domingo, 29 de abril de 2012

El Narrador

Algunas personas, naturalmente desconcertadas, me preguntan cuál va a ser mi anunciada participación en la puesta en escena que Sergio Vela prepara de La mujer sin sombra, la gran ópera de Richard Strauss. Mi queridísimo amigo, uno de los más importantes melómanos mexicanos, director de escena especializado en el género lírico cuyos trabajos se han visto en varios países del mundo, me invitó hace unos meses a formar parte del equipo creativo del montaje de la cuarta obra que Strauss hizo en colaboración con el poeta Hugo von Hofmannsthal. 
Una muestra de artículos sobre esa ópera, considerada por el músico alemán como su obra maestra, puede leerse en el número en línea de Quodlibet, la revista electrónica de la Academia de Música del Palacio de Minería, que está en www.quodlibet.org.mx. La mujer sin sombra es famosa por la belleza de su partitura pero también por su complejidad. En todos los aspectos: desde las dimensiones wagnerianas de la orquesta hasta la singularidad de algunos de sus instrumentos, entre los que hay una armónica de cristal, un corno di bassetto, gongs de las más diversas afinaciones, máquinas de viento y truenos, órgano y celesta… También, por una serie de peculiaridades dramáticas que dificultan su escenificación. Por si fuera poco, la trama es particularmente enrevesada y está llena de simbolismos, no todos evidentes. Sergio Vela cuenta que el propio Hofmannsthal, una vez que dio por terminado el texto, escribió una sinopsis y luego incluso un cuento, como una forma de entender él mismo el resultado. 
Para la puesta en escena en México, la primera de esta obra estrenada en Viena hace más de noventa años, Sergio se ha preocupado por ofrecer algunos elementos que ayuden a su comprensión. Entre otros, ideó la creación de un personaje al que ha llamado El Narrador, que tiene la función de aparecer antes de cada uno de los tres actos para ofrecer un resumen de lo que los espectadores verán en ellos. De esa forma, todo el que se anime a probar suerte con La mujer sin sombra tendrá no sólo el supertitulaje, desde hace unos años característico de los montajes en el Palacio de Bellas Artes, sino también una pequeña sinopsis “dicha” antes de cada parte. Tal como ocurrió hace doce años, cuando participé en su puesta en escena de La flauta mágica con una serie de textos que suplieron los diálogos originales en alemán, mi amigo me invitó a escribir esas pequeñas sinopsis. 
Tales son, sin embargo, la complejidad y la profusión de elementos de los que echa mano el texto dramático que primero tuve que aclararme yo también lo que sucede en él y me vi en la necesidad de escribir primero una sinopsis general de la obra, ya que las que leí me parecieron incompletas y hasta confusas, especialmente la de Hofmannsthal (en la foto arriba de estas líneas). Después de fijar el encadenamiento de los hechos, para lo que conté con la ayuda de Sergio, escribí los textos correspondientes a cada acto. La primera versión resultó demasiado larga y mi amigo director los editó hasta dejarlos en las dimensiones apropiadas. Sobre esa nueva versión yo hice algunos retoques aquí y allá, para llegar a las que serán dichas en escena.
