viernes, 28 de agosto de 2015

Colegas humanistas


Hace unas semanas contaba yo en este espacio que los hermanos maristas, con quienes cursé toda mi vida de estudiante antes de entrar a la universidad, tenían no pocas virtudes pedagógicas pero que eran deficientes alentando las vocaciones humanísticas que no condujeran al odioso Derecho. En el último año de la preparatoria coincidí, en el Área Cuatro, la dedicada a las Disciplinas Sociales, con una serie de colegas que acabaron dedicándose al cine, al teatro, a la filosofía o a las letras a pesar de no contar con el mínimo estímulo académico para decidirse a hacerlo. La prueba de que los maristas no ayudaron en el desarrollo de sus capacidades artísticas es que la mayoría de ellos estudiaron algo que no era su vocación, antes de tomar su verdadero camino, exactamente como me pasó a mí.
Aquí los retratos, de ayer y de hoy, de esos siete heroicos compañeros; las fotos de los tiempos en que coincidí con ellos provienen de la Memoria del Centro Universitario México precisamente de ese curso, 1981-1982 (a la derecha, la portada de esa edición). Todas las fotos fueron tomadas por Elpidio Hernández, inquietante personaje que murió ese mismo año, no mucho después de hacer sus últimas imágenes, y al que la comunidad estudiantil apodaba El Chile –por las bien justificadas razones que expondré en una próxima entrada de este blog.



Celso Álvarez, pintor y arquitecto


Jose Álvarez, cineasta


Carlos Bolado, cineasta


Eduardo Menache, filósofo


Santiago Pando, cineasta


Fernando Rodríguez Guerra, lingüista


Sergio Vela, director de escena

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Tomo la foto de Celso Álvarez de su página en Facebook; la de Carlos Bolado, de http://www.snipview.com/. El retrato de Santiago Pando es su imagen oficial en twitter. El resto de los retratos son míos y fueron tomados en diversos momentos y ocasiones.

Más sobre el Centro Universitario México (CUM) en este blog:
Caricaturista (1979-1980), http://bit.ly/1SZf0c3
La Revolución y el fracaso educativo en México, http://bit.ly/hbMJUo
Borges y el prestigio del sistema decimal, http://bit.ly/1fdQ6RC

Más sobre mis viejos colegas en Siglo en la brisa:
Jose Álvarez rescata la voz de Octavio Paz, http://bit.ly/1fCpu0p
Eduardo Menache, maestro de la EME, http://bit.ly/1u71LMS
Fernando Rodríguez G., sobre El ciclismo y los clásicos, http://bit.ly/1g43dek
Sergio Vela, director de escena, http://bit.ly/1U25whD




viernes, 21 de agosto de 2015

La cifra (1981)


