domingo, 19 de mayo de 2013

Veinte años (de mi lectura) de Errar


Seguramente podría escribir una mejor nota, explicar con argumentos más eficaces por qué me parece un libro hermoso y conseguido, de qué manera el lenguaje y algunos recursos de la poesía clásica aparecen en sus páginas con tanta frescura y originalidad; menos fácil sería revivir, con el tono exacto de las palabras originales, el entusiasmo que me produjo su primera lectura. Por eso he decidido echarme un clavado al cajón de los viejos artículos y recuperar el que escribí hace dos décadas exactas sobre el libro de Eduardo Milán.
Errar fue publicado por primera vez en 1991 en la colección “Vita Nova” de El Tucán de Virginia, en una edición patrocinada por la Fundación E. Gutman; se trata de un librito de tapas azules y apariencia más bien frágil que reúne poemas escritos entre 1989 y el año de su salida, y lleva un prólogo de su editor, Víctor Manuel Mendiola (“¿Rehabilitación del Significado?”).
El volumen habita en mi librero al lado de un hermano suyo ligeramente más joven, que vio la luz en 1993 con idénticas características editoriales y bajo el título no menos acertado de La vida mantis. El jueves pasado un grupo de escritores (Luis Felipe Fabre, Nicolás Cabral, Maricela Guerrero) convocados por el editor, narrador y gastrónomo Antonio Calera-Grobet, se reunieron en la Casa Refugio Citlaltépetl para conmemorar la aparición de uno de los mejores libros de la poesía mexicana de fines del siglo pasado. También, para presentar una nueva edición, hecha esta vez bajo el auspicio de Aldus y Mantarraya.
El texto que copio a continuación es un fragmento mínimamente retocado del artículo que sobre Errar publiqué en Viceversa (número 5, julio-agosto de 1993) con el pretexto de acompañar cuatro poemas inéditos de La vida mantis. Mi propósito al rescatarlo ahora es aportar al intercambio de juicios críticos una prueba documental del entusiasmo con el que fue recibido.

Sobre Errar de Eduardo Milán [nota de 1993]
Por FF
El 1991 apareció, bajo el sello de El Tucán de Virginia, un breve libro de tapas azules titulado Errar —una extraordinaria serie de poemas cuya publicación representó un acontecimiento en la poesía hispanoamericana. Su autor, el uruguayo Eduardo Milán (1952) vino a México hace más de diez años y muy pronto se destacó por su facilidad para describir con entusiasmo argumentado la obra de los poetas que le gustan y con violencia la que ha insistido en llamar “crisis” de la poesía que se escribe actualmente en español. Valiente en unas ocasiones y acaso concesivo en otras, Milán puso de moda una forma de hablar de poesía en un país en el que esa crisis es evidente y se traduce en un agotamiento de contenidos y en una vuelta acrítica y sin gracia a las formas clásicas.
Aunque no podemos ignorar que los que se debaten debajo de los poemas de Errar son asuntos graves —el lenguaje en primer lugar, pero también el amor, la soledad, hasta la historia—, el libro produce una sensación de ligereza, como si Milán se hubiera sentado un día a hilvanar, sólo a hilvanar, un material que ya estaba preparado, pensado, acabado… Como si un día se hubiera decidido al fin a contarnos su cuento. Por eso los elementos que aparecen en él —Sinaloa, el Cañón del Colorado, la oreja de Van Gogh— se nos ponen delante con una aparente improvisación y ocupan sus lugares con toda naturalidad, como si el hilo estuviera preparado para ensartar en él los vocablos conforme brotaran. Como si Milán, digámoslo así, hubiera dado con su ritmo, se hubiera puesto a tararear y un día hubieran salido las palabras enamoradas de la seducción de sus notas sin palabras todavía.
En la poesía de Eduardo Milán el problema entre el mundo concreto y el mundo de los signos se resuelve por gracia del ritmo. El epígrafe de Errar, de Félix de Azúa, sugiere que la poesía “ahora no está en nuestra boca”, sino que es “del muerto”. ¿Quién es el muerto? ¿El lenguaje? ¿El poema? El epígrafe funciona porque establece desde el principio que Milán está perfectamente consciente del problema. Pero Errar confirma lo contrario: no existe el muerto o, si acaso, el muerto no es sino el significado de las cosas como las hemos entendido durante décadas, y que aún entonces el lenguaje puede ser poema cantando. Ése es el contenido, la sustancia, el mensaje y allí está el éxito de Errar. Una vuelta al canto, a la canción, al cancionero. Porque ¿a quién le importa que no haya nada que decir si hay tanto que cantar? ¿No existe en la imaginación un lazo verdadero entre el impulso del pájaro desde una rama y una esdrújula, a pesar de lo que diga la lingüística? Y en resumidas cuentas ¿a quién le importan las cuentas resumidas de la lingüística? La poesía no busca la verdad científica: a ella no le importa cómo funciona el microscopio o cuántas lunas tiene Júpiter, ni siquiera qué parte de la boca tiene que ver con la pronunciación de cada letra, porque su materia está en otra parte, en el interior de nosotros mismos, en un lugar movedizo donde no hay certezas definitivas, donde la luz se intensifica y se atempera con un mecanismo para el que la razón no alcanza.
Como todo poeta del canto, Milán es un poeta a la antigua y en su acercamiento a la realidad hay algo de sagrado, como si una parte de sí mismo se traicionara y quisiera creer que la arbitrariedad del signo lingüístico es una afirmación hecha de puros cuentos. Su sintaxis discontinua y caprichosa, pero sobre todo su insistencia en armar sus poemas con voces parientes, unas precediendo a las otras, entrando a fuego y sangre en la jungla de los vocablos, saqueando las familias de las palabras, violando sus significados, demuestran que Milán es un poeta antiguo, un viejo lector del Cancionero picado alguna vez por una vanguardia ahora más lejana que el Cid y tan nutritiva en el mismo sentido en que lo es el octosílabo, la quintilla real, la décima, más que nada por su convencimiento imaginativo de que estas palabras y aquellos vocablos poseen un origen, un parentesco y un significado mayores que los que les otorgan sus propios pesos específicos.
[La nota, que cierra con un comentario sobre el inédito La vida mantis, se refiere a Errar de esta manera: “un libro escrito en respuesta a la crisis como Errar […] es también como un arte poética —en el sentido en el que lo son ciertos poemas de Juan Ramón Jiménez, de Borges, de Verlaine—, […] un todo discursivo cerrado cuyo tema central [es] la poesía, los procesos creativos y la preponderancia del lenguaje sobre las ideas y del ritmo sobre la convicción…”]

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El retrato de Eduardo Milán lo tomo prestado de El Informador de Guadalajara, http://bit.ly/RP32nX, que lo reproduce sin crédito de autoría.

Más sobre poesía en este blog:
Poesía y tradición, http://bit.ly/RjEfdE
Un vistazo a la poesía española de entresiglos, http://bit.ly/X8BSud  
Sobre Andrés Fernández de Andrada, http://bit.ly/9xgKZQ
Sobre César Vallejo, http://bit.ly/yNbYFH
Sobre Fonollosa, http://bit.ly/SNtIEE

Eduardo Milán en Siglo en la brisa:
Dos notas sobre El ciclismo y los clásicos, http://bit.ly/WVnlUp

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