viernes, 25 de agosto de 2017

Alfonso Reyes y su perro Kola


Me encanta la foto: Alfonso Reyes, don Alfonso, el patriarca entrañable de las letras mexicanas, el risueño abuelo de nuestra literatura, posa para la cámara de la gran fotógrafa alemana Gisèle Freund, acompañado de su perro Kola. Dan ganas de decirle: “Querido don Alfonso: póngase cómodo, si es necesario pásese al otro sillón y suba las piernas, relájese un momento porque vamos a ver la imagen sin prisa, con la enorme simpatía que ha despertado siempre en nosotros, y eso nos va a tomar un ratito. Empiezo por decirle que ignoraba que amaba a los perros, aunque conocía la simpática foto de sus años juveniles en la que aparece haciendo saltar a uno de ellos por encima de su bastón. 
Y eso que hay pruebas de ese sentimiento en sus libros, como me hace ver un amigo que compartimos, Adolfo Castañón, principal estudioso de su vida y de su obra. Tengo que contarle que, en el momento en que posé los ojos en la fotografía que motiva este post, me entraron ganas de saberlo todo sobre ella: quién la tomó, cuándo, en qué lugar; no menos que eso, la raza y el nombre del soberbio individuo que lo acompaña, ese estupendo perro echado a sus pies de manera reposada y tranquila. Unas semanas más tarde, gracias precisamente a Adolfo Castañón, sé que el perro se llamaba de ese modo, Kola, y que era lo que usted llamaba un samoyedo-siberiano; sé también que nació en la casa del embajador de Cuba en Buenos Aires, y que era hijo y nieto de perros notables. 
Reyes y Manuela, su mujer, en el balcón de su departamento en Buenos Aires. Hacia 1930
También sé que es probable que la imagen haya sido hecha el 10 de octubre de 1947 –aunque hay quien cree necesario datarla más tarde, en 1950–. Incluso conozco algunos otros detalles curiosos, como la tormenta que armó su mujer, según sus propias palabras, la mañana que llevó a Kola a que se cruzara con una perra que era propiedad de una dama inglesa, y hasta la tristeza que causó en usted que su fiel compañero tuviera que ser sacrificado por su edad avanzada, como cuenta en una anotación del 7 de mayo de 1954.
Estoy al tanto de todo esto porque Castañón, que es incapaz de escribir una página frívola, aceptó mi invitación de adentrarse en la imagen y escribir algo para el cuaderno en línea en el que lee usted esta pequeña carta, y a las pocas semanas me envió un verdadero tratado sobre la foto, el perro, la autora de la foto y las relaciones entre ella y el matrimonio Reyes. De esa manera, Adolfo Castañón ha añadido un poco por mi culpa un capítulo más al gran libro que sobre usted lleva escribiendo todos estos años, del que ya hay no sé cuántas ediciones ­–cada una de las cuales va sustituyendo a la precedente, con todo y sus epígrafes, sus notas, sus imágenes y sus anexos–. Precisamente cuando pongo punto final a esta nota, me llega un nuevo trabajo de Castañón sobre su obra, una soberbia antología en dos tomos de más de 2000 páginas de trabajos suyos titulado Visión de México, que se anuncia como el primero de la serie de los clásicos en nuestra lengua que lanza la Academia Mexicana de la Lengua.
Adolfo Castañón. Foto: Barry Domínguez
Por desgracia, no he podido sino reproducir apenas los tres primeros apartados de su amplísimo ensayo, porque mi blog, aunque hago en él lo que me da la gana, siguiendo la brújula de mis caprichosas imaginaciones y lecturas, y en las dimensiones que prefiero, tampoco da como para reproducir un trabajo de cuarenta cuartillas que sin ninguna duda va a leerse mejor impreso en una revista o en un libro. 
Pero no digo más, don Alfonso, y me limito a ofrecerle una pequeña prueba de ese trabajo que, a partir de la imagen que ha motivado esta entrega de Siglo en la brisa, ha escrito uno de sus amigos más fieles para establecer cómo fue su relación con la notabilísima fotógrafa Gisèle Freund. Reciba usted, donde quiera que se encuentre, los saludos afectuosos de su amigo y lector, Fernando Fernández
(PD: Un dato para que me ubique: soy autor de un libro de poemas que se llama Palinodia del rojo, nombre que quiere hacerle un homenaje jugando con uno de sus títulos más afortunados)”.

