En 1997 fundé un suplemento literario en Viceversa, la revista que dirigía entonces. Le puse el nombre de Nagara, como se llamaba el gato de Octavio Paz.
Una noche, aquel longevo y estupendo gato tuvo a bien rasguñar nada menos que a Lévi-Strauss. La historia de la llegada a nuestras letras de la palabra “nagara”, transcrita del japonés y que originalmente significa algo así como “sin embargo”, es divertida y sustanciosa. Para explicarla a los lectores, organicé tres años más adelante una entrega con textos de algunos amigos, entrevistas y poemas, sobre todos los aspectos del vocablo, al menos los que estaban a nuestro alcance y venían a cuento. De esa manera surgió el dossier que constituye esta entrada—y que copio, casi entero, de su primera edición—. Para ello: (1) entrevisté a la mujer de Octavio Paz; (2) le pedí un testimonio al poeta Francisco Serrano, dueño de una gata con la que Nagara tuvo amoríos; (3) reproduje el poema de Gerardo Deniz donde Paz conoció originalmente la palabra; (4) le pedí a un querido amigo filólogo un análisis de ese poema; (5) solicité al poeta Jorge Fernández Granados que analizara el haikú de Issa donde Deniz la leyó por primera vez; y (6) por último le mandé a éste un cuestionario para que hablara de todo el asunto y de paso de algunos temas que en el año 2000 estaban en el aire, como la aparición de su libro Visitas guiadas —un libro muy exitoso a pesar de reducida circulación. *
He hecho algunos pequeños ajustes a los textos que aparecieron en Viceversa, para que los disfruten los lectores de Siglo en la brisa.
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* Recientemente (noviembre de 2009), el poeta Luis Felipe Fabre se ha ocupado de Visitas guiadas (Gatuperio Editores, 2000). Su texto puede leerse en:
http://www.letraslibres.com/index.php?art=14189
Nagara (el gato) y Octavio Paz
1. Entrevista con Marie-José Paz
Por FF
Nagara era el gato de Octavio Paz. Lo supimos gracias a Gerardo Deniz, quien nos dijo que Paz tomó de un poema suyo esa palabra, que significa algo así como “sin embargo”, y que forma parte de uno de los más famosos poemas de la literatura japonesa. Bautizamos con ese nombre nuestro suplemento de literatura en homenaje a estos dos poetas que se trataron y fueron amigos.
El texto japonés original, un haikú, reproduce el lamento de un hombre que ha sufrido una pérdida irreparable, acaso la de una hija, y que dice —sin decirlo— que aun entendiendo que el mundo es pasajero como el rocío, no es capaz de comprender un hecho tan inconcebible como esa pérdida:
Este mundo gota-de-rocío,
es un mundo gota de rocío,
sin embargo, sin embargo...
Herederos de Nagara son algunos de los gatos de algunos jóvenes poetas, según me cuenta Marie-José Paz, la viuda del Premio Nobel mexicano, porque ella en persona se encargó de que fuera así. La conversación telefónica se extiende por veinte minutos, y Marie Jo —como la llamaba Octavio Paz y la llaman sus amigos cercanos—, quien contesta con una especial cortesía, nos relata que el gato Nagara vivió con la pareja veinte años, desde 1977, cuando ella lo recogió en un estacionamiento, como de un mes de edad —“era minúsculo, tenía un bonito pelo largo y estaba abandonado; era atigrado, quizás más león que tigre, una especie de angora callejero con el pelo muy abundante y un poco parado hacia la nuca, como un hippie de los años 60”—, y murió apenas un año antes que su célebre amo, cuando éste estaba ya enfermo, en 1997.
Continúa Marie Jo: “Vivíamos en el penthouse de Lerma y la llegada del gato fue todo un acontecimiento. Octavio nunca había tenido gatos: su relación con ellos se limitaba a los que había en el jardín de la embajada [de México en la India]. Al principio, Octavio no entendió que yo quisiera quedármelo, pero yo le dije que se quedaba él o me iba yo. Al principio, Nagara se llamó Minou, como todos los gatos de Francia. Era tranquilo y guapo, y Octavio acabó por quererlo mucho”.
