viernes, 10 de agosto de 2018

Alí Chumacero: dibujos felizmente obscenos

Ya he contado que tuve la suerte de conocer a Alí Chumacero como tutor del Centro Mexicano de Escritores, cuando fui becario de aquella institución en el periodo 1988-1989 (el link, al calce). La primera vez que escribí sobre ello, hace ahora cerca de ocho años, aproveché para publicar un curioso documento: la fotocopia de un texto mío que estuvo en sus manos durante una de las sesiones de trabajo, sobre la cual el gran poeta y editor hizo tachaduras y correcciones.
Levantada la sesión, aquella vez, cuando nos despedíamos, me cuidé de volver sobre mis pasos y recoger de la mesa de trabajo la fotocopia anotada, con la intención, desde luego, de conservarla, pero sobre todo con el propósito de intentar aprovechar hasta el último detalle de cuanto había señalado en ella uno de los lectores más sagaces y experimentados de la literatura mexicana del siglo XX. 
Alí, me di cuenta entonces, no sólo había tachado y corregido lo que le parecía torpe y erróneo sino que había dibujado en los márgenes de las hojas unas simpáticas figurillas, entre ellas tres perfiles, dos de ellos enfrentados, diversos estudios de bocas y narices, y un ratón con una guitarra pulsada con aire divertido y satisfecho. 
Ahora que se han conmemorado cien años del nacimiento del autor de Páramo de sueños e Imágenes desterradas he vuelto los ojos a aquellos dibujos y los he encontrado igual de simpáticos, pero más interesantes, y también, por qué no decirlo, felizmente obscenos. Antes de verlos a detalle, diré todavía algo sobre el poema. Como fueron muchos y atinados los reparos del tutor del Centro Mexicano de Escritores, “Envío”, como se llamaba el texto entonces, quedó fuera de la plaquette que armé al poco de acabar el periodo de la beca, El ciclismo y los clásicos (Los Cuadernos de Malinalco, 1990). 
Más de veinte años después, cuando el editor Miguel Ángel de la Calleja hizo la segunda edición de aquella serie de poemas, me pareció que el texto no era peor que los que sí habían sido incluidos así que procedí a restituirlo al lugar adonde cronológicamente pertenece (Parentalia, 2012, pág. 7). 
No fue en vano, desde luego, cuanto reprobó Chumacero a finales de la década de 1980 por lo que versión final del poema tiene algunos cambios tomados de su consejo. Por mi parte, hice otros, empezando por el título: no fue ya “Envío”, sino, en la línea imperante en el resto de los poemas, “Exhorta a una hermosa conocida suya a dejar la doncellez”.
Chumacero se presentaba en las reuniones de la pequeña casa del Centro Mexicano de Escritores invariablemente reidor y dicharachero, como se dice que fue siempre. Yo tengo los mejores recuerdos de su afabilidad y bonhomía. Simpático y flexible, lo cual era más evidente porque el otro tutor, Carlos Montemayor, era exactamente lo contrario, el poeta, que por entonces arribaba a los setenta años, tenía ya el pelo totalmente blanco y todavía usaba esas características gafas de pasta negra, rectangulares, de gran tamaño, que hacían más interesante el corte triangular de su rostro moreno.
Becarios del periodo 1988-1989 del Centro Mexicano de Escritores.
A la izquierda, arriba, el poeta Jorge Fernández Granados.
Siempre de traje y de corbata, Alí acomodaba su enorme humanidad a una de las cabeceras de la mesa del comedor de la casita que ocupaba el Centro en la colonia Villa de Cortés, y asistía, monolítico y estupendo y en perfecto silencio a aquellas interminables y soporíferas lecturas de sus jóvenes aprendices. De cuando en cuando, se las arreglaba para echar una siesta, todo lo discreta que se quiera y sin perder nunca un solo milímetro de contención y derechura. Eso sí, cuando le tocaba opinar, lo hacía con voz viril, de frente, al detalle y sin perder nunca de vista cuanto le parecía relevante. 
Como verá quien se asome a las fotocopias de mi poema, Alí anotaba problemas de ritmo y sintaxis, hacía ver el abuso de ciertas palabras, recomendaba renunciar a peripecias formales injustificadas, sugería evitar las rimas que le parecían involuntarias y aconsejaba acudir a los metros italianos cuando los becarios nos acercábamos a ellos, a veces sin darnos cuenta. Para las discusiones de filosofía creativa, la pertinencia o no de temas y maneras de abordarlos y otras florituras literarias, para eso estaba allí, debidamente rígido y solemne, Carlos Montemayor. En realidad, estoy convencido de que todo el numerito le producía a Alí una perfecta pereza, y ya entonces yo me daba cuenta de que no le faltaba razón.
Otra cosa es lo que se diría para sus adentros. Ahora que veo de nuevo la fotocopia del poema que estuvo en sus manos se me ocurre una lectura de los dibujos que dejó plasmados en ella. Imagino a Alí meditando sobre lo que decía mi “Envío”, calificando de inútiles los rodeos en los cuales se complacía mi poema, y acaso diciéndose, como me parece que permiten suponer los trazos que hizo distraídamente sobre los márgenes de la hoja, que con los problemas amorosos como los que planteaba la elusiva Fabiana había que dejar de lado los escarceos perifrásticos e intentar una suasoria más directa y carnal. 
Díganlo, si no, la nariz de uno de los dos personajes de la derecha, la cual se prolonga hasta convertirse en un falo, disimulado a continuación con unas antenas que le dan un aspecto de oruga, y el evidente sexo femenino que aparece debajo de ella, trazado con conocimiento de la materia e indudable pericia. 
A la izquierda, como si fuera el espíritu chocarrero siempre e incluso burlesco de Chumacero, un simpático roedor celebra la feliz ocurrencia con notas divertidas y entusiastas.
_________________
Centro Mexicano de Escritores, 1989.