Espoleado por un imborrable recuerdo de hace treinta y cinco años, cuando descubrí el teatro en una escenificación de una compañía española de un par de obras de Valle Inclán, me ofrecí a decir yo mismo los textos, aunque mi idea no pasaba de leerlos tras bambalinas. Sergio me invitó a salir a escena y yo no pude sino aceptar. Si al principio iba a estar solo en proscenio, él tomó la decisión de que me acompañara una bailarina especializada en la danza Odissi, de la zona india de Orissa, una talentosa y hermosa muchacha llamada Shaheen Saliahmohamed, originaria de las Islas Mauricio, quien hace una interpretación simultánea de mi relato conforme lo voy diciendo.
Sin adelantar nada más que lo necesario, contaré los antecedentes de la trama, digamos que lo que deberíamos de saber al asistir a la escenificación: un Emperador de las Islas del Sureste sale de cacería una madrugada llevando en su brazo a su halcón rojo. De pronto, descubre una gacela. En el momento en el que el ave quiere herir a la gacela, ésta se transforma en una joven de una belleza resplandeciente que resulta ser la hija de Keikobad, Señor de los Espíritus. 
A pesar de sus diferencias, la joven divina y el emperador humano se enamoran de inmediato. De las alturas del mundo espiritual del que ella procede, una sentencia dicta que la unión será posible sólo si la hija de Keikobad es capaz de engendrar hijos, y por lo tanto proyectar la sombra que, como ser inmaterial, le es ajena. Si al cabo de un año no lo consigue, ella será devuelta al mundo intangible de su padre y el Emperador de las Islas del Surteste recibirá un castigo ejemplar: será convertido en piedra. Cuando empieza la obra, faltan tres días para que se cumpla el plazo…
El elenco, que es de magnífica calidad, reúne a cantantes de México y varios países europeos. Ellos son Carlo Scibelli, tenor ítalo-estadounidense, quien interpretará al Emperador de las Islas del Sureste. El papel de la Emperatriz lo hará la soprano australiana Rebecca Nash y el de la Nodriza la mezzosoprano polaca Malgorzata Walewska. El tintorero Barak será interpretado por el bajo-barítino mexicano Noé Colín y el papel de su mujer lo hará la soprano rusa Olga Sergeyeva. La escenografía es de Philippe Amand, de quien también es la iluminación, crédito que comparte con Sergio Vela. El vestuario es de Violeta Rojas y las coreografías son de Ruby Tagle.
Un par de aspectos importantes y característicos de este montaje es que el escenario aparece enriquecido con algunas piezas de escultor mexicano Jorge Yázpik, un querido y viejo amigo mío del que, como saben los lectores de Siglo en la brisa, tengo una pequeña pieza sobre mi escritorio de la que todos los días saco lecciones de buen gusto y armonía…  Además de la escultura, Sergio Vela hace uso de la danza: un grupo de bailarines representan a algunos cantantes, ausentes en escena en ese momento de la representación y tres muchachas incluso vuelan —una de ellas Isolda, la hija adolescente de Sergio, que encarna la mágica visión del halcón rojo.
Para mí lo más curioso de todo el asunto es que el azar y la generosidad de mi amigo director me han deparado el apelativo de Narrador: que el Narrador se presente en el escenario; que en maquillaje ya están esperando al Narrador; que hay que ver cómo el Narrador se las arregla para no venir a este ensayo o el otro. Esta semana he puesto punto final a la narración a la que dediqué parte de mi tiempo durante los últimos diez años de mi vida. Empecé a escribirla cuando estaba en Oviedo y sólo hace unos meses descubrí la clave de su estructura y pude por fin dar el orden definitivo a sus capítulos. Así que en el hecho de que alguien me llame El Narrador, a mí que he publicado sólo libros de poemas, hay algo que hace cierta justicia a mi trabajo de la última década.

