domingo, 27 de noviembre de 2011

Foto política

La primera vez que la vi fue una noche más bien tarde, después de una de aquellas bulliciosas comidas del primer año de Viceversa. Estaba impresa en la portada de un ejemplar muy maltratado del unomásuno de aquel día, que encontré en el zaguán del edificio de las oficinas de la revista. Me la llevé a los ojos buscando la luz del único foco pelón que alumbraba a esas horas. 
Lo que vi me pareció una imagen muy expresiva, por lo menos, de aquel momento político: un Presidente (Salinas de Gortari) en la cima de su poder personal y tres aspirantes a ocupar su sitio (dos secretarios de estado, Colosio y Zedillo, y el regente de la ciudad, Camacho), representando en público una escena llena de implicaciones invisibles, exactamente por los días en que el primero de ellos estaba por definir quién de los otros tres sería el nuevo candidato a la Presidencia por el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Más tarde, al menos durante una época, pensé que aquella noche quizás yo estaba un poco borracho y cansado, y la impresión que la foto me causó se había debido en parte a eso. Como sea, porque el periódico estaba muy estropeado o porque me pareció que mi entusiasmo no era para tanto, lo volví a dejar en donde estaba y seguí mi camino.
Pasó el tiempo. Seis semanas más tarde, Salinas eligió a Colosio y Camacho hizo su patética rabieta. Luego asesinaron a Colosio, y Zedillo, su jefe de campaña y el que menos posibilidades tenía de ser elegido, se vio convertido en candidato y no mucho después, en Presidente… Un día como hoy de hace por lo menos una década, cuando el sexenio de Zedillo llegaba a su fin, unos siete años después de ver la foto por primera vez, se me hizo irresistible la idea de volver a verla y quizás hasta escribir sobre ella. En mi recuerdo, era soberbia: cada uno de los aspirantes aparecía mirando a un lugar diferente, sin dejar de hacer lo posible por ganarse la atención del Presidente, señalando hacia lugares distintos…
Aprovechando que conocía a un fotógrafo del unomásuno, solicité una copia de la portada del día… ¿qué día? Tuve que hacer cálculos: era forzoso, por supuesto, que fuera antes de que Salinas se decidiera por Colosio pero ya por los días en los que la carrera por conquistar su voluntad estaba abiertamente en juego, tal como yo recordaba con nitidez porque eso es lo que daba a la foto su extraordinario valor. 
Una noche estuve en las desangeladas oficinas del periódico; cuando tuve por fin en las manos la fotocopia de la portada del número del 20 de octubre de 1993, en la que aparecía la foto de Emilio López, viví una decepción: aquella era la imagen, sin duda, pero no era tan buena como la recordaba. En ese momento renuncié a escribir sobre ella.
Pasó el tiempo. Llegó Fox, quien casi desde el primer día defraudó las esperanzas de cambio que ingenuamente se habían cifrado en él, y cuya zafiedad acabó de hundir al país en el caos. Por fin se largó. Llegó Calderón, un político mediocre, sin ninguna virtud política, más parecido al gerente de una pequeña empresa privada que a un hombre Estado, que convirtió el país en un espantoso sembradío de cadáveres. Entre los dos panistas consiguieron algo oprobioso: que el PRI lograra regresar a Los Pinos, como todo indica que va a suceder. Con eso en mente, hace unas semanas se produjo mi nuevo encuentro con la foto.
Buscando la ampliación de una imagen de Fernanda Romandía sobre la que sí escribí en Viceversa, y que publiqué nuevamente hace un mes en este espacio, reapareció el fólder en el que conservaba las fotocopias de la portada del diario. Volví a verla. Borrados cuidadosamente de la memoria los añadidos con los que la adornó mi recuerdo, pude apreciarla de nuevo como si fuera la primera vez. Me volvió a parecer sumamente expresiva, tanto o más que aquella noche de octubre de 1993, cuando no tenía ni 48 horas de haber sido tomada.
En realidad, nada de lo que mi entusiasmo le había añadido es necesario: allí están los cuatro personajes, por los días en los que el PRI y sus costumbres antediluvianas empezaban a vivir un falso ocaso: Colosio, al fondo de la imagen, con el gesto inocuo de quien quizás se sabe el elegido y procura no hacer ni un solo movimiento de más, no vaya a ser que no salga en la foto, como reza la vieja conseja priista; en su mansedumbre, sin embargo, hay algo que anuncia su sacrificio, que ocurrirá cinco meses más tarde.en el que﷽emocracia efraudando  EPRIa a punto de ven PRI, no vaya  a salir en la foto 
Zedillo saca el brazo del grupo y señala hacia un punto indefinido, rompiendo así la silueta compacta que hace el trío en torno al Presidente, en un movimiento que parece anunciar lo que está en su futuro inmediato. Camacho, quien no tardó en convertirse en un personaje decadente y triste, bambolea su corpulenta ambición al lado de su “amigo” Salinas, confiado en una estrella que dentro de no mucho empezará a declinar.
Lo que no cambió, ni siquiera en mis imaginaciones más elaboradas, es la estampa de Salinas presidente. Está exultante. No ignora que la cámara lo tiene en cuadro y adopta un gesto de triunfo que nada en este mundo parece capaz de eclipsar. En su rostro, que dirige el cielo, quizás hacia uno de los campanarios de la Catedral, se refleja la satisfacción del poder supremo encarnado en una sola persona. Para entonces, cuando falta un año para que deje el cargo, el público informado piensa que es un personaje retorcido, al que le encanta promover todo género de especulaciones, como las que no ha dejado de alimentar intensamente durante las últimas semanas con respecto a las aspiraciones de quienes lo rodean. Este martes, 19 de octubre de 1993, ha aprovechado la gira de trabajo por el Zócalo para hacerlo delante de todo el mundo, a la luz del sol, como si fuera una gran escenificación. Pero no digo más. Que sean los lectores de Siglo en la brisa, con quienes comparto la foto ahora que la sola posibilidad del regreso del PRI ensombrece el futuro de México, quienes saquen las conclusiones del caso.

