domingo, 1 de abril de 2012

Amparo Dávila en la EME

Fotos de Mario González Suárez
Empecé tomando notas aisladas de lo que decía: una frase curiosa aquí, allá una salida inesperada o chispeante. Cuando el encuentro con los alumnos y los profesores de la Escuela Mexicana de Escritores se puso mejor, más fluido y relajado, me descubrí transcribiendo la mayoría de sus palabras. A partir de entonces, y luego hasta el final de la plática, me cuidé de anotar también lo que le preguntaban, para entender no tanto las respuestas de la escritora como el tono y la intención puestos en ellas. La parte más importante de la conversación tuvo como tema su literatura y sus libros: el origen de su vocación, su método de trabajo, la naturaleza de sus personajes… 
También habló de su amistad con otros escritores, como Julio Cortázar, Salvador Elizondo o Luis Mario Schneider (a la izquierda del grupo, en la foto de autor desconocido al lado de estas líneas), de los años que vivió en París y de sus gatos —algunos de los cuales han tenido nombres de ríos: Nilo, Danubio, Tigris…—. Alguien le preguntó que quién dijo que sus cuentos, en realidad, eran obra de sus gatos, y contestó que fue Juan José Arreola, del que fue vecina en uno de los dos edificios en que ella vivió en la calle de Río de la Plata de la colonia Cuauhtémoc. Dijo que el autor de Confabulario notó que siempre que llegaba a visitarla estaba alguno de los gatos al lado de su máquina de escribir y por eso le dio por sospechar que ellos eran los que escribían sus misteriosos textos.
Como puede verse en las fotos que Mario González Suárez le tomó esa tarde, Amparo Dávila es una octogenaria de ojos rasgados y brillantes. La viveza que mana de su interior contrasta con su pequeña estatura, su figura torcida por los años y su relativa sordera. 
Según una foto que Ricardo Bernal llevaba en un ejemplar de la primera edición de Árboles petrificados, el libro que en 1977 ganó el Premio Villaurrutia, fue una joven de extraordinaria belleza. Ella misma se refirió con buen humor a esa foto, quizás la más conocida de todas las que le han tomado. Según dijo, se la hizo “Salazar”, quien me parece que no puede ser otro que Ricardo Salazar, el más importante retratista de los escritores mexicanos de mediados del siglo XX. Nadie le preguntó las razones de lo que contó sobre esa imagen: ella y el fotógrafo hicieron todo por disimular su embarazo, y ese ocultamiento es lo que justifica que el negro impere en la foto y que ella tenga en brazos a uno de sus colegas felinos.


Copio primero las frases que transcribí al principio y luego las preguntas y las respuestas tal como se fueron dando. Prefiero no ordenarlas para reproducir la forma azarosa en la que se dio la conversación, en la que las preguntas, hechas por una voz singular y colectiva que mantengo anónima, fueron cayendo sin orden ni concierto, unas pocas primero, luego muchas, de manera más o menos continua y uniforme, y por último una que otra suelta aquí o allá.

Frases aisladas
Yo nunca escribo fríamente. Todo lo que escribo es con una gran emoción. Yo sólo he escrito lo que tengo que escribir.

Los seres normales más bien no los conozco, pero eso no sé escribir sobre ellos. No sé cómo serán o cómo pensarán.

Según de lo que yo tenga necesidad, escribo poesía o prosa… Ahorita, nada porque estoy descansando.

No me esfuerzo. Si llega algo, pues llega, y si no pues ya ni modo.