________________________
El estreno de La mujer sin sombra será este jueves, 3 de mayo de 2012, y las funciones se llevarán a cabo los días domingo 6, martes 8 y domingo 13 de mayo. Los martes y jueves darán comienzo a las cinco de la tarde y las de los dos domingos serán, como de costumbre, a las seis.

Más sobre Sergio Vela en este blog,
“Trasfondo de época”, http://bit.ly/J2Bwfj
“Primera tumba de Borges”, http://bit.ly/JihBd9
“Postales”, http://bit.ly/JjT5FM

domingo, 22 de abril de 2012

Evocación de Gerardo


Soy incapaz de asomarme a Rojo y negro sin pensar en Gerardo López Salgado, el amigo que me contó la trama de la novela a lo largo de dos noches de junio de 1981. Teníamos diecisiete años, acabábamos de terminar segundo de preparatoria y hacíamos un viaje de cuatro semanas por el país. 
El plan contemplaba visitar en camión quince ciudades, a razón de dos días por ciudad, siempre camino del norte. El primer destino, luego de un tramo nocturno de nueve horas en tren, sería Morelia; el último, la ciudad gringa de McAllen. No mucho después de aquel viaje me convertí en un lector tan asiduo de Stendhal que tres décadas más tarde la imagen más visible que hay en mi estudio es una reproducción en blanco y negro del célebre retrato que pintó Södermark en 1840. Por esas cosas de la vida, nunca pude decírselo a mi amigo, quien murió prematuramente en 2004, poco antes de cumplir cuarenta y un años de edad.
En 1981, Gerardo era un muchacho introvertido, de mirada expresiva y manos húmedas, a quien se le notaba a leguas que había pasado una infancia difícil. Si sólo ahora me entero de que su familia, al igual que la mía, era de origen asturiano, en cambio desde siempre conocí su sensibilidad y su pasión por la literatura. En los recuerdos más viejos que conservo de él, invariablemente está diciendo algún poema, como aquel de Pita Amor que tanto le gustaba: “Redonda casa tenía / de redonda soledad”. La primera vez que supe de Gorostiza, nada menos, fue por Gerardo: nos habían dejado de tarea aprendernos un poema de memoria y cuando llegó su turno pronunció aquellos versos que parecían escritos para que los dijera él: “¿Quién me compra una naranja / para mi consolación?”.
Poco más tarde, cuando hice mi primera revista, una serie de hojas a máquina fotocopiadas y engrapadas que circulaba entre los cuates de la preparatoria, un compañero me dio un poema tan bueno que parecía escrito por un poeta en serio, y en esa consideración lo tuve hasta que apareció la revista y mi amigo tuvo un ejemplar en la manos. Riéndose de mí, me hizo ver que el cabrón de Canito no había hecho sino fusilarse parcialmente a Miguel Hernández. Por lo menos igual que a la poesía, Gerardo amaba la música y estaba siempre al tanto de lo que grababan y dejaban de grabar sus cantantes preferidos, casi siempre españoles. Por Felipe Jiménez, uno de mis amigos más queridos, a quien empecé a tratar precisamente por intercesión suya, supe que al final de su vida tenía una extraordinaria colección de discos compactos…  Pero por encima de todo, Gerardo era un gran conversador. Podía pasar horas y horas conversando, tomando café y fumando. Sobre discos y libros pero también sobre otras personas, preferentemente mujeres. Eso era lo que más le gustaba en la vida: conversar. Y conversar fue lo que hicimos en nuestro periplo iniciático por México.
Como la idea era economizar todo lo posible, procurábamos elegir hoteles sin que importara demasiado su estado. En Guanajuato nos hospedamos primero en un hotelucho que estaba por el rumbo de la Alhóndiga. Sin embargo, la ciudad nos gustó tanto, mucho más que ninguna otra de las que vimos antes o de las que íbamos a ver después, que decidimos quedarnos dos días más, pero en otro hotel. Horas antes, caminando por la calle del Teatro Juárez, habíamos descubierto una Hostería del Frayle [sic], y allí nos fuimos a registrar una vez que nos convencimos que algunos ahorros futuros podían permitírnoslo. 
En 2006, cuando Gerardo llevaba muerto un par de años y yo era fugazmente director de Tierra Adentro, tuve que escoger dónde pasar una noche en aquella ciudad y decidí a propósito que fuera en ese hotel, aun cuando me advirtieron que estaba en decadencia, y dormí en uno de esos cuartos característicos de techo de ladrillo aparente, entre sábanas raídas y muebles desvencijados, evocando a mi amigo muerto.
En un hotel de Morelia, durante las dos primeras noches de nuestro viaje de hace treinta años, Gerardo me contó con lujo de detalles la historia del hijo de carpintero de Verrières tal como está descrita en la gran novela de Stendhal. Conociendo a mi amigo, era natural que el personaje que más que le interesara fuera Matilde de La Mole, aquel fantasioso espíritu femenino tan proclive a las mayores locuras cometidas en nombre de la pasión. El momento de su relato que tengo más vívidamente grabado en el recuerdo es cuando representó para mí, con la solemnidad que exigía el caso, una de las imágenes finales de la novela: cuando la hija del Marqués de La Mole va en el interior de un carruaje y lleva sobre las piernas la cabeza recién cortada de Julien Sorel.
Gerardo López Salgado tuvo un final triste porque murió de una enfermedad que más o menos por esos días empezaba a dejar de ser mortal, que al parecer contrajo en un momento de su vida del que no sé ningún detalle, salvo que ocurrió en Asturias. Yo lo perdí de vista durante todos los años que siguieron a nuestra salida de la preparatoria, aunque no tanto como para ignorar que estudió Derecho, a pesar de que la suya era una vocación claramente literaria y, si puedo decirlo así, hasta artística. 
De cuando en cuando Felipe Jiménez me daba noticias de él y por eso sé que durante los últimos años de su vida trabajó en la Aduana del Aeropuerto de la Ciudad de México. También sé que una noche llevó a su casa, en la que vivía solo, a alguien que le puso algo en la bebida que lo hizo caer inconsciente hasta la mañana siguiente. Cuando despertó, descubrió con infinita tristeza que le habían robado todos sus discos compactos. Pero lo que más le dolió, siempre según Felipe, fue que también le robaron una gran bandera republicana española que tenía colgada en una pared de su departamento, para llevarse los discos metidos en ella.
Ahora que vuelvo a leer Rojo y negro, que es un portento de agudeza y penetración humanas contado con una mezcla de profundidad y economía literaria asombrosas, soy incapaz de no recordar aquel primer relato de mi amigo que tenía ya todas esas virtudes, contagiadas de la lectura de Stendhal.