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Más sobre el sistema político mexicano en este blog:
Revolución y el fracaso del sistema educativo en México, http://bit.ly/hbMJUo

La foto de Colosio es de Cuartoscuro y apareció en el número 11 de Viceversa. 

domingo, 20 de noviembre de 2011

Lector de jeroglíficos

De cuando en cuando, el poeta Juan Almela —que desde hace algún tiempo tiene problemas de movilidad y ya casi nunca sale de su casa—, me pide que haga algunos envíos en su nombre. Una carta. Un disco o un libro. Para depositar en el correo o entregar en persona. 
La semana pasada me pidió que le diera a Florencia, por quien a partir de finales del año pasado desarrolló un afecto entrañable –como “un recuerdo quizás un poco exótico” (así dijo)–, el libro que motiva este post: Egyptian Language de Sir E. A. Wallis Budge. Se trata de un manual de sencillas lecciones para entender los jeroglíficos egipcios (“easy lessons in Egyptian Hieroglyphics”, según reza el subtítulo). 
El volumen, editado en Inglaterra por Dover, pertenece a la decimoquinta impresión, de 1978, y fue adquirido por el poeta el 3 de octubre del año siguiente, según la fecha escrita por él mismo en la portadilla. El texto del libro, sin embargo, es muy anterior: si tengo razones para creer que fue publicado por primera vez a fines del siglo xix (cf. la Wikipedia), el prólogo de su autor, Wallis Budge, un famoso egiptólogo que fue responsable de las Antigüedades Egipcias y Asirias del British Museum, está firmado hace un siglo, en 1910.
Con todo, lo más interesante del ejemplar de Egyptian Language, que antes de entregar a su destinataria retuve unos días para hojearlo y copiar algunas de sus páginas, es que más de una docena de ellas están anotadas por quien fuera su propietario hasta hace una semana, con tinta roja y característica letra microscópica y siempre legible. En el estilo del lector Almela/Deniz, los números que escribe al lado de los jeroglíficos corresponden al de las páginas y la figuras con las que están en relación, siempre según el poeta, en otros lugares del libro.
En la última imagen escaneada, que corresponde a la página 92, Almela escribe, por única vez en tinta azul: "Vuelta, núm. 193, p.67 (dic. 1992)". La nota, que se refiere al primer símbolo enlistado bajo el título "Musical instruments, writing materials, etc.", remite a un curioso ensayo de Jaime Moreno Villarreal, aparecido en la revista de Octavio Paz, sobre el jeroglífico que corresponde a la escritura.