“Como a los siete meses”, sigue relatando, “vino a visitarnos el poeta Westphalen [el poeta peruano Emilio Adolfo Westphalen], con su hija, quien dijo que tenía una gata que venía de Roma que estaba buscando novio y que quizá nuestro gato sería un galán ideal. Pero Minou era un bebé, vivía solo y era inocente. La hija de Westphalen, que no podía dormir por los aullidos de la gata ansiosa por casarse, insistió y la trajo al departamento; era una gata negra, de una bélle negresse, a la Baudelaire. La gata se lanzó sobre Minou, quien no esperó más de dos segundos para reaccionar. Fue increíble. Primero lanzó un grito de guerra y de inmediato se creó una especie de zarabanda desenfrenada y Westphalen y Octavio ya no pudieron seguir conversando; los gatos brincaban por todos lados, sobre las mesas, abajo de los sillones, entre los estantes de la biblioteca, entre los brazos de Shiva, a los pies de Hanumán...
“Después de eso, Minou se quedó soltero. Vivió con la nostalgia de esos amores. Miraba, a través de los grandes ventanales, brillar el Ángel [de la Independencia, que se veía desde el departamento], con melancolía infinita. Luego nos mudamos a Reforma, y Minou vivía en el invernadero. Le buscamos una compañía; resultó que el poeta Francisco Serrano tenía una gata llamada Zapoteca, gata aristócrata, de sangre azul, con pedigrí —era una russian blue—, y la podía prestar. Hubo bodas a puerta cerrada, y de esa unión nació Michette, que se quedó con nosotros. Minou y Michette se unieron incestuosamente y fundaron la dinastía de gatos que sobrevive hasta el día de hoy, de gatos de pelo largo, sangre azul y nuca tupida, que fui regalando a los jóvenes poetas que pasaban por ahí. Se iban con un gato en su mochila”.
Marie Jo cuenta que Octavio Paz y Gerardo Deniz tenían una relación muy especial y que solían hablar de poesía. Según ella, Deniz le habló a Paz del haikú de Issa. “Un día, como a los tres años de tenerlo, José de la Colina —amigo de Octavio y de Deniz, y también muy amigo de los gatos— sugirió que el gato se llamara Nagara”. Y añade: “En francés nagara se dice quand même”.
Es sabido que Marie Jo vive rodeada de gatos. A la pregunta de cuántos, responde, entre risas: “No diré nunca el número de gatos que tengo. Prefiero decir mi edad”.
“Octavio”, dice, “supo que Nagara había muerto, y prefirió que hubiera sido así. Él ya estaba enfermo. El gato, que en veinte años jamás se enfermó, conservó una nobleza increíble hasta el final de sus días”.
Una matrona llamada Zapoteca
2. La gata que tuvo amores con Nagara
por Francisco Serrano
Hacia fines de 1982, mis hijos, entonces unos niños, llegaron a la casa con un par de gatitas apanteradas que una amiga de su madre les había regalado; las recién llegadas tendrían escasamente un mes. Una ostentaba un pelaje a rayas que sugerían grecas, la otra era azulgris. Las llamamos Mixteca y Zapoteca. Eran hijas de una fina aunque un tanto descuidada Russian blue. Conservo una foto de ambas como fieras diminutas en la jungla del jardín. Muy pronto, Mixteca desapareció. Zapoteca, en cambio, creció y se multiplicó.
A lo largo de 1984 frecuenté a los Paz. Organizaba yo el homenaje nacional al poeta con motivo de sus 70 años, y prácticamente cada semana lo visitaba en su casa de la avenida Reforma. Ahí conocí a Minou, que paseaba con displicencia su elegante pelaje por la biblioteca de Paz. En ocasiones, también Octavio y Marie Jo nos visitaron a Patricia y a mí. Fue en alguna de esas visitas, comida o cena, cuando Zapoteca llamó la atención de Marie Jo, quien había decidido buscarle pareja a Minou. Convenidas las fechas, llevamos a Zapoteca al departamento de Reforma, donde se quedaría durante todo el periodo de gestación. A lo largo de casi tres meses compartió las espesuras del invernadero con el rijoso Nagara.