__________________________
Más sobre Stendhal en este blog:
“Danza de Clori”, http://bit.ly/Jy2RYR

domingo, 15 de abril de 2012

Brugmansias

Escribí este texto hacia la mitad de mi estancia en Asturias, hace unos ocho o nueve años. En el otoño de 2010, al escoger los trabajos que formarían parte de Palinodia del rojo, decidí dejarlo fuera. Me pareció que tenía un tono demasiado diferente al del resto de los poemas del libro, pero sobre todo sentí que no estaba terminado a mi entera satisfacción. 
Esta semana, leyendo La inteligencia de las flores de Maeterlinck —que encontré en un viejo ejemplar argentino en Donceles—, me acordé de él. Al verlo de nuevo me di cuenta de que difícilmente volveré a meterle mano, por lo que a pesar de sus imperfecciones, al menos por lo que a mí respecta está acabado… También pensé que quizás no le vendría mal exponerlo un poco a la luz, siquiera a través de la ventana de este blog. Las brugmansias son una planta de la familia de las solanáceas, parientes de las daturas y el toloache. No se necesita decir más —y ni siquiera eso, que se infiere del epígrafe de Escohotado, que tomo de la Historia general de las drogas.


Brugmansias
Cuando llegaron los conquistadores se utilizaba bastante
en esta zona la datura estramonio, o toloache, así como ciertas
brugmansias con parecida composición y aún más tóxicas
que todavía hoy crecen profusamente junto a las casas
de campesinos en el interior.
A. Escohotado

A Loló

Tres mujeres hay delante de mí
Una pareja de enamorados bajo un árbol
Un perro negro

Aquí me tienes corriendo tras una fantasía

En medio de conversaciones incoherentes
y personas que no existen

En tanto mi querida
esculca el seto de las brugmansias
al lado de la carretera

Menos mal que me saca de la fascinación

Desea hacer un ramo de aquella inflorescencia
No le importa si le advierto lo que no sé

Rara, sí, eso sí que sé
Si acaso fuera lo que pienso y sí lo es

De vuestras cinturas desfallecidas
bajo cada una de vuestras faldas de campánula
escupís una lengua que os delata
escuálida como una sibilancia

¿Qué tiene que ver con nosotros que pasamos ebrios
riendo este domingo de julio de vuelta de la playa?