No sé cuántos de mis colegas lectores de poesía hayan visto alguna vez las dos ediciones. En 1981, mi entusiasmo por Borges había alcanzado la cima: como ya he contado por extenso en este cuaderno en línea, en agosto de aquel año lo vi decir unos poemas en una lectura pública; poco después conseguí –de una sola vez– todos sus libros, quiero decir que todos los que estaban en la colección de bolsillo de Alianza Editorial (empezando por el primero que leí, El informe de Brodie, en un ejemplar idéntico al que había sacado de la biblioteca de la preparatoria).
Entonces apareció La cifra. Recuerdo que Excélsior anunció la publicación del nuevo libro de poemas de Borges, que veía la luz en dos ediciones simultáneas –una de Emecé en Buenos Aires, la otra de Alianza Editorial en Madrid–, asegurando que se trataba de su "testamento literario". Lo que nadie sabía es que el poeta argentino todavía iba a publicar un libro más del género, Los conjurados (1984).
Pero la intención de este post no es tanto presumir las dos ediciones que están en mi biblioteca (una de ellas, regalo de mi amigo Sergio Vela), sino echar un ojo a lo que dice Borges de sí mismo en el prólogo de ese libro; de paso, asistir a la notable clase de literatura que ofrece en esa misma página. Por último, copiar alguno de los poemas que más me han gustado ahora que lo acabo de releer.
“Poesía intelectual”: así dice Borges que se llama lo que hace él. Y es que, explica, con los años ha comprendido que no son para él “la cadencia mágica, la curiosa metáfora, la interjección, la obra sabiamente gobernada o de largo aliento”. “La palabra”, sigue diciendo, pero seguro quiere decir “la expresión” (es decir, “poesía intelectual”), “es casi un oximoron: el intelecto (la vigilia) piensa por medio de abstracciones, la poesía (el sueño) por medio de imágenes, mitos o fábulas. La poesía intelectual debe entretejer gratamente esos procesos”. Entonces ofrece algunos ejemplos de poesía intelectual: “Platón en sus diálogos”, dice, y Francis Bacon en sus enumeraciones. “El maestro del género es, en mi opinión, Emerson”, añade. Además de ellos “lo han ensayado, con diversa felicidad, Browning y Frost, Unamuno y, me aseguran, Paul Valéry”. (Habría que excavar en ese “me aseguran”: seguro que tiene alguna jiribilla que a mí se me escapa.)
A continuación, el poeta argentino ofrece un ejemplo de poesía “puramente verbal”, una estrofa del poeta Jaime Freyre en la que quizás haga un guiño a su propia circunstancia (expresada más abiertamente en la dedicatoria del libro, aunque en aquel lugar no mencione el amor):
Peregrina paloma imaginaria,
que enardeces los últimos amores,
alma de luz, de música y de flores
peregrina paloma imaginaria
de la que dice que “no quiere decir nada y a la manera de la música dice todo”. Ha ofrecido ese ejemplo para contrastarlo con este otro, de poesía intelectual, esta vez la famosa estrofa de Fray Luis de León de la que dice (sorprendentemente para mí) que Edgar Allan Poe se la sabía de memoria, en cuyos versos, afirma, no hay una sola imagen, y en el que cada palabra (a excepción, acaso, de “testigo”) es una abstracción:
Vivir quiero conmigo,
gozar del bien que debo al Cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanza, de recelo.

Borges cierra el prólogo diciendo que los poemas de La cifra “buscan, no sin incertidumbre, una vía media”. A continuación reproduzco un poema de ese libro, es decir un ejemplo del género de poesía que buscaba en los últimos años de su vida, según asegura él mismo.
Nótese cómo en la repetición de la palabra “Rhin” de los primeros versos está el artificio que hace que Quevedo escriba hasta cinco veces la palabra “Roma” en su célebre soneto dedicado a la ciudad eterna (cuatro sólo en la primera estrofa), número que Borges copia sin ninguna dificultad. Quevedo, y aun Ronsard –que también echó mano del recurso–, partieron “de un epigrama del humanista polaco Nicola Sep Szarynski” publicado en 1608, y que dice: “Qui Roma in media quaeris, novus advena, Romam, / et Roma in media Romam non invenies…”, según explica José Manuel Blecua en una de las ediciones de Quevedo que tengo a mano (Poemas escogidos, Castalia, 1989, pág. 141).
Por último, me hace gracia que en el prólogo del libro Borges mencione a Unamuno, escritor que de ninguna manera estaba entre sus preferidos, porque el último verso del poema que sigue me recuerda, todo lo vagamente que se quiera, el final de uno de los más conocidos del viejo rector de la Universidad de Salamanca.


Correr o ser
Por Jorge Luis Borges
¿Fluye en el cielo el Rhin? ¿Hay una forma
universal del Rhin, un arquetipo,
que invulnerable a ese otro Rhin, el tiempo,
dura y perdura en un eterno Ahora
y es raíz de aquel Rhin, que en Alemania
sigue su curso mientras dicto el verso?
Así lo conjeturan los platónicos;
así no lo aprobó Guillermo de Occam.
Dijo que Rhin (cuya etimología
es rinan o correr) no es otra cosa
que un arbitrario apodo que los hombres
dan a la fuga secular del agua
desde los hielos a la arena última.
Bien puede ser. Que lo decidan otros.
¿Seré apenas, repito, aquella serie
de blancos días y de negras noches
que amaron, que cantaron, que leyeron
y padecieron miedo y esperanza
o también habrá otro, el yo secreto
cuya ilusoria imagen, hoy borrada
he interrogado en el ansioso espejo?
Quizá del otro lado de la muerte
sabré si he sido una palabra o alguien.

(Tomado de La cifra, Emecé Editores, Buenos Aires, 1981, pág. 75.) 
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La foto de Borges es de Rogelio Cuéllar. Tomo la de Paul Valéry de http://www.poets.org/, donde se ofrece sin crédito de autoría.