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El retrato de Sir Ernest Alfred Thompson Wallis Budge fue hecho por Bassano en enero de 1930. La impresión vintage de la que reproduzco una imagen escaneada la he tomado de la red y pertenece a la National Portrait Gallery de Londres.

Más sobre Almela/Deniz en este blog:
Cuadernos y dibujos del niño Deniz, http://bit.ly/9dkSDa
Gerardo Deniz, lector (1), http://bit.ly/hs2IA1
Gerardo Deniz, lector (2), http://bit.ly/ii4qxC
Una “Palinodia del rojo” anónima, http://bit.ly/f7YVZ1

domingo, 13 de noviembre de 2011

Casas en los árboles

Dos veces tomé el libro para hojearlo y dos veces lo dejé en la mesa de saldos de la librería. Cuando estaba a punto de pagar (un par de películas, un pequeño atril de escritorio y tres cuadernos para notas), no pude con la idea de no llevármelo y regresé por él. De pronto me convencí de que valía la pena comprarlo aunque la selección de casas en los árboles que salen en sus páginas no me hubiera, digamos, encantado: costaba sólo trece dólares y cuando menos daría para un post
Más tarde, cuando pude verlo con calma en mi cuarto, de regreso en la casa del pirú, entendí: el título, Treehouses of the world, es engañoso: no muestra casas de árboles del mundo sino solamente a partir de su segunda mitad. La primera parte reúne ejemplares en los Estados Unidos, la mayoría de ellos diseñados y construidos por el autor mismo del libro. El volumen tiene, pues, el objetivo fundamental de mostrar el trabajo de Pete Nelson al frente de su empresa, The Treehouse Workshop, con sede en Fall City, Washington. Así, no es sino hasta la segunda parte que se muestran ejemplares de construcciones en los árboles dispersos por el mundo: Europa, Asia y Oceanía. No es que piense que la fórmula carezca de interés: en el más acabado estilo de los gringos, en las primeras páginas se ofrecen conocimientos y lecciones prácticas para hacer casas en los árboles. Por si fuera poco, se documenta de manera progresiva, paso a paso y con todo género de comentarios y fotos, la construcción de una de ellas, para servir de guía práctica a quienes se animen a hacer el intento. Treehouses of the world apareció por vez primera en 2004 pero el ejemplar que tengo delante pertenece a una edición hecha expresamente para la cadena Barnes & Noble en 2009. He escogido cinco casos, para mí los más interesantes. Reproduzco las imágenes, que son de Radek Kurzaj y que tomo siempre del libro, y las comento brevemente.

Un monumento a la obsesión y la paciencia
Esta alucinante y bellísima casa, construida entre las ramas de un arce, está en el poblado de Redmond, Washington. Según Nelson, quien comenta el caso con su característico buen humor, es un ejemplo de lo rápidamente que crecen los hijos: fue construida por un padre para sus tres vástagos, que crecieron antes de que estuviera terminada. Es difícil, continúa diciendo el autor, encontrar un proyecto tan ambicioso como éste, que surgió de una visita a Disneylandia y cuya culminación tomó veinte años de paciente y obsesivo trabajo.