De esa unión nacieron, si no recuerdo mal, cinco, tal vez seis crías. A nosotros nos tocaron dos: el melenudo Marcabrú y Agatónica, parecida a la madre, de quien nacería después un extenso linaje: Novalis, Xocoyote, Salicio, Zacateca, Popot, Fagot, e incluso las horrendas Nefasta y Funesta, que se fueron a vivir al campo. Los hijos de estos gatos y los hijos de sus hijos, como avanzada, poblaron Coyoacán varios años antes de que los Paz se mudaran a este barrio.
Entretanto, Zapoteca continuó propagándose: reina del rumbo, promiscua, salaz (muchas noches nos aturdió con su música china), Zapoteca recibió la simiente de muchos machos, de distintas índoles. Procreó especímenes de todos los calibres: atigrados, negros, pintos, pardosos. Fue madre de al menos 100 hijos. Nunca, por fortuna, hubo que acabar con ninguno; nuestros hijos encontraron siempre amigos dispuestos a acogerlos.
Zapoteca ha perdurado; sobrevivió a su prole, a dos mudanzas, a una prolongada temporada en una casa campestre y hoy, 19 de septiembre de 2000 que escribo estas líneas, continúa vivita y coleando. Cierto: pasa la mayor parte del tiempo sumida en profundas contemplaciones oníricas y prácticamente sólo se despierta para comer. Con los años, su pelaje ha ido adquiriendo una tonalidad ocre, leonada, y aunque ha perdido los dientes, sus ojos conservan un intenso fulgor ambarino.
• Francisco Serrano (México, DF, 1949) es poeta. Estudió cine, filosofía y ciencias políticas. En 1979 apareció su primer libro de poemas, Canciones egipcias. Es autor, también, de libros y juegos para niños. Cuando me entregó su testimonio preparaba un espectáculo musical, que sería estrenado en Brasil, basado en sus poemas, donde uno de los principales personajes iba a ser un gato.
Evasión
3. El poema donde Paz leyó por vez primera la palabra “nagara”
por Gerardo Deniz
En Tlalpan hay varios manicomios.
Y viendo en la sala de espera esos viejos tomos franceses
tan espesos
de balneoterapia y arsonvalización,
cruzando ese jardín por donde tres veces a la semana
discurren filosofías de vía angosta
—los perros trágicos machacados en la carretera al pasar en
volandas,
y así habrá que pasar ahora.
Hace calor.
El que vaya a la hora cursi como todas marchando a
oscuras al lado de los rieles
podrá escuchar (si le importa) el zumbido de muchos
escarabajos enamoradísimos
entre las piedras del talud.
Más allá (es de suponerse) descansan adineradas adolescentes
de miembros fruticosos,
con los labios secos, tendidas al descuido
como largos gatos de algalia.
(¿Habrán comido habas?
¿Borrarán como es debido los moldes de sus cuerpos en las
camas? O riesgo.)
Pero este mundo de trenes y escarabajos es un mundo
de trenes y escarabajos,
sin embargo,
nagara.
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• Gerardo Deniz es el seudónimo de Juan Almela Castell (Madrid, 1934). Fue corrector de pruebas editoriales y traductor, de varios idiomas, de más de 100 libros, entre los que destacan los de Georges Dumézil y Claude Lévi-Strauss. Ha ganado el Premio Xavier Villaurrutia y el Nacional de Poesía de Aguascalientes. Su poesía casi completa está reunida en Erdera (FCE)
Las paradojas y las congruencias de un poeta
4. Sobre el poema “Evasión”, de Gerardo Deniz
por Fernando Rodríguez Guerra
“En Tlalpan hay varios manicomios”. Se me ocurre que ante un texto —ya no digamos un poema— que comienza de esta manera, el lector tiene, entre otras muchas, dos posibilidades: puede reírse y suponer que tal inicio es el comienzo de un sabroso y divertido comentario, o puede sentirse incómodo y extrañado ante algo que bien a bien no sabe hacia dónde se dirige, porque —en efecto— existen en Tlalpan varios manicomios. Y es que “manicomio” es de esas expresiones brutales que concitan a la risa o a la desolación. La empleamos en los chistes y cuando hablamos de quienes acaso apenas conocemos; en contextos más cercanos y menos afortunados usamos frases como "casas de retiro" u otros eufemismos parecidos. Otra posibilidad es que el hipotético lector conozca que se trata de un poema de Gerardo Deniz, “Evasión”, y entonces quede claro que el humor, la exactitud, la desolada ternura —esa extraña y paradójica mezcla de sensaciones que percibimos en el texto— aparecen en él porque, en mayor o menor medida, aparecen siempre en la persona y poesía de Juan Almela.