Paseo alrededor de una fotografía 
de Alfonso Reyes tomada por Gisèle Freund
 [Fragmento]
Por Adolfo Castañón

Para Rafael Vargas,
Víctor Díaz Arciniega
y Sergio Ugalde
I
Existen muchos tipos de escritores, filósofos y artistas. Unos son amigos de los pájaros, como, por ejemplo, lo fue Ludwig Wittgenstein quien tenía asombrados a los pescadores primitivos de las costas orientales de Irlanda y se convirtió para ellos en una leyenda por su capacidad de hacerse amigo de las aves. Otros, como algunos poetas chinos evocados por Baudelaire, saben leer la hora en los ojos de los gatos. Otros más participan del espíritu de guía de los lobos y los perros. Alfonso Reyes debe formar parte de estos últimos en su condición de guía de la manada. Hay algunas fotografías suyas haciendo saltar a un perro un aro y en sus poemas se recoge cierto epitafio dedicado a Bobby. 
Si la relación entre el perro y el hombre es antigua, no lo es menos el lazo entre la mascota y el aventurero. No sabemos si Alfonso Reyes sacaba a pasear a su perro Kola, ni si sus relaciones con esta mascota llegaron a ser como las muy peculiares que explaya Thomas Mann en su novela corta Señor y perro
Podemos pensar que Kola no le hizo feos a la fotógrafa y socióloga Gisèle Freund quien a su vez se supo ganar la amistad de Manuela y Alfonso Reyes a fines de los años 40. Kola acompañó a Reyes junto con su pareja Katya, la otra samoyedo-siberiana, hasta el 7 de mayo de 1954. 
Don Alfonso saludó a Kola y a su progenie en “La casta del can”, la página que escribió inspirado por la camada de diez pequeños cachorros que tuvo Katya, compañera de Kola. El texto “La casta del can” está fechado en junio de 1945 y se publica en la miscelánea titulada Ancorajes, t. XXI. […] En los apuntes correspondientes a esas fechas del Diario no aparece mención alguna sobre los perros, pero sí se menciona el 10 de septiembre de 1947, cuando: “Manuelita, que se pone fuera de sí cuando tiene que hacer temprano y no la despiertan a tiempo, armó una verdadera tormenta y tempestad matinal para llevar al Kola con una perra de su raza que hemos encontrado en poder de una inglesa, Señora Stewart, por conducto del Kennel Club.” Ni Kola ni Katya eran perros cualquiera.

II
En una carta que le escribe Alfonso Reyes a Emilio Uranga el 17 de febrero de 1954 responde a unos pensamientos del joven filósofo, discípulo de José Gaos, en torno al sentido profundo de los viajes y del lugar: “Su carta me conmueve. Tal vez, allá de lejos, se sienta usted más cerca de mí. Eso ha sucedido a algunos amigos. 
Hay que echarse un poco atrás para ver las cosas en conjunto, y tal vez mi verdadero plano de fondo no esté en el hoy y el aquí de la ciudad de México. Me dice usted que me siente humanamente en consorcio con la tierra europea.” Estas palabras de Alfonso Reyes vinieron a mi mente al ver la hermosa fotografía que publicó Fernando Fernández en su página electrónica Siglo en la brisa realizada por la fotógrafa alemana (no se sabe si el 10 de octubre de 1947 o en 1950 como se dijo en la exposición montada en 2015 en el Museo de Arte Moderno), en la Capilla Alfonsina donde se ve a un Reyes relajado descansando con su perro Kola (uno de los dos samoyedos-siberianos que animaban la casa, la otra mascota se llamaba Katya). 
Alfonso Reyes retratado por Gisèle Freund. Capilla Alfonsina.
Reyes está rodeado de libros y casi recostado en su sillón. La fotógrafa alemana conoció probablemente a Alfonso alrededor de octubre de 1947, en el marco de su primer viaje a México (las primeras anotaciones de Reyes sobre Gisèle corresponden a ese año); y sostuvo con él y Manuela una correspondencia que consta de 15 cartas de ella a [los] Reyes y de Alfonso Reyes a Gisèle entre 1951 y 1954. 
Mariana Frenk Westheim. Foto: internet
Gisele Freund no sabía al llegar a México que aquí había otra persona con el mismo apellido. Mariana Frenk, la compañera de Paul Westheim, el historiador y crítico de arte, nacida como Mariana Freund. Margit Frenk me dice que no eran parientes y que Freund se traduce como amigo en alemán y que en hebreo el apellido Habib, amigo, es habitual, como se puede comprobar leyendo las Jarchas mozárabes. La pareja de samoyedos-siberianos, Kola y Katya, acompañarían a los Reyes desde mediados de los 40 hasta 1954. En ese año, Kola empieza a ser un problema: “Mi perro Kola, muy enfermo de viejo, nos da malas noches, está hecho un fantasma doloroso, muy enfermo de pulmonía, y creo que nos lo va a matar e1 veterinario. No quiero saberlo ni verlo. Me hace sufrir mucho.” El sufrimiento duraría hasta unos meses después cuando Reyes escribe el 7 de mayo de 1954: “En efecto: me mataron ya a mi pobre Kola, espléndido siberiano-samoyedo, lujo de mi casa.”