La sobrevivencia de una casita de estilo victoriano
Al frente de la casa de una familia Welch, en una calle de Clinton, Mississippi, puede verse esta casita de estilo victoriano que hace unos años causó un gran revuelo. El problema está en que la legislación local prohíbe los construcciones “accesorias”, si traduzco bien, que no se ubiquen en la parte posterior de las casas. A pesar del apoyo del vecindario, las autoridades hicieron todo lo posible por echarla abajo. Para 2004, fecha de la primera edición del libro, la cuestión había alcanzado la Suprema Corte del Estado de Mississippi. Un vistazo a la página abierta en la red para apoyar su defensa (www.saveourtreehouse.com) confirma que la máxima autoridad estatal acabó votando a favor de su conservación.

Un ejemplo inspirado en Star Wars
Esta extraña casa, obra de una empresa escocesa llamada The Treehouse Company, está en el condado de Oxfordshire, en Inglaterra. Los responsables de su diseño, encabezados por John Harris, su director, afirman que se inspiraron en el poblado de los Ewok, de El Retorno del Jedi de Star Wars. Según Nelson, en los últimos años ha crecido notablemente el interés por las casas en los árboles en el Reino Unido.

Una visión de lo real maravilloso
Desde luego que no se equivoca quien piensa que Hispanoamérica es la tierra de lo real maravilloso. Pero quien piense que el mundo está libre de tener lo suyo, cometerá un error mayúsculo. Mientras que en las páginas de Cien años de soledad aparece un barco encallado a no pocos kilómetros del océano, en la ciudad de Biarritz, en Francia, podemos ver nada menos que una embarcación en la copa de un árbol. La cosa quizás se entiende cuando se sabe que esta construcción con forma de galeón del siglo XVI, posada entre las ramas de un falso plátano, es obra de un argentino llamado Maxi Gainza.

La capilla en un roble de mil años
También en Francia, pero esta vez en el poblado de Allouville, no muy lejos de Ruan, en Normandía, está el famoso roble cuya edad se calcula entre los 800 y 1000, que aloja en su interior una capilla. Yo conocí el caso en Árboles excepcionales del mundo, de Thomas Pakenham, editado en España por Blume, en el que se cuenta que en 1696 se mandó construir la capilla en el interior del árbol; el espacio cuenta con una segunda planta, originalmente destinada a un ermitaño. La imagen de la Chêne Chapelle reproducida en el libro de Nelson es bastante expresiva. “Su tronco”, explica, “ha sido meticulosamente protegido con miles de pequeñas ripias de madera de roble. El interior hueco del antiguo árbol ha sido reforzado a un alto costo con un intrincado armazón de tubos soldados de acero”.

El salón de baile entre las ramas del tilo
De todas las imágenes del libro, ésta, en la que puede verse un salón de fiestas entre las ramas de un tilo al lado de un templo, es mi preferida. Con ella me sucede lo que con algunas obras de Magritte, en las que la visión se mantiene suspendida entre la realidad y la irrealidad, sin decidirse nunca del todo por ninguna de las dos. Me encanta cómo se han ensamblado la construcción y el árbol para conformar una sola entidad viva. Nelson reproduce un dibujo del siglo XVIII para que imaginemos cómo era esta suerte de salón de fiestas metido en el tilo, que está en Peesten, Alemania, en los tiempos de su creación, cuando un noble lo mandó construir para entretener a sus invitados durante la temporada de caza. En su interior, afirma, caben doscientos noctámbulos (revelers) más una banda de música.