La conversación
—Maestra, ¿se la ha aparecido alguno de sus personajes?
—No, pues no son fantasmas.
—Pero sí cree en fantasmas.
—Sí… Y de niña sufrí mucho. Viví en un pueblo, en una casa con piezas grandes […] Además, como yo tengo mucha imaginación, pues no necesitaba mucho.
—¿Qué piensa de la muerte? ¿Le teme a la muerte?
—¿De quién?
—En general, ¿qué piensa de la muerte?
—Es que no oigo bien. ¿Qué pienso de la muerte?
—Sí.
—Que es uno de los misterios fundamentales. El amor, la locura y la muerte son los misterios fundamentales. El amor porque llega misteriosamente y misteriosamente se va […]
—¿Qué fue de su vida en estos treinta años sin publicar?
—Ni yo misma lo sé, qué fue de mi vida. No. No sabría decir qué fue. Muchas cosas. Vivir sencillamente.
—¿Considera sus textos literatura fantástica?
–No. Yo no los considero como literatura fantástica. Es literatura. Para mí, es literatura.
—¿Qué la llevó a ser escritora?
—Pues haber nacido escritora. Aunque si hubiera sido otra cosa, pues habría terminado siendo escritora.
—[Aquí hubo una pregunta que no copié… Ella dijo:]
—Hay que educarse para saber si lo que está haciendo uno vale la pena o no vale la pena.
—¿Qué opina de la novela Rayuela?
—Yo podría opinar más bien de los cuentos, pero de la novela… Debería yo de estar capacitada. No se puede ser juez de todo, ¿verdad? […] A mí no me interesó escribir para una novela. Se necesita tener algo especial para escribir una novela.
—Sus personajes, ¿escogen la locura?
—¡Pues quién sabe!
—Para el escritor ¿es deseable la locura?
—¡Cómo va a ser deseable la locura! Ya no saber quién se es… No. Yo veo que no es deseable para nadie.
—Al escribir, ¿toma en cuenta al lector?
—Para nada. Nunca he tomado en cuenta al lector. No. Siempre escribo lo que quiero escribir pero no creo que sea para un lector determinado. Quien tiene la mala suerte de leer algo mío, ¡pues allá él!
—¿Cómo es como escritora? ¿Cuáles son sus instrumentos de trabajo?
—Como escritora soy bastante anárquica. No atiendo a reglas ni a nada.
—¿Cuál es su relación con los subterráneo… con la conciencia?
—Pues que yo sepa, ninguna. No. Que yo sepa, ninguna. A lo mejor hay algo inconsciente, pero no sé.
—¿Obstaculizó alguien vez su trabajo o se enfrentó a él?
—No. Nunca. Siempre tuve aceptación y fui estimulada.
—¿Por qué nombró a sus gatos con nombres de ríos?
—Porque me gustan mucho los nombres de los ríos. El Nilo es maravilloso. Me imagino, porque yo no lo conozco, y se ha prestado para muchos bautizos de profetas… Además, los ríos son grandes, caudalosos y muy impulsivos, como los gatos.
—Usted, que fue muy hermosa en su juventud, ¿tuvo muchos pretendientes?
—Sí. Sí tuve muchos. No los voy a negar, ¿verdad?, pero sí, tuve muchos.
—¿Qué necesitaba tener un pretendiente para gustarle a Amparo Dávila?
Ay pues yo ya ni me acuerdo qué necesitaría. Hace tanto años, que ya ni me acuerdo…
—¿Cómo se dio cuenta de que nació escritora?
—Pues porque era lo que hacía. Lo primero que hice fue escribir unos poemitas y pues de ahí me seguí… […] De pronto uno sabe que es escritor. No se necesita mucho trabajo para darse cuenta.
[La pregunta gira en torno a su relación con Alfonso Reyes, y lo que éste le aconsejó cuando ella se inició en el trabajo literario]
—No pertenecer a ningún grupo y ser yo misma. Y ser disciplinada. Decía que no había que acostarse sin escribir tres cuartillas, y yo pues... ¡no escribo en meses! Pero sí aprendí a no encasillarme en ningún grupo y a que nada limitara mi obra.

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Amparo Dávila (Pinos, Zacatecas, 1928) estuvo en la EME la tarde del pasado miércoles, 28 de marzo de 2012. La acompañaron en la mesa los escritores Eduardo Parra Ramírez, Ricardo Bernal y Gabriela Solís. 
Su presencia en la Escuela forma parte de un programa de acercamiento a algunos autores, y del que la primera actividad ocurrió el 8 de febrero de este año con un encuentro con Gerardo Deniz. 
La foto de éste, al igual que la reproducción de la imagen en la que Amparo Dávila aparece retratada con Luis Mario Schneider y otros, son de Amaranta Chávez.

Fragmento de entrevista con Amparo Dávila, producida por el FCE, http://bit.ly/9HdZEI

Más sobre la EME en este blog:
“A la puerta de Salvador Elizondo”, http://bit.ly/9HdZEI

La Escuela Mexicana de Escritores, que está en Francisco Sosa 165, Coyoacán, ofrece también cursos en línea personalizados. Toda la información está en http://www.escuelamexicanadeescritores.com/

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