Dos veces tomé el libro para hojearlo y dos veces lo dejé en la mesa de saldos de la librería. Cuando estaba a punto de pagar (un par de películas, un pequeño atril de escritorio y tres cuadernos para notas), no pude con la idea de no llevármelo y regresé por él. De pronto me convencí de que valía la pena comprarlo aunque la selección de casas en los árboles que salen en sus páginas no me hubiera, digamos, encantado: costaba sólo trece dólares y cuando menos daría para un post.
Más tarde, cuando pude verlo con calma en mi cuarto, de regreso en la casa del pirú, entendí: el título, Treehouses of the world, es engañoso: no muestra casas de árboles del mundo sino solamente a partir de su segunda mitad. La primera parte reúne ejemplares en los Estados Unidos, la mayoría de ellos diseñados y construidos por el autor mismo del libro. El volumen tiene, pues, el objetivo fundamental de mostrar el trabajo de Pete Nelson al frente de su empresa, The Treehouse Workshop, con sede en Fall City, Washington. Así, no es sino hasta la segunda parte que se muestran ejemplares de construcciones en los árboles dispersos por el mundo: Europa, Asia y Oceanía. No es que piense que la fórmula carezca de interés: en el más acabado estilo de los gringos, en las primeras páginas se ofrecen conocimientos y lecciones prácticas para hacer casas en los árboles. Por si fuera poco, se documenta de manera progresiva, paso a paso y con todo género de comentarios y fotos, la construcción de una de ellas, para servir de guía práctica a quienes se animen a hacer el intento. Treehouses of the world apareció por vez primera en 2004 pero el ejemplar que tengo delante pertenece a una edición hecha expresamente para la cadena Barnes & Noble en 2009. He escogido cinco casos, para mí los más interesantes. Reproduzco las imágenes, que son de Radek Kurzaj y que tomo siempre del libro, y las comento brevemente.
Un monumento a la obsesión y la paciencia
Esta alucinante y bellísima casa, construida entre las ramas de un arce, está en el poblado de Redmond, Washington. Según Nelson, quien comenta el caso con su característico buen humor, es un ejemplo de lo rápidamente que crecen los hijos: fue construida por un padre para sus tres vástagos, que crecieron antes de que estuviera terminada. Es difícil, continúa diciendo el autor, encontrar un proyecto tan ambicioso como éste, que surgió de una visita a Disneylandia y cuya culminación tomó veinte años de paciente y obsesivo trabajo.
La sobrevivencia de una casita de estilo victoriano
Al frente de la casa de una familia Welch, en una calle de Clinton, Mississippi, puede verse esta casita de estilo victoriano que hace unos años causó un gran revuelo. El problema está en que la legislación local prohíbe los construcciones “accesorias”, si traduzco bien, que no se ubiquen en la parte posterior de las casas. A pesar del apoyo del vecindario, las autoridades hicieron todo lo posible por echarla abajo. Para 2004, fecha de la primera edición del libro, la cuestión había alcanzado la Suprema Corte del Estado de Mississippi. Un vistazo a la página abierta en la red para apoyar su defensa (www.saveourtreehouse.com) confirma que la máxima autoridad estatal acabó votando a favor de su conservación.
Un ejemplo inspirado en Star Wars
Esta extraña casa, obra de una empresa escocesa llamada The Treehouse Company, está en el condado de Oxfordshire, en Inglaterra. Los responsables de su diseño, encabezados por John Harris, su director, afirman que se inspiraron en el poblado de los Ewok, de El Retorno del Jedi de Star Wars. Según Nelson, en los últimos años ha crecido notablemente el interés por las casas en los árboles en el Reino Unido.
Una visión de lo real maravilloso
Desde luego que no se equivoca quien piensa que Hispanoamérica es la tierra de lo real maravilloso. Pero quien piense que el mundo está libre de tener lo suyo, cometerá un error mayúsculo. Mientras que en las páginas de Cien años de soledad aparece un barco encallado a no pocos kilómetros del océano, en la ciudad de Biarritz, en Francia, podemos ver nada menos que una embarcación en la copa de un árbol. La cosa quizás se entiende cuando se sabe que esta construcción con forma de galeón del siglo XVI, posada entre las ramas de un falso plátano, es obra de un argentino llamado Maxi Gainza.
La capilla en un roble de mil años
También en Francia, pero esta vez en el poblado de Allouville, no muy lejos de Ruan, en Normandía, está el famoso roble cuya edad se calcula entre los 800 y 1000, que aloja en su interior una capilla. Yo conocí el caso en Árboles excepcionales del mundo, de Thomas Pakenham, editado en España por Blume, en el que se cuenta que en 1696 se mandó construir la capilla en el interior del árbol; el espacio cuenta con una segunda planta, originalmente destinada a un ermitaño. La imagen de la Chêne Chapelle reproducida en el libro de Nelson es bastante expresiva. “Su tronco”, explica, “ha sido meticulosamente protegido con miles de pequeñas ripias de madera de roble. El interior hueco del antiguo árbol ha sido reforzado a un alto costo con un intrincado armazón de tubos soldados de acero”.
El salón de baile entre las ramas del tilo
De todas las imágenes del libro, ésta, en la que puede verse un salón de fiestas entre las ramas de un tilo al lado de un templo, es mi preferida. Con ella me sucede lo que con algunas obras de Magritte, en las que la visión se mantiene suspendida entre la realidad y la irrealidad, sin decidirse nunca del todo por ninguna de las dos. Me encanta cómo se han ensamblado la construcción y el árbol para conformar una sola entidad viva. Nelson reproduce un dibujo del siglo XVIII para que imaginemos cómo era esta suerte de salón de fiestas metido en el tilo, que está en Peesten, Alemania, en los tiempos de su creación, cuando un noble lo mandó construir para entretener a sus invitados durante la temporada de caza. En su interior, afirma, caben doscientos noctámbulos (revelers) más una banda de música.
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