mismo material. El efecto combinado de la distancia del suelo y los espacios aireados por todos los costados da a la cabaña una sensación de ligereza que evoca la de una embarcación. Además, como la plataforma es más extensa que la caja habitable, por los cuatro lados del perímetro corre un pasillo exterior que rodea la cabaña, por el cual se puede circular como si fuera la cubierta de un barco.
Lo más notable de las cabañas es la manera en la que Kalach ha resuelto el techo. La natural necesidad de inclinarlo para recibir las aguas de la lluvia lo llevó a proponer una solución que se nos aparece, vista desde afuera, como colmada de encanto. Las dos vigas dobles que sostienen de manera longitudinal la cabaña por debajo, las que están asentadas sobre los pilotes encajados en la arena, tienen su correspondencia con las dos vigas dobles que reciben la techumbre. 
Estas vigas están dispuestas con inclinaciones opuestas, de tal forma que el techo sufre una suerte de torsión, que es la firma más graciosa y aun hermosa de la fábrica. El resultado es parecido al de una txapela vasca sobre la cabeza de un hombre de campo que mira al mar: ligeramente más abierta del lado por el que nace el día, cuando la naturaleza misma, incluso en la costa de Oaxaca, pide el calor del astro mayor y la cabaña exige un baño de luz; y cerrada ligeramente por el lado por donde se mete el sol, para protegerla cuando el fuego del trópico arroja sus llamaradas más inclementes.
Parte de lo más admirable es que las cabañas, observadas desde lejos, apenas asoman por encima de la vegetación, cumpliendo de esa manera con el objetivo implícito de la filosofía que las sostiene, el de ser lo menos invasivas del entorno. Es más, vista del lado de la rompiente, con el mar a nuestras espaldas, la línea de la torsión de la primera cabaña, que está adelantada respecto de la segunda, hace un ligero retoque a la unánime línea del horizonte al grado de casi pasar completamente desapercibida (como se aprecia en la foto).
Cada cabaña tiene previsto un cajón de agua, que hará las veces de pileta. La primera cabaña, en la que yo me quedé, fue hecha con un cierto sentido experimental; algo salió mal y lo que iba a ser el cubo de agua quedó convertido en un estanque de ranas. 
La primera noche, aunque casi no pude dormir, las advertí apenas; las dos noches que siguieron tuve que oír los incesantes reclamos o gozos o lamentos de las ranas, que se mostraron en cambio bastante frías con respecto a lo que estaba pasando en mi interior. A la luz del día, en cambio, cuando tuve tiempo y disposición para escuchar sus historias, ellas optaron por mantenerse casi siempre en silencio.
A lo largo de mi duro diálogo interior, varias veces me pregunté, en ese lugar y en aquellas condiciones, sintiéndome como me sentía, para qué sirve la arquitectura. La misma pregunta se mantuvo en mi cabeza cuando visité la Casa Wabi, en el extremo opuesto de la playa. No olvido que Kalach dice algo al respecto a Juan Palomar, en la entrevista que también formará parte del libro en proceso: sirve para exaltarnos, para hacernos sentir bien, para sacar lo mejor de nosotros. Yo me lo pregunto al reflexionar sobre la cabaña de Kalach, ahora que he habitado su singular espacio levantado sobre la arena, a unos metros de distancia del lugar en el que rompen las olas, en medio del jardín ideado para envolverla. Puedo responderme, al menos en principio, que regresé aliviado de las horas difíciles y solitarias que pasé en ella. Y acaso pueda añadir algo más en el futuro inmediato, aunque me doy cuenta de que, por el momento, debo meditarlo un poco más. Me adelanto a las conclusiones para compartir algunas de las fotografías que tomé esos días.

_________________
Kalach, ca. 1986.
Foto: FF
Todas las fotos que aparecen en este post son de mi autoría. Queda prohibida su reproducción, si no es con permiso expreso.

Más sobre Alberto Kalach en este blog:
Barragán, el hombre libre, http://bit.ly/2pShTlB
Un jardín para Luis Barragán, http://bit.ly/2moCVHq
Una foto de Alberto Kalach, http://bit.ly/1oaQvyR
La obra maestra de Carlos Mijares, http://bit.ly/1pVjqTH
Recados memorables, http://bit.ly/1zOOkzz



No hay comentarios:

Publicar un comentario