Pocos poetas habrá más comprometidos que él con la densidad del lenguaje —con sus posibilidades sonoras, con la exploración minuciosa de sus palabras y de sus estructuras—, y sin embargo, pocos poetas habrá que rechacen con más énfasis las “ensoñaciones poéticas” y la imaginería surrealistoide tan queridas en nuestras letras. De ahí la paradoja, la aparente paradoja, que lo define, creo, como poeta y como persona, un hombre cuyo radical compromiso con la racionalidad lo llevó a meterse a fondo, a entrarle de verdad (como lo aprendió de Dumézil o de Gómez Robledo) a todos sus amores y a todas sus pasiones: el budismo y la Divina Comedia, Indonesia y las lenguas del Cáucaso, la fauna de Australia y la química de altos vuelos... En todos —dirá— entró sólo unos pasos (algunos más de muchos que se llaman especialistas); pero una casi genética incapacidad para transar y tolerar la demasiada estupidez le impidió siempre ir más allá. En cualquier caso, sus diversas inmersiones le afirmaron en la certeza de que es mejor estar en la intemperie que al abrigo (y en la compañía) de la estrechez mental y las miserias colegiadas. Ahora (y suman ya unas décadas) desde el lenguaje, su última gran pasión —quizá, en realidad, su primera, porque la lucidez y la voluntad del lenguaje van siempre de la mano—, se contenta con escribir, en compañía de su gata y de sus libros, del mundo —de su mundo: como fue o como pudo haber sido. ¿Evocación nostálgica, recuerdo dolorido? Ni lo uno ni lo otro, en primer lugar porque sabe que nada de eso tiene sentido y porque, además de ser un racionalista hasta donde la razón misma lo señala, Juan es un hombre bueno, un hombre bueno y generoso. Lo cual no implica que en lo que ocurre y en lo que se le ocurre no llame a las cosas por su nombre.
Pero estábamos en que “En Tlalpan hay varios manicomios”. ¿Qué ocurre tras esos muros? (la pregunta deniciana que dispara sus poemas —científico, a fin de cuentas— es “qué pasaría si...” ¿Qué pasaría, por ejemplo, si los santoreyes hubieran llegado a la Convención de Aguascalientes? Hubieran declarado, después de reírse como locos, su intención de afincarse en un clima benigno y abrir una juguetería de autoservicio).
Pues, muy de su gusto, a Juan Almela se le ocurre que ese lugar por fuerza debe ser una de esas casas de descanso (muy centroeuropeas, muy Belle Époque), llenas de ricos y aristócratas, en donde con los últimos avances se ayuda a combatir en cuerpo y alma el sufrimiento: baños y más baños —de aguas sulforosas, de aguas ferruginosas, de aguas termales, de aguas negras— que sirven lo mismo para curar a un onanista incontinente que a un tísico terminal; y si la ciencia falla, aún quedan las técnicas del doctor D'Arson para curarlo todo con descargas eléctricas. Allí, cada loco va por los laberínticos jardines con su tema en la cabeza. En otra habitación habrá —porque siempre las hay— alguna adolescente envuelta en sus olores cuyo extravío genuino se refleje en su cuerpo tendido y como ausente. Hay cosas que nos ayudan a vivir y la evasión puede ser una de ellas, qué pena. Y acaso alguna tarde cursi al pasar frente a esos muros —o en otra tarde y en otro lugar, no importa demasiado—, junto a las vías del tren y en medio de un concierto de escarabajos, se constata con todo el cuerpo que esto es así: breve y pasajero y hermoso y sorprendente. Inevitable también; habría al menos que decirlo; Juan lo ha hecho durante toda su vida.
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• Fernando Rodríguez Guerra (México, DF, 1963) es coordinador del Centro de Lingüística Hispánica del Instituto de Investigaciones Filológicas de la unam. A finales de los años 80 tuvo la Beca Salvador Novo. Es maestro de español y literatura. Por aquellos años, casi todos los viernes comía en restaurantes chinos o yucatecos con Gerardo Deniz.