Mas yo esclarezco y aventuro y juro
Mi didactismo estúpido, mi quesque no ignorar

Oh flor de las orillas
Inquilina de los escombros y las espesuras

Es verdad que sin el fuego lila de artificio
de los agapandos

Quizás sea porque creo que sois como yo
que os tengo por magnífica contemplación

Es mío el silencio albo con que correspondéis
a la vaharada gárrula de vuestra negra leyenda

y confiáis vuestra defensa a la falsa flacidez
y el circunloquio aromático

dotadas de aquel tósigo que como yo
es lo único que detentáis

Mas a ella nada de esto le interesa
ella desea volver con un ramo a su recámara

hacer venir los sueños en medio
de aquella odoración

y os alza para contemplaros de cerca
cual si fuerais una entraña adormecida

ella que no acerca la nariz a la corola de nada
y presume no saber si las hortensias existen siquiera

Está claro que ignora en tanto
lo que estoy haciendo yo

Divago, me hago guaje, miro los coches
que pasan ebrios
riendo este domingo de julio de vuelta de la playa

Ella abraza el ramo de las brugmansias
Con la mirada busca el coche y me dice: Corre Vamos
Vámonos

Ya no hay árbol posible ni amantes bajo el árbol
ni perro negro

ni tres muchachas que no sean mi querida

Contra su pecho serán diez o doce serán

Percibo que las flores se desperezan
yerguen su trompa de seda
imantan como yo la senda hacia mi amada

Ella ahíta de olor, rubicunda de segregación

Los dos reímos, los dos
La visión colgada de la punta de los paños frágiles
de la realidad


________________



Más poemas en este blog:

“Mientras me como una chirimoya”, al final del texto “Poesía y tradición”, http://bit.ly/JdY7Ea
 “Milagro en la playa”, http://bit.ly/IGkhT3
Presentación de Palinodia del rojo, http://bit.ly/HSqwzh
Cinco poemas de El ciclismo y los clásicos, http://bit.ly/HSqoQ0



domingo, 8 de abril de 2012

Cartones de Gerardo Deniz

Juan Almela dibujó los cartones que conforman este post alrededor de 1980, cuando era empleado de Siglo XXI Editores. Treinta años más tarde, cuenta que los hizo como un pasatiempo durante los días en que trabajaba bajo la atmósfera estrecha y dogmática que, según su testimonio, prevalecía con respecto a ciertos temas en aquella editorial. Después de aceptar con buen ánimo mi propuesta de darlos a conocer, me pide que aclare que los nudos borromeos del tercero de ellos, el que se llama “Manifestación comunista atónita ante el arte por el arte”, no están dibujados de manera apropiada. 
Sobre el penúltimo de la serie, dice que recortó un fragmento particularmente absurdo de Estética de la creación verbal de Bajtín, uno de los libros emblemáticos del catálogo de Siglo XXI, para añadir con la misma tipografía ese “carajo” que también escribe al lado de una de las ventanas del cartón. La frase en ruso quiere decir, explica, “La casa de la linajuda princesa”. Por último, me pide que diga que los originales de estos dibujos están en poder de su amigo David Huerta —con quien aparece en la foto abajo de estas líneas, precisamente en las oficinas de la editorial—, a quien se los regaló “hace largos años”. 


Cartones de Gerardo Deniz

Los horrores del insecticidio en la manufactura de dados (Desierto de Atacama, 1977)


Manifestación comunista atónita ante el arte por el arte


Muerte heroica del Comandante Teofilacto Maqueo, perseguido por la policía, al establecer quíntuple contacto con las vías del metro (estación Revolución), tratando de salvar los sacros emblemas


Valle de Josafat. Los ricos salvados al fin! [sic]


[Sin título]


El vidente en la sociedad industrial

______________________________
Más sobre Juan Almela / Gerardo Deniz en este blog:
Cuadernos y dibujos del niño Deniz,http://bit.ly/9dkSDa
Gerardo Deniz, lector (1), http://bit.ly/hs2IA1
Gerardo Deniz, lector (2), http://bit.ly/ii4qxC
Una “Palinodia del rojo” anónima, http://bit.ly/f7YVZ1
Una Capilla Alfonsina onírica, http://bit.ly/Hwo8kI