Los retratos de Alí Chumacero proceden de la red, donde se ofrecen si crédito de autoría. El que abre este post proviene de https://bit.ly/2AQecYh; la foto en la que también aparecen Octavio Paz y Marie-Jo Tramini, de https://bit.ly/2LXNFgx.

“Becario”, https://bit.ly/2uic9Wp

Más poemas en este blog:
Tres poemas de El ciclismo y los clásicoshttp://bit.ly/Ucscgb
Contra los barbados de este tiempo, https://bit.ly/2M2gmID
Un poema de 1991, https://bit.ly/2vKy1tV

viernes, 3 de agosto de 2018

Leandra (Quijote I-LI)

Leandra
Quijote I, capítulo LI
A Xavier Pascual Aguilar

Todo el bosque
       repleto de las voces
de los enamorados ocultos tras los árboles
diciendo el nombre
de Leandra;

todo el día y toda la noche,
Leandra, Leandra;

cada sombra de sauce, cada margen
de arroyo
esconde alguna voz que va diciendo el nombre
de Leandra;

y las voces de los enamorados
encantan cada hoja,
     cada nido
de pájaro
       –un bosque de sonidos y de símbolos
que van haciendo un eco
del nombre
de la ingrata;

y por los montes ásperos, los pastores
que han extraviado el norte,
                  y algunos la majada,
la llaman sin cesar antojadiza
y varia;

y todo va encantándose:

los huecos de las cuevas
y hasta las oquedades
          de los alcornoques
en donde algunos de ellos han hallado
casa;

el mismo cielo, en su girar
                        de estrellas,
de nubes y de soles, va escribiendo
su nombre,
         día y noche,
con las aves que pasan
encantadas;

y aquel menearse de hojas, por el aire
corriendo entre
las matas;
        y así por cada brote, cada ramo
de muérdago,
cada rama;

y la tierra en la tarde,
       erizada de grillos,
y los brillos que al ponerse el sol
entre las copas
de los árboles
     aprisa van tejiendo 
alguna red
que encanta;

y yo mismo, al recordarlo,
de sus enamorados ya sin número,
           cuyas voces
repiten encantadas
su nombre por el bosque,
alguno de ellos soy, y tú
Leandra.