• Fernando Rodríguez Guerra (México, DF, 1963) es coordinador del Centro de Lingüística Hispánica del Instituto de Investigaciones Filológicas de la unam. A finales de los años 80 tuvo la Beca Salvador Novo. Es maestro de español y literatura. Por aquellos años, casi todos los viernes comía en restaurantes chinos o yucatecos con Gerardo Deniz.
Un silencio que se prolonga
5. El celebérrimo haikú de Issa
por Jorge Fernández Granados
Si, como dice Octavio Paz al hablar de la literatura japonesa, apenas el humor, la poesía o la imagen pueden hacernos vislumbrar lo verdadero —que sería por naturaleza inasible e incomunicable—, la tradición del haikú propondría una tentativa de síntesis de estos tres recursos. Forma poética, casi pictórica, que opone a nuestra profusión (mental, cultural) su nitidez y su economía, pero también una continua tarea de atención. Si bien no es un arte que simpatice mucho con las abstracciones, el haikú se parece más —como el humor, la poesía o la imagen— a un destello que pone frente a nosotros la paradoja que surge por sí misma de la realidad.
Y aquí el ejemplo. Los cientos de años de antigüedad del haikú de Issa Kobayashi siguen deteniéndose en esos puntos suspensivos en los que parece comenzar (o terminar) un sueño, uno donde bien cabría el mundo:
Tsuyu-no-yo-wa
tsuyu-no-yo nagara
sarinagara.
Un mundo de rocío
este mundo de rocío
y sin embargo, sin embargo...*
Antes que lo explícito, lo implícito, dice la primera regla —no escrita, por supuesto— del arte del haikú. Hecha de pura sugerencia, esta imagen, “un mundo de rocío”, guarda la levedad del instante que le dio origen y a la vez suscita un vislumbramiento cuya elegancia radica, precisamente, en su contención. No hay una afirmación aquí. Hay un silencio que se prolonga. El poema se abre todo al silencio. Podríamos decirlo de otra manera: estos tres breves versos dibujan el principio de un pensamiento, pero no se sabe dónde termina, a dónde se dirige.
Primero, el poema aparece dentro del lector como la imagen de “un mundo de rocío” que se reitera. Y, una vez desdoblado como frente a un espejo, ese mundo se trastorna por una objeción hecha sólo con la sutileza de una palabra (en japonés): “y sin embargo”. Una vez aquí, toda la fuerza dramática —llamémosla así— del poema se descarga en otra reiteración: “y sin embargo, sin embargo...”. El doble mundo de rocío es doblemente perturbado. ¿Qué lo perturba? No se dice más. Por eso hay un poema. Todo el enigma recae en una palabra, en el eco de esa palabra, cuyo sonido y significado son tan hermosos en su idioma original como el misterio de este antiguo poema japonés: nagara.
* Esta versión, hecha con ayuda de una traducción francesa del japonés realizada por Cheng Wing Fun y Hervé Collet, no tiene más pretensión que la literalidad, para fines de esta nota. Agradezco a Fernando Fernández su generosa ayuda para obtener estas versiones del haikú de Issa.
• Jorge Fernández Granados (México, DF, 1965) es poeta y narrador. Obtuvo el Premio de Poesía Aguascalientes con el libro Los hábitos de la ceniza (Joaquín Mortiz, 2000), y antes el Premio Jaime Sabines con Resurrección (Aldus, 1995). En El cristal (Era, 2000) aparece su poema “Alima”, dedicado a una gata del mismo nombre. (La foto que acompaña esta nota es de Alberto Tovalín, a quien agradezco el que me la haya prestado.)
Nagara, el halago de Octavio Paz
6. Cuatro preguntas a Gerardo Deniz
por FF
¿Cómo fue que Octavio Paz tomó de un poema tuyo una palabra japonesa y luego la usó para nombrar a un gato? ¿Conociste a Nagara, el gato?