Más poesía comentada en este blog:
1. De Pedro Salinas, http://bit.ly/waOQiL  
2. De Lope de Vega, http://bit.ly/9ZpQ2U 
3. De Juan Ramón Jiménez, http://bit.ly/aoVJM3
4. De Andrés Fernández de Andrada, http://bit.ly/9xgKZQ
5. De Macedonio Fernández, http://bit.ly/wZS9zU
6. De César Vallejo, http://bit.ly/yNbYFH
7. De José María Fonollosa, http://bit.ly/SNtIEE
8. De Ángel González, http://bit.ly/1INUvry

Más sobre Borges en Siglo en la brisa:
Velada poética en la Sala Ollin Yoliztli: http://bit.ly/1n26rgE
Foto en los baños de San Ildefonso, http://bit.ly/9aenhb 
El prestigio del sistema decimal, http://bit.ly/17bOcNo
El gomero de la Plaza San Martín, http://bit.ly/12ON7aX


viernes, 14 de agosto de 2015

Deniz en Buenos Aires


En mayo pasado, durante la Feria del Libro de Buenos Aires, se llevó a cabo una mesa redonda sobre Gerardo Deniz. Uno de los participantes del homenaje, organizado por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, el poeta, editor y librero argentino Eduardo Ainbinder, contó que visitó al poeta en dos distintas ocasiones, la primera de ellas en 1997 y la segunda un lustro más tarde.
Tanto me interesó lo que dijo que, aunque participaba yo también en la mesa redonda, no hice otra cosa que tomar notas –con el propósito secreto de armar una entrada para este blog­. Unos días más tarde, pensándolo mejor, le pedí a Ainbinder que escribiera él mismo sus recuerdos de las dos veces que visitó al poeta fallecido el 20 de diciembre del año pasado. El testimonio de este talentoso escritor y hombre de libros argentino dice mucho de cómo se lee a Deniz más allá de las fronteras mexicanas. Publico este post el 14 de agosto de 2015, exactamente el día que Juan Almela hubiera cumplido 81 años.

