jueves, 5 de junio de 2014

Fernanda en Covadonga


Apenas ahora puedo darme tiempo para contestarle a mi querido amigo Juaco López Álvarez, director del Museo del Pueblo de Asturias, quien hace unos días me escribió esta pequeña carta: “El próximo viernes doy una conferencia en Covadonga sobre Covadonga y la emigración. Voy a referirme a tu abuela y al arroz Covadonga, y por supuesto a ti, y es muy probable que lea casi íntegro el texto que publicaste en tu blog. Acabo de releerlo y resume muchas cosas de las que quiero contar. ¿Cómo se llamaba tu abuela? ¿Era de Asiegu?”.
Aquí mi respuesta: “Querido Juaco: Me encanta que vayas a hablar de mi abuela, nada menos que en Covadonga. Curiosamente hoy que te escribo, 5 de junio de 2014, se cumplen 100 años exactos de su nacimiento. Fernanda, como se llamaba, nació en México, hija de dos primos hermanos de Cabrales: él, Fernando Bueno, de Asiego, y ella Florentina Bueno, de Carreña. Al poco de morir su madre, la enviaron a Asturias (tenía sólo cinco años), donde se crió con una tía solterona y un abuelo, entre Asiego y Llanes. A los 19 años volvió a su añorado México, casada con su primo Santos Fernández Bueno, de Asiego. No volvió a irse de aquí, donde murió en 2007, de camino a los 93 años. ¡Lo que le prestaría saber que vas a contar su historia en Covadonga! No dejes de contar cómo te va. Muchos abrazos siempre bien afectuosos, FF”.
A continuación, el texto al que alude Juaco. Aunque durante los últimos años lo he tenido bien visible en esta página, lo reproduzco nuevamente por si alguno de mis lectores quiere volver a echarle un ojo.


El arroz Covadonga
por FF
Mi abuela siempre contó que al volver a México, casada con su primo Santos, no sabía hacer nada y que fue una mexicana llamada Genoveva Medina quien le enseñó a preparar el arroz. Los otros días hacía papas con col, como ella las llamaba, macarrones con atún o cocido, y hasta una receta de pixín según lo ofrecía un restaurante de Gijón, aunque era necesario hacerlo con merluza que en México sí se consigue, pero todo mundo sabía que su especialidad era aquel sencillo arroz que nadie consideraba exagerado describir como una maravilla.
Hacía algunos años había descubierto en un supermercado mexicano un arroz llamado Covadonga, en cuya caja aparecía la imagen de la Santina. Imagínese su alborozo. De inmediato, sin ninguna duda, se cambió a esa marca. ¿Cómo si no? Siempre, sin ninguna excepción, en una y otra casa, desde aquel segundo piso arriba de la tienda en la colonia Obrera donde vivieron nada más llegar a México, hasta el departamento de la calle de Hegel, la imagen de la Virgen había ocupado un lugar de privilegio en su casa, testificando todos y cada uno de los actos de siete décadas de la familia fuera de Asturias.
Su presencia era más notoria en las paredes de una casa que nunca tuvo grandes adornos: un par de grabados de la vieja ciudad de México y unos cuantos óleos sin mayor arte. La excepción más importante era una reproducción de un óleo de Tejerina, un pintor asturiano que en 1973 estuvo en Asiego y a lo largo de una tarde pintó por lo menos tres vistas del pueblo. Una de esas vistas, gracias a un par de calendarios que la reprodujeron, es la imagen más conocida de la aldea natal de Santos, y junto al grupo de hachas de la Edad de Bronce que custodia el Museo Arqueológico de Asturias, es el objeto más conocido originado nunca en Asiego. Casi no hay casa de vecino del pueblo ni de emigrante al otro lado del mundo que no tenga colgada de la pared una reproducción del óleo de Tejerina.
En el marco de la imagen de la Virgen de Covadonga, Fernanda fue colocando las fotos de sus nietos y sus bisnietos desde 1960, cuando nació el mayor de ellos. Con el tiempo, puso la del Papa, y luego todavía la de Pepe Luis, cuando se fue a vivir a Australia. Cambiarse al arroz que llevaba el nombre de la Santina era no sólo lo correcto: era una oportunidad de manifestar una fidelidad, por pequeña que pareciera. Era una forma de responder a una señal del cielo.
Un día, sin embargo, por los tiempos inmediatamente anteriores a irme a vivir a España, llegué a visitarla y le oí decir con verdadera pena que no iba a volver a comprar el arroz Covadonga. “¿Por qué dices eso?”, le pregunté. “Ya no vuelvo a comprarlo”, insistió. Y yo: “¿Ya no te gusta?”. Me tomó de la mano, me llevó a la cocina y me dijo, mientras señalaba hacia un cajón de la alacena, que abría en ese momento y que estaba lleno de unos montones de cartones redondos, mal recortados, agrupados quizás en veintenas, en ligas de plástico: “¿O qué quieres que haga?”. Y añadió, con su sonrisa más caritativa: “¿Cómo voy a tirar a la Virgen a la basura?”. Entonces comprendí: a lo largo de los últimos años, con unas tijeras prácticamente inservibles, se había empeñado en recortar las imágenes de la Santina para tirar a la basura los paquetes vacíos del arroz sin ellas.

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El retrato de Fernanda Bueno que abre este post es mío. La foto en la que acompaño a Juaco López fue tomada por su esposa Sofía en el cementerio de Salas, Asturias, a donde fuimos en septiembre de 2006 a conocer el bellísimo texu que puede verse a nuestras espaldas. La imagen de Asiego es uno de los tres óleos que Tejerina pintó en el pueblo en 1973. La foto en la que salgo con mi abuela corresponde al día de 1993 en que celebramos los 60 años de su boda en Covadonga, y la que acompaña estas líneas es la de la matrimonio de sus padres, Fernando y Florentina.

Más crónica familiar y genealogía en este blog:
En la boda de Lola y Félix, http://bit.ly/1hwQqwn
Árbol genealógico, http://bit.ly/KOKiw8 
Autógrafos remotos, http://bit.ly/PvKjd9
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