III
Otro gran lujo de la casa de los Reyes en esa época sería Gisèle Freund, quien sostuvo con el matrimonio un nutrido intercambio epistolar. De la lectura de estas cartas se desprende la viva amistad que había entre ambos, así como el mundo que compartían y, para decirlo con Reyes, “el plano de fondo” que los unía. 
Reyes retratado en su casa, la llamada Capilla Alfonsina. Foto de Gisèle Freund
Hay que recordar que Gisèle Freund, nacida en Berlín en 1908 en la cuna dorada de una alta burguesía, fue uno de los jóvenes miembros de lo que luego sería el Instituto de Investigación Social de Fráncfort, con T. Adorno y K. Manheim, más tarde conocido como Escuela de Frankfort. En 1942 la socióloga y fotógrafa buscó refugio en Buenos Aires; al concluir la Segunda Guerra Mundial regresó a Francia para instalarse en París, su “país adoptivo”. 
Gisèle Freund, aurorretrato
Estuvo en México entre 1951 y 1952, viajó al sureste tomando fotos que le sirvieron de base para armar la exposición que en mayo de 1952 montaría en Museo del Hombre en París y para editar el libro Mexique précolombien (1954) según refiere Víctor Díaz Arciniega apoyándose en Rafael Vargas. La familiaridad de Freund con las culturas argentina, mexicana y europea fue sin duda un pasaporte que le permitió adentrarse en el lugar habitado por Alfonso Reyes. La alemana compartía con Reyes no sólo el sentido aristocrático sino la sensibilidad ante los proyectos de la cultura Nazi contra la cual escribió. 
Adrienne Monnier. Foto de Gisèle Freund. París, 1935
Vivió en Francia y en París específicamente donde conoció a muchos amigos de los amigos de Reyes como la editora y librera Adrienne Monnier. Además de Monnier, la curiosa Gisèle pudo tomar fotografías afortunadas de un gran número de rostros que luego serían célebres como los de: Walter Benjamin, James Joyce, Virginia Woolf, Henri Matisse, Marcel Duchamp, André Gide, André Breton, Andre Malraux, Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo, John Steinbeck, Samuel Beckett entre muchos otros más, además de captar espacios, lugares, casas, ambientes. 
James Joyce. Foto de Gisèle Freund. 1939
He sabido que Adrienne Monnier profesaba por Alfonso Reyes la más alta estima y admiración entre todos los latinoamericanos que habían cruzado por París, como le cuenta Gisèle a Reyes en la carta del 6 de septiembre de 1955. […]
Esa admiración probablemente tenía que ver con la fineza europea de la que Reyes era un estandarte y emblema. La relación entre Reyes y Gisèle queda plasmada en algunos pasajes de las Obras completas de Reyes. […] Pero, sobre todo, se encuentra presente en los muchos apuntes que hizo Reyes de los pasos de Gisèle por México.
Adolfo Castañón en Japón. Foto de Aurelio Asiain
(Este texto es un fragmento del extenso trabajo inédito de Adolfo Castañón que explora y documenta al detalle las relaciones entre Alfonso Reyes y Giséle Freund.)