Deniz
Por Eduardo Ainbinder
Un tarde de enero de 1997 –acompañado por el poeta Darío Rojo– llegué a San Antonio 36-6, colonia Ciudad de los Deportes. Bajó a recibirnos un hombre alto, corpulento y algo excedido en peso (No lo imaginaba así. Por ese entonces sólo lo había visto retratado en la contratapa de Mansalva; un rostro flaco, algo esmirriado, que no dejaba adivinar semejante porte).
Aunque más que su altura, me impresionó cómo estaba vestido: de la cintura hacia arriba con una camisa a rayas, encima de otra camisa también a rayas –de diferentes colores entre sí– que sobresalían por debajo de un buzo con motivos latinoamericanos. De la cintura para abajo lucía un pantalón de patchwork y una pantuflas a cuadrillé escocés. Años más tarde descubrí otra fotografía suya. Ésta ilustraba una entrevista en donde aparecía ataviado de manera similar, por lo que supuse que con aquella vestimenta –digna de un arlequín– Juan Almela (Gerardo Deniz) desorientaba o agasajaba a las visitas, según sean reporteros o amigos.
Para romper el hielo le comenté que desde que habíamos llegado al Distrito Federal, junto a mi amigo pasábamos jornadas enteras dentro de las librerías de viejo de la calle Donceles.
“Qué morbosidad” recibimos por toda respuesta. Se provocó un silencio, un desconcierto entre nosotros, y otro hielo por romper, esta vez mayor. Con cierta sorna ante nuestro juvenil entusiasmo, sentada su enorme humanidad sobre un sillón, con las piernas estiradas y cruzadas por los talones, nos preguntó si escribíamos. “Ajá, poetas”, soltó, como advirtiéndonos que la poesía era para él una actividad minusválida y prescindible. No recuerdo si hubo más preguntas de su parte, sólo que de pronto desapareció para regresar enseguida con una botella de ron y tres vasos. Lo que siguió fue un extenso y proteico monólogo autobiográfico, una silva de varia lección impartida a dos receptores algo atónitos, elegidos vaya a saber por qué deidad para recibirla de primera mano.
A la hora de hablarnos de sus influencias mostró cierto desconcierto –sin abandonar nunca el tono socarrón–, provocado por la recurrencia con la que se comparaba su poesía con la de Ezra Pound. Tiempo después pude verificar que el malentendido ya se remontaba a la Crónica de la Poesía Mexicana de José Joaquín Blanco, publicado por vez primera en 1977. Allí, Blanco, en su breve mención a Deniz, sitúa sus poemas “muy próximo a los Cantos de Pound”, además de tildarlo de poeta “hermético”, término que lo acompañó como una maldición durante décadas. Evidentemente fueron pocos los que tomaron en serio esa declaración de principios aparecida en el prólogo de Mansalva: “En todos mis poemas el humo sube y las piedras caen”, que acaso retoma un verso de Salvador Díaz Mirón: “El rayo baja y el perfume asciende”.
Al respecto, dos iluminaciones: C. E. Feiling, en un artículo publicado en 1990 en la revista Vuelta: “Gerardo Deniz escribe poemas-problemas, circunstancia que vuelve perspicua y urgente la necesidad de interpretar (en el sentido de comprender) sus textos. Alguien me dirá que es imposible tener absoluta certeza acerca de las intenciones de otra persona. Estoy completamente de acuerdo (la vida es dura y breve), pero no hace falta caer en la vieja treta escéptica de descartar como cognoscitivamente inútil todo lo que no sea certeza absoluta”.
Segunda iluminación: Aurelio Asiain en un notable ensayo incluido en Caracteres de imprenta: “Es explicable, aunque siempre hay que lamentarlo, que haya quienes piensen (…) que detrás no hay nada y que el poema es pura confusión. La poesía de Deniz es difícil y participa de un mundo extraño en muchos sentidos al que habitamos cotidianamente la mayor parte de los lectores; pero esa dificultad (que no es extraña en la poesía mexicana: piénsese en Chumacero y en cierto López Velarde, dos maestros suyos) puede ser una de sus características más estimulantes y corresponde, admirablemente, a una experiencia vital integradora de universos que solemos creer incompatibles”.
Volviendo a aquella tarde-noche, cada vez que me animaba a interrumpirlo con una teoría de cosecha propia sobre sus poemas, contestaba con un silencio, sin mostrar el menor interés, indiferente como sólo puede serlo un gato. Por más sensatas que fueran las teorías (y las mías no lo eran), Gerardo Deniz sólo parecía apreciar a quien pudiera identificar uno o más ingredientes en sus poemas; el origen de alguna cita en otro idioma, episodios de la trastienda de la Historia o alguna alusión recóndita. Cuando esto sucedía se animaba notablemente, abandonando toda indiferencia. Recuerdo que comenzaba sus “visitas guiadas” con una interrogación: “¿Notaron que…?”
Como en ese momento era reciente la publicación de Ton y son le pregunté sobre “Epitufo”, el enigmático título de uno de los poemas que integran el libro, en el que escribió su epitafio (el epitafio de un Pitufo), como consecuencia de los dichos de un crítico que sentenció que Deniz era sólo un habla: “Como la ninfa Eco hasta ser una voz / yo me enjuté hasta quedar sólo en habla, / sin darme cuenta: cero, polvo a la izquierda, / ceguera por carencia neta / de discernimiento teórico. Merecido”. Cabe resaltar que a cierta altura de la noche todo requerimiento de nuestra parte era respondido con creces así que fui por más y le pregunté  sobre “La voz tras el espejo”, poema que especialmente me intrigaba por un tono que le era absolutamente ajeno (“Perdida en la orilla muda de mi sueño / muestra las dos manos a un cielo que cae / túnica espumeante opaca de enigmas / por arcos sonoros de una luz difusa”.) Escrito para ilustrar su teoría de la neo-cursilería, resultó además una involuntaria trampa para atrapar incautos, cuyo inmediato resultado a la publicación de Ton y son fue el llamado telefónico de un poetastro que lo felicitó por haberse “superado a sí mismo” en ese texto. Sin embargo, su teoría de la neo-cursilería no se circunscribía a lo poético, sino que también alcanzaba a cierta crítica que según sus propias palabras “sólo ofrece expresiones borrosas que no significan gran cosa”. 
Quizá pueda mencionarse como único antecedente bélico en la poesía mexicana a Salvador Novo, en especial a aquellos sonetos en donde, entre otras cosas, hace escapar un pedo sazonado al mismísimo López Velarde, o dice que Sor Juana, como cualquier mortal, cagaba mierda.
Pero a diferencia de Novo, en Deniz la actitud confrontativa, de mofa hacia la cultura, excede el marco de la sátira. Allí donde la sátira se muerde la lengua, Deniz dispara con munición gruesa, como cuando trató de “ganglio cerebroide” a José Emilio Pacheco.
La hora de irnos se acercaba y como por ese entonces yo tenía un pequeñísimo sello editorial, me animé a pedirle algún texto inédito para publicar en Argentina. Nos habló de una larguísima prosa sobre “Allanamiento de violeta”, poema que describe una penetración anal a esa damisela de largas piernas que bautizó con el nombre de “Rúnika”. 
Por supuesto que no estaba dispuesto a entregarnos el texto así como así. La cuestión hubiese requerido más visitas, una mayor entrada en confianza, y yo estaba en México sólo por unos pocos días más. Quedé en llamarlo por teléfono al regresar a Buenos Aires para arreglar el asunto, pero advirtió que todo estaba “a merced de su neurosis de turno”. Lamentablemente, por una cosa o por otra, nunca lo llamé. Cabe agregar que dicha prosa sigue inédita hasta hoy. Junto a mi amigo, habíamos ingresado a eso de las siete de la tarde a ese departamento al que sólo le daba el sol quince minutos por día, en donde Juan Almela vivía en forma más que modesta. Olímpicos, con ejemplares de Op.cit. bajo el brazo, nos fuimos cerca de la una de la madrugada.
Cinco años después tuvo lugar mi segundo encuentro con el autor de Erdera. Sin embargo, fue mucho más breve y no tuvo ninguno de los ingredientes del primero. Esta vez, cuando lo llamé por teléfono alguien respondió: “Hola, pastelería…”. Creí que era otra de sus estratagemas para desconcertar, pero resultó que se había mudado. (Cuando Mónica de la Torre, su traductora al inglés, lo llamó por primera vez, se produjo el siguiente diálogo: … Hola, ¿es usted Gerardo Deniz? –A veces.) Conseguí su nuevo número por los buenos oficios de Juan Carlos Cano –actual editor del sello Mangos de Hacha–, quien además me acompañó a verlo. Ahora residía en Torreón 25, en la Colonia Roma sur. Nos recibió con un “Bueno, qué clase de crimen quieren cometer conmigo”…

