En la mesa largamente dispuesta
a lo ancho del escenario podía reconocerse a algunos poetas famosos. En medio
de ellos, resplandeciente, con el rostro erguido y una inamovible sonrisa,
estaba Borges. Aquella noche de agosto de 1981 yo tenía 17 años y hacía no
mucho había descubierto al gran escritor argentino. Es verdad que antes que sus libros me llamaron la atención su entrañable figura de anciano ciego, su sentido del
humor y la originalidad de sus opiniones, y ya entonces me dedicaba a perseguir todo
lo que tuviera que ver con él: desde poemas y relatos sueltos hasta aquellas notas
periodísticas que daban cuenta de sus inusitadas declaraciones y sus andanzas
por países exóticos.
La mañana de aquel día mi padre había interrumpido su desayuno
frente al Excélsior desplegado en la
mesa de la cocina para enseñarme lo increíble: un anuncio que decía que Borges iba
a participar aquella misma noche en una lectura pública en la Sala Ollin
Yoliztli. Casi de inmediato nos lanzamos Periférico arriba con la seria
preocupación de que se hubieran acabado los boletos.
Fuimos
de los últimos en comprar un par de entradas pero unas cuantas horas más tarde
éramos los primeros en entrar al auditorio, por lo que pudimos sentarnos muy cerca
del escenario, quizás en la quinta o la sexta fila. Cuando todo estaba listo
para que empezara la lectura y un creciente rumor de expectativa se elevaba de
todos los rincones, un organizador vino a pedirnos que nos moviéramos un
asiento a nuestra derecha, hacia el pasillo central de la Sala, porque en el
extremo izquierdo de esa misma fila iba a sentarse María Kodama. Torcí el
cuello y allá vi a la futura viuda del poeta, encorvándose como para hacerse más
pequeñita y meterse en el lugar que acababan de conseguirle.
En medio de
un aplauso atronador, Borges apareció llevado del brazo de alguien, encabezando
un grupo de escritores entre los que estaban Günter Grass, Allen Ginsberg,
Vasko Popa y Octavio Paz, y fue conducido hasta su lugar en la mesa. Nada más acomodarse
en su sitio, el poeta beat, que
llevaba en las manos una misteriosa caja de madera, encajó no sé de qué forma
una varita de incienso y le dio fuego.
De aspecto más
bien hosco, Grass miraba hacia el público con ese gesto característico suyo que se fue acentuando con los años, y que da la impresión de que su integridad depende de la fuerza con la que aprieta el
tupido bigote con todos los músculos de la cara. Es curioso pero de Paz, salvo
que estaba en la mesa, no tengo ningún recuerdo de aquel día. Los otros poetas
eran Joao Cabral de Melo Neto, Andrei Voznesenski y Homero Aridjis (el más
joven del grupo, quien me temo que se arrogó el derecho de participar en la magna
lectura por ser uno de los organizadores).
Tampoco recuerdo
quién dio la bienvenida a nombre de las instituciones que convocaban a aquella
“Noche Internacional de Poesía”, como fue llamada, o si más bien lo hizo
Beatriz Sheridan, contratada para leer las traducciones de los poetas que no
eran hispanoparlantes, pero recuerdo perfectamente que fue la actriz quien, cansada de
que el público aplaudiera cada intervención de cada uno de los poetas y luego volviera a hacerlo
cuando ella leía, solicitó con acritud al respetable que no aplaudiera
sino una sola vez por poema. No sólo se llevó una sonora rechifla, sino que
consiguió que a partir de entonces el público rompiera en aplausos ruidosamente
todas las veces que le vino en gana.
Conservo el
programa impreso de aquella noche así que puedo decir sin temor a equivocarme
que los poetas participaron en este orden: Borges, Günter Grass, Aridjis y
Ginsberg en la primera parte; después del intermedio, Popa, Cabral de Melo Neto
y Voznesenski. Cerró Octavio Paz. Ya desde las primeras intervenciones pudo
oírse que afuera de la Sala había mucha gente que se había quedado sin boleto.
Ignoro si fue porque los organizadores no pudieron controlar la situación o
porque decidieron actuar con tolerancia y abrir las puertas, pero el público desairado
aprovechó el intermedio para irrumpir en la Sala, primero poco menos que
jubilosamente, y luego, en cuanto vio conseguido su propósito, con un silencio
que tenía algo de religioso, se fue acomodando en donde pudo hasta no dejar un
milímetro de espacio libre.
Cuando
llegó su turno, con un bellísimo gesto de iluminado, Allen Ginsberg, al lado
siempre del discreto hilo de humo de su varita de incienso, tomó del piso el
misterioso objeto con que había entrado, que resultó ser un armonio hindú, y se
puso literalmente a cantar sus
poemas. (En este enlace Ginsberg aparece tocando ese mismo instrumento o uno
muy parecido: http://bit.ly/16CV1We.)
Si la
mayoría de las miradas estaban clavadas en Borges, las mías no eran las menos
intensas. Nunca volví a verlo en persona pero durante los años que siguieron vi
su imagen infinitas veces, en todo género de reproducciones. Con el tiempo,
unas imágenes se fueron sobreponiendo a las otras y por eso me explico que 32
años más tarde no recuerde con precisión mis impresiones de tenerlo delante más
o menos una hora y media. Ya para entonces había escuchado un par cosas sobre
su aspecto físico, como aquella frase que oí citar de una mujer argentina que
había conversado con él y que lo encontró “limpio como una gota de agua”, y luego
supe muchísimas más, como el detalle que cuenta me parece que María Esther
Vázquez respecto a que Borges solía llevar consigo un pequeño peine que cabía
oculto en la palma de la mano y de cuando en cuando se pasaba discretamente por
la cabeza.