Hay múltiples nagaras. Descartando acentos y cantidades vocálicas, esta palabra significa “ciudad” en sánscrito (de aquí el nombre del famoso alfabeto devanagari). Nagara es asimismo el nombre de una tribu australiana, con su idioma. Y es una palabra japonesa, la cual, según cierto diccionario (y no sé más), indica “simultaneidad”, “a la vez”. Cuando escribí mi “Evasión” y la publiqué en Adrede, nagara era sólo lo que se repetía (nagara sari nagara) al final del devastador haikú de Issa:
This world of dew is
A world of dew… and yet,
And yet…
(El cual se nos traduce literalmente: “Dew-world / as-for / dew-world / while-it-is / so-be / while-it-is.”) Pero en “Evasión” lo que sonaba a mi oído era una versión española (traída del inglés, claro está):
Pero este mundo de rocío
es un mundo de rocío, sin embargo,
sin embargo.
Y “sin embargo” fue lo que puse al parafrasear el haikú de Issa:
Pero este mundo de trenes y escarabajos es un
mundo de trenes y escarabajos,
sin embargo,
nagara.
Todo esto lo deliberé con Octavio Paz, primero por carta (cf. una nota en su multirreproducido artículo “Composiciones y descomposiciones”), después de viva voz. Nagara fue una palabra cabalística entre nosotros dos. Ahora bien, es imposible recordar todo, y, así, olvido cómo el nagara (sustantivo sánscrito, etnónimo australiano, herramienta gramatical japonesa) pasó a ser también nombre propio —y de gato, por si fuese poco. Yo juraría que no estuve presente, si bien nada puedo asegurar. Sencillamente tomé el hecho como un halago de Octavio.
Desde entonces, durante años, saludé al gato Nagara repetidamente. Un estupendo tomcat, kater, kot, cuya fecundidad, digna de Urano, me ponderaba Marie Jo alarmada. Y, después de largo tiempo, hubo que hacerle lo que a Urano, si bien no por mano filial sino veterinaria.
Frente a mí, Nagara rasguñó a Lévi-Strauss cierta noche. Marie Jo acudió corriendo, con algodón y alcohol. No era preciso, y además L.-S. era un gatista consumado. A quienes pertenecemos a este gremio, los gatos podrían sacarnos la glándula pineal por el ombligo, que seguiríamos repitiendo cuánto los amamos —al mismo tiempo; and yet; sin embargo, Nagara.
Por los días en que aparezca este suplemento [noviembre de 2000], se estará casi cumpliendo un año de que te cambiaste de casa, después de treinta y tantos de vivir en el mismo lugar. ¿Cómo es tu nueva vida? ¿Qué tanto ha cambiado la de Krushka, tu gata? ¿Qué tanto te has adaptado a tu nuevo barrio?
Luego de siglos padeciendo un eje vial-industrial desde su acera gélida, esto es el paraíso. Estoy entre cuatro calles estruendosas, pero aquí, en medio, sólo llega por momentos un zumbido soñador. Suena un avión sólo por casualidad (en mi domicilio previo llegaba a pasar uno por minuto).
En la madrugada es posible escuchar música a la perfección a un volumen ínfimo, sin molestar a nadie, hasta sin dejar de oír mear a todo el edificio; es posible incluso diferenciar a ellas y a ellos. El viento aúlla y, muy lejos, centellea cada tres segundos una luz (la antena de la avenida Chapultepec).
Mi gata duerme en la cama, con y sinmigo. Cada hora realiza una inspección por toda la casa. Comistrajea, toma agua, cambia impresiones con los congéneres que la visitan tras la rendija de la puerta, usa su cajón de arena, me pide que la rasque un poco y vuelve a la cama. Pero a las seis se dirigirá sigilosa a su mirador y esperará el amanecer. Le encanta el amanecer. Se duerme, hasta que el sol empieza a quemarla. Oh dicha, después de 12 años de vivir a la sombra. Se inicia el ceremonial divino.
Lo malo es que en 10 meses no he acabado de instalarme. Me hacen falta muchos estantes, varias lámparas, etc., todo lo cual no se regala.
¿Cómo te relacionas con tu primer libro, Adrede, que cumplió 30 años en agosto [de 2000]?