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El retrato de Ainbinder es mío; lo mismo la foto del letrero de la calle de Donceles y la foto de Deniz que cierra el post. La foto de C.E. Feiling (1961-1997) procede de http://bit.ly/1ut3pc1, donde se publica sin crédito de autoría. La de Pacheco, de http://bit.ly/1M6ucTA, donde ocurre lo mismo. Tomo la de Aurelio Asiain de su página en Facebook. La de Salvador Novo es de Álvarez Bravo y la copio de http://bit.ly/1xb93jE. El mapa que acompaña este post es una fotocopia sobre la que Deniz marcó algunos detalles relacionados con su poema “Allanamiento de violeta”, para ilustrar una prosa que aún es inédita, tal y como afirma Ainbinder; este año, por cierto, verá la luz como parte de dos ediciones simultáneas: en la segunda de Visitas guiadas (DGP de Conaculta) y en la primera de De marras, la prosa reunida de Deniz (FCE). La foto en blanco y negro de Deniz es de Nicola Lurusso y fue tomada en el departamento de San Antonio 36-6, colonia Ciudad de los Deportes, donde los poetas Ainbinder y Rojo visitaron a Juan Almela la primera vez. En primer plano puede verse a Koshka, la gata de Deniz.

Más sobre Gerardo Deniz en este blog:
En sus 80 años, http://bit.ly/1sDZm8f
Una vida con el Fondo de Cultura Económica, http://bit.ly/1TNgNSM
Noticias “recientes”, http://bit.ly/V95VkF
Sobre Red de agujeritos, http://bit.ly/12RrW9H
Cuadernos y dibujos infantiles, http://bit.ly/9dkSDa
Una entrevista de 1993, http://bit.ly/1oyaGVn
De visita en la Escuela Mexicana de Escritores, http://bit.ly/1nIVmm1