domingo, 1 de abril de 2012

Amparo Dávila en la EME

Fotos de Mario González Suárez
Empecé tomando notas aisladas de lo que decía: una frase curiosa aquí, allá una salida inesperada o chispeante. Cuando el encuentro con los alumnos y los profesores de la Escuela Mexicana de Escritores se puso mejor, más fluido y relajado, me descubrí transcribiendo la mayoría de sus palabras. A partir de entonces, y luego hasta el final de la plática, me cuidé de anotar también lo que le preguntaban, para entender no tanto las respuestas de la escritora como el tono y la intención puestos en ellas. La parte más importante de la conversación tuvo como tema su literatura y sus libros: el origen de su vocación, su método de trabajo, la naturaleza de sus personajes… 
También habló de su amistad con otros escritores, como Julio Cortázar, Salvador Elizondo o Luis Mario Schneider (a la izquierda del grupo, en la foto de autor desconocido al lado de estas líneas), de los años que vivió en París y de sus gatos —algunos de los cuales han tenido nombres de ríos: Nilo, Danubio, Tigris…—. Alguien le preguntó que quién dijo que sus cuentos, en realidad, eran obra de sus gatos, y contestó que fue Juan José Arreola, del que fue vecina en uno de los dos edificios en que ella vivió en la calle de Río de la Plata de la colonia Cuauhtémoc. Dijo que el autor de Confabulario notó que siempre que llegaba a visitarla estaba alguno de los gatos al lado de su máquina de escribir y por eso le dio por sospechar que ellos eran los que escribían sus misteriosos textos.
Como puede verse en las fotos que Mario González Suárez le tomó esa tarde, Amparo Dávila es una octogenaria de ojos rasgados y brillantes. La viveza que mana de su interior contrasta con su pequeña estatura, su figura torcida por los años y su relativa sordera. 
Según una foto que Ricardo Bernal llevaba en un ejemplar de la primera edición de Árboles petrificados, el libro que en 1977 ganó el Premio Villaurrutia, fue una joven de extraordinaria belleza. Ella misma se refirió con buen humor a esa foto, quizás la más conocida de todas las que le han tomado. Según dijo, se la hizo “Salazar”, quien me parece que no puede ser otro que Ricardo Salazar, el más importante retratista de los escritores mexicanos de mediados del siglo XX. Nadie le preguntó las razones de lo que contó sobre esa imagen: ella y el fotógrafo hicieron todo por disimular su embarazo, y ese ocultamiento es lo que justifica que el negro impere en la foto y que ella tenga en brazos a uno de sus colegas felinos.


Copio primero las frases que transcribí al principio y luego las preguntas y las respuestas tal como se fueron dando. Prefiero no ordenarlas para reproducir la forma azarosa en la que se dio la conversación, en la que las preguntas, hechas por una voz singular y colectiva que mantengo anónima, fueron cayendo sin orden ni concierto, unas pocas primero, luego muchas, de manera más o menos continua y uniforme, y por último una que otra suelta aquí o allá.

Frases aisladas
Yo nunca escribo fríamente. Todo lo que escribo es con una gran emoción. Yo sólo he escrito lo que tengo que escribir.

Los seres normales más bien no los conozco, pero eso no sé escribir sobre ellos. No sé cómo serán o cómo pensarán.

Según de lo que yo tenga necesidad, escribo poesía o prosa… Ahorita, nada porque estoy descansando.

No me esfuerzo. Si llega algo, pues llega, y si no pues ya ni modo.