Con toda
seguridad me impresionaron sus ojos, que solía dirigir hacia arriba en ese
gesto característico de los ciegos, que parecían de color acuamarina y daban la
impresión de ser traslúcidos. También su vacilante manera de referirse a las
cosas más hermosas o sorprendentes con el gesto de quien no está seguro de la
importancia y ni siquiera la verdad de lo que dice.
Como ya conté,
él fue el primero en tomar la palabra. Casi con toda seguridad era el escritor más conocido
de los que participaban en la velada. También el más viejo: 82 años (el que le
seguía en edad era Paz, que era tres lustros más joven).
Salvo una inolvidable
excepción, no recuerdo qué poemas dijo aquella noche aunque de hacer caso al
programa debió de incluir “Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad”. (En
este otro enlace los lectores de este blog
pueden escuchar a Borges diciendo precisamente ese poema: http://bit.ly/lyzbFw.)
Lo que nunca he olvidado es que acabó su intervención pronunciando estos versos
que dijo empezando por el título, sin omitir la dedicatoria, y que desde
entonces me sé de memoria:
La luna
A María Kodama
Hay tanta
soledad en ese oro.
La luna de las noches no es la luna
que vio el primer Adán. Los largos siglos
de la vigilia humana la han colmado
de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo.
La luna de las noches no es la luna
que vio el primer Adán. Los largos siglos
de la vigilia humana la han colmado
de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo.
Nadie previó
lo que podía pasar al final de la lectura en la Sala Ollin Yoliztli, y en vez
de hacer salir a los poetas como habían entrado, con la solemnidad y parsimonia
que los pusiera a salvo de los entusiasmos de los asistentes, en cuanto se dio
por concluida un buen número de personas treparon como pudieron al escenario y se
abalanzaron sobre Borges, que de pronto quedó oculto tras una de esas espesas nubes
de las que habla la mitología, que transportan por los ámbitos más inconcebibles
a los escogidos de los
dioses.
___________________________
La Noche
Internacional de Poesía, que se llevó a cabo en agosto de 1981 en la Sala Ollin
Yoliztli de la Ciudad de México fue organizada por el Festival Cervantino, el
Fonapas y el Gobierno del Estado de Michoacán. Jorge Luis Borges estaba de visita en
nuestro país invitado por el gobierno mexicano, que le otorgó uno de esos premios
sexenales que responden a la ocurrencia de los funcionarios en turno, en aquel
caso el llamado precisamente "Ollin Yoliztli". El año anterior había recaído en Octavio
Paz.
Tomo prestada
la foto que abre este post de http://bit.ly/1bG18fj, donde se da su crédito
de autoría (y se dice que Borges fue Premio Nobel). La segunda imagen es de
EFE. La tercera, en la que el poeta aparece con Paz y Kodama, fue tomada en el
Palacio de Minería.
La desangelada
y errática página en la red de la Fundación Borges exhibe fotos en una
resolución que impide ya no divulgarlas apropiadamente sino apreciarlas siquiera.
Muchas de esas fotos están mejor reproducidas en diversos lugares de la red. Esa
misma fuente afirma que en septiembre de 1981 el poeta argentino recibió el
Premio Oilin Joliztu [sic]. No sólo eso: dice también que Borges estuvo en México en 1976 —es decir que sus
viajes a nuestro país fueron no tres sino cuatro— lo que no es cierto. Ya
Miguel Capistrán contó cuál es el origen de la confusión (Borges en México, Lumen, México 2012, pág. 55-56) y es extraño que
la fundación encargada de velar por el legado del poeta mantenga el error.
Más sobre
Borges en este blog:
En los
baños de San Ildefonso, http://bit.ly/9aenhb
Borges y el
prestigio del sistema decimal, http://bit.ly/17bOcNo
El gomero
de la Plaza San Martín, http://bit.ly/12ON7aX
Una precisión, mi estimado Fernando, Günter Grass ganó el Nobel hasta 1999, por lo que en 1981 solamente era un escritor célebre. ¡Saludos!
ResponderEliminarFernando, gracias comos siempre tus notas son de muy placentera lectura pero, esta en especial me hace sentir a mis casi veinte años, el niño de diecisiete que eras en esa noche, en presencia de tales escritores.
ResponderEliminarEstuve allí hace 35 años y todavía me sé de memoria aquella tarde.Fotos se guardan dentro de atesorados libros en los cuales se cubren y descubren sus poemas.
ResponderEliminarHola Fernando, mucho gusto, mi nombre es Victor Sanchez y te comento que yo también fui con un amigo ese día a esa Noche de Poesía Internacional. Acababa de cumplir 21.
ResponderEliminarEl orden de los poetas en la segunda parte del evento fue el siguiente:
Octavio Paz, Vasko Popa, Andrei Voznesenski y Joao Cabral de Melo Neto.
Encontre un video en Internet de la segunda parte del evento en la Enciclopedia de la Literatura en Mexico (www.elem.mx) y ya adentro de la pagina en buscar escribe: La poesía en nuestro tiempo, y ahí esta el video. No se si ya lo viste pero hasta tal vez aparezcas en el.
Saludos, este es mi mail por cualquier cosa:
victs@prodigy.net.mx
Muy buena tu reseña
ResponderEliminarYo estuve ahi...tuve la oportunidad de saludar a Allen Ginsberg y etrecharle la mano.Soy admirador de la poesía Beatnik y la contracultura.Gracias por la nota.Recuerdos memorables.Saludos
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