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Más sobre Alfonso Reyes en este blog:
Presentación de Palinodia del rojo, http://bit.ly/2ihLqWT
Moreno Villa, memorista, http://bit.ly/232fwLo
Una capilla alfonsina onírica, http://bit.ly/2uVjQEP
Quince razones para asomarse a De marras, http://bit.ly/2bmYunI
Conversación en la Arcadia, http://bit.ly/2igRXkR



viernes, 18 de agosto de 2017

Calpan

Me di tiempo y visité por fin las célebres capillas posas de San Andrés Calpan. Como casi siempre tratándose de la arquitectura mexicana del siglo XVI, mi primer contacto con el sitio se lo debo a Arquitectura mexicana del siglo XVI de George Kubler, si bien en esta ocasión la cosa haya ocurrido de manera peculiar. Me explico: leí por vez primera el topónimo en la edición del Fondo de Cultura Económica del clásico estudio del profesor norteamericano, pero no en relación a ellas, a las famosas capillas, sino a la portada del templo poblano. 
Y es que una fotografía de Lourdes Grobet de la fachada del templo es la imagen que los editores utilizaron para ilustrar la portada de la primera edición mexicana del libro, que es de 1983 –la primera y me temo que única por lo menos hasta 2012, es decir casi treinta años más tarde, cuando el propio Fondo lo relanzó con un nuevo prólogo y más fotos.
Capilla posa tercera, dedicada a San Miguel.
Desde luego que nunca sospeché, cuando puse los ojos sobre la palabra “Calpan”, que detrás de aquel conciso topónimo se escondiera una de las mayores felicidades que reserva la arquitectura en México. No exagero. Como es muy sabido, las capillas posas –al igual que las capillas abiertas– son una notabilísima creación de los monjes alarifes mexicanos del siglo de la Conquista y no existen en ningún otro lugar del mundo. Y las de Calpan son, sencillamente, las más hermosas de todas las que han sobrevivido.
Capilla posa segunda, dedicada a San Francisco.
Ya que salió a la plática, habría que decir algo sobre la segunda edición del Fondo del gran libro de Kubler (que fue publicado por vez primera en 1948, bajo el sello de la Yale University Press). 
Todo parece indicar que fue hecha sin ganas, o que los entusiastas del proyecto de reedición tuvieron todo en contra. De la foto de portada, por ejemplo, que ya no es la de Calpan de Lourdes Grobet, no hay manera de saber dónde es ni quién la tomó –o no al menos estudiando el volumen. Nada importaría si la edición no estuviera llena de erratas y errores, al grado que circuló con una vergonzosa Fe de erratas (una endeble hojita que ya he extraviado). Algo que parece fortalecer la sospecha de que hubo poco entusiasmo a la hora de relanzar el libro, aunque siga siendo un referente obligado para conocer nuestra arquitectura de aquel siglo –y a pesar de que la más reciente edición había aparecido hacía casi treinta años–, es que el prólogo de Flores Marini escrito para acompañarla está fechado tres años antes de que el libro entrara a imprenta.
Por fin, el segundo día de 2016 alisté la cámara fotográfica, me trepé al coche y fui a recoger a mi mejor amigo. Partimos rumbo a Puebla de los Ángeles (aunque esta vez sin Ángeles). 
Mi padre en Huejotzingo.
2 de enero de 2016.
La idea era parar primero en Huejotzingo, en donde él y yo nunca habíamos estado juntos, para hacer primero la obligada visita –e ir afinando la mirada–. No en balde sus capillas posas están ligadas a las de Calpan por paternidad franciscana, coincidencia cronológica y estilo.
Precisamente Flores Marini cuenta que, al igual que hicimos mi padre y yo, Kubler estuvo en Huejotzingo. 
Huejotzingo. Claustro.
Al revés que nosotros, sin embargo, el maestro gringo no extendió la visita a Calpan, lo que quizás se debió, me parece ahora a mí, al mal camino que unía entonces a dos poblaciones entre las que no hay sino unos 13 kilómetros. Como sea, sus notas sobre el sitio son de quien lo conoce al detalle.
San Andés Calpan.
Una vez que se acerca uno al templo, todavía en el coche, sorprende ese campanario viudo y como deslavazado, atrapado en una fealdad posterior a su siglo. Tanto es así que delante ya de él hay que hacer esfuerzos para dejar fuera de la mirada el resto de la fachada (que es “llana y carece de contrafuertes diagonales o formas estructurales”) y concentrarse en la bellísima portada que apareció en la cubierta de la primera edición del Fondo, y de la que Kubler dice lo siguiente: “Calpan es el más rico exponente de la mezcla de elementos medievales y renacentistas en México. Rematada por una concha, la fachada es de proporciones clásicas con detalles del arte medieval español. 