La conversación
—Maestra, ¿se la ha aparecido alguno de sus personajes?
—No, pues no son fantasmas.
—Pero sí cree en fantasmas.
—Sí… Y de niña sufrí mucho. Viví en un pueblo, en una casa con piezas grandes […] Además, como yo tengo mucha imaginación, pues no necesitaba mucho.
—¿Qué piensa de la muerte? ¿Le teme a la muerte?
—¿De quién?
—En general, ¿qué piensa de la muerte?
—Es que no oigo bien. ¿Qué pienso de la muerte?
—Sí.
—Que es uno de los misterios fundamentales. El amor, la locura y la muerte son los misterios fundamentales. El amor porque llega misteriosamente y misteriosamente se va […]
—¿Qué fue de su vida en estos treinta años sin publicar?
—Ni yo misma lo sé, qué fue de mi vida. No. No sabría decir qué fue. Muchas cosas. Vivir sencillamente.
—¿Considera sus textos literatura fantástica?
–No. Yo no los considero como literatura fantástica. Es literatura. Para mí, es literatura.
—¿Qué la llevó a ser escritora?
—Pues haber nacido escritora. Aunque si hubiera sido otra cosa, pues habría terminado siendo escritora.
—[Aquí hubo una pregunta que no copié… Ella dijo:]
—Hay que educarse para saber si lo que está haciendo uno vale la pena o no vale la pena.
—¿Qué opina de la novela Rayuela?
—Yo podría opinar más bien de los cuentos, pero de la novela… Debería yo de estar capacitada. No se puede ser juez de todo, ¿verdad? […] A mí no me interesó escribir para una novela. Se necesita tener algo especial para escribir una novela.
—Sus personajes, ¿escogen la locura?
—¡Pues quién sabe!
—Para el escritor ¿es deseable la locura?
—¡Cómo va a ser deseable la locura! Ya no saber quién se es… No. Yo veo que no es deseable para nadie.
—Al escribir, ¿toma en cuenta al lector?
—Para nada. Nunca he tomado en cuenta al lector. No. Siempre escribo lo que quiero escribir pero no creo que sea para un lector determinado. Quien tiene la mala suerte de leer algo mío, ¡pues allá él!
—¿Cómo es como escritora? ¿Cuáles son sus instrumentos de trabajo?
—Como escritora soy bastante anárquica. No atiendo a reglas ni a nada.
—¿Cuál es su relación con los subterráneo… con la conciencia?
—Pues que yo sepa, ninguna. No. Que yo sepa, ninguna. A lo mejor hay algo inconsciente, pero no sé.
—¿Obstaculizó alguien vez su trabajo o se enfrentó a él?
—No. Nunca. Siempre tuve aceptación y fui estimulada.
—¿Por qué nombró a sus gatos con nombres de ríos?
—Porque me gustan mucho los nombres de los ríos. El Nilo es maravilloso. Me imagino, porque yo no lo conozco, y se ha prestado para muchos bautizos de profetas… Además, los ríos son grandes, caudalosos y muy impulsivos, como los gatos.
—Usted, que fue muy hermosa en su juventud, ¿tuvo muchos pretendientes?
—Sí. Sí tuve muchos. No los voy a negar, ¿verdad?, pero sí, tuve muchos.
—¿Qué necesitaba tener un pretendiente para gustarle a Amparo Dávila?
Ay pues yo ya ni me acuerdo qué necesitaría. Hace tanto años, que ya ni me acuerdo…
—¿Cómo se dio cuenta de que nació escritora?
—Pues porque era lo que hacía. Lo primero que hice fue escribir unos poemitas y pues de ahí me seguí… […] De pronto uno sabe que es escritor. No se necesita mucho trabajo para darse cuenta.
[La pregunta gira en torno a su relación con Alfonso Reyes, y lo que éste le aconsejó cuando ella se inició en el trabajo literario]
—No pertenecer a ningún grupo y ser yo misma. Y ser disciplinada. Decía que no había que acostarse sin escribir tres cuartillas, y yo pues... ¡no escribo en meses! Pero sí aprendí a no encasillarme en ningún grupo y a que nada limitara mi obra.

________________________________
Amparo Dávila (Pinos, Zacatecas, 1928) estuvo en la EME la tarde del pasado miércoles, 28 de marzo de 2012. La acompañaron en la mesa los escritores Eduardo Parra Ramírez, Ricardo Bernal y Gabriela Solís. 
Su presencia en la Escuela forma parte de un programa de acercamiento a algunos autores, y del que la primera actividad ocurrió el 8 de febrero de este año con un encuentro con Gerardo Deniz. 
La foto de éste, al igual que la reproducción de la imagen en la que Amparo Dávila aparece retratada con Luis Mario Schneider y otros, son de Amaranta Chávez.

Fragmento de entrevista con Amparo Dávila, producida por el FCE, http://bit.ly/9HdZEI

Más sobre la EME en este blog:
“A la puerta de Salvador Elizondo”, http://bit.ly/9HdZEI

La Escuela Mexicana de Escritores, que está en Francisco Sosa 165, Coyoacán, ofrece también cursos en línea personalizados. Toda la información está en http://www.escuelamexicanadeescritores.com/