Desconozco esos fenómenos, tan naturales. Esto quizá se debe a que publiqué Adrede a los 36 años, cuando ya me habían ocurrido muchas cosas (no literarias). El libro tiene una sección inicial, sin duda prescindible, pero que por su brevedad no llega a cansar. Aun así, lo más antiguo (una sola página) es de mis 21 años. A esta edad, es normal ir por el tercer libro de poemas. Mi propensión a tirar las cosas a los pocos meses, y mi nulo interés por publicar, me salvó de hidropesías. Con los contadísimos retoques de la segunda edición, Adrede no tiene hoy para mí nada de ajeno ni de arrepentible.
Otro tanto ocurre en todo lo demás que he publicado. Una de las escasas satisfacciones que debo a mis libros, aparte del escribirlos, es haber encontrado, con los años, personas que me han declarado su preferencia por tal o cual título (sin tratarse de un elogio para salir del paso). El hecho es que he hallado (sin preguntar) uno o más favorecedores de cada uno de mis libros, todos, pese a que, como es bien sabido, mi incapacidad de cambio es verdaderamente insultante (si bien en muchos otros autores es juzgada estupenda esta característica).
Para un autor como tú, de “difícil” lectura, ¿no es justo pensar que es producto de una debilidad —me refiero a las ganas de “ser comprendido”, quizá impensables en el primer Deniz— la decisión de publicar Visitas guiadas, una antología de 36 poemas tuyos comentados por ti mismo?
Lo dudo. Por supuesto, las burdas recetas inversionistas (“negro significa blanco”) de un psicoanalero podrían desmentirme, pero eso es lo de menos.
Las Visitas guiadas no abarcan, ni mucho menos, todo lo que he escrito al respecto. Pues bien, la primera la hice para un amigo, a las pocas semanas de aparecido Adrede. No la incluí ahora, por pura falta de ganas, pues me sería fácil recuperarla (o volverla a escribir). Ahora bien, por entonces yo no pensaba que —sobre todo con la ayuda de los críticos— mi “dificultad” afectase a nadie. Tiempo atrás, estudiando, p. ej., a Eliot, me acostumbré, al acudir a los críticos, a enterarme de cosas como éstas (G. Williamson, A Reader's Guide T. S. E.; resumo la cita): “Este epígrafe combina sucesivamente las siguientes fuentes: una tonada copiada por Gautier; una divisa en un cuadro de Mantegna; un pasaje de Henry James; otro de Otelo; y otro de Browning.” Con gente así, bien puede uno echarse a dormir tranquilo; sitúan las cosas y además ¡critican!
Con el tiempo fue pareciéndome que los críticos nuestros eran tan vigorosos que saltaban etapas y, en mi caso, aterrizaban en el centro. “Caos” —dictaminan (pues, con raras excepciones, todo sigue igual). Espero que comprendan ustedes mi melancolía al verme tildado de caótico por quienes leen de corrido a Pound y Eliot, con una sonrisa triunfal.
El “primer Deniz” del que habla esta respuesta no se pensaba oscuro ni claro: para aclarar eso estaban los conocedores. Escribí dos páginas —de ingredientes, no de explicaciones—, para mi antiguo amigo, según conté antes. Luego lo hice para otros varios, si bien cada vez menos veces, durante 30 años. La idea de publicar algunas visitas guiadas reunidas no fue mía; sencillamente la acepté con gusto. “Ser comprendido”, con todas las comillas que se quieran, me es absolutamente indiferente. Una visita como pasatiempo no hace daño. Sea. En lo tocante a la “explicación” —donde la hubiere—, estoy ya más p'allá que p'acá: achichincle de Paz; siempre del lado de lo malo y lo negativo; misógino; ¡antiecologista!; repetitivo (a diferencia de…) …
¡Uta madre!
Muchas felicidades por la creación de tu blog. A
ResponderEliminarQuerido Fernando:
ResponderEliminarFelicidades por el estupendo blog. Como gatista consumada yo también, admiradora y platónica amante de Juan, nostálgica siempre de mi querida Viceversa, disfruté muchísimo la lectura de esta nota. Te mando besos rendidos.
Gracias, Mónica. Te mando el abrazo cariñoso de toda la vida.
ResponderEliminarVaya, me alegra reecontrarte en la red. Veo que hay mucho que leer en este blog y me pondré a ello. A ver cuándo nos encontramos. Te hago en México, ¿no?
ResponderEliminarUn abrazo grande:
JLP