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El sello editorial Abradale en la red, http://bit.ly/uUuayK

La empresa de Pete Nelson en la red, http://www.treehouseworkshop.com/
El fotógrafo Radek Kurzaj en la red, http://www.radekkurzaj.com/

Más sobre árboles en este blog:
Informe sobre la estupidez, http://bit.ly/oSklUj
Guía de árboles del Distrito Federal, http://bit.ly/bSTUI2  
Mi cuaderno botánico, http://bit.ly/acYY4W


domingo, 6 de noviembre de 2011

La casita en el árbol

Hace quince días pasé un fin de semana largo en los Estados Unidos, a sólo unos kilómetros de la frontera con México, en una vieja zona habitacional enclavada en un bosque de pirules. Como mucha gente sabe, ese árbol, cuyo nombre científico es Schinus molle, es conocido en inglés como pepper tree porque su fruto se asemeja a la pimienta. 
El pirul se impone de manera tan evidente sobre el resto de las especies presentes en el barrio, que la calle principal que lo atraviesa se llama Pepper Tree Road. La casa misma en la que fui hospedado, según me dijeron mis anfitriones, aparecía descrita en la ficha de venta como The pepper tree house (“la casa del pirul”) sin duda por el soberbio individuo que custodia la entrada. La tarde de ese sábado descubrí en la mesa de novedades de Barnes & Noble un libro que no pude dejar de comprar: Treehouses of the World de Pete Nelson, con fotografías de Radek Kurzaj. 

Como tantos otros libros con intenciones y perspectiva semejantes escritos y editados por norteamericanos, poco más de la mitad de las casas en los árboles que reúne el volumen están dentro del territorio de su país. El resto lo conforman algunos ejemplares en Europa, Asia y Oceanía, pero ni uno más en el continente americano. Si reparé en ese detalle antes incluso que en la belleza, la peculiaridad y hasta la naturaleza caprichosa de algunas de esas casas construidas entre las ramas, es porque la más impresionante que he conocido en persona, que admiré largamente, fotografié desde todos los puntos de vista y subí hasta donde el vértigo me lo permitió, está en la Amazonia peruana, en la fantástica ciudad de Iquitos, en el jardín de la casa convertida hoy en hotel en la que Herzog planeó la producción de la película Fitzcarraldo
Recomiendo echar un vistazo a esa casa, un remanso en medio del ajetreado puerto fluvial amazónico —que a fuerza de no contar con acceso rodado carece completamente de automóviles, y en el que día y noche zumban bajo un calor de infierno miles de motocicletas.

Antes de compartir con los lectores de este blog algunas imágenes de Treehouses of the World, cosa que haré con algún detenimiento la semana próxima, deseo referirme a un pequeño y simpático hallazgo que hice antes de volver de Estados Unidos. 
Concluidas las actividades que motivaron mi viaje, la tarde anterior a mi regreso pude por fin visitar el jardín de la casa de los pirules para ver de cerca y hacer algunas fotos de los más llamativos. ¿Cuál no sería mi sorpresa al encontrar precisamente una pequeña casita de madera entre las ramas de uno de ellos? Mis anfitriones me contaron que adquirieron la propiedad a una pareja de personas mayores, quienes originalmente construyeron la casita en el pirul para sus hijos. Con el tiempo, quizás por la mala calidad del material con la que fue construida, se le hicieron constantes reparaciones y por último tuvo que ser desmantelada. 
Al tomar posesión de la casa, los nuevos propietarios encontraron unos tablas de madera debajo del árbol, como olvidadas allí a propósito, y con toda naturalidad mandaron ensamblarlas en la forma que tienen el día de hoy. 
A manera de aperitivo para la entrega de la semana entrante, ofrezco a los lectores de Siglo en la brisa un par de fotos de la sencilla construcción y un retrato de la feliz usuaria actual de la casita en el árbol.

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La foto del gran árbol de la Casa Fitzcarraldo de Iquitos, Perú (http://bit.ly/trBYOn), la tomé prestada de la red.

Más sobre árboles en este blog:
Informe sobre la estupidez, http://bit.ly/oSklUj
El árbol de Giovanna, http://bit.ly/jY0F6c
Guía de árboles del Distrito Federal, http://bit.ly/bSTUI2  
Mi cuaderno botánico, http://bit.ly/acYY4W
El tejo de Bermiego, http://bit.ly/9NE36k