Hace un par de semanas aproveché la invitación de mi amigo Sabino Yano a una comida en el centro para hacer un levantamiento de las librerías de Donceles. Así que un par de horas antes de mi cita, armado de cuaderno de notas y cámara fotográfica, me planté en el arranque de la calle en el Eje Central.
Si Donceles es el paraíso de las librerías de viejo, es otras muchas cosas más: de entrada, quizás sea la calle de la ciudad de México que tiene el nombre más antiguo de todos los que se conservan, y que según González Obregón ya tenía en 1524, a sólo tres años de la caída de la capital azteca; también, la dirección de algunas instituciones de la cultura mexicana, como la Academia de la Lengua o El Colegio Nacional, y de la política de la Federación, como el Senado, y hasta citadina, como la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Por si fuera poco, tiene dos teatros, una buena cantidad de tiendas especializadas en fotografía, un museo de la caricatura…
Hay esquinas nobles y hasta bellísimas, como la que forma Donceles con República de Chile en la incomparable casa de los condes de Heras y Soto, dedicada hoy a funciones de archivo de la ciudad de México, y en cuyo vestíbulo, al que se entra por Chile, está expuesta la cabeza del Ángel que se hizo pedazos al caer durante del terremoto de 1957.
Pero también, cómo no, las hay detestables, como la que hace el Seven Eleven en la calle de Allende, haciendo muecas a la Asamblea que tiene en contraesquina. Del lado de Allende una placa asegura que en ese solar estuvo la casa donde en 1902 nació Torres Bodet —destino que parece más cruel aun que el cerrado olvido al que ha sido relegada su obra.
Desde algunos ángulos, Donceles ofrece algunas de las vistas más hermosas del centro, sobre todo aquellos desde los que se logra aislar el medio circundante y nos permiten ver los edificios de ahora con los ojos de hace dos o tres siglos, como sucede con el Hospital del Divino Salvador, un antiguo manicomio para mujeres. En realidad, todo ese lado de Donceles, el sur, entre Allende y Chile, es un alarde de belleza arquitectónica en tezontle, la roca volcánica porosa e impermeable que tiene la virtud de guardar el calor y cuyo color rojo quemado, como de sangre seca, ha dado materia a nuestros escritores para simbolizar el destino trágico de una ciudad que vivió uno de los más brutales asedios y valerosas defensas de las que se tiene memoria en la historia moderna.
Uno de ellos es Carlos Fuentes, quien ubicó en esa calle —aunque dándole un numero imposible (815)—, la casona en la que ocurre la acción de Aura.
Cerca del final de Donceles, antes de llegar al Templo Mayor, está la sede del Fonca (Fondo Nacional para la Cultura y las Artes) y delante de ella una de las iglesias más delicadas y hermosas de la ciudad, La Enseñanza, que debe su fachada estrechísima, más de mueble que de inmueble, y quizás su peculiar planta octogonal, a que era el oratorio del convento del que formaba parte.
A La Enseñanza iba mi abuela Fernanda todos los años el día de la Virgen del Pilar, de la que era devota (cf. su relación con el arroz Covadonga algunas entradas antes en este mismo blog).
El resultado de mi exploración de campo, que publicaré en la próxima entrega de Siglo en la brisa con lista de establecimientos y plano de ubicación, rebasa mis expectativas: en los cerca de 900 metros que mide Donceles, según el cálculo que hizo el arquitecto Fernando Fernández Bueno sobre un ejemplar de la Guía Roji, hay nada menos que veinticuatro librerías.
Si extendemos un poco el recorrido, lo que hay que hacer para incluir a la emblemática Porrúa, que está cruzando la calle de Argentina, donde Donceles cambia su nombre por el de Justo Sierra, y llevamos el levantamiento hasta la calle que sigue, habrá que sumar cinco librerías más.
Si extendemos un poco el recorrido, lo que hay que hacer para incluir a la emblemática Porrúa, que está cruzando la calle de Argentina, donde Donceles cambia su nombre por el de Justo Sierra, y llevamos el levantamiento hasta la calle que sigue, habrá que sumar cinco librerías más.
La extensión vale la pena siquiera porque en el camino hasta la Calle del Carmen dejaremos a la izquierda la fantástica fachada de tezontle de San Ildefonso, en cuyos mingitorios vimos hace unas semanas a Borges retratado por Rogelio Cuéllar (véase también una entrada anterior de esta misma página web).
¿El resultado? Veintinueve librerías en una extensión aproximada de un kilómetro. Nada mal para cualquier lugar del mundo. Para México, un paraíso en la tierra. Lo que sin duda palidecerá frente a las cantidades de librerías que se pueden contar, en tramos de pocos metros lineales, en Buenos Aires… Confieso, para terminar, que cada vez me interesa más lo que encuentro en esas librerías, volúmenes que rescato a veces de generaciones de polvo y siglos de olvido, que casi todas las flamantes novedades que veo en Gandhi, El Péndulo o Sanborns.
(En la foto, yo mismo, con el estrecho acceso a La Enseñanza a la derecha de la imagen, poco después de comprar un cd de Daniel Santos. Nótese cómo el personaje que camina en medio del arroyo se lleva al corazón, metido en una bolsa de plástico verde, casi como si fuera algo sagrado, el libro que acaba de adquirir).
¡Qué delicioso paseo! Dan ganas de darse una vuelta por Donceles y hundirse en las librerías ahora mismo. Un saludo desde el sur de la ciudad.
ResponderEliminarHola Fernando! Gracias por compartir tu flaneo librero y diletante. Me encanta Donceles y tus referencias me hicieron pasear también. Un gusto descubrir tu espacio.
ResponderEliminarZindy Rodríguez
El Colegio de México es una preciosidad, sobre todo por dentro--y los baños, muy limpios, hablando de eso--. Fuimos, mi hija y yo, a buscar la casa de Aura...pero la maga la hace desaparecer. Aunque pudimos sentir, cayendo desde lo alto de alguna ventana imaginada, la mirada fulminante de unos ojos verdes. Corrimos. Más adelante, un par de gatos preciosos: uno se dejó acariciar, como si nada; el otro, huraño, se ocultó tras una mesita llena de libros en oferta. En fin, interminables las experiencias de esa calle y las demás del Centro. No necesitamos una playa en la Ciudad, ahí está, nuestra mar inmensa.
ResponderEliminarPatricia Cruz
Leí tu entrada acompañado de un libro que lo tengo desde la década del 90, La ciudad de México. Bellas fotos. Felicitaciones.
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