Portadas: Calpan y primera edición de Kubler (FCE, 1983).
La escultura figurativa es parecida a la de las capillas posas, pero los vigorosos relieves de la talla arquitectónica, en las columnas y molduras, nos hablan de un diseñador y época posteriores” (pág. 500).
Mi padre y yo recorrimos el atrio en el sentido contrario a las manecillas del reloj y pudimos apreciar las capillas, una a una y sin ninguna prisa. Como me ocurrió recientemente en San Jerónimo Tlacochahuaya, ni un alma en los alrededores del atrio (y aparentemente nadie en el pueblo). Por contra, cerrados el templo y el monasterio, lo que nos hizo prometernos volver en otra ocasión.
George Kubler.
Sobre las capillas de Calpan, Kubler dice que son más hermosas y esbeltas que las de Huejotzingo. En la página 489 de la edición de 1982 puede leerse una descripción de cada una de ellas: “La iconografía representada en las capillas posas de Calpan es especialmente rica. En ningún otro monumento del siglo XVI en México hay una decoración tan elaborada de escenas en relieve. La capilla posa de la Virgen, con relieves en las tres fachadas, trata los temas de la Ascensión de la Virgen, la Virgen de los Siete dolores y la Anunciación. La de san Miguel tiene tres arcángeles en una de las fachadas y el Juicio Final en la otra. La de san Juan Evangelista presenta a la Virgen con medallones de los cuatro evangelistas, y a Dios Padre en otra fachada. 
La cuarta capilla, dedicada a san Francisco, muestra dos escudos con los estigmas, rodeados en una de las fachadas de monogramas, y en la otra adorados por ángeles. Que estas escenas se derivan de grabados o impresos lo demuestra el panel del Juicio Final. En él, Cristo aparece en medio de una palma y una espada, acompañado de la Virgen, San Juan Bautista y ángeles. En la parte inferior aparecen seis tumbas de donde salen los difuntos”.
Para Kubler, “el estilo de estas escenas talladas en relieve es muy plano y gráfico, lo que hace pensar que fueron copiadas directamente de grabados impresos”. El hecho de que difieran “de la rotunda factura de los hechos por europeos constructores de retablos” sugiere “la intervención de manos indígenas o de mendicantes aficionados mas no profesionales como los que trabajaron en la ciudad de México” (p. 290).
Quien quiera leer más sobre ellas, que eche un ojo a México, arquitectura del siglo XVI de Juan Benito Artigas (Taurus, México, 2010). Allí, en la página 290, el antiguo compañero de Facultad de mi padre define la “capilla posa” como “un edículo de planta cuadrada o rectangular, abierto por uno o dos lados contiguos y techado por medio de un chapitel o bien por virguería horizontal, a veces almenado o con una celosía calada en su término superior”. ¿Cuál era su función?, preguntamos nosotros a la página, y ella responde que servían para “posar, esto es, hacer descansar el Santísimo Sacramento, o sea, la custodia, en las procesiones de Semana Santa”. En esa misma página y la que sigue, Artigas reproduce una planta del templo y el atrio de Calpan y unas fotos de algunas capillas.
Tal como he hecho hasta aquí, reproduzco a continuación algunas de las imágenes que hice aquel 2 de enero de 2016. El propósito es intentar transmitir a quienes siguen este blog, aun en las torpes fotografías de aficionado que ya conocen, algo de la emoción que producen las capillas de Calpan en quienes se animan a hacerles una visita.


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Las fotos que conforman esta entrega de Siglo en la brisa son mías y fueron hechas en San Miguel Huejotzingo y San Andrés Calpan el 2 de enero de 2016.

El lugar y la fecha del retrato de Kubler: New Haven, 1983. Lo tomo prestado de la Howard-Tilton Memorial Library (Nueva Orleans), en línea.

Más sobre arquitectura en este blog:
Carlos Mijares en Michoacán, http://bit.ly/QFoXOY
Ruinas de Antigua, http://bit.ly/Ub423w
A las vueltas con Vladimir Kaspé, http://bit.ly/sSM2Ql

Sobre una escalera de Barragán, http://bit.ly/1Q43fm2
Atlatlauhcan, http://bit.ly/25jBsUq
Luis Barragán, el hombre libre, http://bit.ly/2pShTlB