***
(En los próximos meses publicaré un nuevo libro de poemas, el primero desde 2010, cuando apareció Palinodia del rojo bajo el sello de Aldus. Su título: Oscuro escarabajo. Con la excepción de un caso anómalo, un poema escrito hace una década y media, los veintiséis trabajos inéditos que aparecen en sus páginas fueron compuestos entre 2015 y 2016, cuando hacía algún tiempo que empezaba a pensar que no volvería a escribir poesía. 
Como en algunos otros asuntos relacionados con el oficio, vino en mi auxilio Auden, quien dejó apuntado en La mano de teñidor, precioso libro leído por mí en dos ocasiones en 2015, que el poeta no es capaz de conocer la anticipación. Éstas son sus palabras: “Nunca podrá decir: ‘Mañana escribiré un poema y, gracias a mi entrenamiento y mi práctica, sé que lo haré bien’. Ante los ojos de los demás un hombre es poeta si escribió un buen poema. Ante sus ojos, un poeta sólo lo es cuando hace la última corrección de un nuevo poema. Antes de eso, sólo era un poeta en potencia; después es alguien que dejó de escribir poesía, quizás para siempre”.
Metido en las revisiones del nuevo libro, poco antes de darlo a la imprenta, se me ocurre celebrar la noticia con mis lectores publicando uno de los poemas que aparecen en sus páginas. Escojo, sin pensarlo mucho, “Leandra”. 
Su epígrafe lleva al lugar de donde tomé la idea, las últimas páginas del Quijote de 1605. Nuestro entrañable loco, Quijano el Bueno, es conducido en contra de su voluntad a su aldea en tierras manchegas; de camino, la comitiva que lo acompaña y custodia, conformada por el cura, el barbero y Sancho, hace un alto para compartir refrigerio con un clérigo y un singular cabrero, quien les cuenta la deliciosa historia de Leandra.
El momento en que Leandra es hallada en una cueva,
en el grabado original de Doré.
La dedicatoria a Xavier Pascual Aguilar se explica porque, de toda la colección, “Leandra” es el poema que más le gusta a mi amigo madrileño, quien ha leído el libro y lo ha subrayado, lo ha comentado y anotado –y hasta lo ha escuchado de viva voz, al menos una vez completo–, desde los días finales del año pasado, cuando el volumen tenía ya la forma con la que aparecerá próximamente. 
Xavier Pascual Aguilar, de visita en la Ciudad de México, poco después
de correr el Medio Maratón de la ciudad, el pasado domingo. Foto: FF
Pero hay más: la personalidad toda de mi amigo es un cruce de dos caminos bien definidos, que van en direcciones opuestas. Uno de ellos conduce a Quintanar de la Orden, a sólo unos kilómetros de El Toboso, en el corazón mismo de La Mancha cervantina. En ese pueblo, tierra de su madre, viven Juan Haldudo y Andresillo, famosos personajes de los capítulos iniciales del primer Quijote. (1)
Delante de los molinos de viento de Campo de Criptana,
La Mancha, ca. 2002. Polaroid de Xavier Pascual Aguilar.
Hace diez años pasé unos gratos días en Quintanar de la Orden, en compañía de Xavi y su familia, y todavía estuve al menos en otra ocasión en tiempos recientes, precisamente durante aquel 2015, cuando comimos en la aldea de Dulcinea y visitamos los molinos de viento de Mota del Cuervo, al principio de cuanto terminó cristalizando en mi nuevo libro. En Palinodia del rojo, por cierto, hay un poema dedicado a una hermana de su madre: quien quiera buscarlo, se llama “A la señorita Piedad Aguilar, al volver de un viaje” y está a partir de la página 17 de ese libro; también puede leerse en este blog –un poco más abajo, el link.)

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(1) El otro camino va a Cataluña, específicamente a La Fatarella, en Tarragona, donde nació su padre. Imagínese lo que significó para mi amigo, barcelonista que mira la realidad a través de cuanto ocurre al equipo de sus sueños, la irrupción en el mundo azulgrana del manchego Iniesta.

La ilustración que abre este post es una acuarela de Luis Tasso sobre un grabado de Doré; representa el momento en el que Leandra es hallada en una cueva. La tomo de la Wikipedia.

“Leandra” (audio). Grabación de Xavier Pascual Aguilar.
“La tía Piedad”, https://bit.ly/2M3LLXV

Más sobre Palinodia del rojo en este blog:
La edición, http://bit.ly/1bLNQ65
La presentación, http://bit.ly/HAijY6
Lectura del poema “Paloma y no”, http://bit.ly/lKlTwP
“Milagro en la playa”, http://bit.ly/W7y222
Tres años de Palinodia del rojo,http://bit.ly/IxEKNa

Xavier Pascual Aguilar en Siglo en la brisa: 
Un poema de Wendell Berry, http://bit.ly/1cGVP0R
19 imágenes de los Estados Unidos, http://bit.ly/Px26R5
El soundtrack de una vida, segunda parte, http://bit.ly/NFn3cM